04 julio 2007

La conciliación

Después de no haber llegado a un acuerdo por teléfono, mi jefe y yo nos veríamos las caras en el SMAC. No se mostró demasiado indignado cuando estuvimos hablando y supongo que se daría cuenta de que mi réplica era lo suficientemente sólida como para abstenerse de seguir intentando buscar algún tipo de trato engañoso. Recuerdo haberle expresado mi malestar por la situación en que me había dejado de cara al paro y de cara a la Seguridad Social. Justo un par de jornadas antes, me había llegado una carta de este organismo. Las cifras de días cotizados no se parecían ni de lejos a los que yo había realizado y ciertamente estuve bastante enojado durante un tiempo. Haciendo cuentas, la empresa me había ocultado unos 7 meses en los cuales no coticé y tenía unas altas y unas bajas bastante extrañas. Todavía lo cuento y me hierve la sangre. Al final y por culpa de todas estas circunstancias llegamos a una situación a la que no se debe llegar.
Mi empresa había recibido denuncias de algunos de los compañeros que se fueron. Otros prefirieron no hacerlo. El gerente no había acudido a ningún acto de conciliación. Sólo había ido al de una compañera, pero de modo oficioso, es decir, a intentar llegar "a un acuerdo" (acuerdo para mi empresa era todo aquello que le pudiera favorecer o beneficiar, si le perjudicaba era un abuso) antes de que se celebrara el acto. Cuando estaba intentado engatusarla, llegó su abogado y mi jefe puso pies en polvorosa. Tratar de convencer se le daba bien cuando el otro no sabía de leyes.
Dormí intranquilo, con demasiada tensión, más propia del que quiere desahogarse que del que está nervioso por como pueda concluir un asunto. Sabía que mi jefe no faltaría a la cita. De los otros había pasado olímpicamente, pero de mí no lo haría. Trataría de darle una lección a aquel que se había rebelado, o bien, su asesor le recomendó acudir porque se estaba jugando un dinero, que aunque no era mucho, se sumaría a todos los problemas que ya tenía. Una tercera y macabra idea que surca mi mente es que aún sin falta de medios, lo que más le hubiera dolido habría sido perder ante un inferior: un pringadillo. Pero son simplemente paranoias personales.
No me equivoqué. Cuando llegué al edificio me encontré con su asesor. Mi jefe venía con refuerzos. Puesto que tampoco había que exagerar la situación, le saludé cordialmente, a lo cual me respondió el profesional con un saludo bastante seco. ¡Vaya! Otro al que no le había sentado bien mi decisión de luchar por mis derechos y mi dignidad. No se parecía en nada a aquel asesor que un mes antes había venido sonriente y se había largado contento tras exponernos que su solución era la mejor y la única razonable. Otra vez, paranoias mías. Aguardé tenso en la sala de espera. Mi abogado no aparecía. Desconocía que se encontraba dentro atendiendo a otros clientes. A medida que pasaba el tiempo, las cosas me gustaban menos. Apareció mi jefe. Con él sólo crucé un saludo de cortesía, pero bastante aspero. El enfado me duraba todavía. El verle allí con asesor, más que un intento de acuerdo, me parecía una venganza personal. Puesto que había prescindido de los actos de conciliación con los demás, ¿por qué esa atención conmigo? Cuando estaba trabajando nunca le vi interesado en mí de esa manera, por ejemplo para subirme el sueldo o pagarme las horas extras, o defenderme de compañeros y clientes.
Ambos entraron. Al poco rato salió mi abogado y me explicó que ya había hablado con ellos. Al parecer no habían llegado a ningún tipo de acuerdo lo suficientemente justo. De esta manera habría que ir a juicio, es decir, que un tercero decidiera sobre un asunto que dos no logran resolver. La última medida imaginable y que demuestra que, al menos, una de las partes no pretendía guiarse por la ley, la ética y el respeto, sino por los ardides amparados en el desconocimiento y la buena fe de la otra parte.
Desde el punto de vista económico el no llegar a un acuerdo en el SMAC podría traducirse en un supuesto mayor ingreso para el bufete abogados si se ganaba el juicio y para mí, en la posibilidad de poder obtener todo o algo de lo reclamado. Al parecer, si hubiera llegado a un acuerdo con la empresa y ésta no lo hubiera respetado después, yo no tendría posibilidad de ampararme en ningún organismo para intentar reclamar una parte de la deuda. Por otro lado, el gerente siempre hubiera pactado una compensación a la baja. Conociendo como se las gastaba mi empresa (sobre todo conmigo), un posible acuerdo no era una garantía.
Después nos dirigimos a la habitación donde se tramitaba el acuerdo o no acuerdo y donde había que firmar. Cada parte exponía sus alegatos y razones. Reconocieron la deuda y la antigüedad, pero... cuando le tocó el turno al asesor de mi jefe, dijo algo así como que su cliente tenía la razón, terminado con la frase: "lo cual demostraremos en el juicio". Ciertamente, y tras consultar a una amiga abogado, esa es una forma habitual de acabar la exposición, pero a diferencia del tono monótono, del que está acostumbrado a expresar esa oración con cierta frecuencia, de mi abogado; la elocución del asesor de mi jefe adolecía de cierto retintín*. Seguramente, paranoias mías.


* Según el diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe

retintín

  1. m. col. Tonillo y modo de hablar irónico y malicioso con el que se pretende molestar a alguien:
    niño,no contestes a tu padre con retintín.
  2. Sonido que deja en los oídos la campana u otro objeto sonoro:
    todavía tengo en los oídos el retintín del timbre de la puerta.

