30 junio 2007

Se acabó la negociación

No tuve que pensar demasiado. La relación con esta persona había sido hasta este momento jerárquica: él ordenaba, yo acataba. En la nueva sociedad estaríamos al mismo nivel, con la diferencia de que yo le trataría de igual a igual por mucho título de administrador que tratase de reclamar. No tener control sobre sus actuaciones no me hacía ilusión. Los precedentes eran muy claros. Lo único que podría haber en ese negocio serían roces constantes y perpetuar el malestar que llevaba sufriendo tanto tiempo. Si por ejemplo se iba a una comida de negocios y pedía un vino caro, yo estaría allí para reprochárselo e impedírselo, si trataba de negociar con clientes a mis espaldas, yo estaría allí para intentar enterarme lo que tramaba. Nunca tendría confianza en él. Así nunca se podría trabajar a gusto. Su negativa tajante a tratar de compensar de alguna forma todos mis años de sometimiento, chocaba contra mi idea , acertada o desacertada, de que esta era la última oportunidad para que el gerente realizara un gesto de buena voluntad para cerrar el pasado. Su pensamiento consistía en creer que al morir Acme S.A. se hacía borrón y cuenta nueva, en el sentido de que todas las deudas con los acreedores se extinguían, fuese cual fuese su naturaleza. Yo pensaba de otra manera: con la empresa no moría la deuda, puesto que la deuda había sobrepasado el terreno laboral para destruir el terreno personal. La nueva sociedad que se quería crear, en esencia, era la misma, por lo cual como extensión del pasado en el presente y en el futuro, debía responsabilizarse de lo dejado atrás. No me valía la expresión: "lo pasado, pasado está", porque mientras el gerente evadía las deudas, por otro lado, quería mantener las mismas cuotas de poder y decisión. Mi jefe pensaba que para lo que le interesaba, las cosas seguían igual, pero para lo que no le interesaba, las cosas habían cambiado. Yo, por el contrario, opinaba que este asunto era como una moneda. Si quieres llevarte la cara, te tienes que llevar la cruz. No puedes coger sólo la parte que te interesa y dejar la otra. Si él quería continuar igual, pero librándose de sus responsabilidades, estaba muy equivocado, por lo menos conmigo.

29 junio 2007

Mis recelos sobre la negociación

Las ideas son ideas y las propuestas son propuestas. Mi jefe al negociar no me vendía propuestas sino ideas de futuro. En algunas ocasiones éstas pueden ser el comienzo de algo grande y en otras ocasiones es mejor no hacerse ilusiones, sobre todo cuando el que te las ofrece no cuenta con tu confianza. Yo le escuchaba con atención, pero tenía en mente una cosa muy clara: llegásemos a lo que llegásemos, se necesitaría algo más que un gesto de buena voluntad para convencerme. Empezábamos una nueva era y ahora ya no era un pringadillo novato con mucho que demostrar, sino un profesional quemado con todo demostrado. El listón y las condiciones ahora las ponía yo. Era algo que me resultaba muy extraño después de tanto tiempo de servilismo incondicional. En cualquier otra empresa no lo hubiera podido hacer, pero en la que se quería crear sí podía establecer los mínimos a partir de los cuales la relación empezaría a funcionar y desde luego que sería bastante exigente.
Después de su turno de exposición llegó mi turno de preguntas. No me fui mucho por las ramas. Afortunadamente no llegué a aprender eso de él, a pesar del volumen de este blog ;) Le pregunté por los socios involucrados en el proyecto, y a medida que me contestaba, pasamos de nuevos caballeros blancos a cada vez menos interesados y con menos capital. Esto ya no empezaba a pintar bien. Una de mis intenciones era llegar a un acuerdo para conseguir un buen sueldo que compensara en parte todo lo que había perdido hasta la fecha y que no era poco. Por este lado no había nada que hacer. Aunque hubiera capital, sé que él trataría de engañarme con promesas que luego no cumpliría, tal y como había hecho siempre. Luego le pregunté por el tipo de sociedad que pensaba formar. Me habló de los tipos de sociedades y sus características, algo que ya conocía de cuando fui a la universidad, pero que seguramente habría cambiado con el tiempo. Nuevamente me tomé con recelo sus palabras. Cualquier cosa que me dijera, luego iba a ser comprobada, porque de mi jefe nunca te podías fiar, o al menos eso fue lo que le demostró a Erkemao a lo largo de 8 años. A medida que iba hablando se me ocurrieron nuevas preguntas, así que le pedí que me explicara un poco como se tomaban las decisiones en la sociedad que quería formar. Jajaja, fue como darle una caja de bombones a un glotón. Enseguida se infló y bajó la guardia. Dejó entrever ciertos detalles que no me gustaron nada. Me dijo que habían un par de juntas a lo largo del año en la cual los socios tomaban decisiones, por votación, claro. Además me dijo que podía haber alguna junta extraordinaria, pero que en cualquier caso durante el resto del año las decisiones las tomaba la gerencia, y claro, él sería el gerente. Me lo ilustró con un ejemplo que le había ocurrido hacia muchos años en otro negocio. Uno de los socios de esa empresa quiso saber las cuentas de esa sociedad y exigió a la secretaría que se las diera basándose en ser socio. Mi jefe, como gerente de esa organización, tuvo que echarle una reprimenda a ese interesado puesto que no tenía derecho a pedirlas fuera de la junta. Mientras lo contaba, mi jefe insitía mucho en que el gerente era el que manejaba las cuentas y los socios no tenían que saber más de lo que la empresa les dijera. Eso, teniendo en cuenta que se deseaba formar una sociedad pequeña en la cual yo iba a aportar MI dinero, mientras que mi jefe no iba a aportar NADA, no me convenció en absoluto. Teniendo en cuenta que con su gestión había arruinado Acme S.A. ("según mi parecer" y la del mundo mundial), menos confianza me daba aún. Le pregunté por las acciones y de como yo las podría vender si no quería seguir siendo socio. Me comentó que las podría vender si alguien me las compraba y si no tendría que venderlas baratas... Todo esto se atendrá a derecho, pero desde luego que a mí no me gustaba nada. Me olía a encerrona. Cuando menos a continuar la forma de negocio en la que ya había estado todos estos años, con mi jefe haciendo y deshaciendo a su voluntad, pero esta vez con el dinero de otros, entre los que yo me encontraría.


