Hemos hablado un poco de las aventuras que corríamos cada día al ir a trabajar a aquel lugar. Envueltos en tóxica suciedad, fluorescente penumbra, precario equilibrio y viles carcasas. La informática popular nació en un garaje y nosotros la perpetuamos :D Ahora hagamos un punto y aparte para comentar otro de los sucesos cómico-absurdos que tuvimos que sufrir y del que, por supuesto, no me libré. Me refiero a los focos de jardín y las fuentes. Señores lectores, en este momento, más de uno, y sobre todo aquellos que me han seguido en este último mes, pensarán que ya me he vuelto completamente loco, ido, ausente de la realidad y del mundo. "¿Qué farfullas? ¿Focos de jardín?¿Pero tú no eras informático?". Créanme, puedo explicarlo.
Todo empieza años atrás, antes de ser miembro de esta pesadilla. Según me explicó mi jefe en algunas ocasiones, al principio la empresa se dedicaba a la jardinería. Ahora se puede ir entendiendo un poquito más lo de la S.A. , que recalcaba y recalcaba el gerente, que no era una S.A. (¿Qué sentido tienen las mentiras absurdas? I). Fruto de esa dedicación, permanecieron en el almacén gran cantidad de focos de jardinería, fuentes de cobre, tubos, tuercas, reductores y materiales para regadío de diverso tipo. No recuerdo muy bien donde estaba todo eso cuando hice las prácticas, pero el caso es que lo tuvimos que mover de lugar y ordenar. A partir de aquí, el éxodo de los focos es digno de la mayor de las hazañas épicas. Dependiendo de la temporada y de las "alucinaciones" de mi jefe, ese equipamiento subió, bajó, se desplazó y volvió a subir, a bajar y a desplazarse una y otra vez. Seguramente más de una fuente se mareó con tanto trajín. Cuando en el año 2001 nos cambiamos de local, volvieron a moverse, y a lo largo de los siguientes años continuaron pasando del suelo a las estanterías y de las estanterías al suelo y de un sótano a otro. Ignoro que habrá sido de ellas, pero probablemente sigan su eterno viaje, buscando un jardín donde descansar, dar brillo y tocar la suave y armoniosa melodía del fluir del agua. Más curioso era que siempre que las alojábamos en un nuevo rincón, las teníamos que ordenar perfectamente, como si el día siguiente llegaran a ser vendidas. ¡Ojo! ¡Cuidado con disponerlas o colocarlas mal! El jefe se te tiraba encima cual canino rabioso hambriento de carne fresca. Este periplo incesante me recuerda al mito de Sísifo, aquel personaje de la mitología griega condenado a subir una gran piedra a la cima de un monte, y que cuando estaba a punto de llegar, la piedra rodaba cuesta abajo y tenía que volver a empezar, así hasta la eternidad.
Todo empieza años atrás, antes de ser miembro de esta pesadilla. Según me explicó mi jefe en algunas ocasiones, al principio la empresa se dedicaba a la jardinería. Ahora se puede ir entendiendo un poquito más lo de la S.A. , que recalcaba y recalcaba el gerente, que no era una S.A. (¿Qué sentido tienen las mentiras absurdas? I). Fruto de esa dedicación, permanecieron en el almacén gran cantidad de focos de jardinería, fuentes de cobre, tubos, tuercas, reductores y materiales para regadío de diverso tipo. No recuerdo muy bien donde estaba todo eso cuando hice las prácticas, pero el caso es que lo tuvimos que mover de lugar y ordenar. A partir de aquí, el éxodo de los focos es digno de la mayor de las hazañas épicas. Dependiendo de la temporada y de las "alucinaciones" de mi jefe, ese equipamiento subió, bajó, se desplazó y volvió a subir, a bajar y a desplazarse una y otra vez. Seguramente más de una fuente se mareó con tanto trajín. Cuando en el año 2001 nos cambiamos de local, volvieron a moverse, y a lo largo de los siguientes años continuaron pasando del suelo a las estanterías y de las estanterías al suelo y de un sótano a otro. Ignoro que habrá sido de ellas, pero probablemente sigan su eterno viaje, buscando un jardín donde descansar, dar brillo y tocar la suave y armoniosa melodía del fluir del agua. Más curioso era que siempre que las alojábamos en un nuevo rincón, las teníamos que ordenar perfectamente, como si el día siguiente llegaran a ser vendidas. ¡Ojo! ¡Cuidado con disponerlas o colocarlas mal! El jefe se te tiraba encima cual canino rabioso hambriento de carne fresca. Este periplo incesante me recuerda al mito de Sísifo, aquel personaje de la mitología griega condenado a subir una gran piedra a la cima de un monte, y que cuando estaba a punto de llegar, la piedra rodaba cuesta abajo y tenía que volver a empezar, así hasta la eternidad.