03 julio 2007

La llamada

La pasividad intencionada o no intencionada con que mi jefe había tratado el tema de la denuncia desembocó en una citación para resolver el asunto en el SMAC (Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación), tema que trataré más detenidamente en la próxima entrada de este blog. A pesar de todos mis intentos por solucionar las cosas sin tener que recurrir a terceros, hubo finalmente que hacerlo. Durante casi dos semanas esperé por la llamada del gerente o su asesor. No se pusieron ni en contacto con mi abogado. La respuesta que me dio mi jefe fue que no había tenido tiempo y que se le había olvidado. Reconozco que el gerente tenía muchos problemas en esa época, pero claro, su olvido me podía costar perder la posibilidad de reclamar y eso no era de recibo. En cualquier caso, el tema me parecía lo suficientemente importante y el aviso tan claramente expresado que mi jefe tenía que haberle prestado más atención. Después de la última conversación telefónica habían pasado más de 10 días y no había vuelto a saber nada de él. Tenía el presentimiento de que me llamaría en el último momento. No sé porqué, pero algo me decía que lo haría. Efectivamente, se puso en contacto conmigo el día anterior a la conciliación. No tengo ni idea de que pensaba lograr y que pensaba ofrecerme, pero lo cierto es que yo tenía muy claras las cosas. Le dije: "Sea lo que sea que quieras decirme, ya tengo una persona que me representa. Habla con mi abogado y ponte de acuerdo con él". Se acabaron los argumentos y se acabó la conversación. Aquello no le gustó nada a mi jefe. Tener que enfrentarse a abogados no era su fuerte y siempre me pareció que trataba de evitar a los que sabían más que él, sobre todo en el tema de derechos y obligaciones laborales. Le era muy sencillo hablar a los empleados sobre trabajo, pero cuando había un letrado por medio, se dañaba todo. Seguimos hablando un rato más, tiempo que me permitió desahogarme un poco a pesar de la tensión con la que sostenía el auricular. Le recordé que le había dado un montón de oportunidades y que no las había aprovechado, que de buena fe había intentado evitar llegar a mayores, buscando la forma de resolver el problema antes de llegar a terceros. Le comenté que la opinión que me daban tres profesionales del ámbito laboral no se correspondía con la que sostenía su asesor y que por lo tanto había algo mal hecho en la cuestión del cierre de la empresa, el despido y la indemnización. Por lo tanto, había que arreglar ese defecto.
Luego me puse más serio dentro de la gravedad de la conversación. Le comenté como me había enterado que él había intentado comprometerme en un asunto del cual yo no tenía ninguna idea. Eso estaba muy mal y era muy feo. Trató de explicar e imponer que la empresa tenía derecho a utilizar a sus trabajadores como mejor quisiera (sin comentarios), que eso era un derecho, a lo cual le respondí que la ley le podía dar todos los derechos del mundo (más absurdo si cabe teniendo en cuenta que yo estaba despedido), pero lo que no podía hacer era decir que yo había estado en una reunión en la cual nunca estuve, ni decir que yo había afirmado que iba a hacer una cosa que nunca dije, con lo cual volvíamos a saltar del terreno laboral al personal. Yo me imaginaba como iba a acabar esto: "el jefe pregona que Erkemao ha dado su visto bueno a realizar un trabajo. El trabajo se cobra pero no se cumple porque técnicamente es imposible y Erkemao no tiene los conocimientos que predica el gerente, el cual lo sabe de sobra. Finalmente, Erkemao es acusado de falta de profesionalidad y de ladrón, mientras la empresa vocifera a los cuatro vientos que Erkemao los ha engañado a todos para cobrar el dinero". Le recordé que meses atrás habíamos tenido una reunión en la cual no le pedí que me compensara las miles de horas extra, los días libres prometidos, las vacaciones perdidas, etc... sólo le había exigido una cosa, y era: respeto. Se lo dejé bien claro. Pero parece que algo tan sencillo le costaba mucho entenderlo. En estas circunstancias no había nada que negociar, ni hablar, ni arreglar. Para finalizar le hice hincapié en un tema que no le gustaba nada: "tú tienes un representante que te asesora y busca lo mejor para ti. Ahora yo también tengo un abogado que me representa y busca lo mejor para mí. Es lo justo". Sé que eso le molestaba un montón. Durante años se había aprovechado de estar asesorado, mientras los empleados no nos habíamos movido para hacerlo. En este momento, un pringadillo había decidido hacer como su jefe y eso fastidiaba y mucho, a pesar de que mi jefe dijera: "claro, claro a mí no me importa que se asesoren" ;)
Para concluir me preguntó si no había forma posible de resolver el problema: Le volví a comentar que todo tenía que ser a través de mi abogado y si no, nos veríamos en el SMAC. No trato de seguir con el tema y antes de despedirnos quedamos emplazados para el día de la conciliación.

