29 diciembre 2006

¡Feliz 2007!

Hoy no me extenderé en agonías existenciales laborochungas. Seguramente no toque un ordenador en varios días, así que se salvarán, queridos lectores, de que les aburra el Fin de Año ;)

Desearles a todos una muy divertida Nochevieja y un muy buen comienzo de año y que dure por lo menos 12 meses.

¡¡¡ Feliz Año 2007!!!


28 diciembre 2006

El estrés de los mantenimientos

Ciertamente los contratos de mantenimiento eran una atadura de manos para mi empresa. Los clientes abusaban sin ningún tipo de consideración, gracias al amplio abanico de posibilidades que las cláusulas no habían cerrado. Se intentaron mejorar algo con el tiempo, pero en el momento en que la empresa se puso firme, los clientes desaparecieron. La empresa entregó móviles a todos los empleados y era nuestro modo de comunicación con la sede y con los clientes, además se podía hacer uso particular de él, con un límite de unos 12€. Yo seguía escrupulosamente estas normas y pagaba puntualmente mis gastos de telefonía adicionales, a pesar de que muchas veces llegué a dudar tener que satisfacer gastos a la empresa cuando ella a mí no me pagaba mi esfuerzo extraordinario. En cualquier caso, sé que puedo dormir tranquilo, porque nunca incumplí nada ni me aproveché de la empresa para uso personal. Esto puede sonar ciertamente gilipollas, pero uno se queda muy a gusto sabiendo que no le pueden cuestionar nada. Los clientes con mantenimientos conocían mi número de teléfono y siempre me estaban llamado para cualquier circunstancia, desde las más estúpidas hasta otras realmente importantes. La empresa era conocedora de que muchos clientes, basándose en el contrato llamaban por nimiedades, que muchas veces ni eran cubiertas por los acuerdos, pero se hacía la sueca y permitía que se nos diera caña, en particular a mí. Así me pasaba todo el día de un lado para otro resolviendo estupideces, que no se cobraban y que además hicieron correr el rumor en la empresa de que me dedicaba a ir de paseo con el coche todo el día. Mi responsabilidad era atender las llamadas de los clientes, por lo tanto tenía un tiempo de respuesta que era de 24 horas. Este tiempo era teórico, porque los clientes podían más que la propia empresa y conseguían hacer que dejara a la mitad lo que estaba haciendo, o dejara colgado a cualquier interesado para desplazarme a atender esas llamadas. El teléfono sonaba constantemente, y si no era un cliente reclamando mi presencia o echándome una bronca, era el jefe exigiéndome que dejara todo para desplazarme a otro interesado o "amigo" suyo. Eso significaba que luego tenía que volver a seguir lo que había dejado parado y el tiempo pasaba... así se me hacían las 7, las 8, las 9 de la noche... sin desayunar, sin comer, sin merendar, y a toda leche en la carretera... con un estrés inenarrable. Luego llegaba a casa, y de nuevo a buscar soluciones a los problemas del trabajo... Se hacía las 3, las 4, las 5 de la mañana... A las 7 de nuevo en pie, después de pegarme 2 ó 3 horas dando vueltas en la cama, temiendo lo que podía suceder al día siguiente... para luego oír o percibir frases como: "A erkemao se le pegan las sábanas", "tiene un horario flexible", "se da paseos con el coche....". Mientras tanto mi jefe no paraba de quejarse de los abusos de los clientes en mantenimiento, a la misma vez que hacía nuevos contratos en las mismas condiciones. Teníamos clientes que incluso antes de las 8 de la mañana ya estaban llamando y apurando, todo bajo las palabras escritas en los acuerdos. Por supuesto, para mí ni una palabra de aliento ni de consideración, al contrario, mi jefe opinaba, según mi criterio, que me estaba dando un sueldo que no me merecía. El próximo día más ;)

27 diciembre 2006

Las meteduras de pata con los mantenimientos

Como ya había comentado en el post anterior, el cambio de turno era una manzana envenenada. Al principio parecía una liberación de las frustrantes cargas de la tarde, y eso de ir los sábados a trabajar a primera hora (meticulosamente controlado) después de acabar los viernes a las 12 de la noche o más tarde, como que reventaba "un poco". No se trata de una circunstacia física, sino más bien mental. A lo mejor en un trabajo en el que estés a gusto y no te estén "puteando" todo el rato, se lleva mejor. En nuestro caso, se llevaba muy mal. Bien, con este nuevo horario, comencé una larga etapa de trabajo de sol a sol, porque literalmente se puede expresar de esa manera. Mi horario en vez de ser de 8 a 3 como el de el resto de compañeros de turno, se prolongaba hasta las 7 u 8 de tarde, con lo que volví a dejar de ver las puestas de sol, que tanto anhelaba cuando estaba de tarde. La razón de esta circunstancia se irá aclarando poco a poco. Para empezar a comprenderla les contaré el sistema de mantenimientos a empresas. Cuando estaba en el anterior turno, la organización había llegado a acuerdos con ciertos clientes (empresas en su mayoría) para llevarles mantenimientos. Algunos clientes particulares también se beneficiaban de este servicio, pero eran los menos y lo digo con mucho cariño, no daban excesiva lata. En pocas ocasiones tuve que cubrir esos mantenimientos, pero cuando se produjo el desafortunado cambio de puestos en la empresa, me tuve que quedar casi al 100% con el peso de esos contratos. El negocio pretendía, con claúsulas muy permisivas y bajo coste, atraer un gran número de clientes, que de forma conjunta generarían un beneficio importante y con relativamente poco esfuerzo, si se hacían bien las cosas. No recuerdo las tasas, pero sobre 2.000 pesetas por equipo y semana/o mes¿? en el que se incluía todo el tiempo de mano de obra y los desplazamientos. Esa era la teoría. El anterior compañero de la mañana llevaba el tema más o menos controlado, pero no tanto, ya que estaba pasado de vueltas con el estrés y con el trato que nos dispensaba cada día. Al ponerme a mí al frente de las nuevas tareas se producía una serie de dificultades: apenas había trabajado con redes en temas de configuración y optimización, apenas conocía los intríngulis de las empresas o los clientes, empezaba a hacerme mella el cansancio de años anteriores, no había una subida de sueldo acorde a las nuevas responsabilidades y se exigía que estuviera al mismo nivel que alguien que llevaba varios años desempeñando esos cometidos. Para colmo, los contratos de mantenimientos estaban tan mal diseñados que prácticamente daban carta blanca a los clientes para tener un servicio exclusivo todo el tiempo y con un coste ridículo. Esto alentó a las empresas a estar continuamente sobre la organización y sobre mí...

26 diciembre 2006

Regreso al turno de mañana

Como pringadillo del turno de tarde tuve la oportunidad de vivir muchas experiencias místico-sadomasoquistas en aquellas tardes y mañanas de sábado que discurrieron a lo largo de casi tres años. Hacia principios del 2002 (fecha que recuerdo vagamente y que podría ser antes o después) mi jefe me llamó de nuevo para cambiarme el turno. No puedo negar que me alegré un montón porque no soportaba el ritmo que estaba llevando hasta ese momento. El pensar que tendría un horario fijo de lunes a viernes, y que saldría como todo el mundo, a las 3 de la tarde, me llenaba de júbilo. Como todo en mi empresa, eso era otro espejismo. Era un regalo con sorpresa, y muy desagradable. Este cambio vino motivado, a mi entender, por la pujanza de alguna compañera nueva, que estaba ganando terreno, la consolidación del compañero comercial cuyas ideas tenían cada vez más peso en las decisiones del jefe hasta el punto de que él llevaba los pantalones en la empresa, y la innegable esencia maligna del gerente que empezaba a aflorar en forma de ambición y codicia ilimitada. Si no me equivoco, por esa época, mi jefe ya estaba moviendo los hilos de sus nuevas aspiraciones, que no sólo consistían en orientarse hacia el software, sino también, meterse en los politiqueos y subvenciones; campo, que le reportaría pingües beneficios con menor esfuerzo y que nos supondría la autofagocitación del negocio. El claro ejemplo de este proceso nace cuando se me propone el cambio de turno. Sólo cuando un espacio en la empresa no ha podido ser cubierto por nadie, he sido yo el encargado de ocuparlo. Esto significa que no se me escogía por mis cualidades o características, sino porque no existía nadie más para poner. Siempre el último o el penúltimo en la cola a pesar de demostrar día a día y con esfuerzo, trabajo y tesón mis aptitudes para el puesto. Aún así tenía un compañero que las pasó realmente canutas y a medida que pasaba el tiempo también fue a peor.
La teoría del desplazamiento que hipotéticamente sucedió en mi empresa es, a mi entender, la siguiente: compañera que vino en prácticas y de ascensión pujante obliga a desplazar al compañero que estaba llevando el peso técnico por las mañanas. Este compañero para ser reciclado, es empujado hacia el puesto de logística, del cual no tiene n.p.i. y no le gusta, lo que va a producir muchos problemas de adaptación y funcionamiento a corto, medio y largo plazo (lamentablemente conozco otra razón dada por la misma gerencia, pero que en este momento no puedo exponer). La compañera de logística es literalmente empujada de su puesto ( el cual le gusta y domina) hacia una nueva ocupación que la empresa crea para llenar el vacío que está produciendo con su actuación. Esta nueva tarea consiste en aprender y comercializar programas creados por la empresa y colaboradores, pero que sin una sólida base por parte de la organización, no llegan a cuajar en promoción y ventas. El puesto que ocupa la nueva compañera queda cojo, porque se necesita alguien que trabaje en la calle y se desplace a los clientes. De esta manera, el currante de la tarde que puede hacerlo soy yo. Al final de esta macabra operación se había conseguido desubicar a 2 personas que dominaban sus puestos dejando en precario estado parte de los cimientos de la empresa. Dos personas más habíamos sido reubicadas, pero no significaría un problema porque la capacidad de adaptación y trabajo supliría a medio plazo este desatino. Las consecuencias posteriores se traducirían a largo plazo en la eliminación de mi departamento; posiblemente después, en el cierre de la empresa, y en mi caso particular,en un par de años aún más horribles que los que había tenido, a los cuales siguieron otros dos aún peores.

24 diciembre 2006

¡Feliz Navidad!

Desaciertos convertidos en aciertos

Como ya he dicho alguna que otra vez, no todo siempre era malo. Había momentos para el relax y la tranquilidad. Lo que voy a contar ahora no tiene nada que ver con eso, pero es día de Nochebuena y hay que darle un poco de alegría al blog, jajaja ;) Hoy contaré una anécdota que tuve con un cliente, y que demuestra en parte que yo no era tan mal empleado como para haber sufrido lo que sufrí en aquella empresa. Ya, usted pensará que sólo me echo flores y no hago la autocrítica debida. Bueno, es el blog que escribo, y no me voy a poner mal todo el rato :D, además soy mi peor juez, y sí, la autocrítica emana y rodea a todas las entradas que he publicado.
Cierta vez, un cliente nuevo pasó por nuestra empresa. Solicitó un ordenador con determinadas características, o al menos se basó en los presupuestos que le hicimos. No sólo consistía en una torre y monitor, si no también impresora, escáner, módem, etc... Un equipo bastante completo. Además había que llevárselo a la casa e instalarlo. Por alguna razón inexplicable, todo salió mal. Cuando se le entregó el equipo, las características no eran las acordadas y el precio para nada semejante a lo estipulado. Ni que decir tiene que el cliente se encontraba francamente decepcionado. Como encargado de llevar el equipo e instalarlo, me encontraba sólo ante el peligro y me las tenía que apañar para salir airoso del percance. Con buena disposición, sinceramente y con seriedad conseguí evitar el enojo del interesado, conseguí además que se quedara con ese equipo y que nos solicitara otros servicios. Nunca, la expresión dar la vuelta a la tortilla, tuvo tanto sentido. Por supuesto que pasé unos momentos francamente tensos y como cabeza visible de la empresa, era el que iba a recibir todos los golpes, pero aquellos buenos clientes cambiaron de opinión. Cosas similares me habían pasado antes y me pasarían después, pero ninguna tan impresionante como aquella. Los años siguientes, siempre que querían algo preguntaban directamente por mí y siguieron siendo clientes nuestros hasta que la empresa decidió que no le interesaban los usuarios domésticos, a no ser que fueran altos cargos en algún sitio importante. Pero eso es otra historia y será contada más adelante.

