27 junio 2007

La otra proposición deshonesta

En este mundo existen o han existido muchas formas de pago o formas de intercambio tales como el trueque, la moneda metálica, las letras de cambio, el cheque, el billete, el dinero plástico... Toda una serie de concepciones y artificios que ha ido desarrollando la humanidad a lo largo del tiempo para intentar establecer un sistema de comparación entre cosas, objetos o ideas que no podían ser medidas de la misma forma. Por supuesto, una empresa imaginativa como la mía, creadora de conceptos como el factor jefe y la conversión de una deuda en un derecho, no iba a quedar fuera de la gloria sin descubrir una nueva manera de conciliar el mismo valor para razones o deudas diferentes: el sistema de pago Acme.
¿Qué es el sistema de pago Acme o en qué consiste? El sistema de pago Acme es una forma de cambio por la cual la empresa elude el pago de una deuda mayor a un pringadillo, a través del propósito de abonar una deuda menor, que también debe al pringadillo. El concepto es altamente sofisticado y entiendo que si ustedes no tienen una carrera y varios máster en economía puede que no lo lleguen a comprender. Es un concepto inversamente proporcional al picor, donde un dolor menor se quita con un dolor mayor, es decir, cuando te rascas. La diferencia es que el primero es más abstracto y etéreo. La mejor manera de comprenderlo es con un ejemplo práctico y real.
En mis primeros años en la empresa tuve una serie de contratos de varios meses. Acabado cada contrato ocurrían dos cosas: o era renovado o se me hacía un nuevo contrato en otra empresa (que era la misma con otro nombre y datos). Los primeros meses trabajé sin contrato bajo la excusa de que estaban arreglando los papeles, pero que había problemas o alguien que firmaba se había ido de vacaciones u otras historias de dudosa veracidad. Luego, por fin, pude trabajar con todo en regla. Al finalizar el periodo establecido se me pagaba el finiquito, y vuelta a empezar. Cuando el jefe descubrió que me podía tomar el pelo, se acabaron los pagos por el concepto anteriormente expuesto. De esta forma, hubo un par de finiquitos que nunca llegué a cobrar, a pesar de ser hablados y reclamados en varias ocasiones. Junto a esto, la empresa contrajo conmigo otras deudas que tampoco se llegaron a liquidar, a pesar de ser reclamadas. Puesto que no podía obtener dinero, me llevé material para mi uso personal, certificado mediante la oportuna factura. Esto condujo a que la deuda que la empresa tenía conmigo se convirtiera en una deuda que yo tenía con la empresa, debido a que cada factura me convertía en deudor de unas cantidades que la empresa me debía a mí. Llegué a ser uno de los principales "morosos" del negocio, con la particularidad ya comentada de que era moroso de mi propio dinero, algo para enseñar en una clase magistral. Pasaron los años y seguía pendiente de ciertos abonos. Cuando exploté por dentro y decidí decirle al gerente todo lo que pensaba de él, le expuse nuevamente este tema. Finalmente se me canceló la deuda*, pero aún así la organización me seguía debiendo un finiquito de 7 u 8 años antes. Como la empresa ya estaba en pleno descenso al abismo, no había esperanza de recuperar lo adeudado. Meses después llegó el asesor de mi jefe para decirnos que había que cerrar la empresa. Para que nada se quedara en el tintero le aconsejó pagar a todos los empleados aquellas deudas pendientes, así que el gerente se reunió conmigo y me lo comentó: "Te voy a pagar lo que te debo y quedamos en paz, para que veas que la empresa lo hace con toda la buena intención del mundo". Mmm curioso, después de 7 años, el negocio me iba a pagar el finiquito ¡Qué buena fe! Pero claro, este pago "exigía" encubiertamente una renuncia, es decir, "se paga el finiquito tratando de que esta alegría te haga olvidarte de la indemnización que fraudulentamente la empresa no quiere abonar". Este es el sistema de pago Acme: "te pago algo que te debo de muchos años, porque es infinitamente mejor que pagarte una gran suma, que si investigas sabes que puedes reclamar". Todos quedábamos más contentos: mi jefe por no pagar mucho y Erkemao por dejarse engañar. Eso debía pensar el gerente. Aquí es donde entra en juego otra práctica: la práctica del respeto, plenamente inculcada a mi jefe en cierto momento y de la cual, parece que se había olvidado. Desde el punto de vista de un pringadillo quemado, el finiquito se seguía debiendo, la buena voluntad de la empresa se manifestaba abonándolo y pagando la depreciación que esa cantidad había sufrido en todos esos años y, para finalizar, pagando la indemnización que marca la ley y no la de unos artificios cuasi-ilegales a los que se acogía la empresa.