02 julio 2007

La denuncia

Unos dos años antes y ante la cantidad de abusos por parte del gerente y las incertidumbres que me propiciaba la empresa, decidí afiliarme a un sindicato. Quería tener las espaldas cubiertas en caso de una hipotética expulsión de la empresa. El gerente había intentado hundir mi departamento de todas las maneras posibles. Una vez conseguido, lo más lógico era proceder con el despido de los molestos pringadillos. Finalmente estimó más interesante putearnos "un poco" para que le demostráramos que merecíamos seguir en su super-empresa. Cuando acudí al sindicato, el trato y los consejos que me dispensaron en la ocasión anterior, me hicieron pensar seriamente en que en los sindicatos sólo había holgazanes y pasotas, cuyo interés por los afiliados no iba más allá de cobrar las cuotas trimestrales. Ahora, pasado el tiempo volvía allí para asesorarme sobre lo que estaba ocurriendo: el cierre de la empresa y la indemnización. No albergaba esperanzas de una mejor atención, así que entré en el edificio con actitud defensiva. Afortunadamente las cosas habían cambiado. Me recibió una persona que se interesaba por lo que sucedía. Más joven y dinámica, también con una experiencia de despido similar, empezó a indagar hasta donde podía con los conocimientos que tenía. Presta y atenta me dijo que fuera inmediatamente a hablar con los abogados para asesorarme. Así lo hice. Mi condición de afiliado me ahorraba algunas esperas y el pago de la consulta.
Le expuse al abogado todo lo que podía recordar. Me pidió una serie de papeles, entre ellos la carta de despido y me emplazó para el día siguiente. Con todo en la mano, volví. Echó un vistazo y me dijo claramente: "esto está mal, no pueden despedirte por causas objetivas económicas porque esta circunstancia se produce cuando hay que hacer ajustes en la empresa, pero siempre y cuando la actividad continúe. Para cerrar la empresa, no. Es un despido improcedente y te corresponden 45 días por año trabajado." Como tenía demasiado trabajo acumulado y la rapidez era muy importante puesto que sólo había 20 días para reclamar, me dirigió a otro abogado que se encargaría del caso. Este otro abogado me dijo lo mismo y se puso a trabajar en el asunto. Para terminar de confirmarlo, le pedí consejo a una amiga que también era letrada y me aseveró lo mismo que los anteriores. Tres abogados laboralistas me daban la razón frente a lo que decía el asesor de mi jefe. ¿Cabe alguna duda de que en el cierre de mi empresa había gato encerrado?
Cuando me presenté ante el que sería mi actual abogado, le comenté no sólo el despido, sino también la antigüedad que la empresa no quería reconocer. Mirando los contratos, pudimos observar que iba a ser muy difícil demostrarla porque había un periodo de mes y medio en el cual no había tenido contrato. Justo una época de mi vida en la que tuve muchos problemas y no estaba atento a las cuestiones laborales fuera del trabajo diario. Ese intervalo de tiempo rompía la posibilidad de poder reclamar 7 años y medio. Por otro lado, me comentó que reclamar los 8 años, puesto que el medio año que pasé sin contrato, a parte de ser complicado de demostrar, suponía también llegar a un punto de detalle que sería contraproducente en un supuesto juicio. En cualquier caso, no había que pensar en llegar a acciones mayores, cuando todavía se podía resolver de otras formas. Dispuesto a seguir dando oportunidades a mi jefe, le llamé para comentarle que, sin dilación se pusiera en contacto con mi asesor y que si lo creía necesario que se lo dijera a su representante. Pasaron los días y parece que al gerente, resolver las cosas le interesaba poco. No me había llamado, no había llamado a mi abogado y el tiempo para poder reclamar se extinguía rápidamente. Aquello me sonaba a dejar pasar el tiempo para que se acabasen los plazos. El gerente tenía experiencia, pocos meses antes el acólito número 1 había intentado denunciarle, pero un letrado inexperto consumió los plazos, evitando a mi empresa una factura muy costosa. Mi abogado, por el contrario, era un tipo precavido y sabía como funcionaban estas cosas. Entretanto, había sucedido algo impensable para mí. Otra acción de mi jefe que comprometía mi profesionalidad y mi honorabilidad. Algo muy feo y que no hacía sino reafirmar que a mi jefe no le importaban los medios para lograr lo que quería. Lamentablemente esta historia será guardada y tal vez algún día se pueda contar.
Pocos días antes de la finalización del plazo, recibí la llamada del gerente. Se ponía en contacto conmigo para hablarme de eso tan feo que me había tratado de hacer. Ignoraba que yo estaba al corriente del asunto. Me había enterado por otros medios. Le ahorré el contarme otra nueva mentira. Le dije las cosas claras empezando por anunciarle que tenía interpuesta una denuncia. Le recriminé con cierto enfado el no haberse puesto en contacto con mi abogado y le recriminé su otra acción, a escondidas mías y utilizando mi nombre. No supo que responder. No se esperaba el aluvión de sorpresas que le estaba dando, más cuando él quería cazarme a mí. Sólo me dijo, titubeando: "ya te llamaré" y colgó el teléfono.


