
Vuelvo a dar un salto en el tiempo para narrar la historia de uno de los compañeros. La semana pasada disfrutamos de una nueva y emocionante entrada sobre la
"burrocracia" en mi empresa. Al hilo de esta narración
no me queda más remedio que demostrarlo con un hecho. De esta manera, he pedido al compañero que me escribiera para poder publicarla. Aquí está su relato. Juzguen ustedes mismos.
Durante el verano de 2003 y tras varias y secretas reuniones de la cúpula de poder de la empresa, se nos comunica que tenemos escasos meses para montar un sistema de trabajo que presentar en una auditoría (a finales de año) e implantar un sistema de calidad que redujera al mínimo el impacto sobre el

medio ambiente.
De pronto, estábamos inmersos en un lenguaje de palabrejas extrañas como “
Acción de mejora”, “
DAFO”, “Proceso”, “Flujograma”, “Test EFQM”… que aceptamos porque no nos quedaba más remedio con la inminente evaluación para la
Certificación ISO. Desde ese mismo momento, se erigió de entre los pringadillos la
“Coordinadora de Calidad, Medio Ambiente y Riesgos Laborales”. Desconozco los pormenores de cómo una técnico mediocre y chapucera a la sombra siempre de otros técnicos que le salvaron el culo en más de una ocasión, acabó en los primeros puestos de poder de la pirámide organizativa de ACME S.A. Si algo no escaseaba en ella era una ambición que brillaba como el fuego en lo profundo de sus ojos, y supongo que en el fondo, desde que entró en aquella empresa supo que quería dejar de apretar

tornillos, de acabar con la ropa sucia y las manos llenas de cortes (como cualquier técnico) para llegar lo más alto que se pudiera.
Al final conseguimos pasar la auditoría favorablemente y todos nos congratulábamos por ello, sin embargo, fue vergonzoso aquel correo que nos envió el gerente a todos los empleados, en el que se magnificaba la encomiable labor de aquella técnico venida a menos, responsable, única e indiscutible artífice de que la empresa se hiciera con las certificaciones de Calidad y Medio Ambiente, dejando al resto como simples marionetas con cerebro de serrín. Curiosamente estas marionetas, eran las que trabajaban en sus asuntos y encima ideaban la nueva y reluciente organización de tareas dentro de la empresa (o cómo burocratizar trabajos sencillos añadiendo toneladas de papel). Pues no, a nosotros no nos dieron un manual donde ponía

“Doña perfecta ha ideado esto ella solita y tú simplemente tienes que hacer lo que se dice a continuación”.
Pasó el tiempo y la acólita nº 2 empezaba a tomar posiciones en la cúpula de poder, basándose en la indiscutible y favorable reputación que le otorgaba haber conseguido por ella misma las certificaciones para la empresa. Fue así como movía los hilos desde la sombra que acababan inclinando la opinión del gerente en uno u otro sentido. Si ya era difícil soportar las majaderías de un jefe megalómano y con delirios de grandeza y del acólito nº 1 con edad mental de 12 años, para que encima se subiera al timón de la galera la “
Ángela Chaninng”
de turno imaginando una empresa
distópica y mega organizada.
A finales de 2004, yo empezaba a ser un estorbo. Se habían contratado nuevos programadores y no sabían que hacer conmigo excepto quitarme las tareas que venía realizando hasta ahora y
desterrarme a una esquina de la empresa sin contacto con mis compañeros. Meses más tarde y dos o tres semanas (aproximadamente) antes de ser enviado al paro de una patada, me ocurrió la siguiente y absurda anécdota:

Me levanté de mi mesa para ir a
beber agua (una de las pocas cosas que podías hacer sin notar la mirada inquisitiva del jefe clavada en la nuca) y al pasar por delante de la mesa de un compañero (
el nuevo diseñador gráfico)
éste me preguntó una duda sobre el entorno de programación en el que trabajábamos desde hacía un par de años y que yo manejaba bastante bien.
Me detuve 5 minutos cerca de su mesa, explicando y aclarando sus dudas, cosa que le vino bastante bien porque estaba atascado en algo (que por otra parte no le correspondía, ya que no era programador, pero sí se daba por hecho que este tipo de cosas lo debían hacer los diseñadores gráficos). Al rato de regresar a mi mesa, recibí la visita de la acólita nº 2 que de modo introductorio y cual anestésico antes de una mordedura, me preguntó que qué tal estaba y alguna que otra frivolidad, antes de espetarme:
-“Oye, ¿estás dando algún curso de formación interna?”No sabía que responder, porque de haber sido afirmativa mi respuesta, ella lo hubiera sabido,

dado que la formación continua de los trabajadores era una premisa (
que no se cumplía nunca, excepto en la documentación que falsificábamos para posteriores auditorías)
que imponía el hecho de ser una empresa certificada.
- “No, ¿por qué lo dices?” fue mi respuesta…
A lo que añadió.
- “Es que he visto que hablabas con (el diseñador gráfico) explicándole cosas”- “Sí, es que tenía una duda y como no lleva mucho tiempo, aún no controla el entorno de programación”
- “No puedes estar perdiendo el tiempo de esa manera. Si detectas una carencia de ese tipo, tienes que hablar conmigo y ver cómo podemos dar un curso o seminario para resolver cuestiones. Te podrías preparar un temario y lo incluimos en la formación interna que debe dar la empresa a sus empleados”
- “No hace falta sacar las cosas de quicio, tan solo era una duda sin importancia”
-“Bueno, eso tenemos que hablarlo”… y diciendo esto se fue hacia su mesa.Toda la conversación se desarrolló en un tono calmado y afable. Era una bronca, pero de manera que no lo pareciera. Lo curioso es que ella ni siquiera estaba (había salido de la empresa a desayunar probablemente), cuando yo hablaba con el diseñador gráfico, pero sí el gerente, que andaba contando alguna de sus batallitas a alguno de los otros programadores. S
upongo que al llegar la acólita nº 2, el jefe consultó si era o no legal que yo anduviera ayudando a los compañeros.Minutos más tarde, recibí por correo interno, una especie de notificación (con copia al gerente) que básicamente decía lo mismo que me había dicho en persona.
En síntesis: era malo ayudar a tus compañeros.