27 febrero 2007
El nuevo balance de poder: los acólitos ahora mandan
La gran salida de tono de mi jefe
Mi empresa tenía una curiosidad (entre muchas). A medida que el papeleo "ISOcrático" se adueñaba de todas las facetas de nuestra labor, nuevas y más extrañas medidas se fueron tomando. Una de ellas, eran las reuniones. Teníamos reuniones siempre, a todas horas, todos los días y de cualquier cosa. Abundaré en este asunto en un próximo post. Como toda actuación que se realizaba en el negocio, las reuniones estaban programadas siguiendo la burocracia establecida al respecto. Se supone que todo estaba regido por un escrupuloso orden, pero ... el factor jefe (sí sí, aquel elemento que genera caos y entropía en un sistema perfecto y del que tenemos un bonito ejemplo), repentinamente te hacía una reunión sin avisar (al menos a los pringadillos), sin establecer los puntos del día y muchas veces, sólo para contar sus hazañas personales.
A medida que el tiempo avanzaba, nos costaba más ir a trabajar. Cuando estás mal en un sitio, todo resulta pesado y odioso. Levantarte se convierte en un auténtico hito, desplazarte en un verdadero suplicio y entrar a la empresa, se convierte un auténtico acto de fe. De esta manera, algunos de los pringadillos teníamos problemas con llegar a la hora punto (tengan en cuenta que cuando te exhortan a realizar 2, 3, 4 ... horas extra cada día de cada semana de cada mes de cada año, que no te pagan, llegar 10 ó 15 minutos tarde, se convierte en un "derecho"). Cierto día, el compañero que estaba más puteado que yo, llegó tarde a una reunión. Por aquella época, había que anotar la hora de entrada y salida. Él anotó una hora incorrecta (5 ó 10 minutos más pronto de lo que realmente había llegado). Craso error. Cuando terminó la reunión, mi jefe fue directamente a ver lo que había apuntado cada uno, buscando deslices fatales. Y lo encontró. El gerente estaba en un estadio de estupidez y chulería de grado alto a supino, todavía lejos de superior. Delante de todos los compañeros que estábamos en la empresa, empezó a gritar y amenazar a mi compañero, por haber mentido en su hora de entrada. Un gesto brutal, soez y desproporcionado. Un acto privado, que tenía que resolver en su despacho, lo convirtió en una propaganda mezquina y maleducada. Berreando y regurgitando palabras cobardes y deleznables. Nuevamente una muestra del poder absoluto y errático. Ese día se ganó el odio de todos. El mío desde luego, que no era la primera vez que lo padecía de cerca. Lo miré con expresión de ver una basura humana. Mi compañero metió la pata, pero no merecía ese trato tan denigrante. Cuando lo obligaban a salir tarde por culpa del trabajo, nunca estuvo mi jefe allí para echarle una bronca, mucho más merecida, por ello. Era un aviso. "Soy el déspota absoluto y haré y desharé lo que quiera. El que no comulgue conmigo ya tiene un ejemplo de lo que mi ira puede mover". Nuestro fin estaba cada día más cercano.
