27 abril 2007

Pastillas, depresión y odio

Hacia agosto de aquel año 2005, tuve la cita con el psiquiatra y la psicóloga. Durante aquellos meses estivales había conseguido relajarme un poco por las noches. Levemente. Como cada día, iba más muerto que vivo a la empresa. Llegaba y aparcaba el coche relativamente lejos, para darme un paseo e ir tranquilizándome. Si me acercaba a la empresa demasiado pronto, antes de la hora de entrar, aguardaba en la esquina de una calle que confluía con la de mi empresa, para entrar justo a las 8, ni un segundo antes. Siempre había algo tensión en el ambiente. No quería encontrarme con mi jefe y mucho menos oírle. Entraba rápido. Saludaba en voz baja a la chica de la entrada y me desplazaba rápidamente hasta mi sitio. Todo lo más calladamente posible. Tratando de pasar desapercibido. Este ejercicio repetido durante meses y meses hasta pasar más de un año era, en cada ocasión, un bautismo de fuego. Si tenía mala suerte, me encontraría con el gerente, y en alguna ocasión sus comentarios eran una incitación a ... En fin, en el estado en que me encontraba, cualquier cosa que dijese o que hiciese el jefe, me molestaba. Me irritaba hasta la saciedad. Con el paso de los años y las situaciones cada vez más injustas y dementes que se producían a cada momento, había ido acumulando un odio y un rencor exacerbado* hacia mi jefe. Un resentimiento sin límites. Me sentía capaz de hacer cualquier cosa por liberarme del yugo que me oprimía. Llevaba algunos meses haciendo pesas para descargar mi frustración, con lo cual iba a trabajar muy cansado. Un cóctel explosivo. Si le añadimos lo comentado en el post de ayer... podrán hacerse una idea del grado de perturbación que me afectaba. Demasiada ira contenida. Aquel verano llamé a muchos de mis antiguos compañeros, para tener una tertulia y porque necesitaba conocer muchas cosas que había ido olvidando, tal vez por autoprotección. Si no me acordaba no sufriría. Creo que se encontraron al peor Erkemao que habían visto nunca. Vencido, iracundo, inseguro, triste... Sólo se me ocurrían dos soluciones para acabar con esto: una era mala y la otra era peor... Al final opté por la mala, y así acabé una mañana en la consulta de los "trastornados". Iba muy tenso. En mi cabeza sólo había un pensamiento: "Esta gente no me va a hacer caso. Van a pensar que lo que quiero es una baja. Van a pensar que estoy fingiendo. Voy a acabar peor de lo que estoy. No ha sido una buena idea. Mejor me largo de aquí". Con esa actitud entré en el despacho del psiquiatra. Totalmente defensiva. No había estado nunca antes en esa situación, y lo que mi cerebro me decía era que allí no me iban a ayudar. De entrada, lo primero que me sentó mal fue que había otra persona más. Una recién licenciada en prácticas. ¡Lo que me faltaba, contar mis problemas personales a dos desconocidos! (a la larga me sirvió para poder hacerlo ante muchas más personas ;) así lo refleja el blog). Expuse lo que me pasaba. El psiquiatra serio y con mirada inquisitiva me bloqueaba. NO podía expresar lo que quería y el "va a creer que miento" seguía dando vueltas en mi cabeza. La respuesta fue rápida y clara: "Tú no tienes problemas mentales, lo que tienes son tensiones por los problemas de la vida". Al menos ya sabía que no estaba loco o que aún me quedaba mucho que andar para caer en la locura. Sin embargo, el odio y la rabia que llevaba reprimida dentro me permitieron explicarle que era lo que sentía y así se lo dije: "Con todo lo que me ha pasado todos estos años me siento legitimado para defenderme como sea y eso incluye la violencia. Estoy dispuesto a usarla porque es la última salida que veo ante mis ojos". Me sentía lo suficientemente fuerte y desesperado como para cualquier mañana estamparle el puño en los hocicos a mi jefe, independientemente de lo que me sucediera luego. Eso no era importante. Quería desquitarme sin importar las consecuencias. El profesional me miró y me dijo que eso no era una solución, pero en ese momento yo me sentía derrumbado física y anímicamente. No veía ninguna salida, ningún camino, ninguna posibilidad. Después de hablar con él, tuve consulta con la psicóloga. Una mujer muy atenta que se tuvo que gozar la vuelta a la infancia de un tipo de 30 años y 85 kilos. Empecé a contarle resumidamente todo lo que podía recordar y todo lo que sentía por dentro... pero cuando iba llegando al final del verano del 2004, ya no pude más... rompí a llorar como un niño. Toda la tensión acumulada durante esos años, y los horribles meses que había pasado desde el verano anterior, acabaron por resquebrajar la falsa coraza que había construido a mi alrededor. Fue una situación muy embarazosa, pero al mismo tiempo una liberación, una forma de canalizar toda la ira, la amargura y la desazón. Tenía depresión. Llevaba arrastrándola sin saberlo durante muchos años. Aún así no me dieron la baja laboral. Me recetaron pastillas. Ansiolíticos. Una manera de relajarme, de intentar quitarme ese nivel de ansiedad y violencia latente. No me debieron ver demasiado mal como para que dejara la actividad que me estaba perturbando, ni a la persona que me estaba angustiando. Tal vez era yo el que había creado mi propio mundo, más exagerado que la realidad que me rodeaba. Sinceramente, no lo creo. En cualquier caso no me sentí lo suficientemente apoyado. Tomé esas pastillas, y otras, durante un par de semanas, luego las dejé. No era la solución a mis problemas. Había tomado una determinación mucho más cruel. Una idea iba tomando forma y con paciencia, mucha paciencia, la ejecutaría en su momento.


* Según la Real Academia Española:

exacerbar.

(Del lat. exacerbāre).

1. tr. Irritar, causar muy grave enfado o enojo. U. t. c. prnl.

2. tr. Agravar o avivar una enfermedad, una pasión, una molestia, etc. U. t. c. prnl.

3. tr. Intensificar, extremar, exagerar.


