Después de un buen rato de discurso, todavía me quedaba más de la mitad por leer, y sobre todo las partes más importantes, puesto que había intentado hacer un narración que fuera "in crescendo" hasta llegar al punto principal que resumiría todo lo anterior y que era la parte fundamental de la reunión. Le recalqué su tendencia a valorar el trabajo de determinados miembros de la empresa en cuanto a su dedicación en horas fuera de trabajo y fines de semana. Nuevamente le pregunté porqué a unos sí y a otros no, cuando yo había hecho lo mismo y por el contrario, se me había llamado "vago". Le recordé su enfados cuando nos llegaba una tarde y nos obligaba a ensamblar decenas de ordenadores, exigiendo que los termináramos para el día siguiente aunque eso significase estar en la empresa hasta la madrugada, más cuando el gerente había llegado al acuerdo con el cliente hasta un par de meses antes, por lo tanto había habido tiempo de sobra.
Luego llegó la hora de hablar de dinero. En ese punto empezó a crecerse porque es el tema que dominaba. Al instante se le quitó la alegría. Le comenté como buena parte de mi sueldo había aumentado en función de lo que le exigía la ley a la empresa (subida del IPC + antigüedad), de que tenía una clausula de "dedicación exclusiva" que a parte de abusiva era absurda y que no me podía creer sus clásicas palabras de "no puedo pagar más porque hay problemas económicos", "no tengo dinero", etc... porque la empresa había estado despilfarrando mucho y contratando mucha gente, con lo cual, dinero sí que había. Que dejase de mentirme. Le hablé de todas las responsabilidades que había tomado todos esos años, que ni fueron remuneradas ni valoradas. Le hice un cálculo aproximado de la cantidad que había producido para la empresa sólo en horas extra y lo que había dejado de percibir porque no me las pagaban, además de enumerarle todos los costes personales, de salud, psíquicos, etc... Una vez terminé de exponer este tema, se acabó cualquier discusión respecto al mismo. Si tenía alguna copia de mi contrato o de mis nóminas por allí cerca, se quedaron donde estaban. Aún le quedaba algo de honor, que ni siquiera intentó responderme. Yo seguía con un ritmo constante y modulando las frases más interesantes, para que tomara constancia de ellas. Él anotaba algo.
Después no tuve reparo en llamarle cobarde y para ello lo argumenté con todas las anécdotas que me acordaba, aquellas en las cuales mi jefe me utilizaba como escudo contra clientes o colaboradores enfadados. No dejé de mencionarle como la policía había venido a la empresa por que no tuvo el coraje de decirle a un amigo suyo que no le pensaba reparar el ordenador. O le refresqué aquella vez en que me usó para entregar un cheque ridículo a un colaborador por un año de trabajo, con lo cual la bronca me la llevé yo y no él, y como más tarde intentó utilizarme de nuevo para conseguir un "código fuente" que poseía ese mismo colaborador. Le recordé como cada día ponía en duda mi palabra por cualquier chisme que le contara un cliente, otro compañero, por cualquier rumor que oyera, por cualquier estupidez que dijera un tercero. Le insistí en que una persona que presumía de ser tan inteligente como él contrasta esas palabras y trata de saber la versión del inculpado, con lo cual le di a entender que él era muy manipulable e inseguro. El discurso iba ganado intensidad y crudeza. Ahora lo medito y pienso que actué como una apisonadora machacando cada punto, aplastando cualquier reacción, reventando cualquier excusa con los argumentos que le daba cada dos frases. Acorralado, empezó a ponerse nervioso y puso en práctica su forma habitual cuando está perdiendo una negociación: la