12 noviembre 2006

De como hacer mil cosas

En esas "microjornadas" de seis horas tenías que: llegar, quedarte con las instrucciones sobre lo que hacer en cuanto a equipos para montar o arreglar, atender teléfonos, atender a los clientes que pedían presupuestos e información, los cobros, si venía mercancia por la tarde: recogerla (que a menudo eran decenas de monitores, carcasas y cajas con hardware), realizar tu trabajo y atender a los amigos del jefe. Esto último merece un apartado especial para verlo con detenimiento otro día.
Parece que todo se puede realizar, pero arreglar un equipo y que quede como estaba (muchos clientes tenían esa inmunidad) puede llegar a costar bastante. Si estás montando ordenadores y resulta que las piezas que te dan son incompatibles, pues te puedes volver loco hasta dar con la solución, y muchas veces las incompatibilidades son muy sutiles. En este punto decir, que nosotros montabamos equipos clónicos, con hardware de diversa marcas y lo que ello conlleva. Hablamos del año 1999. Si añadimos los teléfonos sonando, los clientes pidiendo presupuestos (hay que atenderlos correctamente y ganártelos para hacer una venta, y eso no se hace a la carrera), los clientes que llaman para resolver dudas y arreglar problemas por teléfono (costumbre que tenían los interesados porque la empresa los había habituado y con la cual, se perdía mucho tiempo y no se ganaba nada de dinero), etc... resulta que no tienes tiempo para nada y mucho menos para hacer tus tareas.
¿Cómo se resuelve eso? Echándole más horas. Al principio le echas media hora más, luego cuando aumenta la presión le echas una, dos , tres, cuatro... De esta manera, la jornada laboral ya no eran esas seis horas, sino siete, ocho, nueve, diez... Salir de trabajar a las 12 de la noche llegó a ser la tónica general. Al menos en mi caso, que me tomaba el trabajo demasiado a pecho. Los otros compañeros eran más espabilados y salían tarde, pero no malgastaban su vida en una empresa que no te pagaba las horas extras. Si no habías podido con todo y te dejabas algo, al día siguiente te echaban una bronca o unas indirectas, llamándote vago o comentando que perdíamos el tiempo por las tardes. Mi jefe no trataba de saber lo que pasaba o se informaba de lo que sucedía, sino que daba por bueno lo que otros dijeran de nosotros, como si lo decía el tonto del pueblo. Más aún, él profería indirectas malintencionadas. He visto películas de terror que dan menos miedo. El sueldo seguía siendo de unas 85.000 pesetas y las semanas siempre pasaban de 45 horas.

No hay comentarios: