Hacia agosto de aquel año 2005, tuve la cita con el psiquiatra y la psicóloga. Durante aquellos meses estivales había conseguido relajarme un poco por las noches. Levemente. Como cada día, iba más muerto que vivo a la empresa. Llegaba y aparcaba el coche relativamente lejos, para darme un paseo e ir tranquilizándome. Si me acercaba a la empresa demasiado pronto, antes de la hora de entrar, aguardaba en la esquina de una calle que confluía con la de mi empresa, para entrar justo a las 8, ni un segundo antes. Siempre había algo tensión en el ambiente. No quería encontrarme con mi jefe y mucho menos oírle. Entraba rápido. Saludaba en voz baja a la chica de la entrada y me desplazaba rápidamente hasta mi sitio. Todo lo más calladamente posible. Tratando de pasar desapercibido. Este ejercicio repetido durante meses y meses hasta pasar más de un año era, en cada ocasión, un bautismo de fuego. Si tenía mala suerte, me encontraría con el gerente, y en alguna ocasión sus comentarios eran una incitación a ... En fin, en el estado en que me encontraba, cualquier cosa que dijese o que hiciese el jefe, me molestaba. Me irritaba hasta la saciedad. Con el paso de los años y las situaciones cada vez
más injustas y dementes que se producían a cada momento, había ido acumulando un odio y un rencor exacerbado* hacia mi jefe. Un resentimiento sin límites. Me sentía capaz de hacer cualquier cosa por liberarme del yugo que me oprimía. Llevaba algunos meses haciendo pesas para descargar mi frustración, con lo cual iba a trabajar muy cansado. Un cóctel explosivo. Si le añadimos lo comentado en el post de ayer... podrán hacerse una idea del grado de perturbación que me afectaba. Demasiada ira contenida. Aquel verano llamé a muchos de mis antiguos compañeros, para tener una tertulia y porque necesitaba conocer muchas cosas que había ido olvidando, tal vez por autoprotección. Si no me acordaba no sufriría. Creo que se encontraron al peor Erkemao que habían visto nunca. Vencido, iracundo, inseguro, triste... Sólo se me ocurrían dos soluciones para acabar con esto: una era mala y la otra era peor... Al final opté por la mala,
y así acabé una mañana en la consulta de los "trastornados". Iba muy tenso. En mi cabeza sólo había un pensamiento: "Esta gente no me va a hacer caso. Van a pensar que lo que quiero es una baja. Van a pensar que estoy fingiendo. Voy a acabar peor de lo que estoy. No ha sido una buena idea. Mejor me largo de aquí". Con esa actitud entré en el despacho del psiquiatra. Totalmente defensiva. No había estado nunca antes en esa situación, y lo que mi cerebro me decía era que allí no me iban a ayudar. De entrada, lo primero que me sentó mal fue que había otra persona más. Una recién licenciada en prácticas. ¡Lo que me faltaba, contar mis problemas personales a dos desconocidos! (a la larga me sirvió para poder hacerlo ante muchas más personas ;) así lo refleja el blog). Expuse lo que me pasaba. El psiquiatra serio y con mirada inquisitiva me bloqueaba. NO podía expresar lo que quería y el "va a creer que miento" seguía dando vueltas en mi cabeza. La respuesta fue rápida y clara:
"Tú no tienes problemas mentales, lo que tienes son tensiones por los problemas de la vida". Al menos ya sabía que no estaba loco o que aún me quedaba mucho que andar para caer en la locura. Sin embargo, el odio y la rabia que llevaba reprimida dentro me permitieron explicarle que era lo que sentía y así se lo dije: "Con todo lo que me ha pasado todos estos años me siento legitimado para defenderme como sea y eso incluye la violencia. Estoy dispuesto a usarla porque es la última salida que veo ante mis ojos". Me sentía lo suficientemente fuerte y desesperado como para cualquier mañana estamparle el puño en los hocicos a mi jefe, independientemente de lo que me sucediera luego. Eso no era importante. Quería desquitarme sin importar las consecuencias. El profesional me miró y me dijo que eso no era una solución, pero en ese momento yo me sentía derrumbado física y anímicamente.
No veía ninguna salida, ningún camino, ninguna posibilidad. Después de hablar con él, tuve consulta con la psicóloga. Una mujer muy atenta que se tuvo que gozar la vuelta a la infancia de un tipo de 30 años y 85 kilos. Empecé a contarle resumidamente todo lo que podía recordar y todo lo que sentía por dentro... pero cuando iba llegando al final del verano del 2004, ya no pude más... rompí a llorar como un niño. Toda la tensión acumulada durante esos años, y los horribles meses que había pasado desde el verano anterior, acabaron por resquebrajar la falsa coraza que había construido a mi alrededor. Fue una situación muy embarazosa, pero al mismo tiempo una liberación, una forma de canalizar toda la ira, la amargura y la desazón. Tenía depresión. Llevaba arrastrándola sin saberlo durante muchos años. Aún así no me dieron la baja laboral. Me recetaron pastillas. Ansiolíticos. Una manera de relajarme,
de intentar quitarme ese nivel de ansiedad y violencia latente. No me debieron ver demasiado mal como para que dejara la actividad que me estaba perturbando, ni a la persona que me estaba angustiando. Tal vez era yo el que había creado mi propio mundo, más exagerado que la realidad que me rodeaba. Sinceramente, no lo creo. En cualquier caso no me sentí lo suficientemente apoyado. Tomé esas pastillas, y otras, durante un par de semanas, luego las dejé. No era la solución a mis problemas. Había tomado una determinación mucho más cruel. Una idea iba tomando forma y con paciencia, mucha paciencia, la ejecutaría en su momento.* Según la Real Academia Española:
exacerbar.
1. tr. Irritar, causar muy grave enfado o enojo. U. t. c. prnl.
2. tr. Agravar o avivar una enfermedad, una pasión, una molestia, etc. U. t. c. prnl.
3. tr. Intensificar, extremar, exagerar.








































