Uno de mis compañeros, el otro pringadillo, no tenía unas funciones muy específicas. O mejor, me corrijo: tenía un montón de tareas que desarrollar. Se supone que lo más parecido a aquello para lo que estaba contratado era llevar la administración de la red interna de la empresa, junto con todo el tema de seguridad (firewall, etc...). Se le conminó a que se fuera aprendiendo toda la legislación sobre protección de datos, y como no había nada más para lo cual la empresa le interesara tenerle, se le "adjudicaron" otras labores.
Mi jefe tenía en mente una gran super empresa. Con muchos diseñadores, programadores y gente para todo tipo de cosas: desde administración hasta "experto" en gestión de la calidad. Había algo que también quería: un "manitas" para arreglar todo aquello que se le pasara por la cabeza, o alguien al que mandar a hacer cosas, a parte de tenerle como chivo expiatorio de su negligente existencia. De esta manera, mi compañero se pasaba el día aguantado las manías del gerente: "pinta esto aquí", "cambia lo otro", "muda aquello", "sube eso", "limpia no se que"... Vamos, que lo tenía amargado y obnubilado. Incluso llegó a decirle que todos los años tenía que pintar la empresa, hecho puntual al que habíamos "accedido" el año anterior lo cual, mi jefe, quería convertir en costumbre, ya que le convenía. Como en aquel verano ya había poco que hacer y mi jefe estaba sufriendo decepciones una tras otra (la suerte le había girado la espalda), necesitaba desahogarse con alguien, así que la persona elegida era mi compañero. La presión para él era brutal.
Cuando pusimos el parquet en uno de los locales de la empresa, quedó una cosa por terminar. Se trataba de los rodapiés. No habían sido colocados, y eso era una obsesión para el gerente. Un día del verano de 2005, no tuvo mejor idea que dejarle a mi compañero, los rodapiés sobre la mesa, como "indirecta" de lo que debía hacer. Además le había dicho que tenía que arreglar la cisterna del inodoro. Eso fue la gota que colmaba el vaso. No lo pudo resistir más. Fue al médico y le dieron la baja sobre la marcha. Estaba totalmente desquiciado. Luego pasó largos meses en tratamiento. No volvió más por la empresa, al menos, a trabajar. Naturalmente para mi jefe eso era traición: nadie podía tener una baja por trastornos del comportamiento con lo bueno y generoso que era el gerente. Fiel a su principio de "quien no está no cobra", dejó a mi compañero en una situación económica muy delicada. Finalmente tuvo que salir de la empresa renunciando a finiquito e indemnización si quería que, por lo menos, le pagara los sueldos que le debía.
Aquel verano sólo quedó uno. Sólo quedé yo.