23 diciembre 2006

Las incomprensibles palizas de última hora

Aunque el título de la entrada suene muy violento, no me refiero a confrontamientos físicos ni a ningún otro tipo de violencia gratuita por parte de la empresa... Creo que mejor corrijo mis palabras, porque lo de violencia gratuita tal vez pueda ser aceptado.
Todavía no he abandonado aquellos maravillosos primeros años de esfuerzo y servidumbre, donde el sol calentaba con sus rayos y los pajaritos cantaban alegres en las ramas de los arbolitos. Por aquel entonces, confome a nuestra condición de pringadillos, nos veíamos envueltos en argucias y sinsentidos de forma habitual. Una de las tétricos ejemplos que puedo recordar y que se repitieron varias veces, son los encargos demorados hasta última hora. Me explico. Por ejemplo, mi jefe había llegado a un acuerdo con un cliente para entregarle 20 equipos nuevos. Disponíamos de un mes o dos meses para hacerlo. Teniendo en cuenta el trabajo y el esfuerzo que se realizaba cada día, lo correcto y lógico sería ir ensamblándolos a partir de las últimas dos semanas, o incluso antes. De esta manera, cuando llegara la hora de la entrega todo estaría correcto y en condiciones. ¿Por qué hacer las cosas sencillas, cuando se pueden complicar hasta la saciedad? Eso debía pensar mi jefe. Así que hasta el día anterior a la entrega no había nada hecho, y no había llegado el material. ¡Me encanta la presión! Pues en pocas horas había que hacer el trabajo que se podía haber realizado con calma y perfección en días anteriores. Todo con prisas, montar un montón de equipos con hardware que no conocíamos, que además debían llevar todos su sistema y tener suerte de no fallar, porque el material que se traía era bastante justo. Claro, como no daba tiempo, teníamos que continuar fuera de horas de trabajo: con agobio, presión, indirectas y sin cobrar. Y que no se te ocurriera ni rechistar, porque entonces ofendías a la empresa. Resulta macabro. ¿Por qué se hacía esto así? Desde el punto de vista del que les escribe, no se debía a un problema económico de la empresa para conseguir el hardware, no se debía a errores en el transporte... se debía a que a mi jefe le interesaba sacar el mayor beneficio posible a esa mercancía. Si negociaba unos equipos de determinadas características con base a entregarlos meses después, lo más lucrativo es esperar hasta el último momento y comprar el material sensiblemente más barato que lo presupuestado. Habitualmente ocurría eso. Pasaba el tiempo y los componentes bajaban de precio. Como lo que se presupuestaba iba a misa, lo que se vendía ya estaba algo obsoleto en el momento de la entrega. Además, hacía trabajar a sus empleados fuera de hora y sin pagar ese tiempo. Más beneficio. Además, se "vengaba" de los que él consideraba vagos, es decir, nosotros. Más beneficio personal para él. Pero claro, no se encontraba allí a altas horas de la noche supervisando o echando una mano. Sin embargo sí exigía que todo estuviera bien costara lo que costara ( a los demás).

22 diciembre 2006

Los trabajos de redes adeudados

En esta nueva ocasión, y siguiendo el hilo de la narración anterior, mencionaré otra de las deudas demostrables que me quedó pendiente en esa empresa en la que trabajé. Hace unas semanas en el post titulado Los traidores al jefe, comenté como, a parte de los pringadillos oficiales, existía otro miembro que también estaba en una situación algo mejor que la nuestra pero lejos de la idónea. Este compañero se dedicaba a montar las redes físicas para clientes, a parte de instalaciones eléctricas y telefónicas. También llevaba temas de configuración. Cuando él dejó estas actividades, a principios del año 2000, no había nadie para hacerlas, puesto que el otro compañero que llevaba esos temas, ya estaba liado con otras cosas. Dejar de hacer esos trabajos no sólo suponía mucho dinero, sino perdida de fidelización de clientes y ventas extras. Si un cliente quiere comprar unos equipos y además hacerlos funcionar en red, no va a estar yendo a dos empresas para realizar el trabajo. Prefiere que una se encargue de todo. Eso significa para el negocio: vender ordenadores nuevos, cablear, configurar, vender accesorios, etc... Mucho dinero en horas de trabajo y equipamiento.
Para poder continuar, el jefe y el compañero de la mañana llegaron a un acuerdo y me lo propusieron. Consistía en montar las redes fuera de horas de trabajo, porque no había tiempo para hacerlo en otro momento y repartir entre los tres el tiempo de mano de obra facturado. No eran muchos los trabajos que había que hacer, pero por lo menos yo veía que tiempo el tiempo extra realizado iba a ser bien remunerado. Además con este compañero, el estrés era la nota dominante. No te dejaba ni respirar. De esta forma, se hacían los trabajos bastante rápido. Era una quemada tremenda, pero se supone que bien recompensada. No sé cuantos hicimos al final, pero calculo que unos 7 u 8. Los 4 primeros trabajos fueron abonados conforme a lo estipulado, pero, pero, pero los siguientes no (por lo menos a mí). Pasaba el tiempo y no se satisfacía el importe. El jefe decía que tenía problemas para cobrar esas obras. Tengo mis dudas al respecto. El caso es que pasaron los años y en la misma reunión que le exigí los finiquitos, le reclamé el pago de las faenas, por lo menos en mercancía. Me dio la razón, pero con una cara como de decir: "ahora me vienes con estas". Me llevé mercancía, pero como comenté ayer, ni por el importe adeudado ni de una forma digna. La factura que hice, me convirtió en el principal moroso de la empresa, lo cual nunca entendí. Casi al cierre del negocio se arregló ese tema, pero... con ciertas mentiras. Al final no sólo perdí el dinero que todavía me restaba, sino teniendo en cuenta que la inflación había subido un 20 ó 25% en esos años, habría que sumar la devaluación del valor del dinero para ese intervalo. Tenía que haber seguido el consejo de mi compañero, que me dio a entender años antes; que si no cobraba que me debían de alguna manera no lo vería nunca.

21 diciembre 2006

Los finiquitos perdidos

Dejando un poco el tema navideño-festivo, el cual ha acaparado la última de semana de entradas, voy a contar uno de los muchos errores que cometí en esa empresa. Se puede ver desde dos puntos de vista: desde el trabajador que no exige sus derechos por miedo a la reacción empresarial, por no causar malestar o por no comprometer a la empresa cuando pasa dificultades económicas, con la esperanza de que esta responda en épocas de vacas gordas, y desde el punto de vista del empresario, que pasa olímpicamente de sus obligaciones porque no le da la gana darte tu dinero o porque espera que se cumpla el plazo para que no se le reclame.
El asunto en cuestión fue la pérdida de dos finiquitos que tuve en el periodo anterior a 2001. En esta época, como contaba en anteriores entradas, la empresa me hacia la jugada de cambiarme de organización cada seis meses para evitar dejarme fijo. Evidentemente, al término de cada contrato lo estipulado es pagar el finiquito. Se supone que de forma voluntaria la empresa debe hacerlo, sin necesidad de tener que reclamárselo. En mi caso, y en el de mucho trabajadores, si quieres tus derechos debes pelearlos. Yo perdí los dos finiquitos por aguantar y no exigirlos, pensando que la empresa entendería el esfuerzo que estaba haciendo para no comprometer su situación económica, pero aguardando a que una vez las cosas mejorasen, el negocio no tuviera inconveniente en pagar lo debido. ¡Qué iluso! Tanto la primera como la segunda vez, mi compañero, que también se encontraba en la misma tesitura, cambio el dinero por material (monitor, placa base, etc...) y me decía: "Ya que sé que no me va a dar el dinero, por lo menos que me pague con otra cosa. Haz lo mismo o lo pierdes". Yo que soy muy cabezota a veces, le respondía que esto es una deuda de la empresa, independiente de plazos legales de pago y cualquier circunstacia. Es una deuda y la empresa me pagará cuando pueda. Pasaron un año y medio y volvió a ocurrir lo mismo. De la misma manera me habló mi compañero y de la misma forma le respondí yo. El tiempó siguió pasando y yo no veía ni un duro, ni siquiera un mínimo interés por parte de la empresa en pagar o hacer un gesto tipo: "sé que te debo un par de finiquitos y en cuanto pueda te pago". Un día me presenté ante mi jefe y le dije: "tienes unas deudas pendientes conmigo (por supuesto que no se acordaba, pero débele tu algo para que veas que no se olvida)y como veo que la empresa siempre tiene "problemas", prefiero renunciar al dinero y que me pagues con material". Mi jefe no tenía muy claro eso de las deudas, me dijo que lo miraría (nunca lo hizo) y que bueno, me llevara mercancía en precio equivalente a lo adeudado. Así lo hice, pero me quedó todavía un remanente a favor, puesto que a parte de los finiquitos existían otros deudas insatisfechas. Saqué el material e hice una factura que se supone debía ser anulada o saldada por el negocio. Pués no, la factura se quedó como factura y yo como moroso. Jajaja, increíble. Pasé de ser acreedor a ser deudor de lo que me debían a mí. A genios como este deberían darle el Nobel de economía.