violencia. Llegado cierto momento de la disputa, le recordé como nos había hecho una "proposición deshonesta" (sic) a un compañero y a mí para pintar toda la empresa. De como aceptamos bajo chantaje pena de perder nuestros trabajos. De como eso fue un hecho puntual que no se repetiría en el futuro, y de como él, como empresario, gerente y persona había tenido la idea de eternizar esa condena, exigiendo que se pintara cada año. Le pregunté que quién iba a pintar. Me contesto que mi compañero. Le dije: "Tú estás utilizando la palabra que yo te di para obligar a otra persona a hacer un trabajo que no debe y que no quiere. No tienes mi aprobación para eso porque yo soy parte de ese hecho y no te lo consiento". Me dijo que él podía hacer lo que quisiera. Le rebatí aseverándole que con mi palabra no se jugaba, y eso no es una cuestión de empresa, esa aceptación fue hecha en un momento concreto y en una situación concreta y como una tarea al margen de lo laboral, aunque luego se realizara en la jornada normal. Mi tono severo no subía su volumen, él suyo cada vez era más alto. Estaba crispándose y a mí se me agarrotaban los músculos del cuello y de los brazos. Mi jefe puso en marcha su vía de escape, dar golpes en la mesa y pegar gritos. Solía usar esa habilidad cuando se enfrentaba a gente a a la que no podía camelar. Con ello trataba de imponerse y de dejar al otro como un salvaje. Siempre lo hacía y aunque perdiera, la otra persona también había quedado como un animal, con lo cual convertía el perder en ganar. Y en ese momento de tensión máxima la providencia me hizo optar por el mejor camino. Ni yo sé como me salieron esas palabras en ese momento. Él dio un fuerte golpe sobre la mesa gritándome, cuando levantó la mano de nuevo le dije, con voz amenazadora y tono normal: "A mí ni me levantes la voz ni me levantes la mano, que si mi padre no lo hizo en su vida, tú no eres nadie para hacerlo". Se acabó mi jefe. Lo había reducido a la nada. Paró su mano en seco, la bajó lentamente. Dejó de mirarme, para desviar sus ojos a otro lado. La reunión tenía un dueño. A la altura del betún, al gerente se le habían acabado los argumentos. Sigo sin saber como lo hice. Pero fuera como fuese, una sola frase tiró por los suelos toda su prepotencia. Después de todo, le quedaba dignidad para no seguir portándose como un salvaje.
Luego llegó la hora de hablar de dinero. En ese punto empezó a crecerse porque es el tema que dominaba. Al instante se le quitó la alegría. Le comenté como buena parte de mi sueldo había aumentado en función de lo que le exigía la ley a la empresa (subida del IPC + antigüedad), de que tenía una clausula de "dedicación exclusiva" que a parte de abusiva era absurda y que no me podía creer sus clásicas palabras de "no puedo pagar más porque hay problemas económicos", "no tengo dinero", etc... porque la empresa había estado despilfarrando mucho y contratando mucha gente, con lo cual, dinero sí que había. Que dejase de mentirme. Le hablé de todas las responsabilidades que había tomado todos esos años, que ni fueron remuneradas ni valoradas. Le hice un cálculo aproximado de la cantidad que había producido para la empresa sólo en horas extra y lo que había dejado de percibir porque no me las pagaban, además de enumerarle todos los costes personales, de salud, psíquicos, etc... Una vez terminé de exponer este tema, se acabó cualquier discusión respecto al mismo. Si tenía alguna copia de mi contrato o de mis nóminas por allí cerca, se quedaron donde estaban. Aún le quedaba algo de honor, que ni siquiera intentó responderme. Yo seguía con un ritmo constante y modulando las frases más interesantes, para que tomara constancia de ellas. Él anotaba algo.