26 abril 2007

Pesadillas

Era lo que me ocurría cada noche. Primero fue el insomnio que comencé a tener poco tiempo después de llegar a ACME S.A. Fue cada vez a más, hasta el punto de que llegué a pasarme meses enteros durmiendo 2 ó 3 horas por día. Con el tiempo dejé de dormir algunas noches y esa fue la tónica general en mis últimos años en aquella empresa. Todo tiene solución de alguna u otra forma. Por la época en la que transcurre esta narración, finales de la primavera de 2005, mis visitas al médico eran demasiado habituales, para alguien que no va nunca al doctor. Me recetaron pastillas para dormir, y con ello pude solventar en parte el problema. Tenía demasiada ansiedad. Cada nueva consulta significaba conocer nuevas pastillas para tratar esos síntomas. Pero nada me relajaba. El problema era otro. Estaba en mi empresa. Era mi jefe y su actitud y sus mentiras. Era yo, con mi pasividad y falta de reacción ante los agravios.
Antes de que me recetaran los fármacos, tenía pesadillas. Después, cuando dejé de tomarlas, siguieron. Si las tuve mientras tanto, escapa a mi memoria. Cada cual era más rara, cada cual más violenta. Casi nunca solía recordar que había soñado. En cualquier caso, todas giraban en torno al trabajo y la impotencia por no poder cambiar mi situación. Me levantaba muchas veces en medio de la noche dando patadas al aire, sudando, con el corazón a punto de saltar del pecho. Por las mañanas notaba dolores y cardenales en los puños, de dar golpes a las paredes cuando soñaba. Empecé a creer que me estaba desquiciando y que iba a llegar a un punto de no retorno. Pensaba que me iba a volver loco. Ideas extrañas pasaban por mi mente, buscando una solución tajante...
Una de las pocas pesadillas que consigo recordar fue muy clara y absurda. No se necesita ser clarividente para entenderla. "Me encontraba en la empresa trabajando, debía ser viernes por lo que hablaba en el sueño. Mi jefe entraba y me decía que había algo pendiente y que me tenía que quedar por la tarde y seguir trabando el fin de semana. Yo le contestaba que yo había hecho mi trabajo y que no tenía que quedarme. Luego yo le perseguía por toda la empresa preguntándole a gritos el porqué. Y el huyendo me decía que el trabajo no estaba hecho y que era por el bien de la empresa, que era por el bien de la empresa..." Luego me levanté jadeando y con todo el cuerpo contraído de la tensión. Estaba fatal. Me sucedía varios días a la semana, aunque muchas veces olvidaba lo que soñaba.
Como comenté un poco más arriba, empecé a imaginar "soluciones extrañas" a todo este disparate. Reflexioné una tarde y al día siguiente tomé una decisión que nunca pensé que tomaría y que pensé que no necesitaba. Fui al médico, esta vez no me andé por las ramas, le dije las cosas claras y que pensaba que se me iba la cabeza, que ya no podía más... que no me recetara pastillas... tenía que visitar a un profesional. Así me dio cita para visitar a un psiquiatra / psicólogo. Creo que empecé a sentirme algo mejor. Por fin alguien con conocimiento me diría si lo que yo tenía era un berrinche o un problema. Aunque yo lo intuía, necesitaba alguien con autoridad que me lo dijera. Iba a ser una prueba muy dura, porque tendría que contar cosas de mi vida que sólo me guardo para mí y tendría que admitir que todo lo que me sucedía era fruto de un jefe "%·$&/#@€" y sobre todo, de mi cobardía para enfrentarme a él y decirle las cosas a la cara.

25 abril 2007

Empieza el baile

Un post con un título muy lúdico-deportivo, y bueno, en cierta manera habría que tomárselo de esa forma. Luego la realidad es un poco más agria, pero no deja de tener su encanto. Con todas las cosas que estaban ocurriendo, sólo era cuestión que alguien presentara una respuesta contundente a la empresa.
Hace unos días relaté como uno de los programadores había buscado una salida digna para su futuro en vista de la pasividad con que la empresa trataba su renovación. No sería el único en plantar cara. Otra compañera decidió ir un poco más lejos y presentar una denuncia. No conozco las causas primeras, ni el tipo de acuerdos o negociaciones que se habían producido entre la organización y la currante, pero está claro que la actitud de la empresa forzó una solución radical.
El negocio había llegado a ciertos acuerdos especiales con algunos de los profesionales que trabajaban en la empresa, teniendo éstos unas condiciones de trabajo diferentes de los demás. La razón era debida a la actividad que desarrollaban, y que no necesariamente tenía que ajustarse a un horario cerrado. También debido a que su labor como profesionales y el ritmo de trabajo que proporcionaba el negocio, no era constante o necesitaba ciertos sobreesfuerzos puntuales para llevarlos a buen fin.
No conozco en profundidad lo que ocurrió o en que hechos estaba envuelta esta polémica, pero desde mi punto de vista, la empresa seguramente incumplió algunas o muchas de las promesas realizadas. No me extrañaría en absoluto. Puede que no tratase de resolver el problema o no tuviera interés en hacerlo. Hasta entonces, mi jefe había tenido suerte; los empleados se iban sin reclamar, o los que reclamaban, ante los oídos sordos de la empresa, acababan por abandonar el pleito. Esta vez no fue así. De una forma totalmente inesperada, el negocio, fue denunciado. No sería la última vez.
Según me contó la persona implicada, el gerente trató de llegar a un acuerdo en el último momento, en los pasillos donde se encontraba el SMAC (Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación), que es el proceso previo a cualquier solución ante el Juzgado de lo Social. Digamos que la empresa trató de camelar nuevamente a un empleado ya que todavía no había llegado su abogado. Cuando este llegó, mi jefe se olvidó de sus promesas y puso pies en polvorosa. Era fácil intentar tomarle el pelo a quien no conoce sus derechos, pero cuando hay que hablar con un profesional... Finalmente todo se resolvió en un juicio, el cual el gerente trató de abordar de una manera poco ética, ayudado por un nuevo asesor que tenía desde hacia poco. El pescado estaba vendido y el empleado tenía todas las de ganar.
Meses después, cuando estaba hablando con mi jefe sobre el tema de las deudas y los sueldos y todos los asuntos que nos preocupaban en ese momento, me comentó que la empresa pagaría a quienes estuvieran con ella, luego a aquellos con los que tuviera deudas y finalmente si quedaba algo, con los "traidores" y si no quedaba nada, pues ¡qué se jodieran!
Era obvio lo que yo tenía pensar: si a unos no les pensaba pagar lo que les debía y a otros intentaría no indemnizarles, ¿que me ocurriría a mí?. Tenía las cosas muy claras. Tarde o temprano, el siguiente, sería yo.

24 abril 2007

Empiezan los problemas económicos

En la primavera de 2005 y tras el cese fulminante de uno de los pringadillos, comenzaron los problemas económicos. Dificultades que nunca más desaparecerían y que al cabo de un año darían al traste con el experimento de mi jefe de tener una superempresa de un día para otro. En vez de "burbuja tecnológica", aquello parecía el "globo burocrático". Al principio fueron retrasos en la nómina: una semana, dos semanas, así hasta llegar a casi un mes en ciertos momentos, en los primeros meses. Luego sería mucho peor. Reparto parcial de lo poco que ingresaba la empresa, demoras más largas... Todo tipo de excusas. "El que tiene que firmar se fue de viaje", "estamos pendientes de un pago que nos prometieron hace X meses y todavía no han realizado", etc... Algunas excusas fueron esperpénticas. Ya lo contaré otro día. Con este panorama y la actitud del gerente de: "el que está conmigo tiene alguna posibilidad y el que no, ya se verá si cobra o no", se contrajeron las primeras deudas con los empleados que iban saliendo de la empresa. Por supuesto los primeros en la lista los traidores, aquellos que habían decidido buscar una cosa mejor, dada la respuesta pasiva del jefe a su esfuerzo y trabajo. Después los "ociosos" aquellos que se habían aprovechado de la empresa. Así le sucedió al último pringadillo incorporado a la empresa. Cuando le llegó el turno de renovar su contrato, las cosas no estaban muy bien. Apenas 6 meses antes le había prometido Jauja y ahora, la empresa, ni tan siquiera quería renovarle, mientras varios compañeros ya habían dejado la empresa.
Este compañero desde que llegó a la empresa, apenas tuvo trabajos que realizar. Por mucho que lo pedía, la empresa no le daba tareas. Tuvo algunas tan sensacionales como retocar fotos viejas del jefe y otros desempeños de naturaleza económica poco rentable. Al final, él mismo se sentía incómodo porque pasaba demasiadas horas muertas. Cuando abandonó la empresa, ni le pagaron su último sueldo ni el finiquito. Denunciar a la empresa era lo mismo que nada, porque aunque consiguiera cobrar, la mayor parte se la iba a llevar el abogado. Lo que más me indigna de todo eran las palabras del jefe: "No hacía nada", "La empresa le dio más a él que él a la empresa", "No era el tipo de perfil que estaba buscando para el negocio" (cuando había sido él quien lo había elegido), "No era tan bueno"... y un montón de aberraciones y obscenidades más, que sólo a un tipo como mi jefe se le podían ocurrir. Otro compañero más que salía por la puerta de atrás.

23 abril 2007

¿Puñalada o inseguridad?

A veces uno tiene la sensación de tener compañeros que te van a defender dentro de la empresa, o que por lo menos no te van a meter en líos, y que el tiempo demuestra que son todo lo contrario. Al menos en momentos puntuales no acabas de entender su reacción, porque no te la esperas y, desde luego, no le encuentras ningún sentido. Eso me ocurrió con una compañera de trabajo. Cierta mañana hizo algo a lo que le he dado vueltas miles de veces y no acabo de comprender. ¿Estaba nerviosa? ¿Tenía miedo de algo?¿Era así su forma de ser? Todo un misterio por resolver. Lo cierto es que ese día me irritó de sobremanera, y su comportamiento me pareció una puñalada trapera, un peloteo al jefe o un modo de ser el centro de atención.
A medida que pasaban los meses yo me sentía peor. Mal físicamente: dolores de estómago, dolores de cabeza, ganas de vomitar, insomnio constante, problemas digestivos, acidez de estómago... y mal psiquícamente: terror a salir, ansiedad, nervios, falta de atención, alterado, agresivo, etc... Cada día iba, literalmente, arrastrándome a trabajar. Ni siquiera mis pasos eran decididos, sino que los pies me pesaban. El pensar que tenía que escuchar a mi jefe me volvía loco. No soportaba ni siquiera verle. Eso se tradujo en pesadillas constantes cada noche, cada cual más absurda y más violenta. En su momento lo contaré. Con todos estos ingredientes y a presión, sólo era cuestión de tiempo que me pusiera enfermo. Y así fue. Cada vez con más frecuencia, perdía algún día al mes por encontrarme mal. En los años anteriores siempre había ido a trabajar. No importaba lo enfermo que estuviera. Ya no. Directamente me quedaba en casa. La empresa no merecía que hiciera sacrificios por ella.
Cierto día me encontraba fatal. Llamé a la empresa a primera hora, para comentarles que iba a faltar. Fui al médico para contarle lo que me estaba pasando y para que me recetara algo. Pedí el oportuno justificante. Al día siguiente me encontraba algo mejor y volví a las tareas laborales. Entré por la puerta y saludé rápido, como solía hacer siempre, para que mi jefe no me lanzara puntas por hablar o simplemente para que no se añadiera a la conversación. Ya tenía bastante con estar en la misma oficina que él. Con el justificante en la mano me acerqué a la administrativa, que era la que llevaba todos los papeles. Le entregué una copia del justificante dado por el médico y cuando iba dando mi segundo paso hacia mi mesa...
Oigo detrás de mí a la administrativa con voz anormalmente elevada y gesto nervioso gritando:"¡¡¡ Barney (un nombre ficticio para aludir a mi jefe), Barney!!! Erkemao me acaba de dar un JUSTIFICANTE del médico, ¡¡¡ Dónde lo pongo!!!". Me quedé seco. ¡Lo que me faltaba! ¡Atraer la atención! La tía estaba pegando alaridos. "¿Qué coño le pasa a esta tía?" pensé. "Joder, eres la administrativa, llevas 15 años clasificando partes de enfermedad, ¿a qué vienen estos gritos?". "¿Lo pongo en esta carpeta?" seguía preguntándole a grito pelado al jefe. Al final consiguió lo que quería: hacer venir al gerente desde su despacho. Le entregó mi justificante y se quedó tan fresca. Mi jefe, desconfiado, revisó el papel. Yo empecé a irritarme más de lo que estaba. Después de tantos años trabajando como un burro en esa empresa, me pongo malo un día y además desconfían de mí... Por supuesto, mi jefe, que siempre tenía que tener la última palabra en todo, cerró el asunto con una coletilla que usaba a veces: "Somos "mayorcitos" para ser responsables y decir la verdad"... ¿Qué estaba insinuando este fulano? ¿Qué no me había puesto enfermo y que estaba dando un justificante falso? ... Ya me habían enfermado de nuevo con toda esta tontería, control e idiotez. "¡EXACTAMENTE!" le respondí a mi jefe. Si no entendió la "directa" es porque no quiso. En cuanto a la "supuesta" compañera... ¿qué ganaba ella con todo este jaleo? ¿por qué simplemente no le preguntó al gerente donde se clasificaban los justificantes del médico, si no sabía donde iban? Si llevaba tantos años en la empresa, más que nadie ¿por qué repentinamente ese día, no sabía donde meter un simple papel? ¿Por qué trataba de atraer la atención del jefe? ¿Había hecho algo mal y trataba de reconciliarse denunciando a posibles "estafadores" a la empresa? No me llevé mal con ella tiempo después, sobre todo cuando supo que yo estaba afiliado a un sindicato y con todos los problemas que había, no sabía donde acudir. Entretanto debió darse cuenta de la metedura de pata o de la "mala fe" con la que había actuado, porque empezó a decirme las cosas en voz baja y a tratar de resolverlas antes de llegar a niveles superiores.