20 diciembre 2006

Las felicitaciones de Navidad

Con esta nueva entrada doy fin al ciclo de post navideños. Les recuerdo que en la ocasiones anteriores se había abordado: la cesta de Navidad, la comida de Navidad y los adornos de Navidad.
Las tarjetas o lo que también se denomina "christmas", son pequeños trozos de cartón decorados qué sirven para demostrar afecto y expresar buenos deseos para las fiestas y para el año venidero. A efectos empresariales, según mi opinión, son un detalle que puede servir para valorar el nivel de relación con empresas y clientes. Por otro lado es una costumbre muy extendida y no seguirla, a veces, conduce a avivar o encender ciertos recelos. Como detalle, no tiene que ser ostentoso, pero dependiendo de quien lo reciba se puede interpretar la sobriedad o lujo de muy diferentes formas, desvirtuando de esta manera, la condición de mero transmisor de ilusiones y buena fe, que es lo que siempre debería ser. No consigo recordar, en este momento, si mi empresa hacía uso de este medio con proveedores y clientes. Sé que nuestra organización recibía tarjetas y presentes por parte de otras empresas y puede que algunos clientes. En mi caso particular, algún cliente me llegó a enviar una felicitación por correo electrónico. Por mi trabajo y escaso tiempo, no era una actividad que realizara nunca, y creo que tampoco me correspondía hacerla. En cierta Navidad, hace pocos años, se pidió a una compañera de diseño la elaboración y inserción en nuestra página web de una felicitación ( y no tarjeta propiamente dicho). Ella, conforme a su criterio, puesto que no se le había dado ninguna indicación precisa, diseñó una con un motivo en la que aparecía algo de carácter religioso. Parece obvio. Es algo apropiado para las fechas. No se va a poner un motivo aludiendo a las carreras de cangrejos en las playas arenosas de atolones tropicales. Bien, como mi jefe tiene una fijación obsesiva con esos temas, cuando vió el resultado en la pantalla, montó en una cólera desproporcionada. Se enfureció como pocas veces. Sólo le faltaba echar espumarajos por la boca. Creo que todos los presentes y todos lo que oímos la historia después, seguimos intentando asimilar que pasó por su cabeza. Bociferaba y gritaba como un energúmeno. No recuerdo las palabras exactas, pero venían a decir algo así como que: no toleraba eso, poco menos que era un insulto y una falta de respeto hacia él, que a quién se le había ocurrido tal desfachatez, que lo que el quería era un pequeño detalle , pero que a nadie se le ocurriera poner un motivo como un nacimiento o una figura... Bueno, y no sé que más cosas. Aquello parecía el principio del Apocalipsis. Históricas son las salidas de tono del gerente ante cosas que no merecían tanto derroche de energía. Alguna más contaré que lo demuestra. Desconozco que le veía mal a todo aquel asunto, pero un simple: "no me gusta, pon otra cosa" creo que hubiera sigo suficiente. Al final no sé como acabó todo. Si se puso otra cosa en la página web o se abandonó todo intento posterior. Tal vez uno de nuestros más entusiastas comentaristas, Nashgoul, pueda aclararnos algo ;) En cualquier caso, no se había hecho antes y nunca más se volvió a hacer, y de esta manera, seguimos gozando de descoloridas fiestas invernales hasta que cerró el negocio un par de años más tarde.

19 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación VII (la conclusión)

La conclusión más interesante de todo este desacierto se produjo en las Navidades de ese año de 2001. Mi jefe quería aprovechar ese momento para comercializar el programa entre los empresarios de la ciudad, que se veían acorralados por la caducidad de sus aplicaciones. Así los meses anteriores ya había estado en contacto con muchos propietarios de negocios. Claro, es difícil vender y enseñar un programa que ni tú mismo controlas (incluso teniendo en plantilla algún comercial agresivo y mucha verborrea y fantasía), a no ser que tengas algún empleadillo que se dedique a hacerle el trabajo a las PYMEs. Por supuesto, de forma gratuita, de esa manera tu jefe queda muy bien ante los interesados y gana prestigio. Mi superior, según mi criterio, no se atrevía pedírmelo directamente porque sospechaba que yo exigiría una compensación. Así intentó forzar las cosas, soltando las típicas indirectas de que la empresa tenía dificultades, de que todos teníamos que arrimar el hombro, de que había que hacer un esfuerzo, de que la empresa se sacrificaba mucho y los empleados tenían muchas ventajas y no demasiadas obligaciones y patatín patatán (esta última expresión era frecuentemente utilizada por mi jefe). Algunas de estas cosas las decía directamente, otras disimuladamente y otras poniendo carita de perrito abandonado.
Teníamos un cliente nuevo que inauguraba una zapatería en esas fechas. Le llevé el equipo, impresora de tickets, lector de códigos de barra y resto de aparatos, además de instalarle la aplicación y explicar someramente su uso a una de las chicas de la tienda. Siempre estaba en contacto telefónico para cualquier duda o consulta que se pudiera producir. Me desplazaba de vez en cuando unas calles más abajo para explicarles (como buenamente podía) como usar el software. Lo que no hice, fue irme por las mañanas en mi tiempo libre a darle de alta productos y estar allí continuamente supervisando el funcionamiento del programa. Notaba que mi jefe estaba ansioso y esperando que cometiera el mismo error que años atrás, es decir, trabajar en mi tiempo de vida para que él quedara bien delante de los clientes, pero sin pagar ni un sólo minuto de semanas de trabajo. Sin meditarlo ni tener remodimientos, simplemente no volví a caer en la trampa, a pesar de que el gerente me rondaba esperando que claudicara. A partir de aquel momento, en el cual su imagen quedó levemente deteriorada a la vista de algunos clientes, la relación conmigo se volvió algo más fría, seca y vengativa. Un año y pico después, ya fue complemente pendenciera. Una de las cosas que no podía soportar mi jefe era quedar en evidencia, y les puedo asegurar que quien lo pusiera en esa tesitura, era motivo de su encubierta represión.

