15 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación III

Aún colorado y agobiado por el trauma sufrido, le fui a contar a mi jefe el resultado de las negociaciones, cual perrillo bobalicón que va a lamer la mano a su amo después de recibir un par de escobonazos. En mi interior me sentía contento y dichoso por la resolución del encuentro telefónico. Había capeado el temporal saliendo victorioso. Había ganado una nueva batalla para la empresa. Estaba malherido pero había conquistado el pendón del enemigo. Pensaba que eso me valdría puntos para mejorar en la organización y el reconocimiento por parte del gerente a mi abnegada dedicación (ja, ja y ja; puntos sí que me hacían falta, ¡pero en la cabeza!, después de un transplante de cerebro porque el mío no funcionaba). Como iba diciéndo, hice un resumen al gerente de mi lucha a través de las líneas de cobre y de como el vil y rebelde programador había claudicado, mordiéndo el polvo ante mis poderosos argumentos. Mi jefe se frotaba las manos de satisfacción (y como me di cuenta después, de avaricia y ambición). Se le notaba contento, cabal y alegre. A fin de cuentas, estaba logrando lo que pretendía, sin tener que despeinarse un sólo pelo. Otros hacían el trabajo sucio y corrían los riesgos. Mientras tuviera vasallos que pusieran su cara, tragaran toda la mierda y no cobraran por ello, ¡que más se le podía pedir a la vida! ¡Ah sí!, la vida le iba a dar más alegrías, sus ardides y pérfidas palabras ya trabajaban en otro campo desde hacía algún tiempo, premeditando la caída de los que ahora tan fielmente le servíamos. Pero eso es otra historia, y será contada en su momento.
Siguiendo el hilo de la narración: me había citado con el programador. Después de un par de nuevas llamadas me indicó su dirección y me presenté allí. Creo que se trataba de una tarde. Ese día tenía carta blanca en la empresa para tomarme el tiempo que hiciera falta, irme mucho antes para pasar por donde el programador y regresar más temprano a mi casa. Total libertad de acción. Yo era el depositario de la salvación (y los chanchullos de la empresa). Cual adalid de noble causa y altiva postura, pisé con valor y coraje, tierras enemigas. El profesional me saludó con amabilidad, sin resentimiento. Sabía que, como en la anterior ocasión, yo no era sino el peón de un macabro juego, dirigido por una mente oculta, agazapada, ávida y sin escrúpulos que no le importaba sacrificar cualquier medio con tal de lograr sus objetivos. Me acompaño hasta la casita del jardín donde el ordenador permanecía silencioso y olvidado desde hacía largo tiempo. Algunas telas de arañas tapizaban aquí y allá las paredes y vidrieras del recinto. Hojas secas y detritos cubrían el suelo con muestras de desorden y abandono. Nadie había entrado allí desde épocas pretéritas. Arriba, sobre una mesa, una gran torre acaparaba la mirada. Allí yacía, allí se encontraba...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

y qué pasoooooooo?????!!!!!!!!!!!

Erkemao dijo...

jajaja, paciencia :P

Anónimo dijo...

Como te rayas a veces, eh? esto parece una novela de misterio...

Erkemao dijo...

¡Hay que darle algo de emoción! Si no, se me aburren los lectores ;)