22 abril 2007

Como forzar a un profesional a renovar por poco dinero

Si la de ayer era una entrada en la cual comentaba lo que no debe hacer un empresario con un cliente, en esta voy a relatarles la forma en que un buen explotador puede sacarle el jugo a un joven empleado. La táctica era buenísima, pero mi jefe no consideró factores externos muy importantes para el buen fin de su plan. Como he dicho en algunas ocasiones, este es un análisis personal de los hechos. Usted o tú que lees estas líneas puedes sacar una conclusión diferente.
Se habrán dado cuenta de que en las últimas entradas se ha tratado casos de despidos y abandonos de la empresa. En este momento de la historia y en los siguientes meses, las cosas van a ser similares. La empresa había entrado en barrena y ya no había forma de enderezar la nave. Todo se iba a la mierda (si me permiten la expresión) cada vez más rápido. El que no terminaba contrato, salía por su propio pie antes de que el golpe fuera más duro. Después del despido de uno de los pringadillos, la empresa, ya no pudo garantizar los sueldos. Mi jefe es de la opinión de: "pago al que esté conmigo (si puedo) y el que se vaya que se joda" (literalmente), es decir, "el que se hunda conmigo es bienvenido, los demás son unos traidores por intentar salvarse". De esta manera no fueron pocas las deudas que la empresa empezó a contraer con los empleados "traidores".
En el verano de 2004 fueron contratados muchos nuevos empleados, sobre todo programadores. Uno de ellos era de los más jóvenes de la empresa y apuntaba buenas maneras en programación. De hecho, la programadora jefe lo veía muy necesario para el buen funcionamiento del departamento. Imagino que como todos los nuevos y jóvenes, tendría un contrato de 6 meses, tras el cual le renovarían (6 meses más, seguramente). Si no recuerdo mal, su sueldo no era el más apropiado para su cometido, así que estaba cobrando más o menos como los pringadillos. Todo un logro teniendo en cuenta que muchos llevábamos allí muchos años y apenas nos subían el sueldo. Pasaban los meses y su situación económica no cambiaba. Se iba acercando el final de su contrato y el jefe no le daba ninguna pista sobre si continuaría o no y en qué condiciones. En esta situación de incertidumbre y con los primeros problemas en los pagos de los sueldos que se produjeron, un tipo listo buscaría otro trabajo. Como ya tenía una "cierta" estabilidad económica, se independizó, con todo lo que ello conlleva en gastos de alquileres, gastos corrientes, etc... Se le ocurrió comentarlo en la empresa. Nunca nunca nunca debes hacer saber a tu jefe que tienes obligaciones económicas, porque intentará aprovecharse de ellas, haciéndote trabajar más y por el mismo sueldo. No comentes que tienes coche nuevo, que te vas a hipotecar, que tienes una deuda, etc... porque un jefe sin escrúpulos lo utilizará en su beneficio. En mi opinión eso es lo que le ocurrió a este compañero... Al conocer el gerente la situación del programador, forzó la negociación al último día, para de esta manera obligarle a aceptar las condiciones que la empresa propusiera. Como les digo, es mi visión particular de los hechos. Se acercaba el momento de la finalización del contrato y el jefe no movía ficha... "le digo que si quiere seguir, será cobrando 720 euros al mes y me quedo tan fresco. Como se acaba de ir de la casa, no tendrá más remedio que aceptar o sufrir para llegar a fin de mes" pensaría. Cuando fue a negociar se llevó una ingrata sorpresa. El compañero había buscado otro trabajo en una empresa grande y estable y en la que además iba a gozar de un sueldo más digno. Mi jefe se quedó bloqueado. Le acababan de reventar el plan. Un buen programador se iba y él no podía negociar, porque no tenía con qué. De nada le sirvió crear incertidumbre y pensar que tenía ganada la partida. El compañero tenía un comodín debajo de la manga. Una muy buena lección.

21 abril 2007

Y mi jefe echó a un cliente y se quedo con su dinero

Esta historia es digna de figurar en todos los manuales y y libros sobre trato a los clientes. No por la forma en que debe hacerse, sino por la manera en que no deben tratarse. Hace poco les conté que m jefe decidió que los pequeños clientes no eran dignos de nuestra empresa, pero de ahí a echarlos a la calle va un gran trecho. O mejor dicho, sólo dista un gerente crecido en su arrogancia.
Cierto día apareció por la empresa un cliente. Estaba interesado en hacer una página Web para promocionar un deporte. El acólito número 1, que llevaba la parte comercial de la empresa, fue el encargado de recibirle y de llenarle la cabeza con grandes ideas para que gastara dinero. Este cliente sólo quería una página sencilla, en la que pudiera cambiar textos y fotografías. Algo barato. La empresa le enseñó algunas de las plantillas prediseñadas de bajo coste, pero no le comentó que éstas apenas eran modificables. Seguidamente se le pasó el trabajo a uno de los diseñadores para que le atendiera y le personalizara el sitio. Por otro lado, también necesitaba un dominio y había oído hablar de los ".sport", dominios que estaban empezando a usarse, pero que nuestro ISP no tenía en catálogo y que suponían ciertos problemas porque quien los ofrecía no era la ICANN. Al final y después de muchas consultas y gestiones, se le consiguió un ".com". Como al cliente no se le aclararon los límites que suponía pedir una página Web de 300 euros, él empezó a pedir modificaciones y más modificaciones al diseñador. Como al diseñador no se le aclaró el límite del trabajo, continuó atendiendo las demandas del interesado. Llegado un momento, y cuando la empresa se enteró de lo que pasaba, vistas las reiteradas visitas que hacía el cliente, el acólito número 1 tuvo que sentar de nuevo al cliente y exigirle un pago adicional por todo aquello que estaba solicitando de más. El cliente finalmente accedió, aunque tremendamente desconcertado por tener que pagar algo que no le habían dicho que tenía que pagar. Además ya había abonado una parte de lo inicialmente estipulado. La empresa en aquel momento estaba perdiendo dinero con todo el asunto. El acólito consiguió fijar la cantidad a pagar en unos 500 euros. Una reciente norma puesta por la empresa explicitaba que los clientes no podían entrar en la zona de empleados para tratar directamente con los empleados, salvo en casos puntuales. Al cliente no se le notificó la existencia de esa norma, así que un día, entró por la puerta de la empresa y cuando iba a hablar con el diseñador fue parado en seco por el gerente, que de malos modos lo echó a la calle. "Todo un ejemplo a seguir en cualquier negocio". Al final se aclaró la situación, pero ya el daño estaba hecho. El cliente se largó y buscó otra empresa más profesional que le hiciera el trabajo. El dinero que había aportado hasta entonces se lo quedó el negocio. Salimos perdiendo todos. Me dio vergüenza ajena. La empresa presumía de profesionalidad (la que daban los empleados) y de gestión de la calidad, mientras que sus dirigentes trabajaban cada uno en un sentido, haciendo chapuzas y sin la más mínima coordinación. Finalmente "la culpa" de todo fue del cliente que era un "aprovechado" y una mala persona. Mi jefe sabía como cargarle el muerto a otro.

20 abril 2007

Acoso y derribo: una visión externa

Los dos últimas entradas de este blog corresponden al relato que un ex compañero de trabajo. En ellas cuenta muy resumidamente como comenzó, lo que le tocó vivir y como salió de la empresa. En este post describiré como lo observé desde mi puesto.
La legalidad permite hacer la ilegalidad. ¿Cómo? Se puede crear una circunstancia que en un momento concreto signifique una cosa que no tiene que ver con una trayectoria desarrollada. Por ejemplo: puedes ser el mejor estudiante del mundo, con las mejores calificaciones, pero el día que vas a hacer un examen crítico para tu futuro, estar muy enfermo que te salga mal o que no exprese lo que has trabajado los años anteriores. De cara a la ley tienes una calificación por lo que has hecho ese día, aunque el resto de tu vida lo hayas hecho mucho mejor. Lo que vale son los resultados concretos en ese día. No es el mejor de los ejemplos, y en este caso no hay ilegalidad, pero se hacen una idea de lo que quiero decir. A mi ex-compañero le sucedió algo por el estilo, con la diferencia de que a él le pusieron la zancadilla. La empresa sólo quería licenciados o aguantar a pringadillos que realizasen funciones complejas a bajo coste. De esta manera, sobraban piezas en el tablero. Además el jefe quería descargar en él la frustración por la salida imprevista de la empresa de otro empleado. Le fueron quitando funciones poco a poco, a ver si conseguían que se diera por aludido. Una empresa mínimamente seria plantearía el problema, buscaría soluciones y si no se puede llegar a alguna solución satisfactoria para las partes, despediría al empleado de una forma digna y adecuada. Mi empresa no era de ese tipo. Que el trabajador se vaya sólo es más barato que echarlo. Pasaba el tiempo y apartar y sustraer actividad no estaba dando resultado. Un día, como mi ex-compañero bien relata, le echaron directamente. La razón: bajo rendimiento. La legalidad permite la ilegalidad. Voy quitándote tareas hasta que no tengas nada que hacer y en ese momento demuestro falta al deber y a las obligaciones (ya que éstas no existen).
Lo que mi compañero no pudo vivir fue la justificación que mi jefe dio a toda la empresa. Mientras estábamos trabajando, entró por la puerta y nos conminó a parar cualquier tarea que estuviéramos haciendo para que le prestáramos atención. Nos habló de otra compañera que recientemente había dejado la empresa y luego nos dijo respecto a este compañero: "Él no estaba haciendo nada, todos lo vimos... ¿verdad? Todos lo veíamos". Jajaja. Buscaba en los miembros de la empresa una afirmación, un asentimiento, cualquier expresión que pudiera justificar su acción, consciente de que lo había hecho mal y de que todos sabíamos como se había portado. Trataba de convencernos de algo en lo que ni él creía. Indiferencia y frialdad fue lo que recibió. Sólo los acólitos le seguían el juego.

