Todos tenemos nuestro grado de aguante ante ciertas ofensas o ataques. Depende de muchas variables que van desde nuestra propia personalidad hasta las circunstancias que nos atan a otras personas o a otras vivencias, pasando por los momentos puntuales de nuestra vida. Pequeños detalles pueden desencadenar una serie sucesos más relevantes, y de la misma forma, multitud de gotas cayendo llenan un vaso. Entre hoy y mañana les comentaré algunas de esas gotas que estaban rebosando "el cubo" de mi paciencia y de mi estado mental.
Hacia el 2003 la empresa empezó a llevar un control de los horarios de llegada y salida del personal. Era una forma muy cutre. Un hoja de papel donde se apuntaba la hora de entrada y salida. Cada uno la ponía según su reloj, porque en la empresa no había ninguno. Además había que firmar. Este hecho y ciertos intentos de "control policial" que el jefe estaba intentando instigar, dieron lugar a problemas. Para mí supuso un duro golpe, no porque me molestara seguir las normas, sino porque había estado muchos años trabajando 3, 4, 5 ó más horas extras diarias y de ello, nunca hubo constancia escrita. En el momento en que se puso un orden estricto, yo había decidido ceñirme lo más posible al horario, así que perdí la oportunidad de decirle "un par de cosas" al jefe. Aún así, seguí haciendo muchas horas extras que no cobré.
Cierto día, por el año 2005 y siguiendo el hilo de la narración, entré como de costumbre a las 8 de la mañana. Allí se encontraban la chica de la entrada, la administrativa, algún compañero más y el jefe. Ignoro que estarían haciendo, pero estaban mirando atentamente el formulario en el que se anotaban las horas de entrada y salida del trabajo. No me cabe duda de que estarían buscando culpables o tramando algo nada bueno. El gerente, al verme entrar, no tiene otra feliz idea que decirme en tono jocoso, y a mi entender, malintencionado: "Con esto puedo saber si Erkemao viene tarde a trabajar". Podía ser sólo una broma, pero con lo amargado que me levantaba e iba a la empresa cada día, lo único que me faltaba es que se rieran de mí en mi cara. Esa actitud del jefe me pareció de lo más cruel, rastrera y sinvergüenza. Con esas formas ya entenderán que pocas ganas tenía de ver a ese individuo. Mi cerebro, a pesar de estar aletargado, imaginó una serie de respuestas a esta ofensa tales como: "Vete a la mierda", "gilipollas", "deja de tocarme las pelotas", "dedícate al vino, que es lo tuyo"... Para que yo piense de esta forma, algo me tiene que molestar mucho. Finalmente tuve una ocurrencia mejor. Las palabras tienen doble filo y pueden cortar a quien las lanza. Le respondí secamente mientras seguía hacia mi mesa:"Y también sirve para saber si Erkemao está haciendo horas extras". Mi jefe se quedó callado. Durante unos instantes se hizo un silencio sepulcral. Luego siguieron las risas cortadas del gerente, como intentando reír un chiste al que no le veía la gracia. Tiempo después, los compañeros que estaban en ese momento me dijeron que había sido un "jaque mate". Al menos ese día, no me molestó más.