07 julio 2007

El juicio II

En el anterior capítulo de esta serie habíamos dejado a Erkemao esperando en los pasillos del juzgado. Después de una noche ciertamente intranquila, me levanté temprano y me preparé para irme. Durante los días anteriores había repasado un poco mi vida en la empresa, además intenté prepararme lo mejor posible estudiando lo que había sucedido los últimos meses e intenté recordar todas las circunstancias, hechos y pruebas que eran claves para demostrar la validez de mi reclamación. Este blog es fruto de ese repaso y del documento escrito que había realizado el año anterior; aquel que llevé a la reunión. Creo que me dejé muchas cosas atrás, pero afortunadamente iba a tener un abogado al lado para defenderme. Por otro lado, intenté prepararme psicológicamente para el juicio, de manera que los nervios, la ansiedad y la rabia no me jugaran una mala pasada, como por ejemplo: quedarme en blanco o dudar en las respuestas. Creía que me jugaba demasiado, porque eran los mejores años de mi vida los que había gastado en trabajar para alguien que no me tenía respeto de ninguna clase. Lo que se decidiera en aquella sala iba más allá de una simple cuestión de dinero; para mí representaba un reconocimiento a mi trabajo, esfuerzo y entrega durante tanto tiempo y en tan malas condiciones. En definitiva, se trataba de un verdadero acto de justicia. Si el veredicto se decantaba por darme la razón creería en que todavía hay esperanza, si por el contrario, el veredicto era negativo, perdería la fe en la ley y la razón y el sentido común.
Como era la primera vez que entraba en un juzgado, andaba medio perdido. En primer lugar subí a las oficinas, pensando que era allí donde tenía que aguardar a que me llamaran. Después de un rato sentando y sin ver actividad de ningún tipo, pregunté a una de las oficinistas, la cual me indicó donde tenía que ir. En ese lugar había mucho alboroto. Decenas de personas por todos lados y mucho ruido. De vez en cuando se oía llamamientos a personas y representantes. Yo no veía a nadie conocido: no lograba encontrar a mi abogado y no se distinguía ni a mi jefe ni a su asesor. La espera era algo tensa, pero recordé las palabras que me había dicho mi abogado unos días antes: "No se han puesto en contacto conmigo. En estos casos no es inusual que la otra parte no acuda al juicio". Aún así me tomaba las cosas con cautela. A mi jefe le gustaban los golpes de efecto y hacer las cosas en el último momento, así como tener la última palabra en todo. No me hubiera sorprendido verle aparecer repentinamente. Mientras tanto las llamadas a demandantes y demandados continuaban. Mi nombre fue pronunciado. Me acerqué a la persona que había efectuado el aviso y le comenté que tanto mi abogado como la otra parte aún no estaban presentes. Me comentó que volvería a hacer la convocatoria en unos minutos. El tiempo pasaba. Finalmente apareció mi abogado. Tranquilamente se puso a repasar las notas y me preguntó por mi jefe. Le comenté que seguía sin venir. El llamamiento fue realizado nuevamente. Esta vez habló mi representante y acordaron dejar transcurrir unos minutos para que la Sala de lo Social estuviera preparada y llegara la demandada, es decir, Acme S.A. Seguimos hablando y por fin, entramos. Aquello fue muy rápido. Sin la presencia de la empresa ni de su asesor los trámites fueron muy sencillos. No tuve que contestar ninguna pregunta. Entregué un documento que llevaba preparado: mi vida laboral, para que se pudieran hacer los cálculos oportunos a efectos de indemnización. Mi abogado siguió las formas establecidas y presentó las pruebas. Esto, junto con la incomparecencia del demandado, dejaba todo listo para sentencia. Fueron unos días de mucha tensión para nada, o para mucho. Había llegado hasta el final en toda esta historia y ahora sí que podía respirar aliviado. Mi representante me dio ánimos, teníamos todo a nuestro favor. La sentencia fijaría los detalles, pero prácticamente me habían dado la razón y si la sentencia era la esperada, tendría algo más valioso que el dinero: un papel firmado por un juez en la que se reconocían mis derechos e indirectamente la mala fe y villanía de mi jefe. Ahora tenía que esperar unas semanas para conocer que diría ese papel.


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