Hacia el año 2000 entró a trabajar a la empresa un nuevo empleado. Para mí, el comercial en toda su esencia: mucha facilidad de palabra, facilidad para convencer a los clientes, facilidad para prometer cosas técnicamente muy complicadas de hacer y facilidad para escapar indemne de las meteduras de pata. Tenía ganas de trabajar, ideas, ganas de innovar y demasiadas ganas de cambiar las cosas... lo que le llevaron rápidamente a ser mano derecha del jefe y todo lo que eso significaba para los demás.
Ese mismo año, volvimos a tener alumnos en prácticas. Llegaron dos del ciclo de administración de sistemas (redes) y dos de desarrollo de aplicaciones (programación). Ni que decir tiene que empezaron por las tareas de limpieza y desescombro del local. Yo apenas les veía porque estabamos en turnos diferentes.
Estas dos circunstacias (nuevo empleado con afán de inmiscuirse en los asuntos de la empresa y alumnos de programación) fueron el germen de nuevos cambios que se reflejarían con el paso del tiempo y que consistieron en la transición hacia un modelo de empresa de software, gradual y forzado. En mi opinión, un plan perfectamente llevado y ejecutado. De la misma manera, sirvieron para quitar la careta a mi jefe que durante estos dos a tres años, a pesar de lo contado, se comportaba con cierta normalidad. De aquí en adelante se descubrió y manifestó su verdadera forma de ser, aquella que estaba reprimida bajo una falsa máscara de talante y jovialidad. Pienso en él como un Doctor Jekyll y Mr. Hyde, pero a lo simplón, con falta de elegancia y estilo. Creo que en parte se debió a que este nuevo compañero alentaba sus ambiciones más profundas y que eran, según mi criterio, el ansia de dinero y de reputación (imagen) a cualquier precio. Impresionar más por la apariencia que por el contenido.
Ese mismo año, volvimos a tener alumnos en prácticas. Llegaron dos del ciclo de administración de sistemas (redes) y dos de desarrollo de aplicaciones (programación). Ni que decir tiene que empezaron por las tareas de limpieza y desescombro del local. Yo apenas les veía porque estabamos en turnos diferentes.
Estas dos circunstacias (nuevo empleado con afán de inmiscuirse en los asuntos de la empresa y alumnos de programación) fueron el germen de nuevos cambios que se reflejarían con el paso del tiempo y que consistieron en la transición hacia un modelo de empresa de software, gradual y forzado. En mi opinión, un plan perfectamente llevado y ejecutado. De la misma manera, sirvieron para quitar la careta a mi jefe que durante estos dos a tres años, a pesar de lo contado, se comportaba con cierta normalidad. De aquí en adelante se descubrió y manifestó su verdadera forma de ser, aquella que estaba reprimida bajo una falsa máscara de talante y jovialidad. Pienso en él como un Doctor Jekyll y Mr. Hyde, pero a lo simplón, con falta de elegancia y estilo. Creo que en parte se debió a que este nuevo compañero alentaba sus ambiciones más profundas y que eran, según mi criterio, el ansia de dinero y de reputación (imagen) a cualquier precio. Impresionar más por la apariencia que por el contenido.
2 comentarios:
Como pudimos saber más tarde, el nuevo comercial que entró ese año, llegó con una "carta de recomendación" debajo del sobaco por ser parentela de cierto técnico más veterano en la empresa (si, si... ese que derivaba su trabajo en los demás para él poderse dedicar a ... MMmmmMM... vete tu a saber!)
Pronto supo hacerse un hueco a la derecha del jefe y coger el látigo para ser su brazo ejecutor... peeero... no contaba con la "ambición femenina"; una dura ribal en el juego del poder!
Sobre las luchas intestinas por el poder en la empresa, podríamos hacer otro blog ;) Me recuerda una frase que anda por ahí atribuida a Les Luthiers: "lo importante no es ganar, sino hacer perder al otro".
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