05 julio 2007

Después

El día de la conciliación fue el último en que vi a jefe, pero no verlo no significó no saber de él. A partir de ahora me esperaba un tiempo más o menos largo hasta el juicio. Un periodo en el que mi primera intención sería recavar pruebas, informaciones y datos que me sirvieran delante de un juez. Tenía un profunda conmoción en mi cabeza: por un lado estaba la presunción de inocencia (a la cual se acogía mi jefe) y por otro lado estaban los derechos de los trabajadores, que se supone que son inviolables. Para resumir, no entendía porqué habiéndose vulnerado mis derechos, yo tenía que demostrar que era así ¿no era obvio? ¡Qué demostrase mi jefe que él no los había vulnerado! Ahora, pasado el tiempo, lo comprendo un poco más, pero lo sigo sin aceptar del todo. Ese tiempo me sirvió para enterarme de muchas cosas interesantes. Dicen que la ignorancia es la felicidad y no puedo estar más de acuerdo. A medida que recopilaba información y le daba vueltas a la cabeza sobre todo lo que había sucedido estos años, me fui dando cuenta de hasta que punto me había engañado y explotado la empresa. Descubrí como se me mintió en algunas cosas desde el primer momento, como expuse al empezar a redactar este diario. Si en la reunión me había percatado de como había tirado mi vida por el retrete, en este momento era consciente de las patrañas con las que me había tenido convencido el gerente. Lamentablemente me enteré de muchas cosas más, por ejemplo, que mi jefe ya había estado "diciendo" cosas de mí. Desconozco el alcance de tales "menciones", pero teniendo en cuenta que había sido capaz de llamarme ladrón delante de un cliente y delante de todos mis compañeros, prefiero no saber hasta donde llegaba su perfidia. Se supone que una de sus "cualidades" era no hablar mal, pero entre "amigos" y "en confianza" esa postura podía variar. Mejor no enterarme de nada más de lo que ya sé.
Al cerrar y denunciar a la empresa, cualquier posible relación había quedado rota. Como yo llevaba, entre otros, un tema muy específico que nadie más conocía, se hizo necesario que le enseñara a algún compañero como desenvolverse con él. No me mostré esquivo y de buena gana le eché una mano a la persona que tenía que aprenderlo, de esta manera le ahorraba bastante tiempo de investigación y aprendizaje. Lo más sencillo hubiera sido desentenderme. Ya vemos que a mi jefe eso le daba igual a la hora de "despotricar".
Mientras tanto había arreglado los papeles para el paro. La remuneración que recibía por este medio era irrisoria, muestra de las irregularidades en mis nóminas todos aquellos años. Si yo no cobraba mucho, la empresa no pagaba mucho por mí y yo hacía tantas horas extras, ¿dónde estaba el dinero que faltaba? Tal vez en alguna moto, alguna buena cena, alguna buena fiesta en la playa, algún viaje alojado en hotel de lujo... ¿quién sabe? Sólo son especulaciones mías, "sin fundamento".
Otras tareas me aguardaban. Tenía que demostrar mi antigüedad hasta 7 años y medio. Un mes y medio sin contrato deshacía ese cómputo y el pago con talones, los cuales había entregado al banco (por lo cual recomiendo a todo aquel al que le paguen ocasionalmente por este método que, antes de cobrarlo, haga una fotocopia, de igual forma para cualquier pago en metálico, conserve un recibo) me obligaban a buscar pruebas hasta debajo de las piedras.
Fueron unos meses muy largos, con el estigma de tener que resolver este asunto y esta agonía que parecía eterna. Seguía sin dormir por las noches y en un estado de tensión continuo las 24 horas del día. Era libre, pero había salido de aquella locura arrastrando las cadenas. Por otro lado tenía que controlar que la empresa no enajenase sus bienes y tranquilamente se declarara insolvente en caso de perder el juicio. Aún así lo hizo con parte de ellos, a pesar de su situación legal; razón por la cual me di cuenta de que si sabes y te lo propones, puedes reírte de quien quieras, hasta de la justicia.


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