01 julio 2007

La incondicional del jefe

Mientras tanto, una de mis principales actividades consistía en buscar información sobre el cierre de la empresa y la indemnización que nos correspondía por tal causa. Me negaba a creer que todo fuera tan fácil, y que después de tanto sacrificio aquello acabara de esa forma. Tenía que haber algo mal. Teníamos que tener algún derecho más. No podía ser que repentinamente un día llegue un tipo, diga que la empresa se cierra y ya está, ¡todos tan contentos! Los demás compañeros no se sentían demasiado bien. Prácticamente habían estado allí la mayor parte de su vida laboral. Lo que más les preocupaba era saber cuanto podían obtener de ingresos y cuando. Buscamos mucha información e hicimos muchas consultas. La primera idea que teníamos era que el 40% de 45 días era lo que pagaba el FOGASA, que era la única garantía en aquella situación, es decir, 20 días; mientras que los 25 días restantes era lo que pagaba la empresa. Los cálculos no salían, así que fue desesperanzador descubrir que íbamos a conseguir mucho menos de lo que hubiéramos pensado. Ellos acabaron aceptándolo; yo no. No podía y no quería creer. Ya me habían engañado demasiadas veces. Un día, mientras buscaba información en internet, y con la clara intención de encontrar la manera de exigir mis 45 días por año trabajado, se me acercó una de las compañeras y se puso a hablar conmigo. Aunque siempre había tenido buena relación con ella, era una persona que siempre había tirado más por lo suyo que por el colectivo. No es que me parezca mal. Cada uno tiene que defender sus lentejas. Pero cuando las cosas se empezaron a poner feas y quedó aislada del resto, no dudó en acercarse a nosotros porque ahora sí le convenía. Comentado temas laborales y de legislación se percató de que yo no me había rendido y estaba buscando alguna pista que me permitiera reclamar toda la indemnización. Eso no le gustó en absoluto. Conocedora de que yo estaba afiliado a un sindicato, pensaría que yo sabía algo que no había transmitido a los demás, cuando lo cierto es que andaba tan ciego como el resto. Tal vez no le gustara la idea de que uno de nosotros iba a seguir luchando cuando los demás habían aceptado las condiciones impuestas por la empresa. En cualquier caso me dijo: "¿No estarás tratando de reclamar los 45 días, verdad? Ya le diste tu palabra al jefe y firmaste y él confía en ti como para que estés tratando de reclamar nada más." Me quedé mirándola sorprendido, alucinado y flipado. ¡Increíble!, estaba metido dentro de una secta y todo el mundo tenía lavado el cerebro. Le dije: "yo no he dado mi palabra a nadie y eso te lo puede decir el asesor que cuando vino el otro día le mostré claramente mi disconformidad con todo este asunto. Por otro lado, me han sucedido muchas cosas en este negocio y tengo que mirar por mí y tratar de saber si lo que me dicen es cierto o no, que ya bastante se ha burlado la empresa de un servidor todos estos años". "Bueno," - titubeó ella - "conmigo no se ha portado mal. Yo no sé contigo". Le respondí: "conmigo sí se ha portado muy mal y ya fue advertido de que no lo hiciera de nuevo. De todas formas no trato de decir que haya algo malintencionado en lo que nos dijo, sino que yo tengo que comprobarlo porque, ¿tú has visto la indemnización tan ridícula que me van a dar y la situación en que voy a estar en el paro habiendo trabajado tanto? Hay y ha habido personas en esta empresa que cobran más al mes que lo que yo voy a obtener de indemnización después de 8 años, y no he trabajado menos que nadie. Cuando todos se iban a las 3 de la tarde a casa, yo seguía 5, 6 ó 7 horas más de trabajo y por ello no me dieron ni las gracias, así que..." Preferí no rectificarla en cuanto a que el jefe confiaba en mí, pues en lo que realmente él confiaba era en que yo me dejaría engañar de nuevo, pero no valía la pena seguir discutiendo.
Lamentablemente algunos miembros de la empresa seguían vinculados al jefe de una forma u otra. Estando jodidos, preferían ser pisados que ser libres, y estaban dispuestos a luchar por seguir atados a su esclavitud porque era lo único que conocían. Por otro lado, me entristeció que después de tantos años como compañeros, no hubiera prestado atención a las injusticias que se comentían sobre los pringadillos, suponiendo ella que los demás habíamos estado muy bien y dedicados a la buena vida en vez de al trabajo, y por esa razón no merecíamos luchar por nuestros derechos. La capacidad de absorción mental de mi jefe era demasiado poderosa. Seguía siendo una víctima a los ojos de algunos, que no cuestionaban sus actos por el simple hecho de que a ellos no les habían afectado.



30 junio 2007

Se acabó la negociación

No tuve que pensar demasiado. La relación con esta persona había sido hasta este momento jerárquica: él ordenaba, yo acataba. En la nueva sociedad estaríamos al mismo nivel, con la diferencia de que yo le trataría de igual a igual por mucho título de administrador que tratase de reclamar. No tener control sobre sus actuaciones no me hacía ilusión. Los precedentes eran muy claros. Lo único que podría haber en ese negocio serían roces constantes y perpetuar el malestar que llevaba sufriendo tanto tiempo. Si por ejemplo se iba a una comida de negocios y pedía un vino caro, yo estaría allí para reprochárselo e impedírselo, si trataba de negociar con clientes a mis espaldas, yo estaría allí para intentar enterarme lo que tramaba. Nunca tendría confianza en él. Así nunca se podría trabajar a gusto. Su negativa tajante a tratar de compensar de alguna forma todos mis años de sometimiento, chocaba contra mi idea , acertada o desacertada, de que esta era la última oportunidad para que el gerente realizara un gesto de buena voluntad para cerrar el pasado. Su pensamiento consistía en creer que al morir Acme S.A. se hacía borrón y cuenta nueva, en el sentido de que todas las deudas con los acreedores se extinguían, fuese cual fuese su naturaleza. Yo pensaba de otra manera: con la empresa no moría la deuda, puesto que la deuda había sobrepasado el terreno laboral para destruir el terreno personal. La nueva sociedad que se quería crear, en esencia, era la misma, por lo cual como extensión del pasado en el presente y en el futuro, debía responsabilizarse de lo dejado atrás. No me valía la expresión: "lo pasado, pasado está", porque mientras el gerente evadía las deudas, por otro lado, quería mantener las mismas cuotas de poder y decisión. Mi jefe pensaba que para lo que le interesaba, las cosas seguían igual, pero para lo que no le interesaba, las cosas habían cambiado. Yo, por el contrario, opinaba que este asunto era como una moneda. Si quieres llevarte la cara, te tienes que llevar la cruz. No puedes coger sólo la parte que te interesa y dejar la otra. Si él quería continuar igual, pero librándose de sus responsabilidades, estaba muy equivocado, por lo menos conmigo.

