Todo no iban a ser tragedias en mi empresa. Siempre hubo buenos momentos con compañeros y clientes, que servían para relajar esa presión que nos oprimía y esa espada de Damocles que pendía constantemente sobre nuestras cabezas, aunque no precisamente por aduladores.
Una de las anécdotas que recuerdo con cariño, fue la de una chica que vino para arreglar el ordenador. Yo estaba en la parte alta de la tienda-garaje. La mesa donde arreglaba los equipos miraba directamente hacia la puerta de entrada, de tal forma que podía ver a todo el que entraba caminar hacia las mesas de atención que quedaban justo debajo de mí. Percibí una sombra que se acercaba a la puerta, y por ella apareció una imagen celestial. Era una chica rubia de ojitos claros, con una sonrisa enorme y una cara de simpática tremenda. Vamos, clavada a las chicas de las teleseries y de las películas de adolescentes, creo que sólo le faltaba la tabla de surf. Yo, que en aquel momento sufría mal de amores, no pude por menos que quedarme prendido de esa visión. Y mientras mi hipnótizada mirada seguía sus pasos... una nube oscura empezaba a ensombrecer la puerta. Se trataba de su padre. Un hombre grande y con cara de pocos amigos. Avanzaba con firmeza y parsimonia cual guerrero invencible en una batalla épica. Se detuvo a pocos metros de nosotros, miró hacia arriba y una bofetada invisible me golpeó haciéndome retroceder dos pasos. Hay miradas que matan, y esta en concreto decía: "¡qué c*** miras!" Era un cliente de muchos años . Todas las veces que tratamos con él tanto en el pasado como en el futuro, hubo problemas X-D Vi, de nuevo, a la chica cuando salió por la puerta, perfectamente custodiada por su guardián. Después, no la volví a contemplar nunca más, y si regresó en alguna otra ocasión, no coincidió que yo estuviera. Pero desde luego que me alegró el día.
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