19 abril 2007

Acoso y derribo II

...En esta nueva etapa, mucho más oscura que la anterior, sentí que caminaba bajo las arenas movedizas de una empresa en constante cambio y que producía sensación de desasosiego en sus empleados porque íbamos en una barca sin rumbo fijo que se movía sometida a los caprichos de un capitán (gerente) que no sabía, no quería o no tenía ni idea de cual sería su próximo movimiento. El jefe y su acólito nº1 contaminaban constantemente el aire con injustificados sentimientos de culpabilidad, de sacrificio ciego o de que no hacíamos suficiente por salir de una perpetua “mala racha económica”. Pero si eras capaz de mirar a tu alrededor con detenimiento, podías ver a toda una plantilla de personas altamente capacitadas, multidisciplinar, que se esforzaban cada día por dar lo mejor sin esperar ningún incentivo, que renunciaba a todo lo externo a la empresa porque se implicaban en exceso con algo en lo que creían. Observando un poco veías que si alguna vez existió esa “mala racha económica”, tuvo que haber quedado atrás porque éramos una gran maquinaria que producía mucho dinero con acceso a más trabajo del que podíamos abarcar (dados los paupérrimos recursos materiales conque contábamos) con excelente reputación en el sector y cuyo gerente nadaba en la abundancia obscena de unos logros del cual creía ser el único artífice y se vanagloriaba por ello. Su perro fiel, el acólito nº1, le susurraba la próxima jugada que debía llevar a cabo y por ello era bien remunerado mientras, el resto de abnegados empleados seguían sin tener contacto con la realidad que les rodeaba y no levantaban la mirada no fuera que recibieran un doloroso escarmiento.

Desde hacía tiempo, miraba de reojo y veía que esa “realidad paralela” en la que vivíamos poco tenía que ver con la auténtica y fue así como empecé a ganarme la enemistad de la cúpula de poder de la empresa, formada al principio por dos miembros al cual se sumó otro, cuyo único mérito en la vida fue utilizar sus encantos femeninos para escalar, trepar y medrar de la peor forma hasta convertirse en el tercer vértice del ahora triángulo de poder que tiraba del timón de la empresa.

Muchas cosas cambiaron y aumentó la plantilla. Por aquél entonces, ya no me necesitaban como programador, necesitaban a alguien que obedeciera sin preguntar así que ya habían elegido a otro para que hiciera mi trabajo; ni tampoco como técnico, puesto que el taller había desaparecido. Sobraba y no sabían que hacer conmigo ya que sabía muchas cosas que ponían en peligro la gran mentira que sustentaba la empresa y que tenía subyugados a sus empleados, así que me apartaron como un apestado, pusieron mi mesa en el otro extremo del local, me relevaron de prácticamente todo tipo de funciones y esperaron a ver si me daba por vencido y firmaba una baja voluntaria. Pasaron algunos meses en los que aguanté estoicamente mi destierro realizando tareas administrativas que sobraban y no sabían a quién encomendar, hasta que un día, al empezar mi jornada laboral, el jefe me invitó con un gesto a que le acompañara a su despacho…

Así fue como me gané el dudoso honor de ser el único empleado de ACME S.A. en ser despedido, por agotar la paciencia del jefe y las dos hienas que se sacaban los ojos por estar más cerca del trono. Mi conciencia estaba tranquila, porque lo único que hice desde el principio fue trabajar duro, esforzarme y tratar de mejorar día a día como profesional, dándole a la empresa muchas horas extra nunca remuneradas, horas de sueño perdidas y aceptando cada nuevo trabajo como un reto que llevé siempre a buen puerto, aguantando las broncas injustificadas y otras impertinencias del gerente y acólitos, principalmente.

Terminé al fin, por abrir definitivamente los ojos y ver que lo que me esperaba era, sin duda, mucho mejor. No tardé en encontrar trabajo otra vez y dejé atrás una empresa cuyo declive y extinción estaba, sin saberlo, a la vuelta de la esquina…

18 abril 2007

Acoso y derribo I

Hoy se darán cuenta de que la narración sigue un estilo diferente. Otra forma de describir y contar la historia. A estas alturas del blog, tocaba hablar del "despido" de otro compañero. Este fue el único que consiguió llevar adelante mi jefe, lo cual le costó su tiempo y, por supuesto, una indemnización. Nadie más conseguiría que el gerente se rascara el bolsillo. Le pedí al protagonista que escribiera y expusiera sus propias viviencias. Aquí está su relato:

Poco puedo aportar yo, que no haya dicho ya Erkemao, sobre la empresa, el gerente, los empleados, los clientes y las miles de vicisitudes que encontramos en el camino y que nunca imaginaríamos que pudiéramos vivir y sufrir en carne propia aquellos que trabajamos en, llamémosla por ahora, ACME S.A.

Aquella mañana, entrando por la puerta, el gerente quiso que le acompañara al despacho. Hizo que me sentara y puso unos papeles sobre la mesa. Prefirió soltarlo sin andarse mucho por las ramas, dijo que suponía una carga para la empresa, que había bajado mucho el rendimiento en mis tareas y que tras haber desperdiciado las oportunidades que se me habían dado, no tenía más remedio que despedirme. Me señaló dónde estaba la salida y no me permitió sacar mis cosas de los cajones de mi mesa ni que pudiera despedirme de mis compañeros. Añadió que todo era legal y que podía consultarlo con un abogado si no estaba de acuerdo, pero que era inútil, que viniera en unos días a recoger mi finiquito y firmarle la carta de despido.

Quizás algo dentro de mí sabía que aquello iba a ocurrir, pero no sabía cuándo, ni cómo. Al principio me sentí mal, sobre todo por haber salido por la puerta pequeña, de aquella manera tan vergonzosa y sin opción de mirar atrás…

Los días que pasaron hasta que volví a por la documentación que necesitaba para la oficina de empleo y el dinero que me correspondía, repasé mentalmente mis cuatro años en aquella empresa:

Empecé como ayudante de técnico, haciendo las prácticas tras haber acabado mis estudios, aunque no era mi primer trabajo. Trabajé como el que más, sin compensación económica, realizando las tareas y el trabajo sucio en aquel garaje, oscuro y malsano. Al finalizar aquellos tres meses de supuesto aprendizaje, me ofreció una oportunidad de trabajar en una empresa en expansión y me dibujó un futuro brillante y cual polilla atraída por la luz, no pude rechazar. Con un contrato de formación en prácticas y un sueldo de poco más de 350 euros trabajaba a jornada completa en horario de tarde y sábados por la mañana con el resto de pringadillos. Cuando nos mudamos de local, fui uno de los pocos que trabajó moviendo todo el material de oficina, limpiando y soportando el látigo de la mirada inquisidora (y comentarios también) del gerente que no nos dejaba descansar. Con el paso del tiempo, acabé cobrando un poco más tras cada renovación de contrato, como técnico en hardware, montaje y reparación de equipos informáticos, pero se me exigía más y a ratos me encargaban trabajos de programación web, siendo éste el siguiente paso y hacia donde se acabarían encaminando mis tareas dentro de la empresa...


