11 diciembre 2006

La puesta de sol

El ocaso, instante en el cual el astro rey esconde sus refulgentes rayos tras el horizonte. Un momento mágico para muchas culturas, puesto que la noche gana la batalla al día. Para otras además, punto de unión entre dos dimensiones que permitía pasar del mundo de los vivos al de los muertos y viceversa. Para este currante, algo perdido y deseado. Durante aquellos casi tres años que estuve currando de tarde, algo que llegué a echar de menos era el crepúsculo. Ver una puesta de sol. Parecerá una chorrada, pero eso de salir de trabajar siempre de noche llega a perturbarle a uno la cabeza. Sé de gente que comienza su trabajo después de este momento y acaba antes del amanecer o empiezan por la noche y acaban por la mañana. Yo sentía, cada día que pasaba, que necesitaba ver una puesta de sol, saber que no estaba en el trabajo. Muchos fines de semana me los pasaba durmiendo, y si salía a dar una vuelta por la noche, seguro que seguía metido en las sábanas cuando se ponía sol al día siguiente. Además si conseguía un poco de tiempo para mí antes de esa hora, lo más probable es que estuviera haciendo algo. De vez en cuando, me iba a un lugar cerca de mi casa, en lo alto de un acantilado. Había un mirador. Debajo de mí, decenas de metros hasta el mar; a mi izquierda, farallones de roca se elevaban desde las olas hasta el cielo. Una visión muy estimulante y tranquilizante a la vez, sobre todo si estabas melancólico. Levemente a mi derecha, el oeste, en el horizonte marino. Por ahí, se escondía el sol. Dependiendo de la estación del año, lo hacía tras el agua, o tras unas tierras lejanas. Un momento único, en que los colores claros y azules del cielo se tornaban naranjas y rojos. El brillo del sol rielaba sobre las ondulantes aguas, creando un camino de luz hacia la eternidad. Es increíble ver como ese pequeño detalle de cada día toma un gran valor cuando no puedes disfrutar de él. Las largas y frustrantes jornadas en ese trabajo consiguieron hacer de mí una persona apesadumbrada y afligida, que encontraba consuelo en la viveza de los colores y en la brisa salada acariciando el rostro. Como todo ciclo tiene un comienzo y un fin, hacia el año 2002 me volvieron a cambiar de turno y pude, nuevamente , disfrutar de los atardeceres... o tal vez, no... ;)

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