28 junio 2007

La negociación

Todo no iban a ser ardides y triquiñuelas en mi empresa. Había tiempo para la negociación, para intentar buscar soluciones a problemas. Claramente trataban de beneficiar más a mi jefe que a los empleados, pero a fin de cuentas, "menos da una piedra". En esta ocasión, el gerente, trataba de buscar otra fórmula que le ahorrara una posible denuncia, que le asegurara la continuidad de los pocos empleados que quedaban, que todas sus deudas quedaran "olvidadas" y sobre todo, seguir manteniendo el control de la empresa con el dinero ajeno, es decir, el de los empleados.
Se reunió con todos nosotros y a cada uno nos contó una historia. "Su" gran idea consistía en crear una empresa nueva en la que los trabajadores que quedábamos íbamos a recibir como premio y recompensa a nuestra paciencia, la posibilidad de entrar a formar parte de la organización como socios. La idea no era suya, se le había ocurrido a una compañera, la que mejor trato tenía con él. Lo que le propuso esta trabajadora era abonar los 25 días por año trabajado que dejábamos de recibir por el absurdo motivo del cierre de la empresa, en especie. Ese montante "etéreo" se podía convertir en acciones del nuevo negocio. Esta ocurrencia podía significar que todos siguiéramos trabajando juntos y esta vez percibiéramos un cantidad justa por nuestro trabajo, o lo que es lo mismo, los dividendos. Mi jefe se apropió descaradamente de la idea y trató de hacerla pasar como una gran oportunidad que nos daba a todos. Lamentablemente para él, los empleados nos contábamos lo que nos ofrecía a cada uno, de manera que sabíamos como nos quería "embaucar" por separado.
Cuando llegó mi turno y me senté frente a él, me empezó a hablar de las fabulosas oportunidades de futuro, de posibles nuevos grandes socios que se querían unir a su proyecto y de sus ideas para la nueva empresa. Me dijo que el negocio moribundo que había sido nuestra "casa" durante tantos años, tenía que desaparecer puesto que el nombre ya estaba viciado. En aquellos momentos el nombre Acme S.A. se asociaba a las deudas y a los despropósitos, a los engaños y a la morosidad. En este ambiente tan insano, no sería buena idea intentar limpiarlo. Había que crear uno nuevo, libre de cualquier atadura al pasado y con el nombre limpio y reluciente. En su afán por confirmar lo buena persona que era y lo gran gerente que había sido, entendió que debía dar una especie de "regalo" o dádiva a aquellos que tanto habían luchado por la empresa: los empleados. De esta forma, me ofrecía ser socio de su nueva super-empresa. El importe por el cual entraría a ser socio, según sus palabras, era la cantidad dejada de percibir en el despido, es decir, 25 días por año trabajado, como había comentado más arriba. Pero claro, sus pensamientos se movían en la dirección de la que soplara el viento, por lo tanto, un día era una cosa y otro día era otra diferente. Así la oferta variaba llegando a concretarse en aportar el pago único del desempleo como capital social más esos 25 días que nos ofrecía como regalo. Él, por su parte, aportaría a la sociedad unos 50.000 euros. ¿Y de dónde sacaba esta cantidad? Pues de su nueva invención contable. Esos 50.000 no serían en metálico sino en software. La empresa había diseñado ciertas herramientas de software (programas o módulos de programas) que según su opinión valían esa cantidad, y eso era lo que él abonaría como socio. Mientras todos los demás teníamos que desembolsar dinero, él desembolsaría código fuente de programas, que cualquier programador con la suficiente experiencia podría hacer. Un trato muy justo y equitativo.