17 abril 2007

El .com perdido

Una tarde de tertulia y café da para mucho. De vez en cuando me reuno con algunos de mis antiguos compañeros de fatigas para vernos y comentar como nos va la vida. Por supuesto, no puede faltar alguna reseña a nuestra "querida" y "estimada" ex-empresa. Es ahí cuando me entero de cosas que desconocía. Como me pasaba la mayor parte del día corriendo de un cliente para otro, me perdía gran parte, si no todo, de lo que ocurría en las tripas del negocio. Afortunadamente ellos están ahí para contarme asuntos que nunca supe o de los que sólo tenía parte de la información. De esta manera me relataron un suceso más que interesante.
Por el año 2002, nuestra empresa todavía funcionaba bajo las sólidas bases del taller de reparaciones y las ventas de equipos. Por esta época la empresa ya vendía dominios y hospedajes de internet. Recuerdo que cuando saliamos a los clientes, la empresa nos decía que les intentásemos vender dominios ".net". Me sorprendió bastante porque yo suponía que los dominios más representativos eran los ".com". El acólito decía que los ".com" habían muerto y que la nueva tendencia eran los citados ".net". Mi empresa siempre se publicitaba con un dominio ".net" y luego con otros que tienen aún más "guasa", pero eso es otra historia. Alguna vez me planteé porqué no promocionábamos el ".com". El otro día me abrieron los ojos.
Teníamos un muy buen cliente (de los que dejan mucho dinero y dan pocos problemas) al que con el tiempo y la confianza, se empezó a tratar mal. Esto era muy típico de mi jefe, el coger confianza para luego... en fin, ya me entienden. Era un cliente al que le gusta investigar, preguntar precios, conocer los equipos que compraba y dedicar parte de su tiempo a la informática, de modo que no era precisamente una persona a la que se le pudiera tomar el pelo en tema de ordenadores. Los dominios ".com" eran más caros que los ".net" y mi empresa, en un alarde de tacañería, como sólo ella sabía hacer, decidió no adquirir el primero, pero este cliente despechado sí lo hizo, y en respuesta a una ofensa, además publicó una arcaica página web en la cual se mofaba de mi empresa. Por esta razón -también me enteré la pasada semana- siempre que a mi jefe le nombraban el "www.acme.com" (dominio ficticio para representar a la empresa) se enojaba de sobremanera. A continuación, y rescatado del olvido por uno de mis excompañeros, les transcribo que decía aquella página Web.

Acme S.A. es un provedor de informática que ofrece muy buen servicio. Ha pasado un año y Acme S.A. perdió la oportunidad por segunda vez de coger el dominio acme.com En cambio tienen acme.xx (dominio que coincide con la abreviatura de mi provincia y que pertenece a unas islas perdidas en la inmensidad del océano) que no es xxxxxxxx (mi provincia)... en fin yo creo que hay que tener a todas costas el .com. Asi que a pagar y hacer una oferta por el punto com. de todas formas si esta buscando la página de ACME S.A. tendrá que poner www.acme.net (ficticio) y a gastar dinero porque se puede comprar online. Todo un ejemplo para una empresa de xxxxxxxx. Coger esta dirección de página web ha sido una broma que enseñará a la empresa que hay que coger todas las extensiones del nombre comercial y gastar unos poquitos de $$ mas. Aparte de la broma ACME S.A. es un proveedor como ninguno. Como cliente de ellos tenemos que darles un 10 muy merecido, aunque nos han facturado un disco duro de segunda mano de 10GB en 15000,- Ptas. MUY CARO !!! Bueno no lo vamos a pagar !

16 abril 2007

Ser un buen profesional, según mi jefe

Primero que nada habría que entender que significa ese concepto. Como se define. ¿Qué es la profesionalidad? Voy a remitirme a lo que dice la Real Academia Española, aunque seguramente haya definiciones más acertadas en otras fuentes. La profesionalidad es: "Cualidad de la persona u organismo que ejerce su actividad con relevante capacidad y aplicación.". Wordreference nos dice: "Ejercicio de la profesión con capacidad y eficacia". Yo lo resumo en: "hacer bien tu trabajo, siguiendo unas pautas y un orden". Mi jefe lo veía desde otro punto de vista, según mi opinión personal: "la profesionalidad es aquello que a mí me conviene y si no me conviene no es profesionalidad". No fueron pocas las veces que ese sujeto hacía uso de este término. Lo usaba mucho cuando alguno de los empleados se iba de la empresa. Lo hacía cuando quería conseguir un beneficio a costa de los trabajadores. Tal vez, si les doy algunos ejemplos lo entiendan mejor.
  1. Para mi jefe, un profesional debía comunicar con 6 meses de antelación su intención de abandonar la empresa. Si lo hacía con 15 días de antelación no era un profesional.
  2. Un profesional entraba a la hora en punto y abandonaba la empresa después de la hora de salida. Si lo hacía a la hora en punto, estaba correcto, pero moralmente no estaba bien visto, es decir, si salías a las 3 en vez de a las tres y media, se mosqueaba un poco.
  3. Un profesional hace horas extras, pero no las cobra. En el mejor de los casos, la empresa estaría dispuesta a darle un día libre. Y si se realizan horas extras es por el bien de la empresa, por lo cual no se entiende que los trabajadores se vayan a comer o dejen parte del trabajo para el día siguiente. Eso no es profesional.
  4. Un profesional cobra un sueldo "digno", es decir, lo menos que pueda pagar la empresa. Querer más sueldo no es de profesional sino de mercenario.
  5. Exigir una deuda pendiente después de mucho tiempo no es profesional. Un profesional deja los asuntos del pasado en el pasado, sobre todo si le benefician. Si el tema beneficia a la empresa, es de profesional, retomar el asunto.
  6. No utilizar el coche propio cuando el de la empresa no está disponible, no es ser buen profesional. Si encima el trabajador quiere una compensación, eso ya roza el robo a la empresa.
  7. Ir a trabajar estando enfermo es profesionalidad. Pasarte más de dos días en casa por enfermedad... suena a vagancia y desentendimiento del deber.
  8. Pasar una llamada de un cliente enfadado al jefe, no es profesionalidad. Un profesional debe atender al cliente aunque no se le pague para eso, el asunto no tenga que ver con el empleado, etc...
  9. Un profesional tiene que mentir a los clientes. No es de buen profesional decir que no se acude a un mantenimiento o a una cita porque el jefe y acólitos te han dicho que no lo hagas.
  10. Un buen profesional se forma en su casa y en su tiempo. Tratar que la empresa pague cursos o permita tiempo en el trabajo para ello, no es precisamente una buena manera de entender la profesionalidad.
Podríamos hacer un tratado en varios volúmenes explicando la concepción que tenía mi jefe sobre este asunto. Con lo expuesto ya se harán una ligera idea de el uso fraudulento del término "profesionalidad" que hacía el gerente. Lo peor de todo, es que si llevabas el suficiente tiempo machacado y con lavado y centrifugado de cerebro, podías llegar a creerle.

