Como ya había comentado en el post anterior, el cambio de turno era una manzana envenenada. Al principio parecía una liberación de las frustrantes cargas de la tarde, y eso de ir los sábados a trabajar a primera hora (meticulosamente controlado) después de acabar los viernes a las 12 de la noche o más tarde, como que reventaba "un poco". No se trata de una circunstacia física, sino más bien mental. A lo mejor en un trabajo en el que estés a gusto y no te estén "puteando" todo el rato, se lleva mejor. En nuestro caso, se llevaba muy mal. Bien, con este nuevo horario, comencé una larga etapa de trabajo de sol a sol, porque literalmente se puede expresar de esa manera. Mi horario en vez de ser de 8 a 3 como el de el resto de compañeros de turno, se prolongaba hasta las 7 u 8 de tarde, con lo que volví a dejar de ver las puestas de sol, que tanto anhelaba cuando estaba de tarde. La razón de esta circunstancia se irá aclarando poco a poco. Para empezar a comprenderla les contaré el sistema de mantenimientos a empresas. Cuando estaba en el anterior turno, la organización había llegado a acuerdos con ciertos clientes (empresas en su mayoría) para llevarles mantenimientos. Algunos clientes particulares también se beneficiaban de este servicio, pero eran los menos y lo digo con mucho cariño, no daban excesiva lata. En pocas ocasiones tuve que cubrir esos mantenimientos, pero cuando se produjo el desafortunado cambio de puestos en la empresa, me tuve que quedar casi al 100% con el peso de esos contratos. El negocio pretendía, con claúsulas muy permisivas y bajo coste, atraer un gran número de clientes, que de forma conjunta generarían un beneficio importante y con relativamente poco esfuerzo, si se hacían bien las cosas. No recuerdo las tasas, pero sobre 2.000 pesetas por equipo y semana/o mes¿? en el que se incluía todo el tiempo de mano de obra y los desplazamientos. Esa era la teoría. El anterior compañero de la mañana llevaba el tema más o menos controlado, pero no tanto, ya que estaba pasado de vueltas con el estrés y con el trato que nos dispensaba cada día. Al ponerme a mí al frente de las nuevas tareas se producía una serie de dificultades: apenas había trabajado con redes en temas de configuración y optimización, apenas conocía los intríngulis de las empresas o los clientes, empezaba a hacerme mella el cansancio de años anteriores, no había una subida de sueldo acorde a las nuevas responsabilidades y se exigía que estuviera al mismo nivel que alguien que llevaba varios años desempeñando esos cometidos. Para colmo, los contratos de mantenimientos estaban tan mal diseñados que prácticamente daban carta blanca a los clientes para tener un servicio exclusivo todo el tiempo y con un coste ridículo. Esto alentó a las empresas a estar continuamente sobre la organización y sobre mí...
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