27 junio 2007

La otra proposición deshonesta

En este mundo existen o han existido muchas formas de pago o formas de intercambio tales como el trueque, la moneda metálica, las letras de cambio, el cheque, el billete, el dinero plástico... Toda una serie de concepciones y artificios que ha ido desarrollando la humanidad a lo largo del tiempo para intentar establecer un sistema de comparación entre cosas, objetos o ideas que no podían ser medidas de la misma forma. Por supuesto, una empresa imaginativa como la mía, creadora de conceptos como el factor jefe y la conversión de una deuda en un derecho, no iba a quedar fuera de la gloria sin descubrir una nueva manera de conciliar el mismo valor para razones o deudas diferentes: el sistema de pago Acme.
¿Qué es el sistema de pago Acme o en qué consiste? El sistema de pago Acme es una forma de cambio por la cual la empresa elude el pago de una deuda mayor a un pringadillo, a través del propósito de abonar una deuda menor, que también debe al pringadillo. El concepto es altamente sofisticado y entiendo que si ustedes no tienen una carrera y varios máster en economía puede que no lo lleguen a comprender. Es un concepto inversamente proporcional al picor, donde un dolor menor se quita con un dolor mayor, es decir, cuando te rascas. La diferencia es que el primero es más abstracto y etéreo. La mejor manera de comprenderlo es con un ejemplo práctico y real.
En mis primeros años en la empresa tuve una serie de contratos de varios meses. Acabado cada contrato ocurrían dos cosas: o era renovado o se me hacía un nuevo contrato en otra empresa (que era la misma con otro nombre y datos). Los primeros meses trabajé sin contrato bajo la excusa de que estaban arreglando los papeles, pero que había problemas o alguien que firmaba se había ido de vacaciones u otras historias de dudosa veracidad. Luego, por fin, pude trabajar con todo en regla. Al finalizar el periodo establecido se me pagaba el finiquito, y vuelta a empezar. Cuando el jefe descubrió que me podía tomar el pelo, se acabaron los pagos por el concepto anteriormente expuesto. De esta forma, hubo un par de finiquitos que nunca llegué a cobrar, a pesar de ser hablados y reclamados en varias ocasiones. Junto a esto, la empresa contrajo conmigo otras deudas que tampoco se llegaron a liquidar, a pesar de ser reclamadas. Puesto que no podía obtener dinero, me llevé material para mi uso personal, certificado mediante la oportuna factura. Esto condujo a que la deuda que la empresa tenía conmigo se convirtiera en una deuda que yo tenía con la empresa, debido a que cada factura me convertía en deudor de unas cantidades que la empresa me debía a mí. Llegué a ser uno de los principales "morosos" del negocio, con la particularidad ya comentada de que era moroso de mi propio dinero, algo para enseñar en una clase magistral. Pasaron los años y seguía pendiente de ciertos abonos. Cuando exploté por dentro y decidí decirle al gerente todo lo que pensaba de él, le expuse nuevamente este tema. Finalmente se me canceló la deuda*, pero aún así la organización me seguía debiendo un finiquito de 7 u 8 años antes. Como la empresa ya estaba en pleno descenso al abismo, no había esperanza de recuperar lo adeudado. Meses después llegó el asesor de mi jefe para decirnos que había que cerrar la empresa. Para que nada se quedara en el tintero le aconsejó pagar a todos los empleados aquellas deudas pendientes, así que el gerente se reunió conmigo y me lo comentó: "Te voy a pagar lo que te debo y quedamos en paz, para que veas que la empresa lo hace con toda la buena intención del mundo". Mmm curioso, después de 7 años, el negocio me iba a pagar el finiquito ¡Qué buena fe! Pero claro, este pago "exigía" encubiertamente una renuncia, es decir, "se paga el finiquito tratando de que esta alegría te haga olvidarte de la indemnización que fraudulentamente la empresa no quiere abonar". Este es el sistema de pago Acme: "te pago algo que te debo de muchos años, porque es infinitamente mejor que pagarte una gran suma, que si investigas sabes que puedes reclamar". Todos quedábamos más contentos: mi jefe por no pagar mucho y Erkemao por dejarse engañar. Eso debía pensar el gerente. Aquí es donde entra en juego otra práctica: la práctica del respeto, plenamente inculcada a mi jefe en cierto momento y de la cual, parece que se había olvidado. Desde el punto de vista de un pringadillo quemado, el finiquito se seguía debiendo, la buena voluntad de la empresa se manifestaba abonándolo y pagando la depreciación que esa cantidad había sufrido en todos esos años y, para finalizar, pagando la indemnización que marca la ley y no la de unos artificios cuasi-ilegales a los que se acogía la empresa.

* Cuando le expuse al gerente que me había llevado material (bajo su autorización) para intentar compensar las cantidades debidas y que tenía facturas pendientes de pago que realmente eran parte de la deuda contraída conmigo, se apresuró a decirle a la administrativa- contable que investigara si otros empleados estaban en la misma situación. Ignoro si esta actitud tan dinámica buscaba compensar las deudas que la empresa tenía con los empleados o descubrir si algún trabajador le debía dinero a la empresa.


