A partir de aquel momento empezó el juego de la resistencia. La fábulas y relatos impregnaron la rancia atmósfera que oprimía mi empresa. Cuentos de hadas sobre futuros épicos intoxicaban la realidad de algo que alguien se negaba a aceptar. Lo que los demás veíamos, otro no lo quería ver. Un poco antes de que todo esto fuera a más sucedieron otras cosas.
Mi existencia cada vez más precaria y tenue en su viveza se movía al ritmo del puntero del reloj. Levantarme, ir a trabajar, dejar el trabajo, volver a casa y existir hasta cuando pudiera dormir para luego volver a levantarme. Un ciclo que se me antojaba eterno y desesperante. No podía más. Cada noche soñaba peor. Los sueños se tornaron pesadillas, cada vez más violentas y retorcidas. Las palabras de mi jefe herían mis oídos continuamente. Era un sin vivir, me estaba empezando a descarriar del camino de la cordura. Demasiada rabia contenida sin salir. Cuando las pesadillas fueron a más estimé oportuno buscar ayuda porque me parecía que un día iba a estallar. Alguien me escuchó un día, pero su entorno era tan falso que decidí que sólo yo podría salir del agujero que había cavado. Un día exploté de una forma contenida y contundente. Cité a mi jefe para una reunión: en ella conté mi vida en aquella empresa (este blog) y le dije lo que había hecho, lo que me había hecho y lo que pensaba de él. Tras muchas horas discusión por fin logré quitarme un gran peso de encima. A partir de aquel día, mi jefe tendría que tratarme de otro modo. Hiciese lo que hiciese le dejé una cosa clara, que no me volviera a faltar al respeto nunca más. Creo que entendió el mensaje... por unas semanas; luego, lo olvidó.
Transcurrieron varios meses en los cuales la empresa agonizaba. Más compañeros abandonaron aquella oficina. Nuevos cuentos fueron contados sobre un grandioso futuro. Mientras tanto no cobrábamos y tuvimos que empezar a movernos en el ámbito del derecho para poder estimar que hacer. Las cosas volvieron a su cauce, pero un día mi jefe trajo a un asesor, el cual nos convenció de que la única alternativa que nos quedaba era el cierre de la empresa, pero bajo sus condiciones, es decir, las condiciones que favorecieran a la empresa. Aquello no me gustó, había algo que no me cuadraba. Mucho tiempo atrás me había sindicado. Perdí la fe por el sindicato cuando me encontré una persona más interesada en sus asuntos que en los míos, y que se supone que era quien me debía asesorar. Esta vez regresé sin esperanza, pero nuevos aires habían renovado ese departamento del sindicato. Consulté y los abogados dieron luz a mis sospechas. El cierre de la empresa y mi despido no se ajustaban a la legalidad. Tras haber advertido a mi jefe sobre el peligro de las tomaduras de pelo a gente que está demasiado quemada y que han perdido demasiado como para aguantar más, parece que seguía sin entender. Varias oportunidades más le fueron dadas y todas fueron desaprovechadas. Finalmente llegamos a juicio, al cual desestimó asistir y el cual no podía ganar. Así después de 8 largos años de despropósitos y sinrazones, se cerraba una parte de esta historia. La sentencia puramente económica y legal significaba algo mucho más importante para mí: que la justicia existe (en cierto grado) y que moralmente se me había dado la razón, es decir, la empresa había abusado de mí y ya no era una opinión subjetiva, ahora lo extrapolaba una sentencia judicial. Este no es el final de este macabro relato, pero lo contado ya es más que suficiente.