26 febrero 2007
La competencia nos ayudaba más que nuestro jefe
Desde el año 2003, y con la acólita número 2 como coordinadora, era evidente las trabas que nos estaba poniendo la empresa para poder trabajar y producir dinero. En cierta ocasión vino un cliente que quería instalar en su casa una red inalámbrica para poder dar soporte de banda ancha a varios ordenadores de la casa. Era una tarea más complicada de lo esperado, porque una enorme viga impedía la comunicación entre el punto de acceso y las tarjetas de red inalámbricas. En mi negocio, sólo disponíamos para hacer las pruebas de un punto de acceso y dos tarjetas que tenían bastantes meses de antigüedad. Ya habían aparecido unas nuevas y más potentes. No disponíamos ni de un portátil para ir comprobando la calidad de la señal en toda la casa. ¿Cómo lo resolvimos? No, no fue pidiéndoselo a nuestra empresa. Eso era un gasto inadmisible, es decir, cualquier "ayuda" al taller para su trabajo estaba "prohibida" de una forma subrepticia y oculta. Tuve que pedirle a un amigo que tenía una tienda, que me prestara los componentes necesarios para continuar. Técnicamente, mi amigo era competencia nuestra, pero aún así, accedió y gracias a él pudimos concluir las pruebas. Lamentablemente en aquel lugar resultaba imposible poner una red que no fuera completamente cableada. Eso es lo que hicimos al final. Funcionaba bien, pero desde luego que no es el trabajo del que me siento más orgulloso. Es una vergüenza que tuviera que pedir socorro a un negocio externo, porque mi propia empresa se negaba a ello. Es un muy buen ejemplo de como la organización estaba tratando de cargarse una de sus parcelas de negocio, fría y pendencieramente.
25 febrero 2007
Los falsos clientes
Cuando mi departamento paso a tener su cierta "independencia" y nosotros tomábamos parte de las decisiones y teníamos que cumplir objetivos de ingresos y beneficios, que nunca antes la empresa se había planteado, se estableció una serie de tarifas por trabajos concretos: instalar un software, instalar un hardware, eliminar un virus, etc. Estas tarifas fueron aplicadas a todos los clientes, independientemente de su afinidad con el jefe. Por otro lado, él ya no quería estar en contacto con muchos de ellos, debido a que estaba en una nube de poder y no le interesaban las relaciones con el populacho. Además, se había dado cuenta que con la delegación de responsabilidades, conseguía no enfrentarse con los clientes enfadados, ya que eso era obligación del departamento. Como nosotros teníamos que producir, para que no nos echaran broncas o cerraran el taller, debíamos ser estrictos con los cobros, y no se podía hacer excepciones. De esta manera, cuando los "falsos clientes" y "falsos amigos" del jefe se encontraron con facturas, montaron en cólera. Decían: "Yo no he pagado nunca, ¿a cuenta de qué tengo que pagar ahora?". Nosotros no entendíamos el problema: si nunca habías pagado, ¿qué más te da pagar una vez al menos? ¿Se imaginan que hicieron todos esos clientes? Se marcharon a otros negocios. Preferían pagar el doble en otro lado, que tener que pagarnos una simple factura a nosotros. Increíble pero cierto. Algunos de ellos incluso quisieron que les llevara sus temas al margen de la empresa, y estaban dispuestos a pagarme lo que yo exigiera. Tuve que hacer de tripas corazón y evitar la tentación, puesto que tenía poco tiempo y en la empresa ya me estaban amargando mucho, como para tener que aguantarle a mi jefe la cantinela de que le robaba los clientes. Con la fuga de clientes, y la "permisividad" de mi jefe al respecto, dábamos un nuevo paso hacia el cierre del taller.
Ahora, ¿me pueden responder a la pregunta que les formulé al principio de esta entrada?
