16 diciembre 2006

El nuevo programa de facturación IV

Era el Santo Grial de mi empresa. Largamente buscado, largamente codiciado, se presentaba ante mí con un aspecto decrépito e infortunado. Las cicatrices del óxido dibujaban tétricas sonrisas sobre alguno de sus lados. Una capa de polvo oscurecía el crema gris que antaño había lucido. Color depauperado por el devenir de los soles y el corrosivo abrazo del salitre. Estando en aquel mausoleo de software, me dijo el programador que ahí estaba la torre, que le echara un vistazo y que me llevara los datos. No sabía que contestarle y la conversación comenzó a derivar hacia otros derroteros. Me aclaró algo los problemas que tenía con mi jefe y lo que le había parecido la última andanza acaecida un año atrás (El programa de TPV) . Del mismo modo, me comentó que los programas eran el fruto de su trabajo y esfuerzo, y que él lo que le había vendido a la empresa no era el programa, sino la licencia de uso, y que por lo tanto le parecía absurdo que la empresa le reclamara el código fuente, porque éste era su propiedad intelectual. De forma opuesta, mi jefe me había explicado que el desarrollo de ese software era concretamente para nuestra empresa y que el programador se había aprovechado de ese conocimiento para luego crear nuevas aplicaciones para otros clientes; por lo tanto, como la empresa había pagado el esfuerzo, le correspondía la posesión de ese código fuente.
Por otro lado, el programador sabía que la búsqueda desesperada de esos datos no era altruista y para la resolución de un problema puntual en el programa de mi empresa, sino que se utilizaría el código con fines comerciales, modificándolo y adaptándolo para luego ser vendido. Venta de la cual sólo se lucraría mi empresa, quedando el profesional al margen de cualquier recompensa. Aún así, enfadado y todo me dijo:"mira, llévate el ordenador si quieres". Tuve una premonición de esas que te hacen tomar una decisión aún sin haber evaluado todos los elementos y sus consecuencias, pero que sabes que es lo que debes hacer. Le dije: "No, el ordenador se ve que está estropeado, se queda aquí, no me lo llevo". Con el paso del tiempo fui abriendo los ojos y lo empecé a ver todo nítido. No era casual la llegada de los alumnos en prácticas de programación de aplicaciones, ni era casual el que poco a poco fueran adquiriendo relevancia a costa del servicio de montaje y reparaciones. Era todo un plan ideado por mi jefe para poco a poco ir cambiando el negocio hacia el software, donde él veía más posibilidades de grandes y rápidos beneficios. En ese momento me estaba utilizando para conseguir un código, que de otra manera, nunca podría obtener. "Utilizando", esa es la palabra que se encendió en mi cabeza. Fui víctima de un acceso de ira instantáneo. A mi jefe no le interesaba mi esfuerzo, ni mi dedicación, ni mi trabajo, lo único que le interesaba era el fin y usarme como medio sin importar las consecuencias sobre mi persona. Si me hubiera partido un rayo le hubiera importado un comino, siempre y cuando hubiera conseguido su preciado "tesssoro". Me decía con intencionado interés: "más vale quedarse rojo un rato que amarillo toda la vida". Claro, claro, pero él no cambiaría de color.

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