16 marzo 2007

Los trabajos forzados V: Las estanterías metálicas

Ese final de primavera y verano del año 2004 se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla. Liquidación de mi departamento y venganza atroz de mi jefe. El gerente se había vuelto muy arrogante. Como el abusón de un colegio de primaria, se dedicaba a repartir tortas (en este caso psicológicas) a los demás. Como siempre, los más débiles recibían lo suyo y lo que el "abusón" no se atrevía a darle a los otros. Su despropósito no decaería en los siguientes meses estivales: después de haber quitado los armarios del taller, desmontado el escaparate con sus vitrinas, puesto el parquet y pasado un día horrible al deshacernos de los bloques, tocaba la segunda fase del rencor. Esta vez el premio consistía en desarmar y retirar todas las estanterías metálicas del almacén y su contenido y volverlas a ensamblar en el otro sótano y por supuesto, colocarlo todo de nuevo. Mi jefe tenía la idea de crear un centro de datos en ese subterráneo, pero después, se le ocurrió que iba a montar un sistema de sala de reuniones, archivo, una habitación mazmorra para pringadillos que le caían mal y necesitaba incomunicar, etc... no tardó demasiado en ordenar el desalojo y limpieza del almacén para empezar las costosas obras, realizadas con paredes de pladur y todo perfectamente encalado y pintado. No sé cuanto costaría esa aberración, pero hablaré de ello en otro momento, sobre todo sobre el cuarto de reclusión en el que pensaba aislar y amargar hasta deprimir a mi otro compañero pringadillo. Tuvimos que trasladar una gran cantidad de material informático: placas base, tarjetas de vídeo, discos duros, monitores, impresoras, etc... al otro sótano. Luego mover los estúpidos focos de jardín que llevábamos siglos amontonando y trasladando como zoquetes, y por fin, empezar a desmontar las enormes estanterías. Yo pensaba hacerlo despacio. No me pensaba matar a trabajar cuando ya bastante me habían humillado. Pero mi compañero puso la 5ª y empezamos a desplomar paneles y soportes como posesos. La verdad que destruir sienta muy bien. Por lo menos relaja la tensión. Periódicamente mi jefe bajaba para que no nos "relajáramos" y para incordiar con su soberbia. Menudo plasta. Esta claro que cuando se aburría venía a someter al populacho, que es así como nos consideraba. Seguramente pensaba que nos mantenía y que por eso podía disponer de nuestras vidas y sentimientos a su antojo. Pequeño señor feudal en su pequeño feudo de mentiras y rencores. Mi jefe había adquirido multitud de nuevas estanterías con sus correspondientes patas, baldas, tornillos, tuercas y arandelas. Nos pasamos días armando de todo de nuevo, pero estaba vez había más que ensamblar. Conseguimos ser todo lo parsimoniosos que podíamos, alargando el trabajo hasta la hora de salir. Constantemente éramos supervisados por el jefe, el cual no dejaba de entrometerse. Después de horas de esfuerzo nos sentábamos a descansar y el gerente aparecía por la puerta. Oportunista para todo lo malo, como siempre. Además se jactaba de ser experto en todo. Ponías un tornillo y te decía que estaba mal. Ponías una estantería sobre la pared y te decía que ahí no. Hicieras lo que hicieras, siempre estaba mal. Lo peor era que te decía una cosa, la hacías y luego te echaba la bronca de porqué habías hecho eso. Cuando le respondías que él lo había dicho, se defendía argumentando que si éramos "idiotas" (no exactamente con esas palabras) y no entendíamos lo que él lo que nos decía.¡Qué horror! Menuda manera de machacar. En este punto del blog, sucedió una cosa muy relevante, algo que me afectaría de sobremanera en el futuro inmediato y que fue el detonante de una humillación aún más insoportable, y que a su vez, tendría consecuencias muy importantes en mi propia vida. Entró una mañana por la puerta del sótano, mientras estábamos ordenando toda la "mierda" y colocándola en las estanterías y nos dijo, con voz embaucadora y falsa: "Tengo que una proposición deshonesta que hacerles...".