* Cuando le expuse al gerente que me había llevado material (bajo su autorización) para intentar compensar las cantidades debidas y que tenía facturas pendientes de pago que realmente eran parte de la deuda contraída conmigo, se apresuró a decirle a la administrativa- contable que investigara si otros empleados estaban en la misma situación. Ignoro si esta actitud tan dinámica buscaba compensar las deudas que la empresa tenía con los empleados o descubrir si algún trabajador le debía dinero a la empresa.


26 junio 2007

Hoy me tomo un descanso

Llevo el tiempo suficiente aburriéndoles como para dejarles un día libre de paz y armonía. Este en concreto lo voy a pasar relajado, lejos de las historias de Erkemao, porque un "paréntesis" nos viene bien a todos. Así que con el permiso de ustedes, hoy me tomo un descanso.

25 junio 2007

¿Qué significaba el cierre de la empresa para mí?

La historia de este blog es la historia de una cadena de sucesos que cada vez fueron a peor. Es la historia de alguien, el que les escribe, que no paró el desastre que se le avecinaba, poniendo límites a los abusos que sufría. Pero todo tiene un final de una u otra manera. Tras 8 años de permanencia en aquella empresa, todo "supuestamente" había acabado. Los últimos años me los había pasado literalmente, aguantado cada día. Convirtiendo mi existencia en un infierno cada vez que me levantaba, cada vez que me acostaba y cada vez que dormía. Estaba cansado, muy cansado. No me alegró el cierre de mi empresa en el sentido de que algunos compañeros se iban a quedar en una situación delicada y otros muchos habían padecido su propio infierno. Tampoco me alegró por el negocio puesto que me hubiera gustado acabar de otra manera. Pero sucedió así. No fue el destino, no fue la mala suerte, no fueron los desaciertos... fueron otras causas.
En el momento en que la empresa "clausuró" sus puertas, otras nuevas empezaban a abrirse ante mí, aunque para ello tuviera que recorrer aún, un largo y oscuro pasillo. Ese día creo que por fin pude respirar aliviado. Creo que la agonía que me embargaba se hacía un poco menos pesada, una tímida luz se colaba por las rendijas de mis tinieblas. Fue algo así como: "esto ya se ha acabado". Ciertamente las cosas no iban a ser tan sencillas. En cualquier caso, ahora sí sería actor y juez de lo que ocurriera en adelante. Tenía la posibilidad de elegir sin dejar nada detrás, nada que mi orgullo retuviera. Era el comienzo del "yo decido, yo elijo". Absolutamente convencido y sabedor de que no le debía nada a la empresa, cualquier negociación que se planteara en los siguientes días o semanas, partiría desde 0 para la organización. Mi opinión se mantenía. Había sido perjudicado durante muchos años por la empresa, representada en la figura de mi jefe, y ese hecho debía compensarse de alguna forma en el futuro. Cualquier pacto o acuerdo debía cumplir ineludiblemente esa condición. Si quería contar conmigo para un proyecto de futuro, el gerente debía ser serio y tomar en cuenta mis años de servicio pasados. Él tenía la idea de seguir con la actividad, cambiar el perro de collar, dejando de ser el único socio y manteniendo el grupo de empleados como parte capitalista de la nueva idea. Para ello nos reunimos, pero eso lo contaré en los próximos días. Realmente lo que me propusiera no me importaba, puesto que ahora yo era libre.
Cuesta un poco acostumbrarte a la libertad. Cuesta entender que los lazos que te ataban se han roto y que no debes obediencia. La estructura jerárquica se seguía manteniendo a pesar de su supuesta disolución. Te dura un poco, pero rápidamente te das cuenta de que ahora el trato es de igual a igual . Ya no hablaba con mi jefe. Erkemao en esos momentos hablaba con una persona que se hacía llamar jefe, pero que no ostentaba un poder vinculante superior. El cierre se produjo tan sorpresivamente, que todo se quedó patas arriba y había muchas cosas que concluir, así que seguimos yendo para resolverlas y para negociar. Cuando me levanté la mañana siguiente pensé: "bueno, y si hoy no me da por levantarme e ir a echar una mano, ¿qué va a hacer "mi jefe"? ¿despedirme?" y me entró la risa. Dependiendo de lo que ocurriera en los siguientes días, tomaría ciertas decisiones importantes, decisiones que me probarían como persona, decisiones como la "Reunión", decisiones para demostrar que aunque yo siguiera siendo un pringadillo, se me debía respetar so pena de una respuesta contundente. En cualquier caso, yo ahora era libre.

