
Recordando la película de Sean
Connery y
Christopher Lambert... "
Los inmortales". Nos sucedió algo parecido, pero no era una
"maldición" que nos tocara en suerte. No se trataba de que los empleados de aquella empresa lucharan entre sí para ver quien era el último en quedar y hacerse con un poder inimaginable. Eso ya lo hacían otros, en esferas más altas. Lo nuestro era más sencillo.
Un poder fáctico superior,
osease el jefe, secundado por sus siempre dispuestos acólitos,
consiguió que poco a poco todos los empleados del taller acabaran saliendo de la empresa. Por supuesto, por la puerta de atrás:
© Copyright Acme S.A. En las últimas semanas he ido relatando como casi todos los empleados que pertenecíamos al
extinto departamento de hardware íbamos desapareciendo de los planes de la organización, por una u otra causa. En el verano de 2005 sólo quedábamos 2.
Llevábamos juntos 7 años, aguantando todo tipo de humillaciones y despropósitos por parte de la bestia disfrazada de tipo bonachón y amistoso. Habíamos sufrido los
trabajos forzados que en el verano anterior nos había impuesto el
pseudo auto nombrado cacique que teníamos por jefe. En ese momento soportábamos las inclemencias de una nefasta gestión, que estaba conduciendo a la empresa hacia su propia
auto destrucción.
Todos los meses se demoraban nuestros sueldos. Esto no era ápice para que el gerente nos insultara con que éramos

poco productivos y que era él, el único que de verdad hacía algo en la empresa.
¿Cómo disfrazar tu ineptitud?. Si alguien, tarde o temprano, descubre la verdad, no importa. En el
subsconsciente de todos yacerá la mancha sobre el nombre del primeramente inculpado. Luego, con un poco de verborrea, se puede decir que todo lo que ocurre ahora tiene su origen en las malas artes de aquel pésimo trabajador. Mi jefe no dejaba de usar esas rastreras
artimañas siempre que podía. Todo con tal de
aparentar ser la víctima inocente.
Uno de mis compañeros, el otro
pringadillo, no tenía unas funciones muy específicas. O mejor, me corrijo:
tenía un montón de tareas que desarrollar. Se supone que lo más parecido a aquello para lo que estaba contratado era llevar la administración de la red interna de la empresa, junto con todo el tema de seguridad (
firewall, etc...). Se le conminó a que se fuera aprendiendo toda la legislación sobre protección de datos, y como no había nada más para lo cual la empresa le
interesara tenerle, se le
"adjudicaron" otras labores.

Mi jefe tenía en mente una gran
super empresa. Con muchos diseñadores,
programadores y gente para todo tipo de cosas: desde administración hasta
"experto" en
gestión de la calidad. Había algo que también quería: un
"manitas" para arreglar todo aquello que se le pasara por la cabeza, o alguien al que mandar a hacer cosas, a parte de tenerle como chivo expiatorio de su negligente existencia. De esta manera, mi compañero se pasaba el día aguantado las manías del gerente:
"pinta esto aquí", "cambia lo otro", "muda aquello", "sube eso", "limpia no se que"... Vamos, que lo tenía amargado y
obnubilado. Incluso llegó a decirle que todos los años tenía que
pintar la empresa, hecho puntual al que habíamos
"accedido" el año anterior lo cual, mi jefe, quería convertir en costumbre, ya que le convenía. Como en aquel verano ya había poco que hacer y
mi jefe estaba sufriendo decepciones una tras otra (la suerte le había girado la espalda), necesitaba desahogarse con alguien, así que la persona elegida era mi compañero. La presión para él era brutal.
Cuando pusimos
el parquet en uno de los locales de la empresa, quedó una cosa por terminar. Se trataba de los
rodapiés. No habían sido colocados, y eso era una obsesión para el gerente. Un día del verano de 2005, no tuvo mejor idea que dejarle a mi compañero, los
rodapiés sobre la mesa, como
"indirecta" de lo que debía hacer. Además le había dicho que tenía que arreglar la cisterna del inodoro. Eso fue la gota que colmaba el vaso. No lo pudo resistir más.

Fue al médico y le dieron la baja sobre la marcha.
Estaba totalmente desquiciado. Luego pasó largos meses en tratamiento. No volvió más por la empresa, al menos, a trabajar. Naturalmente para mi jefe eso era
traición:
nadie podía tener una baja por trastornos del comportamiento con lo bueno y generoso que era el gerente. Fiel a su principio de
"quien no está no cobra", dejó a mi compañero en una situación económica muy delicada. Finalmente tuvo que salir de la empresa renunciando a finiquito e indemnización si quería que, por lo menos, le pagara los sueldos que le debía.
Aquel verano sólo quedó uno. Sólo quedé yo.