23 marzo 2007

Las reuniones

¡Qué tema tan pesado! ¿cómo hablar de ello sin dejarse dormir? jajaja Como lo leen. Seguro que todos mis compañeros se acordaran de aquellas largas sesiones de discursos monótonos y aburridos en los que no se llegaba a ninguna conclusión, y en los que todos los reunidos bostezábamos como posesos. ¿Cómo llegamos a eso? ¿Todavía me lo preguntan? En las grandes empresas se hacen reuniones para tomar decisiones. Mi empresa no era grande, pero mi jefe se pensaba que sí, por lo tanto había que hacer muchas y largas tertulias para aparentar lo "inaparentable". Al principio fueron pocas, pero luego, a medida que mi jefe se llenaba de soberbia, las reuniones eran tan constantes que ya íbamos en peregrinación a la "Sala de reuniones" desde primera hora de la mañana. Esto es lo que tienen el sistema de gestión de la calidad, y si no lo tiene, mi empresa, le dio un nuevo sentido. ¿De qué hablábamos? De muchas cosas y las menos del negocio. Solía haber un protagonista indiscutible, que era mi jefe. Comentaba temas de la empresa y sobre todo los suyos personales. ¡Qué pesadez! Que si tenía un amigo, que si la hija, que si no se quien, que si no se cuanto... Salías de la sala y no tenías ni idea de para qué habías entrado. No se tomaba ninguna decisión fundamental o por lo menos no tenías la sensación de que hubiera una acción ejecutiva sobre algo después de tales reuniones. El gerente, siempre apoyado por los acólitos salía de allí con la terapia realizada. Para él era un método de promoción y de engañar a los empleados. Contaba, contaba y contaba cosas y cuando le hacías alguna pregunta que no sabía responder o que no quería contestar, te empezaba a marear y a perder el norte de la conversación, para no responderte. Estábamos tan acostumbrados a estos artificios que dejábamos de prestarle atención rápidamente. Durante el proceso de destrucción de mi departamento, y luego con el cierre definitivo, los trabajos forzados y en el periodo de transición y caída (que aún no he descrito) yo hacía lo siguiente: miraba fijamente a los ojos al gerente. No pestañeaba, no respiraba, no hacía gestos. Como un bloque de piedra no dejaba de mirarlo. Esto le ponía nervioso, porque le daba la sensación de que le estaba cazando en las mentiras que contaba. Muchas veces él intentaba fijar la vista en otro lado o trataba de excusarse o de explicar mejor lo que decía. Realmente yo me lo pasaba bien. "¡Sé que me mientes, confiesa!". Llego a ser tan sofocante y molesta mi postura que hasta en una reunión, la acólita número 2, llegó a decirme que dejara de mirarla porque se sentía incómoda y le daba la sensación de que yo estaba poniendo en duda sus palabras. Yo pensaba para mis adentros:"No me intentes vender la moto, ni tomarme el pelo y yo no tendría porqué mirarte de esa manera". Algo de vena rebelde estaba aflorando en mí. Necesitaba responder a todos los abusos que padecía, y ya que no tenía valor para hacerlo directamente, lo hacía indirectamente, recriminado con la mirada cada palabra que salía de las bocas del "Consejo de Dirección". Por otro lado las constantes y aburridas tertulias dejaban dormidos a más de uno. Tremendos monólogos sin sentido. Uno de los chicos del aire acondicionado llegó a decirme: "Nunca había visto una empresa donde hicieran tantas reuniones". Podíamos perder media mañana en sandeces y volver al día siguiente a perder otra media con las mismas necedades. Entre la burrocracia y los delirios de grandeza, se estaba fulminando la empresa; las discusiones bizantinas, estaban haciendo el resto.
Las reuniones fueron siendo cada vez más estrambóticas, superfluas, alucinantes y etéreas. En cada nueva tertulia mi jefe te decía cosas más inverosímiles que en la anterior. Aquello se estaba convirtiendo en una locura, pero de eso ya hablaremos ;)

1 comentario:

Anónimo dijo...
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