01 febrero 2007

El candado

Nuevamente vuelvo a dar marcha atrás en el tiempo, a cuando trabajábamos en aquel garaje insano pero de gratos e ingratos recuerdos. Estos enlaces les pueden ser útiles para ponerse en situación: los peligros del garaje I, los peligros del garaje II y los peligros del garaje III. A continuación, les resumo rápidamente como era nuestro lugar de trabajo y como sufríamos los pringadillos, aquellos empleados de segundo nivel, como éste que les escribe.
Cuando empecé a currar en aquella empresa, después de unas verdaderamente penosas prácticas, estuve varios años metido en un garaje sin iluminación, ni aire fresco, con humedades, bichos y suciedad. Estábamos expuestos a muchos riesgos laborales como la electricidad, cortes, caidas, productos tóxicos, etc... Además el jefe y algunos compañeros con cierto poder en la empresa, nos tenían amargados y reventados porque no confiaban en nosotros, nos utilizaban para desahogar sus frustraciones personales y profesionales y nos insultaban diariamente, afirmando que no hacíamos nada, que éramos pésimos empleados, y además, se nos acusaba de los errores, aunque los cometiera el jefe y sus secuaces. Mucha presión, muchos nervios y mucho estrés, que hacía que no durmiera casi nunca y que terminara de trabajar a las 11, 12 ó 1 de la mañana cada jornada, cuando debería haber terminado a las 9 de la tarde. Además éramos responsables de hacer la caja, y como el jefe metía mucho la mano, llegábamos al día siguiente acojonados por descuadres en las cuentas del día anterior y que no entendíamos a que se debían.
El salón/garaje se cerraba con un gran candado cada noche. Cada uno tenía un juego de llaves. Como salía muchas veces tan tarde y tan reventado, a veces me despistaba de poner el cierre. O eso creía yo. No fueron pocas las ocasiones en que regresando a casa de madrugada, daba media vuelta y volvía a la empresa a comprobar que había cerrado bien la puerta y que había puesto el candado. La verdad, y perdonen mi expresión, es que era una putada... porque no tenía ni fuerzas para comer y regresar a la empresa, llegando ya a casa, era un fastidio. Pero tenía que asegurarme para poder intentar dormir, sin que otra cosa más me hiciera dar vueltas en la cama y para evitar la bronca del día siguiente. Alguna vez que salí no tan tarde y estaba seguro de haber puesto el candando, volví. Y el candado estaba quitado. Luego al día siguiente bronca o insinuación de falta de responsabilidad. Pero alguien había estado después de irme, pero claro, eso no lo podía demostrar, así que me da, que mi propio jefe entraba más tarde a buscar algo y al salir se olvidaba de poner el dichoso candado, pero claro... era más fácil echarle la culpa a otro. A todas estas, lo más importante es resaltar la angustia que tenía que pasar cada noche por una cosa absurda pero trascendente, por la cual tampoco había una retribución. Además mi empresa pasaba olímpicamente de poner alarma, y presumía continuamente de poseer un seguro para estropicios a la hora de trabajar, ¿pero le cubría en caso de robo? A lo mejor sí, y eso era interesante. Es fácil que te despidan si ocurre algo, pero por el contrario no se pagaba esa responsabilidad.

2 comentarios:

Alejandro Darias Mateos dijo...

Realmente estoy flipando con lo que cuentas. Hacía días que no entraba y me he leído cuatro entradas nuevas. Vaya tela.

Al final aguantabas tanto las majaderías para tener material para el blog ;-).

Un saludo, paisano, desde Barcelona pensando en los herreños. Vaya putada lo de la tormenta.

Erkemao dijo...

Jejeje, creo que sí es alucinante en algunas cosas, pero a medida que la gente me comenta, me doy cuenta de que es algo más cotidiano de lo que parece. Se putea mucho a la gente en sus trabajos.
La verdad que no espera llegar tan lejos con el blog, como mucho un par de meses, pero todavía hay cosas que contar y a medida que escribo recuerdo historias nuevas.
Tremendo lo de El Hierro.
Saludos y gracias por leer y comentar.