Como ya he dicho alguna que otra vez, no todo siempre era malo. Había momentos para el relax y la tranquilidad. Lo que voy a contar ahora no tiene nada que ver con eso, pero es día de Nochebuena y hay que darle un poco de alegría al blog, jajaja ;) Hoy contaré una anécdota que tuve con un cliente, y que demuestra en parte que yo no era tan mal empleado como para haber sufrido lo que sufrí en aquella empresa. Ya, usted pensará que sólo me echo flores y no hago la autocrítica debida. Bueno, es el blog que escribo, y no me voy a poner mal todo el rato :D, además soy mi peor juez, y sí, la autocrítica emana y rodea a todas las entradas que he publicado.
Cierta vez, un cliente nuevo pasó por nuestra empresa. Solicitó un ordenador con determinadas características, o al menos se basó en los presupuestos que le hicimos. No sólo consistía en una torre y monitor, si no también impresora, escáner, módem, etc... Un equipo bastante completo. Además había que llevárselo a la casa e instalarlo. Por alguna razón inexplicable, todo salió mal. Cuando se le entregó el equipo, las características no eran las acordadas y el precio para nada semejante a lo estipulado. Ni que decir tiene que el cliente se encontraba francamente decepcionado. Como encargado de llevar el equipo e instalarlo, me encontraba sólo ante el peligro y me las tenía que apañar para salir airoso del percance. Con buena disposición, sinceramente y con seriedad conseguí evitar el enojo del interesado, conseguí además que se quedara con ese equipo y que nos solicitara otros servicios. Nunca, la expresión dar la vuelta a la tortilla, tuvo tanto sentido. Por supuesto que pasé unos momentos francamente tensos y como cabeza visible de la empresa, era el que iba a recibir todos los golpes, pero aquellos buenos clientes cambiaron de opinión. Cosas similares me habían pasado antes y me pasarían después, pero ninguna tan impresionante como aquella. Los años siguientes, siempre que querían algo preguntaban directamente por mí y siguieron siendo clientes nuestros hasta que la empresa decidió que no le interesaban los usuarios domésticos, a no ser que fueran altos cargos en algún sitio importante. Pero eso es otra historia y será contada más adelante.
Cierta vez, un cliente nuevo pasó por nuestra empresa. Solicitó un ordenador con determinadas características, o al menos se basó en los presupuestos que le hicimos. No sólo consistía en una torre y monitor, si no también impresora, escáner, módem, etc... Un equipo bastante completo. Además había que llevárselo a la casa e instalarlo. Por alguna razón inexplicable, todo salió mal. Cuando se le entregó el equipo, las características no eran las acordadas y el precio para nada semejante a lo estipulado. Ni que decir tiene que el cliente se encontraba francamente decepcionado. Como encargado de llevar el equipo e instalarlo, me encontraba sólo ante el peligro y me las tenía que apañar para salir airoso del percance. Con buena disposición, sinceramente y con seriedad conseguí evitar el enojo del interesado, conseguí además que se quedara con ese equipo y que nos solicitara otros servicios. Nunca, la expresión dar la vuelta a la tortilla, tuvo tanto sentido. Por supuesto que pasé unos momentos francamente tensos y como cabeza visible de la empresa, era el que iba a recibir todos los golpes, pero aquellos buenos clientes cambiaron de opinión. Cosas similares me habían pasado antes y me pasarían después, pero ninguna tan impresionante como aquella. Los años siguientes, siempre que querían algo preguntaban directamente por mí y siguieron siendo clientes nuestros hasta que la empresa decidió que no le interesaban los usuarios domésticos, a no ser que fueran altos cargos en algún sitio importante. Pero eso es otra historia y será contada más adelante.
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