Tiempo antes de que entrara en vigor la nueva moneda (euro), la empresa se embarcó, junto con un programador, en la creación de un programa de TPV sencillo para pequeña y mediana empresa. El programador se encargaba de la parte técnica y la empresa de su comercialización. Se buscaba que los empresarios de nuestra zona tuvieran un software de uso sencillo, pero con una base potente para la gestión de facturas e inventario. Un TPV (terminal de punto de venta) es el dispositivo con el que nos facturan cuando vamos a un supermercado o una tienda. La típica pantalla con lector de código de barras e impresora de tickets, y aunque no lo vemos, muchas veces hay un ordenador oculto en el mueble del puesto. Yo hacía de puente entre los clientes y el programador, así como de beta-tester (el que prueba los programas para encontrar posibles errores).
Cuando llegaba a casa a las tantas... me ponía a probar el programa y aprender las últimas modificaciones que se le había hecho. También buscaba fallos. Por el día, transmitía mis sugerencias y las de los clientes al programador. Como la empresa mediaba de una manera un tanto etérea, los clientes acababan imponiendo lo que querían que fuera el programa. De esta manera, nos fuimos alejando cada vez más de su planteamiento original. Durante algunos meses estuve yendo a las empresas de un par de clientes a ayudarles a dar de alta artículos. Esto suponía para mí unas dos o tres horas por la mañana, y luego tenía que empezar mi jornada laboral normal. Volvía casa sobre media noche después del trabajo y hacía las comprobaciones que ya he comentado (una o dos horas) y buscaba soluciones a los quehaceres cotidianos de la empresa en internet. Al final trabajaba prácticamente todo el día, como unas 12 a 16 horas. A parte de tener que poner mi coche para desplazarme, pagar parking, etc... Los fines de semana lo único que quería era dormir y como los sábados trabajábamos por la mañana, perfectamente se nos podía hacer las tres currando a puerta cerrada. Si a esto añadimos las indirectas del jefe, sus llamaditas de comprobación de horarios y los compañeros y clientes cabreados, ¡tenemos un buen potaje de estrés e insomnio!
De todo aquel tiempo utilizado en el programa, el jefe no dijo ni "mu", a pesar de que conocía el esfuerzo que se estaba realizando. No hubo pago de horas extras, ni gratificaciones, ni días libres.
Más divertido aún: el día de rendir cuentas con el programador, es decir, el día de pagarle sus honorarios, mi jefe hizo una carambola a la cual se acostumbraría rápidamente. Me dice: "mira, el programador viene dentro de un rato, entonces quiero que le des esto (me entrega un sobre). Yo es que tengo que salir, y ya que te llevas bien con él, dáselo tú". Poco imaginaba que eso sería un pérfido honor. Una manzana envenenada. Cuando apareció el programador, le saludé y le di el sobre. Procedió a abrirlo, y después se produjo la cólera. Tras un año de trabajo se le entregaba un sobre con unos 400 euros. Sólo se habían vendido 3 licencias del programa, de las cuales una era un regalo para un familiar del jefe. Lo único que había cerca para descargar el enfado era éste que les está escribiendo. Ni el llevarme bien con él me libró de la embestida. Al final las aguas llegaron más o menos a su cauce, pero el dolor de estómago y la sensación de impotencia no me la quita nadie. El programador me comentó que ya hablaría personalmente con el jefe cuando tuviera a bien dejarse ver. Poco después de irse, reapareció mi jefe. Le conté lo sucedido y puso cara de circunstancias, aparte de decirme:"¡cómo puede hacerme esto (el programador) con todo lo que hace que nos conocemos!" Sí , han leido bien: """la víctima era mi jefe""" (y lo redacto con muchas comillas para que se aprecie la ironía ;-) ). Al que recibió la bronca, aquí presente, ¡qué le den!, hablando mal y claro.
El episodio continuaría tiempo después con nuevas argucias por parte de mi empresa... pero eso ya es otra historia.