18 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación VI (la continuación)

Hacia septiembre - octubre del año 2001 realizamos nuestras primeras simulaciones de cambio de programa. El traspaso de datos entre las aplicaciones fue imposible, después de muchas peleas y muchas broncas entre las dos empresas. No se podía sin perder parte de la información. Era un problema que seguramente le sucedió a miles de empresas, que cambiaron de software ese año. Las simulaciones resultaron desastrosas. No se parecían en nada las dos aplicaciones (la que llevabámos utilizando varios años y la de reciente adquisición). Acostumbrados a una forma de trabajar, resultaba altamente engorroso adaptarse a un programa nuevo, que además no cumplía partes fundamentales de nuestro funcionamiento. ¿O tal vez sí, y nosotros no lo sabíamos hacer?. Se tuvo de que dar de alta de nuevo casi todos lo artículos, tipos de pago, etc... y seguramente más cosas que controlaban logística y programación. Se crearon etiquetas para cada artículo. Tuvimos la empresa al mínimo durante una semana, en la cual el 90% de los empleados estábamos dedicados a una sóla cuestión, que era el programa. Aquello fue un desbarajuste completo. Las quejas surgían por doquier y el descontento era generalizado. Nos costaba un mundo hacer las facturas y encontrar los datos de los clientes. Pués bien, ese software lo estuvimos utilizando alrededor de un año entero, tras el cual, volvimos a cambiarlo por otro, es decir, otra vez la locura.

17 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación V (la prosecución)

Cuando, el jefe se enteró, al día siguiente, de que era imposible conseguir el código fuente, se disgustó profundamente. Sus planes se habían torcido, y eso no era bueno. Empecé a bajar puntos en la empresa y él tendría que buscar una nueva fómula. La cuenta atrás había comenzado. De alguna forma, ignoro como, se puso en contacto con un fabricante de software de otra comunidad autónoma, que estaban desarrollando una aplicación que reunía en parte las características de lo que ya teníamos, incorporando conjuntamente una aplicación de contabilidad, lo cual redundaba en una mejora significativa de la administración. El gerente, que siempre había tenido en mente desarrollar y comercializar programas adaptados a las PYMEs, no perdió la oportunidad de apuntarse al carro, asociándose a estos programadores para trabajar conjuntamente. Para ello fueron envíados lejos los dos programadores, para estudiar las nuevas aplicaciones, crear el puente con la otra organización y tutelar la exportación de los datos que ya teníamos al nuevo software. Creo que estuvieron unas cuantas semanas allende el mar. Era verano. A su regreso, transcurrió un periodo de formación, básicamente para los compañeros que más iban a utilizar el programa. También se nos dijo algo a nosotros, al club de los pringadillos atardecidos y vespertinos los sábados. Pero de momento, nuestras obligaciones eran muchas y de poco tiempo disponíamos para la "formación". Sé que hubo muchos problemas con los nuevos socios, sobre todo porque había muchas dificultades para traspasar los datos entre las aplicaciones. De esta manera, se acercaba 2002 sin tener el problema resuelto y sin estar la empresa preparada para el euro. Y en este punto vuelve a aparecer un servidor (para los informáticos, el que escribe, no una máquina ;) ). Visto el relativo éxito que tuve gestionando nuestras primeras aventuras en el mundo de los TPV, el jefe consideró que era la persona adecuada para hacer de puente con los clientes y darles formación en el marco de la comercialización del software. Así, empecé a dedicar algo más de tiempo a conocer el programa. En palabras claras (y según mi opinión), el jefe pensó: "necesito un bobo, que trabaje, no cobre y pierda su tiempo(no el de la empresa) enseñando el programa a los clientes y dando de alta su mercancía". Taimado y ladino, empezó a rondarme y a hacerme salir por las tardes a llevar equipos nuevos a potenciales clientes, cuando eso se podría haber hecho perfectamente por las mañanas. De esta forma conseguía ir implicándome y poniéndome en contacto con los interesados. Una de las características que mejor me definieron en la empresa, fue la facilidad de trato con los clientes, que por mi personalidad bastante comunicativa y atenta, hacía que me los ganara de forma sincera y consiguiera además alto grado de fidelidad. Este atributo natural de mi persona fue corrompiéndose a lo largo del tiempo por las circunstancias que me toco vivir en ese infierno.

16 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación IV

Era el Santo Grial de mi empresa. Largamente buscado, largamente codiciado, se presentaba ante mí con un aspecto decrépito e infortunado. Las cicatrices del óxido dibujaban tétricas sonrisas sobre alguno de sus lados. Una capa de polvo oscurecía el crema gris que antaño había lucido. Color depauperado por el devenir de los soles y el corrosivo abrazo del salitre. Estando en aquel mausoleo de software, me dijo el programador que ahí estaba la torre, que le echara un vistazo y que me llevara los datos. No sabía que contestarle y la conversación comenzó a derivar hacia otros derroteros. Me aclaró algo los problemas que tenía con mi jefe y lo que le había parecido la última andanza acaecida un año atrás (El programa de TPV) . Del mismo modo, me comentó que los programas eran el fruto de su trabajo y esfuerzo, y que él lo que le había vendido a la empresa no era el programa, sino la licencia de uso, y que por lo tanto le parecía absurdo que la empresa le reclamara el código fuente, porque éste era su propiedad intelectual. De forma opuesta, mi jefe me había explicado que el desarrollo de ese software era concretamente para nuestra empresa y que el programador se había aprovechado de ese conocimiento para luego crear nuevas aplicaciones para otros clientes; por lo tanto, como la empresa había pagado el esfuerzo, le correspondía la posesión de ese código fuente.
Por otro lado, el programador sabía que la búsqueda desesperada de esos datos no era altruista y para la resolución de un problema puntual en el programa de mi empresa, sino que se utilizaría el código con fines comerciales, modificándolo y adaptándolo para luego ser vendido. Venta de la cual sólo se lucraría mi empresa, quedando el profesional al margen de cualquier recompensa. Aún así, enfadado y todo me dijo:"mira, llévate el ordenador si quieres". Tuve una premonición de esas que te hacen tomar una decisión aún sin haber evaluado todos los elementos y sus consecuencias, pero que sabes que es lo que debes hacer. Le dije: "No, el ordenador se ve que está estropeado, se queda aquí, no me lo llevo". Con el paso del tiempo fui abriendo los ojos y lo empecé a ver todo nítido. No era casual la llegada de los alumnos en prácticas de programación de aplicaciones, ni era casual el que poco a poco fueran adquiriendo relevancia a costa del servicio de montaje y reparaciones. Era todo un plan ideado por mi jefe para poco a poco ir cambiando el negocio hacia el software, donde él veía más posibilidades de grandes y rápidos beneficios. En ese momento me estaba utilizando para conseguir un código, que de otra manera, nunca podría obtener. "Utilizando", esa es la palabra que se encendió en mi cabeza. Fui víctima de un acceso de ira instantáneo. A mi jefe no le interesaba mi esfuerzo, ni mi dedicación, ni mi trabajo, lo único que le interesaba era el fin y usarme como medio sin importar las consecuencias sobre mi persona. Si me hubiera partido un rayo le hubiera importado un comino, siempre y cuando hubiera conseguido su preciado "tesssoro". Me decía con intencionado interés: "más vale quedarse rojo un rato que amarillo toda la vida". Claro, claro, pero él no cambiaría de color.

