Ya estamos a primeros de mes, tiempo en el que se "supone" que muchos trabajadores cobran sus sueldos. Y para hacer una dedicatoria a estos días tan señalados y esperados del calendario, nada mejor que hablar de una opípara cena y de tirar la casa por la ventana. Disculpen mi inexactitud. Siempre me olvido del factor jefe. Digamos mejor: nada mejor de que hablar, que de una opípara cena a cuenta de los mediocres sueldos de los pringadillos y sus horas extra no cobradas. Todo esto como colofón a una mañana de vanidad y orgullo desmedido por parte del gerente, titular final y único de ciertos logros obtenidos por la acólita número 2.
Comenté en una pasada entrada (Las certificaciones ISO o el teorema de la Burrocracia), mi empresa se había propuesto conseguir todo tipo de certificaciones que le permitieran meterse en el tema de las subvenciones. Con las dos primeras: la ISO 9001:2000 y la 14001:1996 se encontraba casi a la cabeza de un pequeño grupo de empresas que habían obtenido esta doble certificación. Pero mi jefe quería ir más allá. Quería conseguir otro "título" que le diera la imagen de una empresa puntera tecnológica que se preocupaba por su entorno. Además, si la conseguía, sería de los primeros negocios en tener estos tres certificados. De cara al mundo nadie lo iba a saber, pero en sus círculos más próximos sí, lo cual le llenaba de petulancia y pedantería. Este elemento distintivo al que me refiero es la certificación EMAS.
Después de la entrada de ayer, hay que ver como había cambiado mi empresa. Jajaja, bueno, había tomado un nuevo rumbo de cara a la galería. La realidad como siempre fue distinta, aunque he de reconocer que por lo menos hubo un intento de mejorar. Todavía recuerdo como mi jefe nos enseñaba a poner el papel, el cartón, el plástico y los consumibles de impresora en sus respectivos contenedores. Los colocó de tal manera que el de plástico quedara al lado de la máquina de café y el de papel al lado de la destructora (tema gracioso del que hablaré próximamente). Buenos tiempos aquellos ;) para los acólitos, jajaja.
La entrega del galardón fue muy especial. Todas las empresas que lo habían conseguido fueron invitadas al edificio de la Presidencia de mi Comunidad Autónoma, para recibir de la mano del propio presidente de la región, el susodicho certificado. Esto llenaba de orgullo a mi jefe; vanidad que fue exaltada cuando posó al lado del presidente en la foto. Después de la citada estampa gráfica, hubo almuerzo de empresa. Nunca antes el negocio había invitado a sus empleados ni tan siquiera a café de máquina, y ahora íbamos a ir a un restaurante de calidad a celebrar este día. Personalmente prefiero ir a otro tipo de restaurantes, donde comes más y mejor por menor precio, pero bueno, ya que invitaban, no había que desaprovechar. Total, me lo había ganado a pulso a los largo de casi 6 terribles años de trabajo y esfuerzo. Buen vino, platos de cocinero, de esos en los que hay más ornamentación que contenido alimenticio, postre y copa para brindar por los éxitos (del jefe, a los demás que les zurzan). Al fondo de la mesa: gerente, acólitos, personas allegadas y empresas de la sinergia, en la mitad y el otro extremo: pringadillos y elementos no afines al gerente. Hasta la comida nos dividía entre empleados de primera y empleados de segunda o tercera. Esa comida fue otro ejemplo de la caída en desgracia del taller de reparaciones, a parte de darnos una idea de la capacidad de filtrado de alcohol del gerente. Para concluir: un purito. La prepotencia se le notaba en el hablar y en los gesto. ¡Cómo había cambiado ese hombre desde que lo conocí! Desde luego que ese tipo de actitudes no vienen de un día para otro. Él conocía de antes ese ambiente y le gustaba revolcarse en él. Diplomáticamente, los pringadillos nos fuimos yendo, de forma que no se notara excesivamente lo a disgusto que nos encontrábamos. Aún tardaría unos meses en llegar el momento de gloria del gerente, pero desde luego que en ese instante ya no te miraba por encima del hombro, lo hacía por encima de la cabeza.
