* Según la Real Academia Española:
exacerbar.
1. tr. Irritar, causar muy grave enfado o enojo. U. t. c. prnl.
2. tr. Agravar o avivar una enfermedad, una pasión, una molestia, etc. U. t. c. prnl.
3. tr. Intensificar, extremar, exagerar.
1. tr. Irritar, causar muy grave enfado o enojo. U. t. c. prnl.
2. tr. Agravar o avivar una enfermedad, una pasión, una molestia, etc. U. t. c. prnl.
3. tr. Intensificar, extremar, exagerar.
Desde hacía tiempo, miraba de reojo y veía que esa “realidad paralela” en la que vivíamos poco tenía que ver con la auténtica y fue así como empecé a ganarme la enemistad de la cúpula de poder de la empresa, formada al principio por dos miembros al cual se sumó otro, cuyo único mérito en la vida fue utilizar sus encantos femeninos para escalar, trepar y medrar de la peor forma hasta convertirse en el tercer vértice del ahora triángulo de poder que tiraba del timón de la empresa.
Muchas cosas cambiaron y aumentó la plantilla. Por aquél entonces, ya no me necesitaban como programador, necesitaban a alguien que obedeciera sin preguntar así que ya habían elegido a otro para que hiciera mi trabajo; ni tampoco como técnico, puesto que el taller había desaparecido. Sobraba y no sabían que hacer conmigo ya que sabía muchas cosas que ponían en peligro la gran mentira que sustentaba la empresa y que tenía subyugados a sus empleados, así que me apartaron como un apestado, pusieron mi mesa en el otro extremo del local, me relevaron de prácticamente todo tipo de funciones y esperaron a ver si me daba por vencido y firmaba una baja voluntaria. Pasaron algunos meses en los que aguanté estoicamente mi destierro realizando tareas administrativas que sobraban y no sabían a quién encomendar, hasta que un día, al empezar mi jornada laboral, el jefe me invitó con un gesto a que le acompañara a su despacho…
Así fue como me gané el dudoso honor de ser el único empleado de ACME S.A. en ser despedido, por agotar la paciencia del jefe y las dos hienas que se sacaban los ojos por estar más cerca del trono. Mi conciencia estaba tranquila, porque lo único que hice desde el principio fue trabajar duro, esforzarme y tratar de mejorar día a día como profesional, dándole a la empresa muchas horas extra nunca remuneradas, horas de sueño perdidas y aceptando cada nuevo trabajo como un reto que llevé siempre a buen puerto, aguantando las broncas injustificadas y otras impertinencias del gerente y acólitos, principalmente.
Terminé al fin, por abrir definitivamente los ojos y ver que lo que me esperaba era, sin duda, mucho mejor. No tardé en encontrar trabajo otra vez y dejé atrás una empresa cuyo declive y extinción estaba, sin saberlo, a la vuelta de la esquina…
Poco puedo aportar yo, que no haya dicho ya Erkemao, sobre la empresa, el gerente, los empleados, los clientes y las miles de vicisitudes que encontramos en el camino y que nunca imaginaríamos que pudiéramos vivir y sufrir en carne propia aquellos que trabajamos en, llamémosla por ahora, ACME S.A.
Aquella mañana, entrando por la puerta, el gerente quiso que le acompañara al despacho. Hizo que me sentara y puso unos papeles sobre la mesa. Prefirió soltarlo sin andarse mucho por las ramas, dijo que suponía una carga para la empresa, que había bajado mucho el rendimiento en mis tareas y que tras haber desperdiciado las oportunidades que se me habían dado, no tenía más remedio que despedirme. Me señaló dónde estaba la salida y no me permitió sacar mis cosas de los cajones de mi mesa ni que pudiera despedirme de mis compañeros. Añadió que todo era legal y que podía consultarlo con un abogado si no estaba de acuerdo, pero que era inútil, que viniera en unos días a recoger mi finiquito y firmarle la carta de despido.
Quizás algo dentro de mí sabía que aquello iba a ocurrir, pero no sabía cuándo, ni cómo. Al principio me sentí mal, sobre todo por haber salido por la puerta pequeña, de aquella manera tan vergonzosa y sin opción de mirar atrás…
Los días que pasaron hasta que volví a por la documentación que necesitaba para la oficina de empleo y el dinero que me correspondía, repasé mentalmente mis cuatro años en aquella empresa:
Empecé como ayudante de técnico, haciendo las prácticas tras haber acabado mis estudios, aunque no era mi primer trabajo. Trabajé como el que más, sin compensación económica, realizando las tareas y el trabajo sucio en aquel garaje, oscuro y malsano. Al finalizar aquellos tres meses de supuesto aprendizaje, me ofreció una oportunidad de trabajar en una empresa en expansión y me dibujó un futuro brillante y cual polilla atraída por la luz, no pude rechazar. Con un contrato de formación en prácticas y un sueldo de poco más de 350 euros trabajaba a jornada completa en horario de tarde y sábados por la mañana con el resto de pringadillos. Cuando nos mudamos de local, fui uno de los pocos que trabajó moviendo todo el material de oficina, limpiando y soportando el látigo de la mirada inquisidora (y comentarios también) del gerente que no nos dejaba descansar. Con el paso del tiempo, acabé cobrando un poco más tras cada renovación de contrato, como técnico en hardware, montaje y reparación de equipos informáticos, pero se me exigía más y a ratos me encargaban trabajos de programación web, siendo éste el siguiente paso y hacia donde se acabarían encaminando mis tareas dentro de la empresa...