24 febrero 2007
La acción de mejora nº 37: la desaparecida
23 febrero 2007
La apropiación de ideas
En cierta ocasión estaba conversando con mi jefe de varias cosas: trabajo, vida, etc... Cerca del local de mi empresa vivía un cliente nuestro. Tenía una casa (no piso) en medio de la ciudad, con gran cantidad de terreno alrededor. En esos momentos estaba haciendo reformas y siempre lo veíamos lleno de cemento de los pies a las cejas. Por alguna razón, nuestra conversación derivó hacia ese cliente. Se me ocurre comentarle al gerente:"La verdad que con todo el espacio que tiene, podría hacerse un garaje y no dejar el coche tirado en la calle, total, puede abrir un hueco en el muro que da a nuestra vía". Mi jefe se quedó pensativo y dijo: "Es verdad". El mismo día, ese cliente-vecino vino a la empresa para comprar algo y se quedó hablando con mi jefe. Yo pasé cerca en el momento más oportuno; mi jefe le estaba diciendo: "con todo el terreno que tienes ¿por qué no haces un garaje?". Me estaba pisando la idea. Yo era flipado. Fuerte morro. Mi empresa se apropiaba hasta del respirar. Ciertamente yo estaba enojado, pero no me duró mucho la molestia cuando oí la respuesta del cliente. Miró a mi jefe con cara de: "¿Tú de qué vas?" y le contestó: "¿Cómo? ¿un garaje? El coche está bien donde lo dejo, que además me queda en frente de la ventana. Si tengo que hacer un garaje es un follón porque tengo que tirar los muros y hacer muchas reformas y pedir licencias y bla, bla, bla..." Mi jefe se quedó rojo como un tomate, como el color de estas palabras que les escribo. Yo me metí para dentro de la tienda a descojonarme. Lo siento mucho, pero verle la expresión facial del que mete la pata bien metida no tiene precio. Salvó algo la situación con las típicas risitas falsas y de circunstancias. Aún así, tuvo la consideración de no acusarme con: "esa idea fue de Erkemao, yo no tengo nada que ver", porque hubiera quedado aún peor. Por una vez se comía sus palabras sin lanzar balones fuera.
22 febrero 2007
Las certificaciones ISO o el Teorema de la Burrocracia
Como les comenté en una entrada anterior, mi empresa dispuesta a gozar del pastel de las subvenciones y del dinero público fácil, necesitaba una serie de requisitos fundamentales, como por ejemplo: un titulado superior y las certificaciones de calidad, las ya tan famosas ISO. En concreto mi empresa estaba interesada en conseguir dos: la 9001:2000 y la 14001:1996 , para temas medioambientales. Ambas fueron muy especiales, y la 14001, además tenía mucha guasa, pero de ello se hablará en otro momento. En un primer momento se me propuso la dedicación a esta tarea, la cual no rehusé, pero tampoco acepté con lo cual me convertí en un elemento molesto para mi jefe. En mi departamento teníamos una coordinadora para organizar el trabajo y llevar las gestiones y el trato con los clientes. Fue esta persona quien finalmente se encargó del trabajo. Para ello dejó sus funciones en el departamento de hardware. Con su marcha quedaron bastantes cosas pendientes, que le tocó sufrir al nuevo coordinador, pero para ella, fue un paso cualitativo dentro de la empresa, en todos los sentidos. Cuando pasamos la auditoría, se convirtió en uno de los pilares de la empresa: 100% intocable y 100% incuestionable. Poner en duda su trabajo te costaba un escarmiento por parte del gerente, que además te juraba odio eterno. He visto películas de terror que dan menos miedo. Para conseguir esos "títulos" vinieron unos profesionales de una empresa dedicada a estos temas, a los cuales había que pagar muy bien, por mucho que le pesara a mi jefe. No éramos los únicos que estábamos metidos en el ajo. Varias empresas y organismos también buscaban obtenerlos. Mi jefe no es precisamente el tipo de persona a la que le guste pagar (bueno, por tonterías sí), así que ignoro cuanto se demoró la agonía del cobro por parte de la empresa de formación.
El problema de todas estas normativas, que se supone que benefician a una empresa, es que al final no cuajan bien en determinados negocios con determinados gerentes. En nuestro caso se convirtió en una sórdida burrocracia tan carente de sentido y tan controladora de los aspectos operativos, que no había forma de trabajar decentemente. Como decían muchos compañeros, la compañera hace muy bien su trabajo, pero nos está jodiendo, porque cada día trabajamos peor. Mi jefe que necesitaba esas certificaciones como fuera, no entendía que se estaba lastrando el negocio con diagramas de flujo y papeleos que no aumentaban la productividad de la empresa. Cuando estudié historia en el bachillerato, leí que una de las causas de la caída del Imperio Romano fue el exceso de burocracia. Nosotros estábamos siguiendo el mismo camino. Hacia finales del 2003 y tras muchas pruebas y muchas cosas a la mitad, conseguimos pasar la auditoría y éramos los flamantes portadores de dos bonitos cuadros para colgar en la pared. Yo, fiel a mi estupidez supina, me quedé en la empresa esos días, porque la empresa me "pidió" que todos estuviéramos disponibles y nadie cogiera vacaciones. En esas mismas fechas unos colegas iban a ser teloneros en la gira por España de una famoso grupo, y me pidieron que fuera con ellos, y sí, renuncié por esa repulsiva empresa y sus repulsivas certificaciones de calidad. Seguía pasando el tiempo y yo no aprendía de mis errores.