Cuando llegaba a casa a las tantas... me ponía a probar el programa y aprender las últimas modificaciones que se le había hecho. También buscaba fallos. Por el día, transmitía mis sugerencias y las de los clientes al programador. Como la empresa mediaba de una manera un tanto etérea, los clientes acababan imponiendo lo que querían que fuera el programa. De esta manera, nos fuimos alejando cada vez más de su planteamiento original. Durante algunos meses estuve yendo a las empresas de un par de clientes a ayudarles a dar de alta artículos. Esto suponía para mí unas dos o tres horas por la mañana, y luego tenía que empezar mi jornada laboral normal. Volvía casa sobre media noche después del trabajo y hacía las comprobaciones que ya he comentado (una o dos horas) y buscaba soluciones a los quehaceres cotidianos de la empresa en internet. Al final trabajaba prácticamente todo el día, como unas 12 a 16 horas. A parte de tener que poner mi coche para desplazarme, pagar parking, etc... Los fines de semana lo único que quería era dormir y como los sábados trabajábamos por la mañana, perfectamente se nos podía hacer las tres currando a puerta cerrada. Si a esto añadimos las indirectas del jefe, sus llamaditas de comprobación de horarios y los compañeros y clientes cabreados, ¡tenemos un buen potaje de estrés e insomnio!
De todo aquel tiempo utilizado en el programa, el jefe no dijo ni "mu", a pesar de que conocía el esfuerzo que se estaba realizando. No hubo pago de horas extras, ni gratificaciones, ni días libres.
Más divertido aún: el día de rendir cuentas con el programador, es decir, el día de pagarle sus honorarios, mi jefe hizo una carambola a la cual se acostumbraría rápidamente. Me dice: "mira, el programador viene dentro de un rato, entonces quiero que le des esto (me entrega un sobre). Yo es que tengo que salir, y ya que te llevas bien con él, dáselo tú". Poco imaginaba que eso sería un pérfido honor. Una manzana envenenada. Cuando apareció el programador, le saludé y le di el sobre. Procedió a abrirlo, y después se produjo la cólera. Tras un año de trabajo se le entregaba un sobre con unos 400 euros. Sólo se habían vendido 3 licencias del programa, de las cuales una era un regalo para un familiar del jefe. Lo único que había cerca para descargar el enfado era éste que les está escribiendo. Ni el llevarme bien con él me libró de la embestida. Al final las aguas llegaron más o menos a su cauce, pero el dolor de estómago y la sensación de impotencia no me la quita nadie. El programador me comentó que ya hablaría personalmente con el jefe cuando tuviera a bien dejarse ver. Poco después de irse, reapareció mi jefe. Le conté lo sucedido y puso cara de circunstancias, aparte de decirme:"¡cómo puede hacerme esto (el programador) con todo lo que hace que nos conocemos!" Sí , han leido bien: """la víctima era mi jefe""" (y lo redacto con muchas comillas para que se aprecie la ironía ;-) ). Al que recibió la bronca, aquí presente, ¡qué le den!, hablando mal y claro.
El episodio continuaría tiempo después con nuevas argucias por parte de mi empresa... pero eso ya es otra historia.
Algunos "sospechabamos" que mi jefe, cuando se tenía que enfrentar a alguna situación comprometida en la que no quería dar la cara, se iba a dar una vuelta, o se apostaba calle arriba o calle abajo hasta que pasaba el temporal. De ahí el sorprendente hecho de que aparecía o llamaba poco tiempo después de ocurrieran los sucesos desagradables que con tanto esmero evitaba.
1 comentario:
Jejeje muy buen post, las fotos son muy graciosas! La verdad es que un software tpv está muy presente en nuestras vidad, día a día trabajamos con ellos y nos lo ponen todo mucho más fácil. Nosotros implementamos uno hace un par de años al abrir el negocio y va de maravilla, claro que contar con el apoyo y atención de Grupo Euclides lo hace todo mucho más fácil y eficaz!
Un saludo,
Patricia
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