21 noviembre 2006

Los comienzos del software

En el episodio anterior asistimos al nacimiento de un nueva actividad económica en la empresa. Con el apoyo del nuevo revolucionador de la empresa, la tantas veces malograda intención de mi jefe de vender software parecía despuntar en el horizonte, con expectativas de generar negocio. Según él, era todo ventajas y ningún inconveniente. En el caso de los ordenadores la competencia cada vez era mayor, los márgenes de beneficio caían, los clientes cada vez tenían mayores conocimientos y demandaban marcas, componentes y configuraciones concretas, además estabamos a las puertas del euro (a menos de dos años), con lo cual nacieron muchas empresas de informática, que supuestamente servían para lavar dinero negro. El software se presta a menor competencia en ciertos ámbitos y se puede comercializar con un gran valor añadido, que además es muy difícil de apreciar y rebatir por parte del cliente.
Esta fue la sentencia de muerte para la tienda y el taller. Ejecución que se produciría 3 años más tarde. Pero no adelantemos acontecimientos.
Al principio, el nuevo comercial y los chicos de prácticas de programación formaron el núcleo del nuevo departamento. Nunca he sabido que prácticas recibieron, puesto que nosotros en ese momento no teníamos programadores, así como que tampoco sé a que se dedicaban exactamente, por dedicarme a otras tareas diferentes. Cuando les vea, les preguntaré. El caso es que mientras ellos empezaban a rodar, el área en la que yo estaba tuvo que hacer un sobreesfuerzo para mantener la reciente actividad de la empresa. Ello significó una carga extra de obligaciones durante muchos tiempo. Este punto es importantísimo debido a las acusaciones que tendríamos que sufrir cuando se cerró nuestro departamento años más tarde.
Si ya les he contado que mis jornadas de trabajo eran eternas y las presiones muchas, ahora además las tendría incluso más largas y más intensas. De esta forma, empecé gradualmente a dormir menos horas; seis, cinco, cuatro , tres, dos... y varios días a la semana, ninguna. Estoy hablando de periodos de varios meses a un año. Recuerdo acostarme un sábado por la tarde y no despertar hasta el domingo a medio día. Lo curioso, es que cuando entras en esta dinámica, no te enteras. Llevas un nivel de trabajo y estrés tan alto, que te acabas acostumbrado. Internamente te estás quemando, pero eso no lo percibes en esos momentos, sólo cuando estás a punto de reventar eres consciente de tu estado. En ese instante te cae todo el peso de lo que has estado cargando y no queda de ti más que un pelele alienado. En los siguientes años esta sería la tónica general gracias a los malos procederes del jefe, su mano derecha, y más tarde su mano izquierda.

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