Hubo muchas ocasiones en que la viveza de los clientes y la dejadez o permisividad del jefe nos dejó en situaciones comprometidas. La tesitura era tal que cualquier decisión que tomaras, te perjudicaba. De esta forma, si ponías en duda la palabra del cliente, podías ser amonestado por el propio cliente o por la empresa, la cual, como ya hemos visto, tenía un criterio muy especial para defender a sus empleados. La que voy a contar, también sucedió un sábado por la mañana (ver El día que vino la policía). Esta vez, un cliente con cierto "poder" sobre la empresa, impuso su ley, al margen de cualquier reprobación. Expliquemos los antecedentes: cliente de toda la vida, profesional liberal de prestigio, gerente susceptible de ser manejado por clientes sin escrúpulos bajo la máscara del dinero o del elitismo.
Una mañana de sábado se encontraban dos de los pringadillos del turno de tarde (y de mañana los sábados) comenzando sus labores. Era temprano, el reloj aún no marcaba las 9. Se recibe una llamada. Un conocido cliente está al otro lado del aparato. Las órdenes eran muy simples: "ayer hablé con tu jefe y me dijo que iban a venir hoy por la mañana a mi casa a arreglarme el ordenador". Nos preguntamos y ninguno de los trabajadores sabía nada al respecto. Claro, no le podíamos decir al cliente que no sabemos nada y poner en duda su palabra. Le estaríamos llamando mentiroso, y claro, siendo un cliente conocido e "idolatrado" por el jefe... no sería muy prudente contradecirle. Táctica de escapada, le digo:" sólo somos dos, estamos acabando cosas y no podemos salir de la empresa, porque no podemos cerrarla". Respuesta del cliente: "a ver, a mí tu jefe me dijo que hoy por la mañana me iban a arreglar el ordenador, en mi casa". Le seguimos insistiendo, y le aconsejamos que traiga el ordenador a la empresa o que venga a recoger a uno de nosotros para llevarle. Respuesta del cliente:"el ordenador se tiene que arreglar en mi casa y yo no puedo ir a recoger a nadie. Tu jefe me prometió que un técnico vendría aquí por la mañana". Imposible discutir con él. Según lo que he contado fechas atrás, la palabra de cualquiera era infinitamente más poderosa que la de los empleados pringadillos. Como mi compañero no conducía lo tuve que llevar yo. Cerramos la empresa y pusimos un cartel advirtiendo a posibles clientes que la empresa no estaría disponible al público esa mañana. Después de dar unas vueltas sin encontrar el domicilio de esa persona, al fin damos con él. No se trataba de su ordenador personal. Se trataba del ordenador de su hijo. Por alguna razón, que ahora permanece en las tinieblas de mi memoria, nos tuvimos que quedar los dos a arreglar ese equipo. La empresa cerrada a cal y canto. Se pasó el turno de trabajo y directamente nos fuimos para casa. Todo el fin de semana tensos con esto. Yo pensaba: "el lunes va a haber problemas".
Llega el lunes por la tarde. Nos reincorporamos al trabajo. Lo primero que nos dicen es que han llamado clientes quejándose de que la empresa estaba cerrada el sábado. Más acojonadillos que otra cosa comenzamos a trabajar hasta que llegó el jefe unas horas más tarde. Nos pregunta por el fin de semana y le decimos que el cliente X nos llamó y nos conminó a desplazarnos a su casa para arreglarle el ordenador al hijo. El jefe se queda perplejo y nos contesta:"yo nunca le he dicho nada al cliente X". Pero tampoco se enfada demasiado... pero insiste en que eso es un abuso por parte del interesado y que él no ha dicho nada de ir a su casa. Además, nos advierte que no volvamos a dejar la empresa cerrada. Uno como que se queda más tranquilo, pero con una incertidumbre muy acuciante rondando la cabeza. Pocos días después aparece el cliente y mi jefe no le dice absolutamente nada. Se quedan hablando entre tertulias y risas y luego se van a tomar un café. ¿Qué ocurre aquí? El profesional liberal siguió exigiendo trabajos tiempo después, ninguno tan flagrante como el contado, pero en general, con total impunidad.
Una mañana de sábado se encontraban dos de los pringadillos del turno de tarde (y de mañana los sábados) comenzando sus labores. Era temprano, el reloj aún no marcaba las 9. Se recibe una llamada. Un conocido cliente está al otro lado del aparato. Las órdenes eran muy simples: "ayer hablé con tu jefe y me dijo que iban a venir hoy por la mañana a mi casa a arreglarme el ordenador". Nos preguntamos y ninguno de los trabajadores sabía nada al respecto. Claro, no le podíamos decir al cliente que no sabemos nada y poner en duda su palabra. Le estaríamos llamando mentiroso, y claro, siendo un cliente conocido e "idolatrado" por el jefe... no sería muy prudente contradecirle. Táctica de escapada, le digo:" sólo somos dos, estamos acabando cosas y no podemos salir de la empresa, porque no podemos cerrarla". Respuesta del cliente: "a ver, a mí tu jefe me dijo que hoy por la mañana me iban a arreglar el ordenador, en mi casa". Le seguimos insistiendo, y le aconsejamos que traiga el ordenador a la empresa o que venga a recoger a uno de nosotros para llevarle. Respuesta del cliente:"el ordenador se tiene que arreglar en mi casa y yo no puedo ir a recoger a nadie. Tu jefe me prometió que un técnico vendría aquí por la mañana". Imposible discutir con él. Según lo que he contado fechas atrás, la palabra de cualquiera era infinitamente más poderosa que la de los empleados pringadillos. Como mi compañero no conducía lo tuve que llevar yo. Cerramos la empresa y pusimos un cartel advirtiendo a posibles clientes que la empresa no estaría disponible al público esa mañana. Después de dar unas vueltas sin encontrar el domicilio de esa persona, al fin damos con él. No se trataba de su ordenador personal. Se trataba del ordenador de su hijo. Por alguna razón, que ahora permanece en las tinieblas de mi memoria, nos tuvimos que quedar los dos a arreglar ese equipo. La empresa cerrada a cal y canto. Se pasó el turno de trabajo y directamente nos fuimos para casa. Todo el fin de semana tensos con esto. Yo pensaba: "el lunes va a haber problemas".
Llega el lunes por la tarde. Nos reincorporamos al trabajo. Lo primero que nos dicen es que han llamado clientes quejándose de que la empresa estaba cerrada el sábado. Más acojonadillos que otra cosa comenzamos a trabajar hasta que llegó el jefe unas horas más tarde. Nos pregunta por el fin de semana y le decimos que el cliente X nos llamó y nos conminó a desplazarnos a su casa para arreglarle el ordenador al hijo. El jefe se queda perplejo y nos contesta:"yo nunca le he dicho nada al cliente X". Pero tampoco se enfada demasiado... pero insiste en que eso es un abuso por parte del interesado y que él no ha dicho nada de ir a su casa. Además, nos advierte que no volvamos a dejar la empresa cerrada. Uno como que se queda más tranquilo, pero con una incertidumbre muy acuciante rondando la cabeza. Pocos días después aparece el cliente y mi jefe no le dice absolutamente nada. Se quedan hablando entre tertulias y risas y luego se van a tomar un café. ¿Qué ocurre aquí? El profesional liberal siguió exigiendo trabajos tiempo después, ninguno tan flagrante como el contado, pero en general, con total impunidad.
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