23 junio 2007

El mafioso

Se realizaron las presentaciones oportunas y bajamos a la sala de juntas o reuniones para que nos "asesoraran". El profesional nos explicó un poco a que se dedicaba. Por supuesto, no nos explicitó que su función principal era conseguir el mejor pacto a favor de mi jefe. Evaluando las circunstancias de la empresa y haciendo uso de su experiencia en estas lides, nos comunicó que la mejor opción para estos casos consistía en cerrar el negocio. El concepto de quiebra quedaba en el limbo ya que legalmente no se podía acoger a ella, pero se cuidó mucho de expresar las cosas de manera que no nos diéramos cuenta de que se hacía algo que no se sabía muy bien si estaba dentro de la legalidad o no. Supongo que mi jefe le comentaría la predisposición que teníamos los empleados a dejarnos embaucar y engatusar sin hacer crítica o investigar la veracidad de las palabras. Debido al cierre de la empresa, la solución para los empleados (los 4 que quedábamos) consistiría en un despido por causas objetivas económicas. Al parecer esa opción resultaba más interesante que un despido colectivo, por lo cual se notaba cierta satisfacción en sus palabras, aunque estoy perdido en lo concerniente a temas laborales.
El tipo de despido por causas objetivas económicas establece el pago de una indemnización de 20 días de salario por cada año trabajado. La compensación era indudablemente más beneficiosa para la empresa que un despido improcedente, el cual supondría una indemnización de 45 días por año trabajado. "Tremendo ahorro para la empresa". Todo el tiempo sin pagar las horas extra y otros conceptos y al final, hasta dejaba de pagar en la indemnización. Pero había más, según nos comentó el profesional este pago se realizaría de la siguiente manera: un 60% del total correspondería a la empresa y el otro 40% al Fondo de Garantía Salarial (FOGASA). Mejor aún para mi jefe.
Bueno, esto era lo que decía la ley, según lo que nos comentaba el profesional. Sabíamos que las cosas estaban difíciles. Los últimos meses habíamos tenido problemas con el pago de los salarios, así que "no se le podía pedir peras al olmo". Ciertamente, no eran buenas noticias para los empleados. Yo trataba de verlo como una nueva oportunidad, en el sentido de que se acabaría por fin una etapa muy lánguida y triste de mi vida. Lo que sucediera después sería nuevo. Con los rumores que se producían sobre la posibilidad de continuar como una empresa nueva, tenía la capacidad para exigir nuevas condiciones o no seguir sin dejarme nada atrás. Pero aquella reunión dio para mucho más, y en uno de los momentos una sensación extraña recorrió mi cuerpo, como una alerta, y si ya tenía clara una decisión, esta circunstancia confirmaría lo que debía hacer.
El profesional nos comentaba como había estado involucrado en el cierre de otras empresas. Algunas de ellas habían tenido los mismo problemas que nosotros, así que nos puso un ejemplo: "¿Conocen el negocio que está en tal esquina? Pues les sucedió lo mismo que a Acme S.A. Yo asesoré a las partes y unos empleados decidieron hacerme caso y al final se unieron y volvieron a levantar la empresa, mientras que los que no estaban de acuerdo conmigo siguen en el paro y les va mal...". Por aquel entonces yo estaba totalmente harto de la empresa y todo lo que tuviera que ver con la organización o mi jefe me lo tomaba negativamente. Aquella frase sonó en mi cabeza como una amenaza y no como un ejemplo: "A los que no me hicieron caso les va mal". No me gustó nada esa expresión. No quiero decir que estuviera mal dicha o tuviera segundas intenciones, pero desde luego que yo la percibí como una advertencia mafiosa: "o haces las cosas como digo, o pagarás las consecuencias". Yo no estaba dispuesto a aguantar más amenazas después de tantos años de sometimiento, así que le expuse mis objeciones al profesional cuando salíamos de la reunión, pero creo que sólo me tomó por un trabajador descontento. Los siguientes días nos los pasamos buscando toda la información y documentación posible sobre el tipo de despido. Todos los empleados estábamos perjudicados y ninguno estaba conforme, puesto que éramos los más viejos y teníamos mucho que perder. Mientras tanto la empresa seguía siendo dueña, aunque con hipotecas, de unos locales cuyo valor podría solucionar los problemas de la empresa. En cierta ocasión, mi jefe me había comentado que le habían ofrecido una suma cuantiosa por esos inmuebles, pero que le había parecido insuficiente. Me eché las manos a la cabeza. Tenía muchos argumentos para desconfiar: cierre repentino de la empresa, despidos desfavorables, posible especulación con los bienes de la empresa y falsas promesas de futuro.

3 comentarios:

Kt. dijo...

Siempre queda un cabo suelto... Bienes que podían salvar la situación de la empresa o el pago a los empleados y pensaba en quiebra...

Uhmmm yo también dudaría y cualquier comentario lo tomaría como amenaza!

Erkemao dijo...

Yo no sabía como estaban las cosas, pero tenía claro que había valor en la empresa como para dejar una salida más digna a los empleados, que por otro lado, se supone íbamos a formar parte del nuevo proyecto del gerente. Había visto muchas cosas y me había contado la suficiente cantidad de medias verdades como para tomar una posición defensiva: si me equivocaba, siempre podía arreglarse de alguna forma, pero si la empresa me engañaba, luego no podría reclamar, así que un trato más respetuoso todos aquellos años atrás no hubieran convertido al empleado de mi jefe en un tipo desconfiado ;)

Saludos.

Alex dijo...

aqui va mi aportación: despido improcedente