15 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación III

Aún colorado y agobiado por el trauma sufrido, le fui a contar a mi jefe el resultado de las negociaciones, cual perrillo bobalicón que va a lamer la mano a su amo después de recibir un par de escobonazos. En mi interior me sentía contento y dichoso por la resolución del encuentro telefónico. Había capeado el temporal saliendo victorioso. Había ganado una nueva batalla para la empresa. Estaba malherido pero había conquistado el pendón del enemigo. Pensaba que eso me valdría puntos para mejorar en la organización y el reconocimiento por parte del gerente a mi abnegada dedicación (ja, ja y ja; puntos sí que me hacían falta, ¡pero en la cabeza!, después de un transplante de cerebro porque el mío no funcionaba). Como iba diciéndo, hice un resumen al gerente de mi lucha a través de las líneas de cobre y de como el vil y rebelde programador había claudicado, mordiéndo el polvo ante mis poderosos argumentos. Mi jefe se frotaba las manos de satisfacción (y como me di cuenta después, de avaricia y ambición). Se le notaba contento, cabal y alegre. A fin de cuentas, estaba logrando lo que pretendía, sin tener que despeinarse un sólo pelo. Otros hacían el trabajo sucio y corrían los riesgos. Mientras tuviera vasallos que pusieran su cara, tragaran toda la mierda y no cobraran por ello, ¡que más se le podía pedir a la vida! ¡Ah sí!, la vida le iba a dar más alegrías, sus ardides y pérfidas palabras ya trabajaban en otro campo desde hacía algún tiempo, premeditando la caída de los que ahora tan fielmente le servíamos. Pero eso es otra historia, y será contada en su momento.
Siguiendo el hilo de la narración: me había citado con el programador. Después de un par de nuevas llamadas me indicó su dirección y me presenté allí. Creo que se trataba de una tarde. Ese día tenía carta blanca en la empresa para tomarme el tiempo que hiciera falta, irme mucho antes para pasar por donde el programador y regresar más temprano a mi casa. Total libertad de acción. Yo era el depositario de la salvación (y los chanchullos de la empresa). Cual adalid de noble causa y altiva postura, pisé con valor y coraje, tierras enemigas. El profesional me saludó con amabilidad, sin resentimiento. Sabía que, como en la anterior ocasión, yo no era sino el peón de un macabro juego, dirigido por una mente oculta, agazapada, ávida y sin escrúpulos que no le importaba sacrificar cualquier medio con tal de lograr sus objetivos. Me acompaño hasta la casita del jardín donde el ordenador permanecía silencioso y olvidado desde hacía largo tiempo. Algunas telas de arañas tapizaban aquí y allá las paredes y vidrieras del recinto. Hojas secas y detritos cubrían el suelo con muestras de desorden y abandono. Nadie había entrado allí desde épocas pretéritas. Arriba, sobre una mesa, una gran torre acaparaba la mirada. Allí yacía, allí se encontraba...

14 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación II

Mi relación con el programador siempre había sido buena, y aquel percance en el pago, producida el año anterior (El programa de TPV), no supuso una merma en el trato con él porque, obviamente, no era atribuíble a mi persona. Basándose en este conocimiento, mi "superior" urdió una estrategia para hacerse con el código fuente del programa, el cual no poseía. Me comentó, con artimañas y engaños, y de forma falaz y mezquina, que el programador le había dejado tirado, que el programa era suyo porque lo había satisfecho completamente, que el software de la base de datos lo había pagado la empresa y que por lo tanto nos pertenecía, que incluso había permitido al profesional dedicarse a otros trabajos, postponiendo el desarrollo de nuestro software , etc... (cada una de estas afirmaciones tendrá su grado de veracidad o falsedad y yo no entro en ello) Por todas estas razones lo justo y sensato era que la empresa fuera propietaria y custodiara el fuente del programa de facturación. Claro, como él (mi jefe) tenía sus roces con el programador y yo me llevaba bien, pués sería correcto que le llamara y le explicara el problema y las razones, para que "me ayudara" (socorriera a la empresa).
Tonto e inocente, marqué el número de teléfono y hablé con el programador. Le expliqué todo lo que me había dicho el gerente, pero con mis palabras y en mi nombre, porque claro el jefe quería pasar desapercibido, como que no tenía nada que ver en el tema (¡Hay que ver lo gilipollas que puede llegar a ser uno!) Lo que en un primer momento el profesional entendió como una llamada de cortesía, se convirtió rápidamente en una llamada coercitiva al concluir mi exposición. Él, que no tiene pelos en la lengua, no ocultó su "malestar" por la llamada y después de un buen discurso (parte me lo repetiría cuando lo fui a ver), me dijo: "De acuerdo, quedamos un día, vienes a mi casa y te llevas el programa". Pasé un bochorno y una vergüenza que no creí que repetiría nuevamente después de la última escaramuza que tuve con él un año atrás. Pero como los hombres somos los únicos seres que tropezamos dos veces con la misma piedra, ahí estaba yo para demostrarlo.