26 junio 2007

Hoy me tomo un descanso

Llevo el tiempo suficiente aburriéndoles como para dejarles un día libre de paz y armonía. Este en concreto lo voy a pasar relajado, lejos de las historias de Erkemao, porque un "paréntesis" nos viene bien a todos. Así que con el permiso de ustedes, hoy me tomo un descanso.

25 junio 2007

¿Qué significaba el cierre de la empresa para mí?

La historia de este blog es la historia de una cadena de sucesos que cada vez fueron a peor. Es la historia de alguien, el que les escribe, que no paró el desastre que se le avecinaba, poniendo límites a los abusos que sufría. Pero todo tiene un final de una u otra manera. Tras 8 años de permanencia en aquella empresa, todo "supuestamente" había acabado. Los últimos años me los había pasado literalmente, aguantado cada día. Convirtiendo mi existencia en un infierno cada vez que me levantaba, cada vez que me acostaba y cada vez que dormía. Estaba cansado, muy cansado. No me alegró el cierre de mi empresa en el sentido de que algunos compañeros se iban a quedar en una situación delicada y otros muchos habían padecido su propio infierno. Tampoco me alegró por el negocio puesto que me hubiera gustado acabar de otra manera. Pero sucedió así. No fue el destino, no fue la mala suerte, no fueron los desaciertos... fueron otras causas.
En el momento en que la empresa "clausuró" sus puertas, otras nuevas empezaban a abrirse ante mí, aunque para ello tuviera que recorrer aún, un largo y oscuro pasillo. Ese día creo que por fin pude respirar aliviado. Creo que la agonía que me embargaba se hacía un poco menos pesada, una tímida luz se colaba por las rendijas de mis tinieblas. Fue algo así como: "esto ya se ha acabado". Ciertamente las cosas no iban a ser tan sencillas. En cualquier caso, ahora sí sería actor y juez de lo que ocurriera en adelante. Tenía la posibilidad de elegir sin dejar nada detrás, nada que mi orgullo retuviera. Era el comienzo del "yo decido, yo elijo". Absolutamente convencido y sabedor de que no le debía nada a la empresa, cualquier negociación que se planteara en los siguientes días o semanas, partiría desde 0 para la organización. Mi opinión se mantenía. Había sido perjudicado durante muchos años por la empresa, representada en la figura de mi jefe, y ese hecho debía compensarse de alguna forma en el futuro. Cualquier pacto o acuerdo debía cumplir ineludiblemente esa condición. Si quería contar conmigo para un proyecto de futuro, el gerente debía ser serio y tomar en cuenta mis años de servicio pasados. Él tenía la idea de seguir con la actividad, cambiar el perro de collar, dejando de ser el único socio y manteniendo el grupo de empleados como parte capitalista de la nueva idea. Para ello nos reunimos, pero eso lo contaré en los próximos días. Realmente lo que me propusiera no me importaba, puesto que ahora yo era libre.
Cuesta un poco acostumbrarte a la libertad. Cuesta entender que los lazos que te ataban se han roto y que no debes obediencia. La estructura jerárquica se seguía manteniendo a pesar de su supuesta disolución. Te dura un poco, pero rápidamente te das cuenta de que ahora el trato es de igual a igual . Ya no hablaba con mi jefe. Erkemao en esos momentos hablaba con una persona que se hacía llamar jefe, pero que no ostentaba un poder vinculante superior. El cierre se produjo tan sorpresivamente, que todo se quedó patas arriba y había muchas cosas que concluir, así que seguimos yendo para resolverlas y para negociar. Cuando me levanté la mañana siguiente pensé: "bueno, y si hoy no me da por levantarme e ir a echar una mano, ¿qué va a hacer "mi jefe"? ¿despedirme?" y me entró la risa. Dependiendo de lo que ocurriera en los siguientes días, tomaría ciertas decisiones importantes, decisiones que me probarían como persona, decisiones como la "Reunión", decisiones para demostrar que aunque yo siguiera siendo un pringadillo, se me debía respetar so pena de una respuesta contundente. En cualquier caso, yo ahora era libre.