* Según La Real Academia Española:
focalizar.
1. tr. Hacer converger un haz de luz o de partículas.
2. tr. Centrar, concentrar, dirigir. U. t. c. prnl.
21 febrero 2007
Salir en la foto con el traje
Cuando empecé a trabajar, y no sólo yo, sino muchos de mis compañeros, mi jefe no se parecía en nada a esos jefes que estamos acostumbrados a imaginar, y que ilustran muchos de mis post. Mi jefe vestía pantalones vaqueros, camiseta surfera y no pocas veces calzaba chanclas. Lo más informal que se puedan imaginar. Yo estaba encantado, porque así no se me cuestionaba mi estética. A mí me me encanta ir con mis vaqueros, la camiseta por fuera y calzado lo más ligero y cómodo posible, es decir, zapatillas de deporte. En un momento determinado vestí más formal, pero como siempre estaba metido en la mugre o arrastrándome por cualquier sitio, decidí no gastar mi paupérrimo sueldo en ropa elegante para trabajar, y menos por una empresa que nos trataba tan mal. Cuando empezó a alumbrar la posibilidad de avaricia en el horizonte, mi jefe, dejo el sol y la playa por el dinero y el figurar. Cambió repentinamente. Ahora venía a trabajar con sus pantalones de pinza, sus zapatos a juego, camisa abotonada a juego también y por dentro del pantalón, y su chaqueta, a juego, por supuesto. En días especiales ya usaba traje de ejecutivo y su correspondiente corbata, y parece que era como el traje de "El gran héroe americano" (al parecer han repuesto esta serie en la tele), que tenía poderes cuando se lo ponía, porque iba de un poderoso realmente insoportable. En el año 2004 sucedieron muchas cosas trascendentales en mi empresa y sobre todo en mi vida personal, que iré contando estas próximas semanas, y cuando lleguemos a una en particular, les recordaré esta interesante entrada... No sufran, falta poco ;)
Los licenciados y las derivaciones de responsabilidad
20 febrero 2007
Los técnicos teníamos que ser administrativos y cobradores
En mi empresa había gente que iba disfrazada de muchas cosas: mi jefe de buena persona, los acólitos no se disfrazaban, iban de lobos todo el rato, los pringadillos tampoco y algún que otro más por ahí también iba disfrazado. Disculpen mi equivocación, los pringadillos sí que íbamos disfrazados muchas veces. Es el famosa Teoría de la Gorra, que debemos a nuestro siempre muy estimado gerente. Esa teoría venía a decir lo siguiente: En un sistema dinámico de mercado como el nuestro, es una facultad fundamental la capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias y tareas que la coyuntura laboral propicie. En otras palabras, para que ustedes lo entiendan: "me da igual lo que diga en tu contrato, si quiero que hagas otra cosa que no tiene relación, lo haces y a callar". Vale esta es la versión pura y dura de la hipótesis. La versión real, aquella que se producía, no sin cierta asiduidad era:"erkemao, mira... ¿me haces un favor?". A efectos prácticos es un mandamiento ejecutivo, oculto tras una cortina exhortativa y presentado como una solicitud inocente y empalagosa. Después de este tipo de preguntas es cuando empezaba nuestro carnaval.
Titulación: administrador de sistemas
Función: pringar bajo el pseudónimo de técnico en informática.