13 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación I

A lo largo de la semana contaré un de hecho que aún pareciendo intrascendente resulta importante para mostrar el cambio que se estaba produciendo en el seno de la empresa, y que acabaría con la disolución del taller de reparaciones. En este periodo ya había despertado la verdadera "bestia" que era mi jefe, años oculta tras un velo de simpatía y bonachonería. El sonido del los engranajes de la confabulación y la intriga sonaban altos tras los muros de la indolencia que los escondían y pusieron de manifiesto esa famosa cita atribuída a Maquiavelo: "el fin justifica los medios".
El 1 de enero de 2002 se cambia oficialmente a la nueva moneda, el euro(€). Esto traería consecuencias inmediatas y a medio y a largo plazo. Con anterioridad, ya se había producido una serie alteraciones a nivel doméstico. En el caso de mi empresa, (y todas las empresas) el problema consistía en que había que modificar el programa de facturación, para adaptarlo a las nuevas exigencias. Al entrar en vigor el uso del euro, todas las facturas debían tener su valor en esta moneda y su equivalente en pesetas. De esta manera, se permitía minimizar el impacto que suponía la relación 1 €=166,386 pts y que volvía loco hasta al más versado en la ciencia matemática. Nosotros usábamos un programa que había sido diseñado por un programador, con las indicaciones de mi jefe, con lo cual estaba hecho a la medida de nuestro negocio. El software en cuestión nos permitía: dar de alta mercancía, facturar, realizar cambios de componentes, llevar históricos de los movimientos de los productos, inventarios, RMA, control de números de serie, búsquedas potentes, informes, perfiles de usuario, etc... todo ello bajo una base de datos muy fiable. El programa ciertamente estaba muy completo y era muy útil, pero le faltaba todavía algunos módulos. ¿Qué problema suponía esto? En principio, ninguno porque el programa se iría completando con el tiempo, pero como hubo diferencias entre mi jefe y el programador (El programa de TPV), el software no se llegó a adaptar nunca a las exigencias que los cambios propiciaban. Además el programador consiguió otro trabajo más productivo, con lo cual no continuó escribiendo líneas de código. Mi jefe siempre se quejaba de que el profesional lo había dejado colgado y no había cumplido sus promesas, por lo que, entre otras cosas, no se llegó a implementar el módulo de conversión a la moneda única. Visto lo visto por mí durante todos aquellos años, y sabiendo como se las arreglaba el gerente para ciertos pagos, tengo la impresión de que algo no cuadra en su lamento...
Mi jefe no cesaba en su empeño de conseguir que el programa funcionara como él quería para el año 2002, por lo cual creo que intentó, sin éxito, modificar los ejecutables y ficheros ".ini"*. Recordarles que por esa época, año 2001, ya contábamos en nuestra plantilla con dos compañeros dedicados a software, que el año anterior habían entrado en prácticas. Fiel a su intención, el gerente, buscó otra forma de adaptar el programa. Y aquí es cuando entro yo en juego nuevamente.

* Los programas, para funcionar, necesitan un fichero ejecutable, es decir, aquel que arranca la aplicación. Muchas veces estos ficheros tienen el mismo nombre que el programa. Comúnmente los asociamos a los iconos del escritorio, que no son sino un enlace a ese fichero ejecutable, necesario para hacer funcionar el software.
Los archivos ".ini" suelen ser pequeños ficheros de texto que guardan parámetros de configuración necesarios para que el programa funcione adecuadamente. Cuando hacemos clic sobre un icono de un programa, se pone en marcha un fichero ejecutable, que suele leer el contenido de un archivo ".ini" asociado.
Esto ocurre en muchos casos, aunque no en todos.

11 diciembre 2006

La puesta de sol

El ocaso, instante en el cual el astro rey esconde sus refulgentes rayos tras el horizonte. Un momento mágico para muchas culturas, puesto que la noche gana la batalla al día. Para otras además, punto de unión entre dos dimensiones que permitía pasar del mundo de los vivos al de los muertos y viceversa. Para este currante, algo perdido y deseado. Durante aquellos casi tres años que estuve currando de tarde, algo que llegué a echar de menos era el crepúsculo. Ver una puesta de sol. Parecerá una chorrada, pero eso de salir de trabajar siempre de noche llega a perturbarle a uno la cabeza. Sé de gente que comienza su trabajo después de este momento y acaba antes del amanecer o empiezan por la noche y acaban por la mañana. Yo sentía, cada día que pasaba, que necesitaba ver una puesta de sol, saber que no estaba en el trabajo. Muchos fines de semana me los pasaba durmiendo, y si salía a dar una vuelta por la noche, seguro que seguía metido en las sábanas cuando se ponía sol al día siguiente. Además si conseguía un poco de tiempo para mí antes de esa hora, lo más probable es que estuviera haciendo algo. De vez en cuando, me iba a un lugar cerca de mi casa, en lo alto de un acantilado. Había un mirador. Debajo de mí, decenas de metros hasta el mar; a mi izquierda, farallones de roca se elevaban desde las olas hasta el cielo. Una visión muy estimulante y tranquilizante a la vez, sobre todo si estabas melancólico. Levemente a mi derecha, el oeste, en el horizonte marino. Por ahí, se escondía el sol. Dependiendo de la estación del año, lo hacía tras el agua, o tras unas tierras lejanas. Un momento único, en que los colores claros y azules del cielo se tornaban naranjas y rojos. El brillo del sol rielaba sobre las ondulantes aguas, creando un camino de luz hacia la eternidad. Es increíble ver como ese pequeño detalle de cada día toma un gran valor cuando no puedes disfrutar de él. Las largas y frustrantes jornadas en ese trabajo consiguieron hacer de mí una persona apesadumbrada y afligida, que encontraba consuelo en la viveza de los colores y en la brisa salada acariciando el rostro. Como todo ciclo tiene un comienzo y un fin, hacia el año 2002 me volvieron a cambiar de turno y pude, nuevamente , disfrutar de los atardeceres... o tal vez, no... ;)