La indemnización

Si hubo una ocasión en la que arreglar las cosas, fue sin duda alguna esta. Pero ni aún así, la empresa respondió de forma positiva. Mi jefe me dejó claro que lo único que le preocupaba era "salvar su culo" a toda costa, cuestión que por otro lado me parece lógica; no se podía esperar otra cosa de él. Poco después hubo otra negociación que ponía una de las últimas piezas de todo el despropósito que había sido el trato de ese negocio hacia mi persona. Lo contaré próximamente.
Mientras tanto sus asesores le habían preparado una salida "digna", es decir, económicamente la más beneficiosa para él. Para los empleados supuso perder los 45 días de indemnización por año trabajado, rebajándolo hasta sólo 20 días, de los cuales él sólo pagaría un 60% de ellos. Resumiendo, solamente tendría que abonar 12 días por año trabajado a cada empleado, con la clausula adicional, de que haría efectivo el pago en cuanto la empresa o lo que quedara de ella, pudiera afrontarlo. Un futuro incierto. Únicamente quedábamos 4 empleados en el momento del cierre y uno más que actuaba como freelance y que al parecer no se incluía en el cómputo. Pero mucho mejor aún; de los cuatro, sólo dos llevaban más de 12 años en la empresa y su sueldo era mileurista. La persona que más cobraba sólo llevaba 3 años en la empresa. Erkemao llevaba 8 años, pero tenía un sueldo paupérrimo. Si nos ponemos a hacer cálculos, a la empresa no le salía nada caro todo el proceso, es más, le salía muy barato. Evidentemente para mi jefe ese ahorro no era suficiente. En su mente sólo había una idea válida y es: "yo no le tengo que pagar nada a nadie. Yo no le debo nada a nadie. Si tengo que pagar es porque lo dice la ley y me puedo meter en problemas, pero buscaré la manera de no abonar nada porque no me da la gana". Esta es la suposición que yo hago, por mi experiencia y trato. Y como también digo siempre, es totalmente discutible. Por esta razón me esperaba una sorpresa muy desagradable cuando el gerente empezó a dictar las cifras que nos correspondían a cada uno. Había que ahorrar lo máximo en indemnizaciones a los empleados, ¿por qué no quitarle todo lo posible a Erkemao?.
"A fulanito por X años de servicio le corresponden X euros. A menganita por Y años de servicio le corresponden Y euros... A Erkemao por 5 años de servicio le corresponden 3.700 (apróximadamente) euros de indemnización". Me dio una bajona. No me podía creer lo que estaba oyendo. Es más, sentí una rabia tremenda por su forma de decirlo.
Su discurso era monótono, del que lee algo que está escrito y no conoce. Pero a medida que recitaba las cifras creí entrever en su tono y en sus ojos cierta satisfacción. Las cantidades adeudadas eran nimias, comparadas con lo que deberían ser. Cuando leyó mis datos, ni se inmutó. Le parecieron absolutamente magníficos. No se quedó perplejo ni pensativo sobre la veracidad de esas cifras. La mía era tan absolutamente irrisoria que como mínimo te planteas si hay algún error. Después de 8 años de trabajo y después de la famosa reunión que tuve con él, no se extrañó del número que estaba recitando. Todo lo contrario. Pienso que sintió una gran alegría, disimulada en una "voz de póker". Si por ejemplo en ese papel hubieran sido impresas cantidades como por ejemplo: 37.000 euros, seguro que se hubiera callado y hubiera empezado a remover cielo y tierra para confirmar o desmentir lo que estaba escrito en el papel. Sin embargo, aquellas otras que sí tenía le debieron parecer maravillosas, sobre todo porque a esas cantidades había que aplicar la parte que pagaba el FOGASA.
De esta manera, después de 8 años de sufrimientos, de aguantar, de ser humillado, de ser explotado, de no cobrar miles de horas extras, de percibir un sueldillo para nada adecuado a mis responsabilidades y trabajo, de darlo todo por esa empresa desagradecida... lo único seguro que tenía eran unos 1.500 euros. Cantidad que, además, no me pagaba la empresa sino el estado. Los dos mil euros restantes eran etéreos y se basaban en un "gesto de buena voluntad" por parte de mi jefe. Si él resolvía sus problemas y quedaba algo, entonces yo cobraría. En caso contrario yo no iba a cobrar antes de que él se "salvara".

23 junio 2007

El cierre

En este punto de la historia sucedieron tantas cosas y tan deprisa que no puedo establecer en que orden se produjeron, de forma que se las narraré como buenamente pueda. No importa la sucesión de los acontecimientos sino su contenido.
Una vez todo dicho, sólo tocó esperar. Se supone que a la empresa le quedaba más o menos un mes de vida. Eso es lo que dice la ley según he leído por ahí. A los trabajadores nos tienen que dar un preaviso de 30 días antes de ejecutar el despido por las manifestadas causas objetivas económicas. Pero mi empresa era muy especial. Lo hemos ido viendo en cada post de este diario. Repentinamente, al par de días, mi jefe nos reunió de nuevo y con prisas. Nos dijo: "ya no puedo más, hay que cerrar la empresa. Mañana vendrán con los papeles para que los firmen". Yo les tengo que dar un preaviso, pero estas cosas las venimos hablando desde hace tiempo, y hace por lo menos un mes, les manifesté el posible cierre de la empresa. Entonces es como si ya se los hubiera dicho. Me he estado aguantando todo este tiempo por si conseguíamos dinero por otro lado, pero las cosas no van y hay que cerrar ya". Claro, claro como ya había nombrado en algún momento la palabra "cierre" se daba por hecho que era así. Justamente igual que cuando me decía que me iba a dar un día libre o a pagar los finiquitos que me debía, pero ¡vaya!, eso nunca lo hizo. Las palabras sirven cuando interesan y cuando no, se las lleva el viento. De esta manera a uno no le da tiempo de preguntar, de asesorarse y demás. Sin embargo la empresa sí había podido hacerlo. Naturalmente ahora exigía presteza y rapidez en la firma, como siempre que algo le convenía. Cuando no le convenía, las cosas se demoraban hasta la eternidad. Le aplaudo: plas, plas, plas. Firme en su forma de ser hasta el final.
Realmente no me importaba tanto el cierre, como las prisas por firmar. Nuevamente no iba a disponer de tiempo para hacer consultas o ir a un abogado, pero he aquí que me tomé las cosas con calma. Si yo no firmaba, no se podía cerrar nada. Una vez tuviera los papeles en las manos ya tomaría una decisión. El volver a hacer algo que ya le había dicho en la reunión que no me gustaba que me hiciera, iba a tener una respuesta.
Al día siguiente llegaron los papeles, puntuales como todo aquello que le convenía a mi jefe. Nos los repartieron. En ellos se establecía como fecha del preaviso el mes anterior, cuando alguien en algún sitio y en algún lugar había nombrado la palabra "cierre", según dicen. Se establecían los días de indemnización y las forma en que se iba a abonar la correspondiente indemnización. Por supuesto estaba redactado para que la empresa saliera lo menos perjudicada posible: "un 40% lo abonaría el FOGASA y el 60% restante lo abonaría la empresa cuando pudiera". Aquella frase me encantó. Resumía de una forma absolutamente minimalista la esencia filosófica del negocio: "cuando pudiera", es decir, había una supuesta voluntad de acción, pero matizada con un verbo condicional. "Cuando pudiera" podía significar mañana, el mes que viene, el año que viene o nunca. Conociendo como se las gastaba mi jefe, ¿por qué dudar que ocurriera esto último?.
Seguí leyendo aquel documento y me encontré con lo que buscaba; en uno de los apartados se especificaba que disponía de un plazo de 20 días para reclamar (¡ojo! 20 días laborables, que incluye los sábados) en caso de que no estuviera de acuerdo. Eso era fundamental. En 20 días podría asesorarme y confirmar la validez de lo que estaba ocurriendo. Miré la ley en Internet para asegurarme de que no era un engaño. Consulté a la asesoría una y otra vez hasta que se cansaron de decirme que la firma no me comprometía y que podía reclamar. Imagino que luego le comunicarían mis dudas al gerente, y éste pensaría que yo no iba a reclamar nada. El profesional le había dicho como tenía que hacer las cosas y como callar voces discrepantes. Ya lo veremos.
Ese día se "supone" que murió mi empresa. Acme S.A. cerraba sus puertas. A esta fecha le seguirían unos días muy animados de investigación, de nuevas negociaciones, de nuevos proyectos fabulosos en la imaginación del gerente, de consultas en el sindicato, etc... Los clientes no habían sido informados y teníamos una serie de responsabilidades que cumplir con ellos. No fue tan sencillo como cerrar la puerta para no volver, hubo que seguir yendo a terminar las cosas, y mientras tanto descubrí como las cosas no son como te las dice el asesor de la empresa, pero tenía mis 20 días para mover ficha ;).