29 junio 2007

Mis recelos sobre la negociación

Las ideas son ideas y las propuestas son propuestas. Mi jefe al negociar no me vendía propuestas sino ideas de futuro. En algunas ocasiones éstas pueden ser el comienzo de algo grande y en otras ocasiones es mejor no hacerse ilusiones, sobre todo cuando el que te las ofrece no cuenta con tu confianza. Yo le escuchaba con atención, pero tenía en mente una cosa muy clara: llegásemos a lo que llegásemos, se necesitaría algo más que un gesto de buena voluntad para convencerme. Empezábamos una nueva era y ahora ya no era un pringadillo novato con mucho que demostrar, sino un profesional quemado con todo demostrado. El listón y las condiciones ahora las ponía yo. Era algo que me resultaba muy extraño después de tanto tiempo de servilismo incondicional. En cualquier otra empresa no lo hubiera podido hacer, pero en la que se quería crear sí podía establecer los mínimos a partir de los cuales la relación empezaría a funcionar y desde luego que sería bastante exigente.
Después de su turno de exposición llegó mi turno de preguntas. No me fui mucho por las ramas. Afortunadamente no llegué a aprender eso de él, a pesar del volumen de este blog ;) Le pregunté por los socios involucrados en el proyecto, y a medida que me contestaba, pasamos de nuevos caballeros blancos a cada vez menos interesados y con menos capital. Esto ya no empezaba a pintar bien. Una de mis intenciones era llegar a un acuerdo para conseguir un buen sueldo que compensara en parte todo lo que había perdido hasta la fecha y que no era poco. Por este lado no había nada que hacer. Aunque hubiera capital, sé que él trataría de engañarme con promesas que luego no cumpliría, tal y como había hecho siempre. Luego le pregunté por el tipo de sociedad que pensaba formar. Me habló de los tipos de sociedades y sus características, algo que ya conocía de cuando fui a la universidad, pero que seguramente habría cambiado con el tiempo. Nuevamente me tomé con recelo sus palabras. Cualquier cosa que me dijera, luego iba a ser comprobada, porque de mi jefe nunca te podías fiar, o al menos eso fue lo que le demostró a Erkemao a lo largo de 8 años. A medida que iba hablando se me ocurrieron nuevas preguntas, así que le pedí que me explicara un poco como se tomaban las decisiones en la sociedad que quería formar. Jajaja, fue como darle una caja de bombones a un glotón. Enseguida se infló y bajó la guardia. Dejó entrever ciertos detalles que no me gustaron nada. Me dijo que habían un par de juntas a lo largo del año en la cual los socios tomaban decisiones, por votación, claro. Además me dijo que podía haber alguna junta extraordinaria, pero que en cualquier caso durante el resto del año las decisiones las tomaba la gerencia, y claro, él sería el gerente. Me lo ilustró con un ejemplo que le había ocurrido hacia muchos años en otro negocio. Uno de los socios de esa empresa quiso saber las cuentas de esa sociedad y exigió a la secretaría que se las diera basándose en ser socio. Mi jefe, como gerente de esa organización, tuvo que echarle una reprimenda a ese interesado puesto que no tenía derecho a pedirlas fuera de la junta. Mientras lo contaba, mi jefe insitía mucho en que el gerente era el que manejaba las cuentas y los socios no tenían que saber más de lo que la empresa les dijera. Eso, teniendo en cuenta que se deseaba formar una sociedad pequeña en la cual yo iba a aportar MI dinero, mientras que mi jefe no iba a aportar NADA, no me convenció en absoluto. Teniendo en cuenta que con su gestión había arruinado Acme S.A. ("según mi parecer" y la del mundo mundial), menos confianza me daba aún. Le pregunté por las acciones y de como yo las podría vender si no quería seguir siendo socio. Me comentó que las podría vender si alguien me las compraba y si no tendría que venderlas baratas... Todo esto se atendrá a derecho, pero desde luego que a mí no me gustaba nada. Me olía a encerrona. Cuando menos a continuar la forma de negocio en la que ya había estado todos estos años, con mi jefe haciendo y deshaciendo a su voluntad, pero esta vez con el dinero de otros, entre los que yo me encontraría.


