19 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación VII (la conclusión)

La conclusión más interesante de todo este desacierto se produjo en las Navidades de ese año de 2001. Mi jefe quería aprovechar ese momento para comercializar el programa entre los empresarios de la ciudad, que se veían acorralados por la caducidad de sus aplicaciones. Así los meses anteriores ya había estado en contacto con muchos propietarios de negocios. Claro, es difícil vender y enseñar un programa que ni tú mismo controlas (incluso teniendo en plantilla algún comercial agresivo y mucha verborrea y fantasía), a no ser que tengas algún empleadillo que se dedique a hacerle el trabajo a las PYMEs. Por supuesto, de forma gratuita, de esa manera tu jefe queda muy bien ante los interesados y gana prestigio. Mi superior, según mi criterio, no se atrevía pedírmelo directamente porque sospechaba que yo exigiría una compensación. Así intentó forzar las cosas, soltando las típicas indirectas de que la empresa tenía dificultades, de que todos teníamos que arrimar el hombro, de que había que hacer un esfuerzo, de que la empresa se sacrificaba mucho y los empleados tenían muchas ventajas y no demasiadas obligaciones y patatín patatán (esta última expresión era frecuentemente utilizada por mi jefe). Algunas de estas cosas las decía directamente, otras disimuladamente y otras poniendo carita de perrito abandonado.
Teníamos un cliente nuevo que inauguraba una zapatería en esas fechas. Le llevé el equipo, impresora de tickets, lector de códigos de barra y resto de aparatos, además de instalarle la aplicación y explicar someramente su uso a una de las chicas de la tienda. Siempre estaba en contacto telefónico para cualquier duda o consulta que se pudiera producir. Me desplazaba de vez en cuando unas calles más abajo para explicarles (como buenamente podía) como usar el software. Lo que no hice, fue irme por las mañanas en mi tiempo libre a darle de alta productos y estar allí continuamente supervisando el funcionamiento del programa. Notaba que mi jefe estaba ansioso y esperando que cometiera el mismo error que años atrás, es decir, trabajar en mi tiempo de vida para que él quedara bien delante de los clientes, pero sin pagar ni un sólo minuto de semanas de trabajo. Sin meditarlo ni tener remodimientos, simplemente no volví a caer en la trampa, a pesar de que el gerente me rondaba esperando que claudicara. A partir de aquel momento, en el cual su imagen quedó levemente deteriorada a la vista de algunos clientes, la relación conmigo se volvió algo más fría, seca y vengativa. Un año y pico después, ya fue complemente pendenciera. Una de las cosas que no podía soportar mi jefe era quedar en evidencia, y les puedo asegurar que quien lo pusiera en esa tesitura, era motivo de su encubierta represión.

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