El mafioso

Se realizaron las presentaciones oportunas y bajamos a la sala de juntas o reuniones para que nos "asesoraran". El profesional nos explicó un poco a que se dedicaba. Por supuesto, no nos explicitó que su función principal era conseguir el mejor pacto a favor de mi jefe. Evaluando las circunstancias de la empresa y haciendo uso de su experiencia en estas lides, nos comunicó que la mejor opción para estos casos consistía en cerrar el negocio. El concepto de quiebra quedaba en el limbo ya que legalmente no se podía acoger a ella, pero se cuidó mucho de expresar las cosas de manera que no nos diéramos cuenta de que se hacía algo que no se sabía muy bien si estaba dentro de la legalidad o no. Supongo que mi jefe le comentaría la predisposición que teníamos los empleados a dejarnos embaucar y engatusar sin hacer crítica o investigar la veracidad de las palabras. Debido al cierre de la empresa, la solución para los empleados (los 4 que quedábamos) consistiría en un despido por causas objetivas económicas. Al parecer esa opción resultaba más interesante que un despido colectivo, por lo cual se notaba cierta satisfacción en sus palabras, aunque estoy perdido en lo concerniente a temas laborales.
El tipo de despido por causas objetivas económicas establece el pago de una indemnización de 20 días de salario por cada año trabajado. La compensación era indudablemente más beneficiosa para la empresa que un despido improcedente, el cual supondría una indemnización de 45 días por año trabajado. "Tremendo ahorro para la empresa". Todo el tiempo sin pagar las horas extra y otros conceptos y al final, hasta dejaba de pagar en la indemnización. Pero había más, según nos comentó el profesional este pago se realizaría de la siguiente manera: un 60% del total correspondería a la empresa y el otro 40% al Fondo de Garantía Salarial (FOGASA). Mejor aún para mi jefe.
Bueno, esto era lo que decía la ley, según lo que nos comentaba el profesional. Sabíamos que las cosas estaban difíciles. Los últimos meses habíamos tenido problemas con el pago de los salarios, así que "no se le podía pedir peras al olmo". Ciertamente, no eran buenas noticias para los empleados. Yo trataba de verlo como una nueva oportunidad, en el sentido de que se acabaría por fin una etapa muy lánguida y triste de mi vida. Lo que sucediera después sería nuevo. Con los rumores que se producían sobre la posibilidad de continuar como una empresa nueva, tenía la capacidad para exigir nuevas condiciones o no seguir sin dejarme nada atrás. Pero aquella reunión dio para mucho más, y en uno de los momentos una sensación extraña recorrió mi cuerpo, como una alerta, y si ya tenía clara una decisión, esta circunstancia confirmaría lo que debía hacer.
El profesional nos comentaba como había estado involucrado en el cierre de otras empresas. Algunas de ellas habían tenido los mismo problemas que nosotros, así que nos puso un ejemplo: "¿Conocen el negocio que está en tal esquina? Pues les sucedió lo mismo que a Acme S.A. Yo asesoré a las partes y unos empleados decidieron hacerme caso y al final se unieron y volvieron a levantar la empresa, mientras que los que no estaban de acuerdo conmigo siguen en el paro y les va mal...". Por aquel entonces yo estaba totalmente harto de la empresa y todo lo que tuviera que ver con la organización o mi jefe me lo tomaba negativamente. Aquella frase sonó en mi cabeza como una amenaza y no como un ejemplo: "A los que no me hicieron caso les va mal". No me gustó nada esa expresión. No quiero decir que estuviera mal dicha o tuviera segundas intenciones, pero desde luego que yo la percibí como una advertencia mafiosa: "o haces las cosas como digo, o pagarás las consecuencias". Yo no estaba dispuesto a aguantar más amenazas después de tantos años de sometimiento, así que le expuse mis objeciones al profesional cuando salíamos de la reunión, pero creo que sólo me tomó por un trabajador descontento. Los siguientes días nos los pasamos buscando toda la información y documentación posible sobre el tipo de despido. Todos los empleados estábamos perjudicados y ninguno estaba conforme, puesto que éramos los más viejos y teníamos mucho que perder. Mientras tanto la empresa seguía siendo dueña, aunque con hipotecas, de unos locales cuyo valor podría solucionar los problemas de la empresa. En cierta ocasión, mi jefe me había comentado que le habían ofrecido una suma cuantiosa por esos inmuebles, pero que le había parecido insuficiente. Me eché las manos a la cabeza. Tenía muchos argumentos para desconfiar: cierre repentino de la empresa, despidos desfavorables, posible especulación con los bienes de la empresa y falsas promesas de futuro.