La indemnización

Si hubo una ocasión en la que arreglar las cosas, fue sin duda alguna esta. Pero ni aún así, la empresa respondió de forma positiva. Mi jefe me dejó claro que lo único que le preocupaba era "salvar su culo" a toda costa, cuestión que por otro lado me parece lógica; no se podía esperar otra cosa de él. Poco después hubo otra negociación que ponía una de las últimas piezas de todo el despropósito que había sido el trato de ese negocio hacia mi persona. Lo contaré próximamente.
Mientras tanto sus asesores le habían preparado una salida "digna", es decir, económicamente la más beneficiosa para él. Para los empleados supuso perder los 45 días de indemnización por año trabajado, rebajándolo hasta sólo 20 días, de los cuales él sólo pagaría un 60% de ellos. Resumiendo, solamente tendría que abonar 12 días por año trabajado a cada empleado, con la clausula adicional, de que haría efectivo el pago en cuanto la empresa o lo que quedara de ella, pudiera afrontarlo. Un futuro incierto. Únicamente quedábamos 4 empleados en el momento del cierre y uno más que actuaba como freelance y que al parecer no se incluía en el cómputo. Pero mucho mejor aún; de los cuatro, sólo dos llevaban más de 12 años en la empresa y su sueldo era mileurista. La persona que más cobraba sólo llevaba 3 años en la empresa. Erkemao llevaba 8 años, pero tenía un sueldo paupérrimo. Si nos ponemos a hacer cálculos, a la empresa no le salía nada caro todo el proceso, es más, le salía muy barato. Evidentemente para mi jefe ese ahorro no era suficiente. En su mente sólo había una idea válida y es: "yo no le tengo que pagar nada a nadie. Yo no le debo nada a nadie. Si tengo que pagar es porque lo dice la ley y me puedo meter en problemas, pero buscaré la manera de no abonar nada porque no me da la gana". Esta es la suposición que yo hago, por mi experiencia y trato. Y como también digo siempre, es totalmente discutible. Por esta razón me esperaba una sorpresa muy desagradable cuando el gerente empezó a dictar las cifras que nos correspondían a cada uno. Había que ahorrar lo máximo en indemnizaciones a los empleados, ¿por qué no quitarle todo lo posible a Erkemao?.
"A fulanito por X años de servicio le corresponden X euros. A menganita por Y años de servicio le corresponden Y euros... A Erkemao por 5 años de servicio le corresponden 3.700 (apróximadamente) euros de indemnización". Me dio una bajona. No me podía creer lo que estaba oyendo. Es más, sentí una rabia tremenda por su forma de decirlo.
Su discurso era monótono, del que lee algo que está escrito y no conoce. Pero a medida que recitaba las cifras creí entrever en su tono y en sus ojos cierta satisfacción. Las cantidades adeudadas eran nimias, comparadas con lo que deberían ser. Cuando leyó mis datos, ni se inmutó. Le parecieron absolutamente magníficos. No se quedó perplejo ni pensativo sobre la veracidad de esas cifras. La mía era tan absolutamente irrisoria que como mínimo te planteas si hay algún error. Después de 8 años de trabajo y después de la famosa reunión que tuve con él, no se extrañó del número que estaba recitando. Todo lo contrario. Pienso que sintió una gran alegría, disimulada en una "voz de póker". Si por ejemplo en ese papel hubieran sido impresas cantidades como por ejemplo: 37.000 euros, seguro que se hubiera callado y hubiera empezado a remover cielo y tierra para confirmar o desmentir lo que estaba escrito en el papel. Sin embargo, aquellas otras que sí tenía le debieron parecer maravillosas, sobre todo porque a esas cantidades había que aplicar la parte que pagaba el FOGASA.
De esta manera, después de 8 años de sufrimientos, de aguantar, de ser humillado, de ser explotado, de no cobrar miles de horas extras, de percibir un sueldillo para nada adecuado a mis responsabilidades y trabajo, de darlo todo por esa empresa desagradecida... lo único seguro que tenía eran unos 1.500 euros. Cantidad que, además, no me pagaba la empresa sino el estado. Los dos mil euros restantes eran etéreos y se basaban en un "gesto de buena voluntad" por parte de mi jefe. Si él resolvía sus problemas y quedaba algo, entonces yo cobraría. En caso contrario yo no iba a cobrar antes de que él se "salvara".