28 junio 2007

La negociación

Todo no iban a ser ardides y triquiñuelas en mi empresa. Había tiempo para la negociación, para intentar buscar soluciones a problemas. Claramente trataban de beneficiar más a mi jefe que a los empleados, pero a fin de cuentas, "menos da una piedra". En esta ocasión, el gerente, trataba de buscar otra fórmula que le ahorrara una posible denuncia, que le asegurara la continuidad de los pocos empleados que quedaban, que todas sus deudas quedaran "olvidadas" y sobre todo, seguir manteniendo el control de la empresa con el dinero ajeno, es decir, el de los empleados.
Se reunió con todos nosotros y a cada uno nos contó una historia. "Su" gran idea consistía en crear una empresa nueva en la que los trabajadores que quedábamos íbamos a recibir como premio y recompensa a nuestra paciencia, la posibilidad de entrar a formar parte de la organización como socios. La idea no era suya, se le había ocurrido a una compañera, la que mejor trato tenía con él. Lo que le propuso esta trabajadora era abonar los 25 días por año trabajado que dejábamos de recibir por el absurdo motivo del cierre de la empresa, en especie. Ese montante "etéreo" se podía convertir en acciones del nuevo negocio. Esta ocurrencia podía significar que todos siguiéramos trabajando juntos y esta vez percibiéramos un cantidad justa por nuestro trabajo, o lo que es lo mismo, los dividendos. Mi jefe se apropió descaradamente de la idea y trató de hacerla pasar como una gran oportunidad que nos daba a todos. Lamentablemente para él, los empleados nos contábamos lo que nos ofrecía a cada uno, de manera que sabíamos como nos quería "embaucar" por separado.
Cuando llegó mi turno y me senté frente a él, me empezó a hablar de las fabulosas oportunidades de futuro, de posibles nuevos grandes socios que se querían unir a su proyecto y de sus ideas para la nueva empresa. Me dijo que el negocio moribundo que había sido nuestra "casa" durante tantos años, tenía que desaparecer puesto que el nombre ya estaba viciado. En aquellos momentos el nombre Acme S.A. se asociaba a las deudas y a los despropósitos, a los engaños y a la morosidad. En este ambiente tan insano, no sería buena idea intentar limpiarlo. Había que crear uno nuevo, libre de cualquier atadura al pasado y con el nombre limpio y reluciente. En su afán por confirmar lo buena persona que era y lo gran gerente que había sido, entendió que debía dar una especie de "regalo" o dádiva a aquellos que tanto habían luchado por la empresa: los empleados. De esta forma, me ofrecía ser socio de su nueva super-empresa. El importe por el cual entraría a ser socio, según sus palabras, era la cantidad dejada de percibir en el despido, es decir, 25 días por año trabajado, como había comentado más arriba. Pero claro, sus pensamientos se movían en la dirección de la que soplara el viento, por lo tanto, un día era una cosa y otro día era otra diferente. Así la oferta variaba llegando a concretarse en aportar el pago único del desempleo como capital social más esos 25 días que nos ofrecía como regalo. Él, por su parte, aportaría a la sociedad unos 50.000 euros. ¿Y de dónde sacaba esta cantidad? Pues de su nueva invención contable. Esos 50.000 no serían en metálico sino en software. La empresa había diseñado ciertas herramientas de software (programas o módulos de programas) que según su opinión valían esa cantidad, y eso era lo que él abonaría como socio. Mientras todos los demás teníamos que desembolsar dinero, él desembolsaría código fuente de programas, que cualquier programador con la suficiente experiencia podría hacer. Un trato muy justo y equitativo.

27 junio 2007

La otra proposición deshonesta

En este mundo existen o han existido muchas formas de pago o formas de intercambio tales como el trueque, la moneda metálica, las letras de cambio, el cheque, el billete, el dinero plástico... Toda una serie de concepciones y artificios que ha ido desarrollando la humanidad a lo largo del tiempo para intentar establecer un sistema de comparación entre cosas, objetos o ideas que no podían ser medidas de la misma forma. Por supuesto, una empresa imaginativa como la mía, creadora de conceptos como el factor jefe y la conversión de una deuda en un derecho, no iba a quedar fuera de la gloria sin descubrir una nueva manera de conciliar el mismo valor para razones o deudas diferentes: el sistema de pago Acme.
¿Qué es el sistema de pago Acme o en qué consiste? El sistema de pago Acme es una forma de cambio por la cual la empresa elude el pago de una deuda mayor a un pringadillo, a través del propósito de abonar una deuda menor, que también debe al pringadillo. El concepto es altamente sofisticado y entiendo que si ustedes no tienen una carrera y varios máster en economía puede que no lo lleguen a comprender. Es un concepto inversamente proporcional al picor, donde un dolor menor se quita con un dolor mayor, es decir, cuando te rascas. La diferencia es que el primero es más abstracto y etéreo. La mejor manera de comprenderlo es con un ejemplo práctico y real.
En mis primeros años en la empresa tuve una serie de contratos de varios meses. Acabado cada contrato ocurrían dos cosas: o era renovado o se me hacía un nuevo contrato en otra empresa (que era la misma con otro nombre y datos). Los primeros meses trabajé sin contrato bajo la excusa de que estaban arreglando los papeles, pero que había problemas o alguien que firmaba se había ido de vacaciones u otras historias de dudosa veracidad. Luego, por fin, pude trabajar con todo en regla. Al finalizar el periodo establecido se me pagaba el finiquito, y vuelta a empezar. Cuando el jefe descubrió que me podía tomar el pelo, se acabaron los pagos por el concepto anteriormente expuesto. De esta forma, hubo un par de finiquitos que nunca llegué a cobrar, a pesar de ser hablados y reclamados en varias ocasiones. Junto a esto, la empresa contrajo conmigo otras deudas que tampoco se llegaron a liquidar, a pesar de ser reclamadas. Puesto que no podía obtener dinero, me llevé material para mi uso personal, certificado mediante la oportuna factura. Esto condujo a que la deuda que la empresa tenía conmigo se convirtiera en una deuda que yo tenía con la empresa, debido a que cada factura me convertía en deudor de unas cantidades que la empresa me debía a mí. Llegué a ser uno de los principales "morosos" del negocio, con la particularidad ya comentada de que era moroso de mi propio dinero, algo para enseñar en una clase magistral. Pasaron los años y seguía pendiente de ciertos abonos. Cuando exploté por dentro y decidí decirle al gerente todo lo que pensaba de él, le expuse nuevamente este tema. Finalmente se me canceló la deuda*, pero aún así la organización me seguía debiendo un finiquito de 7 u 8 años antes. Como la empresa ya estaba en pleno descenso al abismo, no había esperanza de recuperar lo adeudado. Meses después llegó el asesor de mi jefe para decirnos que había que cerrar la empresa. Para que nada se quedara en el tintero le aconsejó pagar a todos los empleados aquellas deudas pendientes, así que el gerente se reunió conmigo y me lo comentó: "Te voy a pagar lo que te debo y quedamos en paz, para que veas que la empresa lo hace con toda la buena intención del mundo". Mmm curioso, después de 7 años, el negocio me iba a pagar el finiquito ¡Qué buena fe! Pero claro, este pago "exigía" encubiertamente una renuncia, es decir, "se paga el finiquito tratando de que esta alegría te haga olvidarte de la indemnización que fraudulentamente la empresa no quiere abonar". Este es el sistema de pago Acme: "te pago algo que te debo de muchos años, porque es infinitamente mejor que pagarte una gran suma, que si investigas sabes que puedes reclamar". Todos quedábamos más contentos: mi jefe por no pagar mucho y Erkemao por dejarse engañar. Eso debía pensar el gerente. Aquí es donde entra en juego otra práctica: la práctica del respeto, plenamente inculcada a mi jefe en cierto momento y de la cual, parece que se había olvidado. Desde el punto de vista de un pringadillo quemado, el finiquito se seguía debiendo, la buena voluntad de la empresa se manifestaba abonándolo y pagando la depreciación que esa cantidad había sufrido en todos esos años y, para finalizar, pagando la indemnización que marca la ley y no la de unos artificios cuasi-ilegales a los que se acogía la empresa.