21 junio 2007

La trampa

El fin se estaba acercando. Los días discurrían lentos pero inexorables hacia el final de la historia. Una vez mi jefe se hubo concienciado de que las cosas iban tan mal que no se podían arreglar y con la espada de Damocles de Hacienda sobre su cabeza, decidió mover ficha y llamar a su asesoría para que le orientaran. La situación era delicada, sobre todo para él. Con tantas deudas acumuladas con el fisco y la Seguridad Social, podía meterse en un asunto muy feo. Según tengo entendido, desde el punto de vista técnico la empresa no tenía los argumentos necesarios para declararse en quiebra por sí misma. Poseía bienes inmuebles aunque no tuviera liquidez. Por otro lado, desconozco hasta que punto la quiebra hubiera sido buena para el gerente; tal vez podría suponerle una inhabilitación como directivo o administrador en cualquier otro negocio durante varios años. Evidentemente él no nos iba a contar estas cosas, sobre todo cuando al menos le iban a perjudicar de dos maneras importantes: primera, debía buscar una manera que le permitiera pagar lo menos posible a los trabajadores por el despido o cierre de la empresa y segundo, que esta circunstancia no supusiera una posible inhabilitación para seguir ejerciendo actividades económicas como " jefe", como ya he comentado. Esto lo he supuesto de lo que he leído y me han contado. Podría no ser como lo cuento, así que si alguien conoce el tema, serán bien recibidos sus comentarios.
La asesoría le iba a buscar la salida más victoriosa posible, y por supuesto, la más económica. ¿Dónde se puede ahorrar una empresa mucho dinero? Esquivando a los proveedores y en el despido de los empleados. El negocio me lo había demostrado todos estos años: trabajadores que se habían ido por la presión sin cobrar indemnización, el impago de finiquitos y sueldos debidos, trabajadores que habían buscado mejoras laborales y habían dejado la empresa, trabajadores que no habían tenido s remedio que irse renunciando a derechos para al menos conseguir que les pagaran por lo menos su sueldo... en definitiva, mucho dinero que la empresa no había tenido que abonar.
Con este propósito, la asesoría recomendó a un profesional cuya especialidad era salvar a empresas en problemas, es decir, buscar la forma de que todo el proceso de cierre le fuera lo más económico posible. Digamos que es el lado oscuro de "la fuerza". Mientras los abogados laboralistas tratan de conseguir que se cumplan los derechos de los trabajadores, estos otros profesionales buscan en los "vacíos", "mala redacción" y en los "límites" de la ley, la manera de conseguir el mayor beneficio o el menor perjuicio para las empresas. Cobrando, claro está ;) .
Cierto lunes se presentaron en nuestro lugar de trabajo las personas que nos iban a explicar cual era la solución a todo lo que ocurría. Una de ellas era el especialista en salvar empresas. Nos iban a "orientar" y a decirnos cual era la "mejor" alternativa para nosotros y para el negocio. A final de esa semana, mi empresa cerraría según lo que ponía en los papeles.