23 junio 2007

El cierre

En este punto de la historia sucedieron tantas cosas y tan deprisa que no puedo establecer en que orden se produjeron, de forma que se las narraré como buenamente pueda. No importa la sucesión de los acontecimientos sino su contenido.
Una vez todo dicho, sólo tocó esperar. Se supone que a la empresa le quedaba más o menos un mes de vida. Eso es lo que dice la ley según he leído por ahí. A los trabajadores nos tienen que dar un preaviso de 30 días antes de ejecutar el despido por las manifestadas causas objetivas económicas. Pero mi empresa era muy especial. Lo hemos ido viendo en cada post de este diario. Repentinamente, al par de días, mi jefe nos reunió de nuevo y con prisas. Nos dijo: "ya no puedo más, hay que cerrar la empresa. Mañana vendrán con los papeles para que los firmen". Yo les tengo que dar un preaviso, pero estas cosas las venimos hablando desde hace tiempo, y hace por lo menos un mes, les manifesté el posible cierre de la empresa. Entonces es como si ya se los hubiera dicho. Me he estado aguantando todo este tiempo por si conseguíamos dinero por otro lado, pero las cosas no van y hay que cerrar ya". Claro, claro como ya había nombrado en algún momento la palabra "cierre" se daba por hecho que era así. Justamente igual que cuando me decía que me iba a dar un día libre o a pagar los finiquitos que me debía, pero ¡vaya!, eso nunca lo hizo. Las palabras sirven cuando interesan y cuando no, se las lleva el viento. De esta manera a uno no le da tiempo de preguntar, de asesorarse y demás. Sin embargo la empresa sí había podido hacerlo. Naturalmente ahora exigía presteza y rapidez en la firma, como siempre que algo le convenía. Cuando no le convenía, las cosas se demoraban hasta la eternidad. Le aplaudo: plas, plas, plas. Firme en su forma de ser hasta el final.
Realmente no me importaba tanto el cierre, como las prisas por firmar. Nuevamente no iba a disponer de tiempo para hacer consultas o ir a un abogado, pero he aquí que me tomé las cosas con calma. Si yo no firmaba, no se podía cerrar nada. Una vez tuviera los papeles en las manos ya tomaría una decisión. El volver a hacer algo que ya le había dicho en la reunión que no me gustaba que me hiciera, iba a tener una respuesta.
Al día siguiente llegaron los papeles, puntuales como todo aquello que le convenía a mi jefe. Nos los repartieron. En ellos se establecía como fecha del preaviso el mes anterior, cuando alguien en algún sitio y en algún lugar había nombrado la palabra "cierre", según dicen. Se establecían los días de indemnización y las forma en que se iba a abonar la correspondiente indemnización. Por supuesto estaba redactado para que la empresa saliera lo menos perjudicada posible: "un 40% lo abonaría el FOGASA y el 60% restante lo abonaría la empresa cuando pudiera". Aquella frase me encantó. Resumía de una forma absolutamente minimalista la esencia filosófica del negocio: "cuando pudiera", es decir, había una supuesta voluntad de acción, pero matizada con un verbo condicional. "Cuando pudiera" podía significar mañana, el mes que viene, el año que viene o nunca. Conociendo como se las gastaba mi jefe, ¿por qué dudar que ocurriera esto último?.
Seguí leyendo aquel documento y me encontré con lo que buscaba; en uno de los apartados se especificaba que disponía de un plazo de 20 días para reclamar (¡ojo! 20 días laborables, que incluye los sábados) en caso de que no estuviera de acuerdo. Eso era fundamental. En 20 días podría asesorarme y confirmar la validez de lo que estaba ocurriendo. Miré la ley en Internet para asegurarme de que no era un engaño. Consulté a la asesoría una y otra vez hasta que se cansaron de decirme que la firma no me comprometía y que podía reclamar. Imagino que luego le comunicarían mis dudas al gerente, y éste pensaría que yo no iba a reclamar nada. El profesional le había dicho como tenía que hacer las cosas y como callar voces discrepantes. Ya lo veremos.
Ese día se "supone" que murió mi empresa. Acme S.A. cerraba sus puertas. A esta fecha le seguirían unos días muy animados de investigación, de nuevas negociaciones, de nuevos proyectos fabulosos en la imaginación del gerente, de consultas en el sindicato, etc... Los clientes no habían sido informados y teníamos una serie de responsabilidades que cumplir con ellos. No fue tan sencillo como cerrar la puerta para no volver, hubo que seguir yendo a terminar las cosas, y mientras tanto descubrí como las cosas no son como te las dice el asesor de la empresa, pero tenía mis 20 días para mover ficha ;).