* Cuando le expuse al gerente que me había llevado material (bajo su autorización) para intentar compensar las cantidades debidas y que tenía facturas pendientes de pago que realmente eran parte de la deuda contraída conmigo, se apresuró a decirle a la administrativa- contable que investigara si otros empleados estaban en la misma situación. Ignoro si esta actitud tan dinámica buscaba compensar las deudas que la empresa tenía con los empleados o descubrir si algún trabajador le debía dinero a la empresa.


26 junio 2007

Hoy me tomo un descanso

Llevo el tiempo suficiente aburriéndoles como para dejarles un día libre de paz y armonía. Este en concreto lo voy a pasar relajado, lejos de las historias de Erkemao, porque un "paréntesis" nos viene bien a todos. Así que con el permiso de ustedes, hoy me tomo un descanso.

25 junio 2007

¿Qué significaba el cierre de la empresa para mí?

La historia de este blog es la historia de una cadena de sucesos que cada vez fueron a peor. Es la historia de alguien, el que les escribe, que no paró el desastre que se le avecinaba, poniendo límites a los abusos que sufría. Pero todo tiene un final de una u otra manera. Tras 8 años de permanencia en aquella empresa, todo "supuestamente" había acabado. Los últimos años me los había pasado literalmente, aguantado cada día. Convirtiendo mi existencia en un infierno cada vez que me levantaba, cada vez que me acostaba y cada vez que dormía. Estaba cansado, muy cansado. No me alegró el cierre de mi empresa en el sentido de que algunos compañeros se iban a quedar en una situación delicada y otros muchos habían padecido su propio infierno. Tampoco me alegró por el negocio puesto que me hubiera gustado acabar de otra manera. Pero sucedió así. No fue el destino, no fue la mala suerte, no fueron los desaciertos... fueron otras causas.
En el momento en que la empresa "clausuró" sus puertas, otras nuevas empezaban a abrirse ante mí, aunque para ello tuviera que recorrer aún, un largo y oscuro pasillo. Ese día creo que por fin pude respirar aliviado. Creo que la agonía que me embargaba se hacía un poco menos pesada, una tímida luz se colaba por las rendijas de mis tinieblas. Fue algo así como: "esto ya se ha acabado". Ciertamente las cosas no iban a ser tan sencillas. En cualquier caso, ahora sí sería actor y juez de lo que ocurriera en adelante. Tenía la posibilidad de elegir sin dejar nada detrás, nada que mi orgullo retuviera. Era el comienzo del "yo decido, yo elijo". Absolutamente convencido y sabedor de que no le debía nada a la empresa, cualquier negociación que se planteara en los siguientes días o semanas, partiría desde 0 para la organización. Mi opinión se mantenía. Había sido perjudicado durante muchos años por la empresa, representada en la figura de mi jefe, y ese hecho debía compensarse de alguna forma en el futuro. Cualquier pacto o acuerdo debía cumplir ineludiblemente esa condición. Si quería contar conmigo para un proyecto de futuro, el gerente debía ser serio y tomar en cuenta mis años de servicio pasados. Él tenía la idea de seguir con la actividad, cambiar el perro de collar, dejando de ser el único socio y manteniendo el grupo de empleados como parte capitalista de la nueva idea. Para ello nos reunimos, pero eso lo contaré en los próximos días. Realmente lo que me propusiera no me importaba, puesto que ahora yo era libre.
Cuesta un poco acostumbrarte a la libertad. Cuesta entender que los lazos que te ataban se han roto y que no debes obediencia. La estructura jerárquica se seguía manteniendo a pesar de su supuesta disolución. Te dura un poco, pero rápidamente te das cuenta de que ahora el trato es de igual a igual . Ya no hablaba con mi jefe. Erkemao en esos momentos hablaba con una persona que se hacía llamar jefe, pero que no ostentaba un poder vinculante superior. El cierre se produjo tan sorpresivamente, que todo se quedó patas arriba y había muchas cosas que concluir, así que seguimos yendo para resolverlas y para negociar. Cuando me levanté la mañana siguiente pensé: "bueno, y si hoy no me da por levantarme e ir a echar una mano, ¿qué va a hacer "mi jefe"? ¿despedirme?" y me entró la risa. Dependiendo de lo que ocurriera en los siguientes días, tomaría ciertas decisiones importantes, decisiones que me probarían como persona, decisiones como la "Reunión", decisiones para demostrar que aunque yo siguiera siendo un pringadillo, se me debía respetar so pena de una respuesta contundente. En cualquier caso, yo ahora era libre.