20 junio 2007

Mi jefe siempre tenía la última palabra

El protagonismo de este blog, independientemente del que lo cuenta, se lo ha ganado el gerente. Lo comenté hace poco y lo repito de nuevo. Esta vez debido a que el post que les escribo es interesante, a pesar de su aparente trivialidad. Estoy convencido de que ocurre en muchas empresas y tal vez es una de las facetas necesarias para ser "jefe". La moraleja de este cuento, permitánme la presteza y anticipación al final, es que no puedes ganar. Hagas lo que hagas, perderás en un enfrentamiento con un jefe. No lo digo en sentido literal y estricto, pero sí en uno metafórico. Esto es así, porque el que manda, siempre tiene la última palabra, aunque su turno de replica haya pasado.
Una de las particularidades que tenía mi empresa era que mi jefe siempre cerraba la conversación. Por supuesto, en el sentido laboral. También en el sentido lúdico, ocioso y de parlamentos intrascendentes. Tardé un poco en darme cuenta, como mal observador que soy. Una vez descubierta esta curiosidad, di marcha atrás en el tiempo y lo asocié con muchas de las cosas que había vivido y muchas de las conversaciones que recordaba. La anomalía se repetía sin cesar, con un patrón establecido. Lo suficientemente claro como para ser una costumbre y no una coyuntura. La realidad y exactitud de su comportamiento se podría resumir en "soy el que tiene la última palabra y soy el mejor que queda".
Daba igual si hablábamos sobre temas técnicos, sobre temas de ocio, sobre chistes, sobre otras personas, sobre otras cosas, sobre cualquier anécdota de la vida, sobre cualquier hecho relevante o irrelevante, daba igual quien estuviera, quien fuera y que posición ocupara, que lugar o que momento en el tiempo... siempre, él tenía la última palabra. Esto es importante, porque independientemente de que las cosas fueran bien o fueran a peor, la conversación la cerraba quedando de la mejor forma posible.
Les pongo un ejemplo: estamos conversando sobre algún tema de actualidad o algún tema fuera de la informática. Mi jefe siempre tenía algún a amigo o algún conocido que era un experto o que había logrado un gran nivel en ese campo. No está mal, pero llegaba a darte la sensación de que él era realmente el centro de atención. No importa que nadie conociera a ese tercero, lo importante era que mi jefe lo conocía y, además, lo conocía mejor que nadie. Por lo tanto, el gerente se convertía en una extensión presente y personal de la historia, lo cual le valía todo el protagonismo. Si contabas un chiste, él siempre tenía alguno mejor, y si no, te contaba otra historia, pero siempre tenía la última palabra o lo que relatara tenía que ser más sorprendente o importante.
He llegado a pensar que si un día alguien le contara que tiene todos los premios Nobel, seguro que mi jefe le diría que conoce a alguien que tiene todos los premios Nobel más uno o que directamente conocía a quien los inventó ;). Fuera lo que fuese, siempre tenía que ser el que cerrara cualquier discurso, discusión, parlamento, charla o conversación con su punto de vista o con una historia, a su juicio, mejor que la de los demás. Todo con tal de no perder el protagonismo y la autoridad moral.
Si este tipo de comportamiento se daba a nivel informal, no quieran imaginarse las situaciones cuando se trataba de asuntos laborales, sobre todo cuando el empleado tenía la razón o reclamaba algo. Independientemente de los argumento que presentases, él iba a anularlos con una "buena" historia, con una "buena" excusa o con una "buena" razón, y absolutamente siempre, sería el último en decir algo, porque cualquier réplica iba a ser contrarrestada con otra "buena" historia, otra "buena" excusa, otra "buena" razón u otra "buen" plan B de escape. Por supuesto, sus relatos y allegados iban a marcar la diferencia entre tú y él, o al menos, eso era lo que él creía.
Esta obsesión la llevaría hasta el final, pero yo no estaba dispuesto a alimentar la hoguera de las vanidades del gerente. En la reunión le había dejado claro sus límites conmigo y la "última palabra" no estaba dentro de ellos.

19 junio 2007

El último en irse: como lo vivió

En el post de ayer explicaba que durante estos dos días expondría mi visión sobre la marcha del último compañero que se fue de la empresa y sus puntualizaciones a mi opinión. Para no variar, me encargo de la selección de las ilustraciones que acompañan cada entrada. A continuación les muestro esa segunda parte.

Gracias Erkemao por invitarme a escribir algo en tu historia ( que no conocía al completo y es más que la idea que me había hecho de ella). Antes de nada decirles a todos que una de las almas que tenía esa empresa era Erkemao; siempre eran buenas palabras, ánimo constructivo, honestidad y ganas, de hecho, por lo menos yo no fui capaz de darme cuenta del calvario que estaba pasando. Era una verdadera lástima que a alguien con la valía de Erkemao se le tratase de aquella manera.

Yo entré junto con otros dos programadores, y la apariencia de la empresa era buena, pero era todo fachada gracias al dinero fácil de las subvenciones. Una vez se terminaron surgió la verdadera cara. De todas maneras, tuve una ventaja, y es que siempre que puedo ignoro las sandeces, como "sugerir" que no estábamos comprometidos con la empresa por no quedarnos por las tardes ni ir los sábados y cosas así. Por supuesto, estupideces como esas no merecen ni ser contestadas.

Creo que mi posición en la programación me blindaba ante los abusos de la dirección ( estaba parapetado detrás de la compañera abducida, mi coordinadora - un fuerte saludo- ) así que tuve suerte y la verdad es que no tengo consciencia de que estuviera "en el punto de mira". De todas formas, yo siempre que podía ignoraba al consejo de dirección así que lo más probable es que yo no me enterase.

No es cierto que yo le pusiera en evidencia; era él solito, no necesitaba mi ayuda. Lo que no puede hacer es meterse en historias de las que no tiene ni idea y claro, si te pones a opinar de algo que me afecta y de lo que eres un ignorante, yo no me callo. De todas formas, siempre respondí con educación y nunca fue mi intención dejar en ridículo a nadie, pero lo que no iba a permitir era que un incompetente me dijera lo que tenía que hacer.