Disfraces carnavaleros: administrativo, cobrador, chico de los recados, saco de sparring contra clientes cabreados, etc...
Pues lo que leen señoras y señores, teníamos que hacer todas esas cosas. Ir al cliente, negociar con el la forma de pago, si había que hacer alguna cosas más complicada la administrativa empezaba a mandar balones fuera, para que tú llevaras el tema, porque se supone que tú eres el que trata con el cliente. Teníamos que ir a cobrar a los clientes, con la responsabilidad que eso supone. Tenía que ir a buscar o entregar talones y llevarlos, con la responsabilidad que eso supone. Si había algún problema, tú eras el responsable y no cobrabas más por ello. Y no vean como te recibían algunos clientes cuando les ibas a cobrar. Más de una vez me dijeron en mi empresa: "vete a buscar el talón al cliente X, que ya está preparado" y al llegar, a ese cliente, recibirme con: "Yo no sé nada de ningún talón, vuelve otro día". Al final te daba la sensación de estar haciendo el trabajo de los demás: para que sirve el gerente, el comercial y la administrativa si yo tengo que hacer funciones de ellos. ¿Podré decirle a mi jefe que se ponga a montar equipos y reparar ordenadores? Si todos hacemos de todo, sería lo justo. Menudo desastre de empresa. Todo claro, con el consentimiento y la predisposición de mi jefe, que creo que cada día tenía menos claro lo que significaba llevar un negocio. De esta manera, llevábamos a rajatabla la teoría de la Gorra, y varias veces al día, éramos varias personas diferentes. Que nadie acabara con una esquizofrenia demencial o con trastornos de la multipersonalidad fue un milagro.
19 febrero 2007
Salir en la foto
Cuando empecé a trabajar en aquella empresa de tan nefasto recuerdo, mi jefe parecía un tipo bonachón y jovial. Según él, tenía unas afinidades políticas poco corrientes para lo que correspondería a un empresario y a lo largo del tiempo se autorreafirmaría en ellas contra viento y marea. Pero lo que predicaba y lo que realizaba no tenía mucho que ver. A medida que su ansia de dinero crecía y era estimulada por su acólito principal y por las afortunadas circunstancias que se iban produciendo, la diferencia entre sus teóricos principios y su modo de actuar fue tan grande que no llegaba a verse la relación entre ellos. Fiel a su ambición, derrocó y se apoderó de la presidencia de una asociación importante en mi ciudad. Con el control de esta asociación sus tejemanejes tenían camino libre para el "chanchulleo"*, el "especuleo"** y el "trapicheo". Cierta notable figura pública del aquel entonces vino a la ciudad para algún tema político. Esa figura se supone que estaba en el lado opuesto a las convicciones políticas de mi jefe. Mi mandamás, por otro lado, siempre había abogado por el "no figurar". El negocio se había consolidado con el boca a boca y mi jefe rehuía toda publicidad en los medios. Pero ahora iba a salir en la foto con alguien importante y su narcisismo no podía oponerse a tan suculenta oportunidad. Al día siguiente, con la boca toda llena de vanidad, nos mostraba la fotografía del periódico, donde salía al lado del personaje mencionado. Vaya, vaya, vaya, ¡cómo había cambiado mi jefe! Con gestos como este se descubría su verdadero yo. Sin embargo, toda esta historia no es lo que quiero contar. Lo pérfido viene ahora. Cuando las circunstancias del poder cambiaron y nuevos personajes ocupaban los puestos, mi jefe ya no salía en ninguna foto, así que empezó a enviarnos a todos por correo electrónico los chistes clásicos en los que se ironiza y ridiculiza a los partidos y a los políticos, pero los que habían sido vencidos, aquellos con las cuales él llegó a aparecer en los medios. Es lo que se llama "chaqueteo": ahora te río los chistes, pero como mañana no me sirves, me río de ti. Menuda moral más putrefacta.
