28 noviembre 2006

El día que vino la policía

Voy a contar un hecho que ocurrió una mañana. Otra de las anécdotas para enmarcar que me sucedieron en la empresa. Ya había dicho en una de mis primeras entradas que la profesión de informático es una profesión de alto riesgo (El primer verano II), a lo que añadiría que también es de alto voltaje, porque las chispas saltan por doquier. De alguna manera el estar todo el día enchufando y encendiendo cosas nos tiene que afectar :-D Cuando tratas con clientes iracundos puedes acabar en una orgía de fuego y alta fidelidad de sonido, o puedes acabar... ¡interrogado por la policía! ¿No se lo creen? Lean pués.

Sábado por la mañana. Día, mes y año ignorados en la memoria. Cualquier sexta jornada de la semana comprendida entre finales del Año de Gracia de Nuestro Señor de mil novecientos noventa y nueve o del año dos mil. La fecha de por sí ya auguraba un final apocalíptico. Encontrábanse dos miembros del turno de los pringadillos de la tarde (y de los sábados por la mañana) entretenidos en sus quehaceres profesionales. Sólo una orden turbaba la supuesta cotidianidad de esa fecha...
Pocas semanas antes. A un cliente (amigo del jefe, por supuesto) se le entrega un ordenador nuevo. Su característica más importante: dispone de grabadora de CDs. El equipo es entregado conforme a lo estipulado. El interesado abona una fracción de la cantidad total. El resto será sufragado más adelante. Hechos fundamentales: grabadora y pagar sólo una parte. Nota de interés: el coste de cada CD virgen era prohibitivo. Perderlos sin más, suponía una merma financiera apreciable.
Semana del suceso: el cliente no está satisfecho con el PC que se ha llevado. Su interés primordial, la grabadora de CDs, es reacia a ofrecer los resultados esperados. No graba ni con cincel y martillo. El cliente muestra claros signos de desesperación e irascibilidad contenidas. Reacciona con contundencia aún a bajos niveles de presión.
Viernes (un día antes): el equipo en cuestión se encuentra en la empresa para ser reparado. No está terminado. Hay diferencias entre el gerente y su "amigo". Se llega a una especie de ultimatum. El sábado el cliente pasará a recoger el ordenador y lo quiere listo. Se emite la siguiente orden al turno de los pringadillos: "mañana el cliente X vendrá a recoger su equipo, si no lo paga, no se le entrega". El turno de los pringadillos recoge el edicto, ignorante de las consecuencias. El gerente, que en las últimas semanas solía aparecer todos los sábados, delibera irse de la ciudad. La cobertura defensiva ha decidido dejar al frente a su suerte.

...Sábado (día de autos). La jornada empieza tranquilamente. Ningún cliente perturba la paz del local. Ningún teléfono rompe el relajado quehacer de los currantes. Hacia las 10 de la mañana, un cliente sortea la puerta de entrada, y se dirige hacia una de las mesas que hay al fondo. Detrás, sentado, se encuentra realizando gestiones y atendiendo el teléfono, un empleado. Este trabajador responde al pseudónimo de "Er Kemao" en estos momentos y en esta publicación. El cliente, denominado X, saluda, se presenta y manifiesta su deseo de retirar el supuesto ordenador arreglado. El empleado expresa su conformidad y aclara al interesado que tiene que depositar el resto del pago pendiente. Éste pasa de blanco a rojo chillón (nunca mejor dicho) en cuestión de décimas de segundo. Una propiedad camaleónica sorprendente, sólo superada por el inspector de hacienda de la película "La cena de los idiotas", cuando toma el vino. El cliente ,visiblemente enojado, muestra su indignación ante tal petición argumentando que ese PC no funciona y hasta que no lo vea funcionando no está dispuesto a desembolsar cantidad alguna. El pringadillo ante tal actitud, responde que es un simple peón que acata órdenes de poderes fácticos superiores, que le han encomendado la tarea de preservar el ordenador a toda costa. Y que sólo un caballero de guante blanco bien provisto de abundante peculio podría acceder a divino tesoro. El cliente envuelto en un halo de ira, arremete con reforzado ánimo, gesticulando y haciendo aspavientos en una especie de danza infernal. El empleado acorralado en su silla sortea cada nueva estocada como buenamente puede, mientras decide si usar como defensa un clip o una goma de borrar. Después de unos minutos de encarnizada batalla, el cliente toca retirada, al comprobar que el castillo es imposible de tomar. Silencio. No se oye ni el zumbar de las moscas. Ni el crepitar del plástico en las papeleras. Sólo silencio. Los compañeros hablan de la aventura que acaban de vivir...