15 abril 2007

La insinuación con alevosía y de nocturnidad

No puedo dejar de sonreír al pensar en esta historia. Otra de la múltiples situaciones que me hacen gracia cuando las recuerdo. En su momento, les puedo asegurar que no tuvo nada alegre y cómica. Al contrario, te desquiciaba pensar en ella. Se produjo a raíz del cambio de servidores, y el post de ayer sobre el "hombre que siempre trabajaba" permite entender esta locura. Las ideas megalómanas que fluían por mi empresa inducían a los excesos en la palabra por parte de la clase dirigente o "consejo de dirección". Había llegado un punto en que jefe y acólitos se pensaban que podían disponer de los trabajadores como si de simples muñecos de trapo se tratara, haciendo con nosotros lo que les viniera en gana. Ahora quiero que hagas esto, ahora quiero que vayas para aquí o para allá, ahora quiero que trabajes a tal hora o tal otra... Desde mi punto de vista, eso debió pensar uno de los acólitos o el gerente, o lo pensaron ambos: "tenemos unos recursos con disponibilidad ilimitada, y al que no le guste, ya sabe lo que tiene que hacer". Sobran las palabras.
Poco tiempo después de la desastrosas migración de los servidores y con la mira puesta en objetivos mayores, el acólito número 1 decidió hablar conmigo para exponerme o proponerme lo que pensaba la empresa que iba a ser mi próximo cometido. Sentados en su nuevo despacho "mamparado" y con su omnipresente sonrisa dibujada en su rostro, comenzó a esbozar los planes futuros que tendría el negocio respecto a los hospedajes y dominios de Internet. Con los problemas en el servidor de páginas Web todavía recientes, se había encendido en la mente dirigente, una alarma que les conminaba a buscar la fórmula para que alguien estuviera siempre pendiente del buen funcionamiento de los sistemas. "Si la empresa crece y tenemos más clientes y más páginas Web alojadas con más demanda de servicios por parte de los interesados, lo lógico sería tener a gente pendiente de todo las 24 horas del día", me decía. "Por esta razón habría que pensar en nuevos horarios, que incluirían las tardes, las noches y los fines de semana", continuó. "También se podría activar un sistema de avisos a móviles o llamadas al fijo (de la casa) para informar sobre posibles incidencias y así poder arreglarlas en el menor tiempo posible". Se me ocurre preguntar: "¿a qué móviles?". "A los personales, a no ser que la empresa diera móviles a los empleados". Lo que me faltaba por oír. Me estaba insinuando no sólo que iba a tener que trabajar en el horario que le viniera bien a la empresa, sino que además debía estar siempre localizable y predispuesto para resolver cualquier vicisitud que ocurriera en los servidores. Me imagino que la empresa se sentía legitimada por la gran cantidad de recursos que destinaba a mi sueldo en concepto de "dedicación exclusiva". Esto ya era otra tomadura de pelo y muy molesta, por cierto. Yo le dije: "Yo no estoy dispuesto a eso que me intentas proponer, porque para hacer eso, la empresa tendría que pensar en pagarme al menos el triple de lo que me paga ahora. Además tengo cosas pendientes con el jefe, tengo que hablar con él y decirle "unas cuantas cosas" (las cosas que ustedes han podido ir leyendo a lo largo de todos estos meses)". El acólito me miró y me dijo: "Bueno, yo le diré eso al jefe. No sé que cuentas tienes pendiente con él. Del tema del sueldo no puedo decirte nada, pero todo se puede negociar". A lo que tuve que responder: "Acólito, aquí no hay nada que se pueda negociar. Lo que hay son un montón de "deudas y asuntos pendientes" que hay que resolver y compensar, y eso no es negociable". Tiempo después el jefe me comentó que se había enterado de que había "temas en el tintero" y que estaba dispuesto a escuchar, a lo cual yo le contesté que ese no era el momento, pero que ya lo hablaríamos...
Los pringadillos que quedábamos éramos la mano de obra barata y movible que quería utilizar la empresa para sus disparatados planes, es decir, volver a dejarnos en las peores condiciones respecto al resto de la empresa y a bajo coste, porque conociendo a mi jefe, sé que antes que pagar más a un empleado pringadillo, hubiera preferido perder la empresa... La vida, a veces, no está exenta de cierta ironía (Matrix). Todos estos grandes planes se irían al traste; pocos meses después empezarían los problemas económicos. Los clientes con páginas Web irían dejando la empresa con celeridad y los siguientes problemas con los servidores convencerían a muchos más sobre la calidad del servicio.