El mafioso

Se realizaron las presentaciones oportunas y bajamos a la sala de juntas o reuniones para que nos "asesoraran". El profesional nos explicó un poco a que se dedicaba. Por supuesto, no nos explicitó que su función principal era conseguir el mejor pacto a favor de mi jefe. Evaluando las circunstancias de la empresa y haciendo uso de su experiencia en estas lides, nos comunicó que la mejor opción para estos casos consistía en cerrar el negocio. El concepto de quiebra quedaba en el limbo ya que legalmente no se podía acoger a ella, pero se cuidó mucho de expresar las cosas de manera que no nos diéramos cuenta de que se hacía algo que no se sabía muy bien si estaba dentro de la legalidad o no. Supongo que mi jefe le comentaría la predisposición que teníamos los empleados a dejarnos embaucar y engatusar sin hacer crítica o investigar la veracidad de las palabras. Debido al cierre de la empresa, la solución para los empleados (los 4 que quedábamos) consistiría en un despido por causas objetivas económicas. Al parecer esa opción resultaba más interesante que un despido colectivo, por lo cual se notaba cierta satisfacción en sus palabras, aunque estoy perdido en lo concerniente a temas laborales.
El tipo de despido por causas objetivas económicas establece el pago de una indemnización de 20 días de salario por cada año trabajado. La compensación era indudablemente más beneficiosa para la empresa que un despido improcedente, el cual supondría una indemnización de 45 días por año trabajado. "Tremendo ahorro para la empresa". Todo el tiempo sin pagar las horas extra y otros conceptos y al final, hasta dejaba de pagar en la indemnización. Pero había más, según nos comentó el profesional este pago se realizaría de la siguiente manera: un 60% del total correspondería a la empresa y el otro 40% al Fondo de Garantía Salarial (FOGASA). Mejor aún para mi jefe.
Bueno, esto era lo que decía la ley, según lo que nos comentaba el profesional. Sabíamos que las cosas estaban difíciles. Los últimos meses habíamos tenido problemas con el pago de los salarios, así que "no se le podía pedir peras al olmo". Ciertamente, no eran buenas noticias para los empleados. Yo trataba de verlo como una nueva oportunidad, en el sentido de que se acabaría por fin una etapa muy lánguida y triste de mi vida. Lo que sucediera después sería nuevo. Con los rumores que se producían sobre la posibilidad de continuar como una empresa nueva, tenía la capacidad para exigir nuevas condiciones o no seguir sin dejarme nada atrás. Pero aquella reunión dio para mucho más, y en uno de los momentos una sensación extraña recorrió mi cuerpo, como una alerta, y si ya tenía clara una decisión, esta circunstancia confirmaría lo que debía hacer.
El profesional nos comentaba como había estado involucrado en el cierre de otras empresas. Algunas de ellas habían tenido los mismo problemas que nosotros, así que nos puso un ejemplo: "¿Conocen el negocio que está en tal esquina? Pues les sucedió lo mismo que a Acme S.A. Yo asesoré a las partes y unos empleados decidieron hacerme caso y al final se unieron y volvieron a levantar la empresa, mientras que los que no estaban de acuerdo conmigo siguen en el paro y les va mal...". Por aquel entonces yo estaba totalmente harto de la empresa y todo lo que tuviera que ver con la organización o mi jefe me lo tomaba negativamente. Aquella frase sonó en mi cabeza como una amenaza y no como un ejemplo: "A los que no me hicieron caso les va mal". No me gustó nada esa expresión. No quiero decir que estuviera mal dicha o tuviera segundas intenciones, pero desde luego que yo la percibí como una advertencia mafiosa: "o haces las cosas como digo, o pagarás las consecuencias". Yo no estaba dispuesto a aguantar más amenazas después de tantos años de sometimiento, así que le expuse mis objeciones al profesional cuando salíamos de la reunión, pero creo que sólo me tomó por un trabajador descontento. Los siguientes días nos los pasamos buscando toda la información y documentación posible sobre el tipo de despido. Todos los empleados estábamos perjudicados y ninguno estaba conforme, puesto que éramos los más viejos y teníamos mucho que perder. Mientras tanto la empresa seguía siendo dueña, aunque con hipotecas, de unos locales cuyo valor podría solucionar los problemas de la empresa. En cierta ocasión, mi jefe me había comentado que le habían ofrecido una suma cuantiosa por esos inmuebles, pero que le había parecido insuficiente. Me eché las manos a la cabeza. Tenía muchos argumentos para desconfiar: cierre repentino de la empresa, despidos desfavorables, posible especulación con los bienes de la empresa y falsas promesas de futuro.

21 junio 2007

La trampa

El fin se estaba acercando. Los días discurrían lentos pero inexorables hacia el final de la historia. Una vez mi jefe se hubo concienciado de que las cosas iban tan mal que no se podían arreglar y con la espada de Damocles de Hacienda sobre su cabeza, decidió mover ficha y llamar a su asesoría para que le orientaran. La situación era delicada, sobre todo para él. Con tantas deudas acumuladas con el fisco y la Seguridad Social, podía meterse en un asunto muy feo. Según tengo entendido, desde el punto de vista técnico la empresa no tenía los argumentos necesarios para declararse en quiebra por sí misma. Poseía bienes inmuebles aunque no tuviera liquidez. Por otro lado, desconozco hasta que punto la quiebra hubiera sido buena para el gerente; tal vez podría suponerle una inhabilitación como directivo o administrador en cualquier otro negocio durante varios años. Evidentemente él no nos iba a contar estas cosas, sobre todo cuando al menos le iban a perjudicar de dos maneras importantes: primera, debía buscar una manera que le permitiera pagar lo menos posible a los trabajadores por el despido o cierre de la empresa y segundo, que esta circunstancia no supusiera una posible inhabilitación para seguir ejerciendo actividades económicas como " jefe", como ya he comentado. Esto lo he supuesto de lo que he leído y me han contado. Podría no ser como lo cuento, así que si alguien conoce el tema, serán bien recibidos sus comentarios.
La asesoría le iba a buscar la salida más victoriosa posible, y por supuesto, la más económica. ¿Dónde se puede ahorrar una empresa mucho dinero? Esquivando a los proveedores y en el despido de los empleados. El negocio me lo había demostrado todos estos años: trabajadores que se habían ido por la presión sin cobrar indemnización, el impago de finiquitos y sueldos debidos, trabajadores que habían buscado mejoras laborales y habían dejado la empresa, trabajadores que no habían tenido s remedio que irse renunciando a derechos para al menos conseguir que les pagaran por lo menos su sueldo... en definitiva, mucho dinero que la empresa no había tenido que abonar.
Con este propósito, la asesoría recomendó a un profesional cuya especialidad era salvar a empresas en problemas, es decir, buscar la forma de que todo el proceso de cierre le fuera lo más económico posible. Digamos que es el lado oscuro de "la fuerza". Mientras los abogados laboralistas tratan de conseguir que se cumplan los derechos de los trabajadores, estos otros profesionales buscan en los "vacíos", "mala redacción" y en los "límites" de la ley, la manera de conseguir el mayor beneficio o el menor perjuicio para las empresas. Cobrando, claro está ;) .
Cierto lunes se presentaron en nuestro lugar de trabajo las personas que nos iban a explicar cual era la solución a todo lo que ocurría. Una de ellas era el especialista en salvar empresas. Nos iban a "orientar" y a decirnos cual era la "mejor" alternativa para nosotros y para el negocio. A final de esa semana, mi empresa cerraría según lo que ponía en los papeles.