Mi existencia cada vez más precaria y tenue en su viveza se movía al ritmo del puntero del reloj. Levantarme, ir a trabajar, dejar el trabajo, volver a casa y existir hasta cuando pudiera dormir para luego volver a levantarme. Un ciclo que se me antojaba eterno y desesperante. No podía más. Cada noche soñaba peor. Los sueños se tornaron pesadillas, cada vez más violentas y retorcidas. Las palabras de mi jefe herían mis oídos continuamente. Era un sin vivir, me estaba empezando a descarriar del camino de la cordura. Demasiada rabia contenida sin salir. Cuando las pesadillas fueron a más estimé oportuno buscar ayuda porque me parecía que un día iba a estallar. Alguien me escuchó un día, pero su entorno era tan falso que decidí que sólo yo podría salir del agujero que había cavado. Un día exploté de una forma contenida y contundente. Cité a mi jefe para una reunión: en ella conté mi vida en aquella empresa (este blog) y le dije lo que había hecho, lo que me había hecho y lo que pensaba de él. Tras muchas horas discusión por fin logré quitarme un gran peso de encima. A partir de aquel día, mi jefe tendría que tratarme de otro modo. Hiciese lo que hiciese le dejé una cosa clara, que no me volviera a faltar al respeto nunca más. Creo que entendió el mensaje... por unas semanas; luego, lo olvidó.
Transcurrieron varios meses en los cuales la empresa agonizaba. Más compañeros abandonaron aquella oficina. Nuevos cuentos fueron contados sobre un grandioso futuro. Mientras tanto no cobrábamos y tuvimos que empezar a movernos en el ámbito del derecho para poder estimar que hacer. Las cosas volvieron a su cauce, pero un día mi jefe trajo a un asesor, el cual nos convenció de que la única alternativa que nos quedaba era el cierre de la empresa, pero bajo sus condiciones, es decir, las condiciones que favorecieran a la empresa. Aquello no me gustó, había algo que no me cuadraba. Mucho tiempo atrás me había sindicado. Perdí la fe por el sindicato cuando me encontré una persona más interesada en sus asuntos que en los míos, y que se supone que era quien me debía asesorar. Esta vez regresé sin esperanza, pero nuevos aires habían renovado ese departamento del sindicato. Consulté y los abogados dieron luz a mis sospechas. El cierre de la empresa y mi despido no se ajustaban a la legalidad. Tras haber advertido a mi jefe sobre el peligro de las tomaduras de pelo a gente que está demasiado quemada y que han perdido demasiado como para aguantar más, parece que seguía sin entender. Varias oportunidades más le fueron dadas y todas fueron desaprovechadas. Finalmente llegamos a juicio, al cual desestimó asistir y el cual no podía ganar. Así después de 8 largos años de despropósitos y sinrazones, se cerraba una parte de esta historia. La sentencia puramente económica y legal significaba algo mucho más importante para mí: que la justicia existe (en cierto grado) y que moralmente se me había dado la razón, es decir, la empresa había abusado de mí y ya no era una opinión subjetiva, ahora lo extrapolaba una sentencia judicial. Este no es el final de este macabro relato, pero lo contado ya es más que suficiente.
7 comentarios:
Para el guión de un thriller psicológico con jefe sociópata y todo... Almodóvar quizás quiera comprarte los derechos para hacer una peli.
Hola Erkemao, me puse al día con tus publicaciones. Quede con los ojos mochos. El resumen es tal cual pero un resumen no puede contener todos esos detalles que hacen conocer la cantidad y la vileza que has pasado en "la hoguera del diablo"
Bueno, el comentarios es más para decir presente aunque no comente en todos las publicaciones. Siempre que puedo paso pero no siempre que paso comento.
Saludos y quítate el estrés hay miles de formas. Si es con una rubia mejor ;)
nasghoul, una película de suspense y terror. Seguro que habría uan secuela XDD
Saludos.
Buenas Guillo, ¿te leiste todos los post? ¡Menudo dolor de cabeza! ;)
A mí me ocurre lo mismo. Visito los blogs, pero no siempre tengo algo que decir.
jajaja, gracias por el consejo, intentaré seguirlo ;)
Saludos.
Yo me estoy poniendo al día hoy, jejeje Guillo!!!!! que consejos he? jajajajaja No iba a comentar sino al final pero, no puede evitar leer a Guillo y no decir nada jeje
Besos a los dos..
kt. :P ;)
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