Con esta historia sólo quiero reflejar la hipocresía y el cinismo en el que se regodeaba* mi jefe. La falta de escrúpulos. Nos mostraba como todos sus principios eran falsos y carentes de valor, puesto que con cada nuevo acontecimiento se contradecía. Sin embargo, ante tal despropósito seguía firme en su mentira, tratando de hacer válida la máxima de que reiterándote en la mentira hasta el final, consigues que se convierta en verdad.
*, ** Licencias lingüísticas que me he tomado para hacer más amena la narración. Cámbiese "chanchulleo" por chanchullo y "especuleo" no tiene ninguna palabra parecida en el diccionario.
* Según la Real Academia Española:
regodearse.
(De re- y el lat. gaudĕre, alegrarse, estar contento).
1. prnl. coloq. Deleitarse o complacerse en lo que gusta o se goza, deteniéndose en ello.
2. prnl. coloq. Hablar o estar de chacota**.
3. prnl. coloq. Complacerse maliciosamente con un percance, apuro, etc., que le ocurre a otra persona.
** Según la Real Academia Española:
chacota.
(Voz onomat.).
1. f. Bulla y alegría mezclada de chanzas y carcajadas, con que se celebra algo.
2. f. Broma, burla. Tomar a chacota a alguien o algo. Hacer chacota de alguien o algo.
18 febrero 2007
Las percepciones extrasensoriales* de mi jefe
En cierta ocasión apareció muy cabreado por el hueco entre los armarios y la pared que daba paso a nuestro espacio laboral. Si no recuerdo mal nos estábamos riendo por un chiste y fue detectado por sus superdesarrolladas facultades extrasensoriales. Presentóse altivo y arrogante, con muestra de ira malsana en sus enrojecidos óculos y después de soltar sus típicas alocuciones insinuando nuestra torpeza y dejadez, aseveró: "Porque ustedes se piensan que yo no me entero de lo que ocurre en este lado... pero yo percibo todo lo que pasa". Se marchó. Nuevamente con expresión cariacontecida nos miramos como diciendo "y a éste ¿qué le pica hoy?". Debían existir fenómenos paranormales en el local y el gerente era capaz de detectarlos o, a lo mejor, vio los "Cazafantasmas" el día anterior en la televisión. Me pregunto si en esas condiciones te dan un plus de peligrosidad o un extra por disciplina profesional multidimensional. ¡Ah no! Trataba de decirnos que éramos unos vagos y unos holgazanes. Este tipo de afirmaciones son un alma de doble filo: por un lado muestras tu faceta más dura de jefe, dando a entender que controlas todo y a todos, pero por otra parte haces unos comentarios que un pringadillo quemado anota a fuego en su mente enferma y desquiciada, para devolvértelo en el futuro. Y así fue. Me encantó esa frase: "Yo lo percibo todo". Si percibes todo, percibes lo que se deja de hacer (que es lo que te interesa) y lo que se hace de más (que no te interesa percibirlo). Cuando un par de años más tarde tuve una famosa, y más que anunciada en este blog, reunión con este elemento, le recordé esa oración: "en cierta ocasión dijiste que lo percibías todo, ¿cómo es posible que siendo tan listo no te hayas dado cuenta de todo lo que he trabajado todos estos años, de todos los sacrificios que he hecho por la empresa, de todo a lo que he renunciado por sacar adelante este negocio? Dime ¿cómo?, ya que tú lo percibes todo. Me da que tú sólo percibes lo que quieres ". Tragó saliva y calló como un miserable.
* Según la Real Academia Española
percepción.
1. f. Acción y efecto de percibir.
2. f. Sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos.
~ extrasensoria, o ~ extrasensorial.
1. f. percepción de fenómenos sin mediación normal de los sentidos, comprobada al parecer estadísticamente.