Yo era un masoca

Hoy no sé que contar. He estado dando vueltas, hojeando mis papeles y haciendo memoria. Sí, tengo muchas cosas anotadas en papel. Hace más de un año, decidí contarme a mí mismo todo lo que recordase, para poder desahogarme, para lo cual reuní a un amplio conjunto de ex-compañeros de fatigas. Por aquel entonces todavía la empresa existía y yo trabajaba en ella. El caso es que ni pude acordarme de todo, ni creo que mi mente se prestara a ello. Simplemente olvidó gran parte de las hechos que me habían sucedido. Leí alguna vez, que el cerebro selecciona la información que retiene, porque si la recordara toda, nos volveríamos locos. Muchas veces es mejor no rememorar el pasado para que no te salpique de nuevo. Creo que dejaré de divagar y de hacerles leer mis reflexiones de domingo tarde para entrar en el tema.
Como he venido contando, mis días, semanas y meses fueron estresantes durante varios años. En múltiples ocasiones tuve la desdicha de que mi nervio para el trabajo y mi afán por hacerlo todo se volvieran en mi contra. Cuando estaba trabajando de tarde, en aquel primer periodo, que calculo que duró unas tres vueltas de la Tierra al Sol o algo menos, no era inusual que llegara al trabajo media, una o dos horas antes de empezar. ¿Por qué? Muy sencillo. Ya he narrado que los compañeros de la mañana y el jefe, a menudo, colaban trabajo para la tarde, y además daban cita a clientes para que vinieran en ese turno. De esta manera, nos veíamos haciendo nuestro trabajo, el de otros y encima atendiendo a clientes que no se les atendía en el turno matutino. Consecuencia de ello, era que nuestro propio trabajo se posponía para las horas después de cerrar, llegando a quedarnos hasta las 12 y la 1 de la madrugada terminando o intentando acabar nuestros quehaceres. Como muchas veces ni aún así era posible concluirlo todo, el día siguiente entraba más temprano para terminarlo. O eso, al menos, pretendía. La realidad era que nada más te veían por la puerta, te inflaban a recados y trabajos. Sí, a los compañeros y al jefe le importaba poco que tú en ese momento no estuvieras en horas de labor; con la misma, te decían: "arréglale el equipo al cliente X", "coje el teléfono para que le enseñes al cliente Y a configurar una cuenta de correo", "esta mañana llegó mercancía, quítala de la puerta y métela en el almacen", o también te echaban la bronca correspondiente: "ayer no le dejaste bien el equipo al cliente Z y está encolerizado y yo no tengo porqué aguantar que se enfade conmigo (claro, cuando todo salía bien las medallas eran para él , pero si había problemas, los disgustos eran para mí)", "no sé que c**** hacen por la tarde", "se están tocando las b**** todo el día"... en fin , ¿para qué contar nada más?. Otra veces, venía más temprano para ir a algún cliente o empresa, que por incompatibilidad horaria no podía atender plenamente en mi turno. Más de un vez fui a las 7 de la mañana al cliente, cuando se supone que mi horario comenzaba a las 3 de la tarde, o cuando me cambiaron de turno, a las 8 de la mañana. Lo que más me molestaba, era que el día que llegaba a las 3 y cinco o y diez de la tarde, todo eran quejas, amenazas y malos modos: "yo tengo mi horario, y no tengo porque esperar a que a ti se te despeguen las sábanas", "esto no son horas de llegar, no tienes respeto por tus compañeros"... Te quedas pensando que llegas dos horas temprano y te hacen trabajar (no te dejan en paz), acudes 5 minutos tarde y te echan una bronca. No le ves el sentido, ni la lógica. Te puedes quejar por una cosa, pero aprovecharte de una y quejarte de otra me parece una doble ventaja para la empresa y una cuadruple desventaja para el currante. Peor aún, esa hora o dos horas que yo daba y necesitaba para realizar mis obligaciones con los clientes, no las podía utilizar, de forma que no cumplía mis compromisos y me ganaba otra mala cara por parte del interesado. Haces cuentas al final del día y te sale que has currado como poco 5 horas más, te has ganado unas cuantas broncas por parte de todo el mundo, incluído el perro de la esquina que siempre te trataba de morder, no has terminado lo que tenías que reparar, has terminado otras reparaciones para las cuales no hay medallas, pero sí castigos y te han llamado indirectamente vago e insolidario. Todo ello ¡sólo por intentar trabajar!, es decir, por cumplir tus obligaciones y encima por intentar satisfacerlas más allá de tu contrato, tu sueldo y tu tiempo. Yo era un masoca*.

* Según la Real Academia Española:

masoca.



1. adj. coloq. masoquista. Apl. a pers., u. t. c. s.

2. adj. coloq. Que goza o se aviene con lo desagradable o con lo que causa desazón o pesadumbre. U. t. c. s.

10 diciembre 2006

Los adornos de Navidad

Dentro de nuestro apartado especial dedicado a las navidades, hoy abordaremos el espinoso tema de los adornos de navidad en mi empresa. Es la tercera entrada que concedemos a esta apasionante cuestión (La Navidad), y que redunda en beneficio de las leyendas más audaces de todos los tiempos. Los adornos, ornamentos, decoraciones, es decir, todas esas cositas de colores que se ponen por doquier creando una atmósfera mágica y alegre y de luz y estímulos visuales en los cortos y oscuros días del invierno, se ponen en las casas, ornan las vitrinas y escaparates de los comercios, engalanan las calles con un sinfín de formas y tonalidades... Priman distintas variantes de rojos: carmesíes, bermellones, granates, rubíes y escarlatas junto al verde abeto, muérdago y acebo. Consisten en cintas brillantes, bolas irrandiantes, luces parpadeantes, figuras casi andantes y otros elementos para nada discordantes. Es una mezcla de estilos entre lo mediterráneo y lo nórdico, donde árboles de Navidad dan cobijo a pesebres y donde Santa Claus rie en inusual camaradería con los Reyes Magos. Aunque yo no soy especialmente navideño, todo este jolgorío, algarabía y divertido bullicio dan una gran sensación de ánimo y de vida. Despiertan el estímulo de salir cuando lo lógico es estar recogido y permiten una segunda primavera de artificio y luces de neón. Pués bien, en mi empresa regía la estricta disciplina de la mesura, no en cuanto a evitar una explosión de júbilo ornamental, sino en cualquier aspecto de la alegría estacional. Como comenté en La cesta de Navidad, mi jefe tenía sus reparos en cuanto a las fiestas y todo lo asociado a ellas. Se permitía cierto embellecimiento, pero a nivel meramente representativo: un pequeño detalle aquí, una cinta allá, algún microárbol en una mesita, y no mucho más. Absolutamente prohíbida cualquier alusión a motivos religiosos, tales como un pequeño Belén, una figurita de un Niño Jesús, o algún pastorcillo detrás de una piedra en imperioso deshogo. En época de vacas gordas (periodo de crecimiento de la burbuja que era mi empresa), se dio cierta mano libre para la expresión de los empleados, pero años de represión, no estimulaban a nadie a prorrumpirse con vigoroso ardor. Mientras a tu alrededor las calles y los comercios derrochaban destellos, galas , oropeles* y paramentos, nuestro local lucía como cualquier día del año, llegando a cohibir a los propios clientes que se acercaban en busca de útiles y presentes.

Post Scriptum: He encontrado un gif animado de una ciudad alemana, que a mi entender, refleja la animación de estas fechas, independientemente de las circunstancias de cada uno, que pueden ser muy diferentes. Espero, sea de su agrado.

* Según la Real Academia Española:

oropel.

(Del fr. ant. oripel).

1. m. Cosa de poco valor y mucha apariencia.

2. m. Adorno o requisito de una persona.

3. m. Lámina de latón, muy batida y adelgazada, que imita al oro.
gastar alguien mucho ~.

1. fr. coloq. Ostentar gran vanidad y fausto, sin tener posibles para ello.