Comenté en una pasada entrada (Las certificaciones ISO o el teorema de la Burrocracia), mi empresa se había propuesto conseguir todo tipo de certificaciones que le permitieran meterse en el tema de las subvenciones. Con las dos primeras: la ISO 9001:2000 y la 14001:1996 se encontraba casi a la cabeza de un pequeño grupo de empresas que habían obtenido esta doble certificación. Pero mi jefe quería ir más allá. Quería conseguir otro "título" que le diera la imagen de una empresa puntera tecnológica que se preocupaba por su entorno. Además, si la conseguía, sería de los primeros negocios en tener estos tres certificados. De cara al mundo nadie lo iba a saber, pero en sus círculos más próximos sí, lo cual le llenaba de petulancia y pedantería. Este elemento distintivo al que me refiero es la certificación EMAS.
Después de la entrada de ayer, hay que ver como había cambiado mi empresa. Jajaja, bueno, había tomado un nuevo rumbo de cara a la galería. La realidad como siempre fue distinta, aunque he de reconocer que por lo menos hubo un intento de mejorar. Todavía recuerdo como mi jefe nos enseñaba a poner el papel, el cartón, el plástico y los consumibles de impresora en sus respectivos contenedores. Los colocó de tal manera que el de plástico quedara al lado de la máquina de café y el de papel al lado de la destructora (tema gracioso del que hablaré próximamente). Buenos tiempos aquellos ;) para los acólitos, jajaja.
La entrega del galardón fue muy especial. Todas las empresas que lo habían conseguido fueron invitadas al edificio de la Presidencia de mi Comunidad Autónoma, para recibir de la mano del propio presidente de la región, el susodicho certificado. Esto llenaba de orgullo a mi jefe; vanidad que fue exaltada cuando posó al lado del presidente en la foto. Después de la citada estampa gráfica, hubo almuerzo de empresa. Nunca antes el negocio había invitado a sus empleados ni tan siquiera a café de máquina, y ahora íbamos a ir a un restaurante de calidad a celebrar este día. Personalmente prefiero ir a otro tipo de restaurantes, donde comes más y mejor por menor precio, pero bueno, ya que invitaban, no había que desaprovechar. Total, me lo había ganado a pulso a los largo de casi 6 terribles años de trabajo y esfuerzo. Buen vino, platos de cocinero, de esos en los que hay más ornamentación que contenido alimenticio, postre y copa para brindar por los éxitos (del jefe, a los demás que les zurzan). Al fondo de la mesa: gerente, acólitos, personas allegadas y empresas de la sinergia, en la mitad y el otro extremo: pringadillos y elementos no afines al gerente. Hasta la comida nos dividía entre empleados de primera y empleados de segunda o tercera. Esa comida fue otro ejemplo de la caída en desgracia del taller de reparaciones, a parte de darnos una idea de la capacidad de filtrado de alcohol del gerente. Para concluir: un purito. La prepotencia se le notaba en el hablar y en los gesto. ¡Cómo había cambiado ese hombre desde que lo conocí! Desde luego que ese tipo de actitudes no vienen de un día para otro. Él conocía de antes ese ambiente y le gustaba revolcarse en él. Diplomáticamente, los pringadillos nos fuimos yendo, de forma que no se notara excesivamente lo a disgusto que nos encontrábamos. Aún tardaría unos meses en llegar el momento de gloria del gerente, pero desde luego que en ese instante ya no te miraba por encima del hombro, lo hacía por encima de la cabeza.
2 comentarios:
Llevo más de cinco horas leyéndote, y lo dejo porque si no mañana no me levanto.
Aparte de lo entretenido, gracias por levantarme los ánimos; mi empresa no se parece en casi nada a aquella tuya y cualquier cosa por la que yo me pueda quejar es una nimiedad al lado de vuestros problemas kafkianos.
Espero que contar todo esto también te sirva como terapia.
j. vallejo, ¡qué paciencia para leer todo este rollo que cuento!
Espero que por lo menos sea divertido ;)
Como digo a veces, "la realidad supera la ficción", y realmente no estamos tan mal a pesar de los relatos kafkianos, como tú bien dices.
Gracias por pasarte, leer y comentar.
Un saludo.
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