La indemnización

Si hubo una ocasión en la que arreglar las cosas, fue sin duda alguna esta. Pero ni aún así, la empresa respondió de forma positiva. Mi jefe me dejó claro que lo único que le preocupaba era "salvar su culo" a toda costa, cuestión que por otro lado me parece lógica; no se podía esperar otra cosa de él. Poco después hubo otra negociación que ponía una de las últimas piezas de todo el despropósito que había sido el trato de ese negocio hacia mi persona. Lo contaré próximamente.
Mientras tanto sus asesores le habían preparado una salida "digna", es decir, económicamente la más beneficiosa para él. Para los empleados supuso perder los 45 días de indemnización por año trabajado, rebajándolo hasta sólo 20 días, de los cuales él sólo pagaría un 60% de ellos. Resumiendo, solamente tendría que abonar 12 días por año trabajado a cada empleado, con la clausula adicional, de que haría efectivo el pago en cuanto la empresa o lo que quedara de ella, pudiera afrontarlo. Un futuro incierto. Únicamente quedábamos 4 empleados en el momento del cierre y uno más que actuaba como freelance y que al parecer no se incluía en el cómputo. Pero mucho mejor aún; de los cuatro, sólo dos llevaban más de 12 años en la empresa y su sueldo era mileurista. La persona que más cobraba sólo llevaba 3 años en la empresa. Erkemao llevaba 8 años, pero tenía un sueldo paupérrimo. Si nos ponemos a hacer cálculos, a la empresa no le salía nada caro todo el proceso, es más, le salía muy barato. Evidentemente para mi jefe ese ahorro no era suficiente. En su mente sólo había una idea válida y es: "yo no le tengo que pagar nada a nadie. Yo no le debo nada a nadie. Si tengo que pagar es porque lo dice la ley y me puedo meter en problemas, pero buscaré la manera de no abonar nada porque no me da la gana". Esta es la suposición que yo hago, por mi experiencia y trato. Y como también digo siempre, es totalmente discutible. Por esta razón me esperaba una sorpresa muy desagradable cuando el gerente empezó a dictar las cifras que nos correspondían a cada uno. Había que ahorrar lo máximo en indemnizaciones a los empleados, ¿por qué no quitarle todo lo posible a Erkemao?.
"A fulanito por X años de servicio le corresponden X euros. A menganita por Y años de servicio le corresponden Y euros... A Erkemao por 5 años de servicio le corresponden 3.700 (apróximadamente) euros de indemnización". Me dio una bajona. No me podía creer lo que estaba oyendo. Es más, sentí una rabia tremenda por su forma de decirlo.
Su discurso era monótono, del que lee algo que está escrito y no conoce. Pero a medida que recitaba las cifras creí entrever en su tono y en sus ojos cierta satisfacción. Las cantidades adeudadas eran nimias, comparadas con lo que deberían ser. Cuando leyó mis datos, ni se inmutó. Le parecieron absolutamente magníficos. No se quedó perplejo ni pensativo sobre la veracidad de esas cifras. La mía era tan absolutamente irrisoria que como mínimo te planteas si hay algún error. Después de 8 años de trabajo y después de la famosa reunión que tuve con él, no se extrañó del número que estaba recitando. Todo lo contrario. Pienso que sintió una gran alegría, disimulada en una "voz de póker". Si por ejemplo en ese papel hubieran sido impresas cantidades como por ejemplo: 37.000 euros, seguro que se hubiera callado y hubiera empezado a remover cielo y tierra para confirmar o desmentir lo que estaba escrito en el papel. Sin embargo, aquellas otras que sí tenía le debieron parecer maravillosas, sobre todo porque a esas cantidades había que aplicar la parte que pagaba el FOGASA.
De esta manera, después de 8 años de sufrimientos, de aguantar, de ser humillado, de ser explotado, de no cobrar miles de horas extras, de percibir un sueldillo para nada adecuado a mis responsabilidades y trabajo, de darlo todo por esa empresa desagradecida... lo único seguro que tenía eran unos 1.500 euros. Cantidad que, además, no me pagaba la empresa sino el estado. Los dos mil euros restantes eran etéreos y se basaban en un "gesto de buena voluntad" por parte de mi jefe. Si él resolvía sus problemas y quedaba algo, entonces yo cobraría. En caso contrario yo no iba a cobrar antes de que él se "salvara".