21 diciembre 2006

Los finiquitos perdidos

Dejando un poco el tema navideño-festivo, el cual ha acaparado la última de semana de entradas, voy a contar uno de los muchos errores que cometí en esa empresa. Se puede ver desde dos puntos de vista: desde el trabajador que no exige sus derechos por miedo a la reacción empresarial, por no causar malestar o por no comprometer a la empresa cuando pasa dificultades económicas, con la esperanza de que esta responda en épocas de vacas gordas, y desde el punto de vista del empresario, que pasa olímpicamente de sus obligaciones porque no le da la gana darte tu dinero o porque espera que se cumpla el plazo para que no se le reclame.
El asunto en cuestión fue la pérdida de dos finiquitos que tuve en el periodo anterior a 2001. En esta época, como contaba en anteriores entradas, la empresa me hacia la jugada de cambiarme de organización cada seis meses para evitar dejarme fijo. Evidentemente, al término de cada contrato lo estipulado es pagar el finiquito. Se supone que de forma voluntaria la empresa debe hacerlo, sin necesidad de tener que reclamárselo. En mi caso, y en el de mucho trabajadores, si quieres tus derechos debes pelearlos. Yo perdí los dos finiquitos por aguantar y no exigirlos, pensando que la empresa entendería el esfuerzo que estaba haciendo para no comprometer su situación económica, pero aguardando a que una vez las cosas mejorasen, el negocio no tuviera inconveniente en pagar lo debido. ¡Qué iluso! Tanto la primera como la segunda vez, mi compañero, que también se encontraba en la misma tesitura, cambio el dinero por material (monitor, placa base, etc...) y me decía: "Ya que sé que no me va a dar el dinero, por lo menos que me pague con otra cosa. Haz lo mismo o lo pierdes". Yo que soy muy cabezota a veces, le respondía que esto es una deuda de la empresa, independiente de plazos legales de pago y cualquier circunstacia. Es una deuda y la empresa me pagará cuando pueda. Pasaron un año y medio y volvió a ocurrir lo mismo. De la misma manera me habló mi compañero y de la misma forma le respondí yo. El tiempó siguió pasando y yo no veía ni un duro, ni siquiera un mínimo interés por parte de la empresa en pagar o hacer un gesto tipo: "sé que te debo un par de finiquitos y en cuanto pueda te pago". Un día me presenté ante mi jefe y le dije: "tienes unas deudas pendientes conmigo (por supuesto que no se acordaba, pero débele tu algo para que veas que no se olvida)y como veo que la empresa siempre tiene "problemas", prefiero renunciar al dinero y que me pagues con material". Mi jefe no tenía muy claro eso de las deudas, me dijo que lo miraría (nunca lo hizo) y que bueno, me llevara mercancía en precio equivalente a lo adeudado. Así lo hice, pero me quedó todavía un remanente a favor, puesto que a parte de los finiquitos existían otros deudas insatisfechas. Saqué el material e hice una factura que se supone debía ser anulada o saldada por el negocio. Pués no, la factura se quedó como factura y yo como moroso. Jajaja, increíble. Pasé de ser acreedor a ser deudor de lo que me debían a mí. A genios como este deberían darle el Nobel de economía.

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