17 febrero 2007
Utilizar a los clientes me parece muy mal
Recuerdo perfectamente como mi jefe me decía todo embaucador y ponzoñoso: "llévale el ordenador a tal cliente y trátal@ muy bien. Explícale como funciona todo: escáner, internet, impresoras, programas, instálale además tal software o tal otro, créale cuentas de messenger, etc, etc, etc. Tómate el tiempo que necesites y tal y cual". Y yo con la mosca en la oreja: "¿Por qué a est@ cliente sí se le trata tan bien y a otros no?" Con el tiempo me enteraba de que eran directivos de tal cosa o gente que trabajaba en el departamento de tal organismo o que llevaban temas de los que podíamos sacar provecho. Hasta ahora todo bien. Tú me rascas la espalda y yo te rasco la tuya. Nada de cosas raras o ilegales. Pero que pasa, que como muchas historias de amor, acaba sin perdices. "Donde hoy te digo: te quiero, mañana te digo: lo nuestro no podía ser. Cuando ya no eran útiles porque se había o no se había conseguido lo que la empresa quería, ya no era necesario tratarlos tan bien y ese cambio de actitud de un día para otro, lo notaban los interesados. Al final perdimos clientes de esta forma. Lo que más me desagrada, es que, en general, eran buena gente y tampoco querían un trato especial, sino simplemente eran unos clientes más. Pero mi empresa era así y los pringadillos teníamos que aguantar y obedecer. Otro hecho luctuoso que me llenaba de pesar y de rabia era que a otros buenos clientes a los que se había tomado demasiada confianza, se les vendía material usado o de peor calidad como si fuera bueno. Algunos de ellos se dieron cuenta y cuando expresaron su malestar y se fueron a otra tienda les ocurrió como a todos los empleados que salieron de aquella empresa, es decir, el jefe acabó "rajando" de ellos.
16 febrero 2007
La abadía del crimen
No era infrecuente que cuando los pringadillos nos encontrábamos en reparaciones o haciendo las guardias, los chistes y las risas formaran parte del ambiente diario. Eso nos relajaba, mantenía fuerte las relaciones y distendía mucho el ambiente, haciendo que las horas pasaran más rápidamente. Toda empresa que se precie, las tiene, y desde mi punto de vista favorece la productividad porque un empleado feliz y contento es un empleado que está dispuesto a hacer sacrificios por la empresa y trabaja con más diligencia. Durante la Alta Edad Media de mi empresa (época oscura, primeros años en el garaje y primeros años en el nuevo local) resultaba más fácil reírse, y era más sano que cuando llegó la Baja Edad Media y el Renacimiento (a partir del año 2003 más o menos). Por alguna razón inconcebible, para mi jefe y sus secuaces, las risas y los chistes eran símbolo de gandulitis y ociosidad. De esta forma, cualquier acto de esa naturaleza era convenientemente reprimido y erradicado. Había dos posibilidades: que lo oyera el acólito, cuyo nivel de rastreo estaba más allá de cualquier radar de última generación (era capaz de detectar risas pringadillas a través de las paredes y cristales y mamparas), o que te oyera el jefe, en cuyo caso, sus movimientos eran tan rápidos como los de un colibrí con picor en las orejas. Aún no habías entendido el chiste y ya lo tenías encima con cara de mala leche, dispuesto a echar una bronca. A veces venían los dos a ver de que nos reíamos, y a veces, también te soltaba la típica frasesita de película: "Venga, cuéntame de que te ríes y así nos reímos todos". En mi empresa sólo podías carcajearte de sus chistes o de las bromas de personas concretamente especificadas por él (acólitos, secuaces, pseudoclientes peloteros, pseudoclientes poderosos y alguna que otra especie que pululaba por el lugar). Además tenían vigías y chistómetros con patas que les avisaban de posibles brotes de insubordinación, es decir, que intentáses ser feliz sin el permiso empresarial. Ya les digo, la abadía del libro de Umberto Eco, era el club de la comedia comparado con mi empresa. Y Jorge de Burgos (el ciego benedictino) un payaso risueño al lado de mi gerente. En mi empresa la gente no acababa con la lengua morada, pero si te reías te las hacían pasar moradas.