Después no tuve reparo en llamarle cobarde y para ello lo argumenté con todas las anécdotas que me acordaba, aquellas en las cuales mi jefe me utilizaba como escudo contra clientes o colaboradores enfadados. No dejé de mencionarle como la policía había venido a la empresa por que no tuvo el coraje de decirle a un amigo suyo que no le pensaba reparar el ordenador. O le refresqué aquella vez en que me usó para entregar un cheque ridículo a un colaborador por un año de trabajo, con lo cual la bronca me la llevé yo y no él, y como más tarde intentó utilizarme de nuevo para conseguir un "código fuente" que poseía ese mismo colaborador. Le recordé como cada día ponía en duda mi palabra por cualquier chisme que le contara un cliente, otro compañero, por cualquier rumor que oyera, por cualquier estupidez que dijera un tercero. Le insistí en que una persona que presumía de ser tan inteligente como él contrasta esas palabras y trata de saber la versión del inculpado, con lo cual le di a entender que él era muy manipulable e inseguro. El discurso iba ganado intensidad y crudeza. Ahora lo medito y pienso que actué como una apisonadora machacando cada punto, aplastando cualquier reacción, reventando cualquier excusa con los argumentos que le daba cada dos frases. Acorralado, empezó a ponerse nervioso y puso en práctica su forma habitual cuando está perdiendo una negociación: la violencia. Llegado cierto momento de la disputa, le recordé como nos había hecho una "proposición deshonesta" (sic) a un compañero y a mí para pintar toda la empresa. De como aceptamos bajo chantaje pena de perder nuestros trabajos. De como eso fue un hecho puntual que no se repetiría en el futuro, y de como él, como empresario, gerente y persona había tenido la idea de eternizar esa condena, exigiendo que se pintara cada año. Le pregunté que quién iba a pintar. Me contesto que mi compañero. Le dije: "Tú estás utilizando la palabra que yo te di para obligar a otra persona a hacer un trabajo que no debe y que no quiere. No tienes mi aprobación para eso porque yo soy parte de ese hecho y no te lo consiento". Me dijo que él podía hacer lo que quisiera. Le rebatí aseverándole que con mi palabra no se jugaba, y eso no es una cuestión de empresa, esa aceptación fue hecha en un momento concreto y en una situación concreta y como una tarea al margen de lo laboral, aunque luego se realizara en la jornada normal. Mi tono severo no subía su volumen, él suyo cada vez era más alto. Estaba crispándose y a mí se me agarrotaban los músculos del cuello y de los brazos. Mi jefe puso en marcha su vía de escape, dar golpes en la mesa y pegar gritos. Solía usar esa habilidad cuando se enfrentaba a gente a a la que no podía camelar. Con ello trataba de imponerse y de dejar al otro como un salvaje. Siempre lo hacía y aunque perdiera, la otra persona también había quedado como un animal, con lo cual convertía el perder en ganar. Y en ese momento de tensión máxima la providencia me hizo optar por el mejor camino. Ni yo sé como me salieron esas palabras en ese momento. Él dio un fuerte golpe sobre la mesa gritándome, cuando levantó la mano de nuevo le dije, con voz amenazadora y tono normal: "A mí ni me levantes la voz ni me levantes la mano, que si mi padre no lo hizo en su vida, tú no eres nadie para hacerlo". Se acabó mi jefe. Lo había reducido a la nada. Paró su mano en seco, la bajó lentamente. Dejó de mirarme, para desviar sus ojos a otro lado. La reunión tenía un dueño. A la altura del betún, al gerente se le habían acabado los argumentos. Sigo sin saber como lo hice. Pero fuera como fuese, una sola frase tiró por los suelos toda su prepotencia. Después de todo, le quedaba dignidad para no seguir portándose como un salvaje.
6 comentarios:
Aplausos de pie! Esa última frase fue sublime. Qué estaría pasando por la cabecita de tu jefe durante esa reunión? Impresionante.
Tu jefe tiene la mano muy larga y tú una labia más extensa (buen negociador)
Saludos
Por muy hijo de puta que fuese seguro que se acordo de que tu padre murio cuando mas te estaba explotando.
fede, pues de todo. fue una guinda más al pastel que se estaba comiendo desde hacía varios meses. Las palabras me salieron del alma, era eso o ... En fin, que muchos jefes recurren al grito y el golpe sobre la mesa para imponer su postura, le quitas eso y se quedan sin recursos. De todas maneras, en condiciones normales, mi jefe hubiera respondido de otra manera y no se hubiera dejado intimidar, pero ahora estaba bastante jodido y ciertamente se dio cuenta de que estaba quedando como un gusano rastrero. Me alegro de que saliera así , y no haberme metido en la misma dinámica de gritos y golpes sobre la mesa.
Saludos.
pareidolia, saludos. Digamos que esta es una ocasión entre mil, que consigues romper una actitud con unas palabras. Tuve suerte, y fue algo que me salió espóntaneo. No sé si me saldrá igual de bien en otra oportunidad.
yo mismo, seguro que sí, y algo de eso le dije en esa reunión, lo cual le sacó de sus casillas, pero prefiero dejarlo ahí. no lo comentaré.
Saludos.
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