20 junio 2007

Mi jefe siempre tenía la última palabra

El protagonismo de este blog, independientemente del que lo cuenta, se lo ha ganado el gerente. Lo comenté hace poco y lo repito de nuevo. Esta vez debido a que el post que les escribo es interesante, a pesar de su aparente trivialidad. Estoy convencido de que ocurre en muchas empresas y tal vez es una de las facetas necesarias para ser "jefe". La moraleja de este cuento, permitánme la presteza y anticipación al final, es que no puedes ganar. Hagas lo que hagas, perderás en un enfrentamiento con un jefe. No lo digo en sentido literal y estricto, pero sí en uno metafórico. Esto es así, porque el que manda, siempre tiene la última palabra, aunque su turno de replica haya pasado.
Una de las particularidades que tenía mi empresa era que mi jefe siempre cerraba la conversación. Por supuesto, en el sentido laboral. También en el sentido lúdico, ocioso y de parlamentos intrascendentes. Tardé un poco en darme cuenta, como mal observador que soy. Una vez descubierta esta curiosidad, di marcha atrás en el tiempo y lo asocié con muchas de las cosas que había vivido y muchas de las conversaciones que recordaba. La anomalía se repetía sin cesar, con un patrón establecido. Lo suficientemente claro como para ser una costumbre y no una coyuntura. La realidad y exactitud de su comportamiento se podría resumir en "soy el que tiene la última palabra y soy el mejor que queda".
Daba igual si hablábamos sobre temas técnicos, sobre temas de ocio, sobre chistes, sobre otras personas, sobre otras cosas, sobre cualquier anécdota de la vida, sobre cualquier hecho relevante o irrelevante, daba igual quien estuviera, quien fuera y que posición ocupara, que lugar o que momento en el tiempo... siempre, él tenía la última palabra. Esto es importante, porque independientemente de que las cosas fueran bien o fueran a peor, la conversación la cerraba quedando de la mejor forma posible.
Les pongo un ejemplo: estamos conversando sobre algún tema de actualidad o algún tema fuera de la informática. Mi jefe siempre tenía algún a amigo o algún conocido que era un experto o que había logrado un gran nivel en ese campo. No está mal, pero llegaba a darte la sensación de que él era realmente el centro de atención. No importa que nadie conociera a ese tercero, lo importante era que mi jefe lo conocía y, además, lo conocía mejor que nadie. Por lo tanto, el gerente se convertía en una extensión presente y personal de la historia, lo cual le valía todo el protagonismo. Si contabas un chiste, él siempre tenía alguno mejor, y si no, te contaba otra historia, pero siempre tenía la última palabra o lo que relatara tenía que ser más sorprendente o importante.
He llegado a pensar que si un día alguien le contara que tiene todos los premios Nobel, seguro que mi jefe le diría que conoce a alguien que tiene todos los premios Nobel más uno o que directamente conocía a quien los inventó ;). Fuera lo que fuese, siempre tenía que ser el que cerrara cualquier discurso, discusión, parlamento, charla o conversación con su punto de vista o con una historia, a su juicio, mejor que la de los demás. Todo con tal de no perder el protagonismo y la autoridad moral.
Si este tipo de comportamiento se daba a nivel informal, no quieran imaginarse las situaciones cuando se trataba de asuntos laborales, sobre todo cuando el empleado tenía la razón o reclamaba algo. Independientemente de los argumento que presentases, él iba a anularlos con una "buena" historia, con una "buena" excusa o con una "buena" razón, y absolutamente siempre, sería el último en decir algo, porque cualquier réplica iba a ser contrarrestada con otra "buena" historia, otra "buena" excusa, otra "buena" razón u otra "buen" plan B de escape. Por supuesto, sus relatos y allegados iban a marcar la diferencia entre tú y él, o al menos, eso era lo que él creía.
Esta obsesión la llevaría hasta el final, pero yo no estaba dispuesto a alimentar la hoguera de las vanidades del gerente. En la reunión le había dejado claro sus límites conmigo y la "última palabra" no estaba dentro de ellos.