...Sábado, día de autos (20 minutos después). Dos personas cruzan la puerta. Delante, con una sonrisa maligna perfilada en sus labios, el cliente iracundo; detrás, un agente del orden. El interesado señala al currante y exclama: "¡Este es!". El trabajador suspira viendo lo que se le viene encima y piensa: "¿para qué me habré levantado esta mañana?". El policía interroga al empleado y le pregunta que es lo que ocurre. El pringadillo, que no se lo cree, responde que el caballero había venido a retirar un ordenador, pero que no podía puesto que no había satisfecho las cantidades adeudadas. El gris agente mira detenidamente al trabajador y luego, de similar forma, al interesado... y piensa: "¿ qué c*** hago yo aquí?". Fiel a su cometido, el alguacil solicita la documentación al pobre e indefenso pringadillo, con el pretexto de que tiene que anotar el altercado. El trabajador entrega su carnet de identidad visiblemente afectado, pero colaborador. Se toman los datos oportunos. El agente del orden invita al perturbado y furibundo cliente a seguirle si quiere redactar una denuncia. El colérico interesado le sigue descompuesto y sin ordenador.
Silencio. Silencio. "¡Me c*** en todo lo que se arrastra!" proclama a grito pelado, el informático.

Minutos después... ringgggg, ringggggg... Hola, soy el jefe, te llamaba para saber si ya había venido el cliente X (voz de circunstancias, como si le dices a un cochino que pase por la puerta, pero no le dices que es para el matadero). Respuesta: Sí, ya vino (o te pensabas que eran unos Boys Scouts vendiendo galletas). Jefe: "¿y qué pasó?" (como si no lo supiera). Le explico los detalles y me dice: "¡no sabes cuanto lo siento!, la verdad que no pensaba que se comportara así, y eso que es amigo mío". ¿Sientes habernos dejado solos a disfrutar de esta preciosa mañana, mientras te largabas lo más lejos posible? ¿no pensabas que se comportara así pero pusiste los pies en polvorosa? ¿amigo? ¿con amigos como este quién necesita enemigos?.
Con este argumento se podría escribir un libro titulado: "Cómo corrí a esconderme del cliente asilvestrado" o "X, ¿dónde está mi ordenador?" Hasta Hollywood filmaría una película. ;-)

No se vayan, aún hay más. Una de las muchas razones que me impulsó a escribir este diario, fue la indignación por sucesos como el narrado y de como reaccionó mi jefe. Todavia me hierve la sangre al oir sus palabras el lunes siguiente, cuando volvimos al trabajo. Palabras que repetiría años más tarde cuando le increpé por su conducta en este jaleo. Palabras como: "De verdad que lo siento un montón. Perdona. No sabía que fuera a ocurrir". Siempre pienso en ello como si alguien te tira por un barranco, y cuando te ve allí roto, te dice jovial y alegremente: "lo siento", "perdona, fue sin querer".
Más aún me queman sus otras palabras: "eso que me hizo mi amigo", "¿cómo pudo hacérmelo a mí?", "eso que tuve que aguantar". Tristemente mi jefe recurre al victimismo como salida a sus agravios, ultrajes y humillaciones. Como le dije en una bonita reunión de 5 horas: "no te lo hizo a ti, me lo hizo a mí y tú no estabas para evitarlo. De hecho, me pusiste delante para que no te pasara".

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