En algo tenía razón: yo "no era tan listo como me creía", pero sí lo suficiente para darme cuenta de quién valía la pena en esa empresa y quién no.

18 junio 2007

El último en irse

En esta entrada contaré algunas cosas sobre el último compañero que se fue de la empresa. Le pedí que me revisara el texto y aportara las correcciones que fueran necesarias, ya que se trata de su historia. Me remitió un texto amplio, de manera que he decido convertirlo en dos post: uno, desde mi punto de vista y otro, sus puntualizaciones a mis palabras.

La empresa había ido dejando atrás a un montón de compañeros en su camino. Como un fuego de artificio que va quemando rápidamente la pólvora en un reguero infernal y brillante, nuestra empresa tuvo un final parecido. A medida que iba inflamando su combustible, dejaba un resto de cenizas ardientes que eran los empleados. A poco de que la organización acabara su camino, otro compañero busco mejor suerte. Al contrario que los fuegos artificiales, no acabamos en una explosión de color y brillo.
Este era uno de los nuevos compañeros que se habían incorporado en el 2004. Tal vez seducido por promesas de una empresa seria y el espejismo de una gestión eficiente, se adentró en las tinieblas de Acme S.A. Desde el principio se mostró combativo. Traía unas ideas que no se correspondían con la política y la "fe" de la empresa. Esto le supuso muchos y variados roces con todo el sistema que mi empresa quería implementar. Consciente de que las cosas sencillas y probadas son más seguras y rentables que los experimentos grandilocuentes, manifestó claramente objeciones al software y las herramientas que la empresa quería desarrollar. Se le dio tiempo para adaptarse y aprender, pero no se le dijo que en X meses tenía que tener a punto una serie de programas. Cuando llegado ese momento todavía no se había realizado ese "objetivo oculto" se le acusó de ser el desencadenante de los problemas del negocio. Nuevamente mi empresa nos volvía a sorprender con otra lección de "culpa a otro y sobrevivirás". Como he ido narrando todos estos meses, a cada empleado nos tocaba en algún momento ser los culpables de la marcha negativa de la organización. Curioso planteamiento ¿Alguien sabe si se enseña en algún curso de dirección empresarial?
Totalmente arisco con la burocracia de la empresa, la cual entorpecía el trabajo en vez de facilitarlo, criticó duramente a quien era "intocable e incuestionable", lo que le valió automáticamente la ira eterna del gerente. Su relación con el acólito número 1 le supuso un estigma adicional, cuando éste "dejó" la empresa. Estaba en el punto de mira, en cierto modo. Pero no puedes despedir a quien lleva una parte fundamental de los proyectos sin acabar contigo mismo. Eso retenía la lengua de mi jefe. Por otro lado el gerente, que siempre presumía de ser inteligente, a la vez que no tenía idea alguna de informática, le daba a este compañero la excusa perfecta para dejarle sin palabras cada vez que intentaba entrometerse en asuntos técnicos y de programación. Mi jefe no se atrevía a hablar delante de él, porque cualquier error que cometiera o cualquier estupidez que soltara iba a ser denunciada delante de todos. Más de una vez vi como el compañero dejaba en entredicho al gerente en medio de la sala y momentos después oír golpes fuertes (de rabia contenida) en el despacho del jefe. Era algo increíble. No sé en cuantas empresas un empleado puede dejar en evidencia a su jefe. Esta no es una forma de hacer amigos. Cuando salió por la puerta de atrás (como todos) quedaron muchas cosas pendientes y sobre todo las frasesitas típicas del gerente: "no era tan bueno...", "la empresa le dio más a él que él a la empresa...", "No tenía mucha idea..." Y por fin la oración más impactante que había oído en todos estos años: "Me trataba como a un idiota". Por supuesto, nada más salió por la puerta, se cambiaron todas las claves de ordenadores, servidores, se le deshabilitó la cuenta de correo y cualquier otro servicio que tuviéramos constancia que hubiera utilizado.
Pero hubo más. En las aplicaciones que estábamos desarrollando, había una importante aportación suya, que además sólo conocía o dominaba él. Al irse, la empresa se quedó sin recursos en ese área. Tuvimos que buscarnos la vida para intentar resolverlo. A medida que avanzábamos y descubríamos como hacer las cosas, el orgullo de mi jefe iba creciendo: " lo hemos sacado sin fulanito, así que no era tan listo como él se creía". Al final le tuvimos que llamar y pedir su ayuda para terminar de resolver los problemas; ayuda que prestó sin compromiso alguno, para vergüenza de mi jefe.
Apenas un año y medio antes, la empresa contaba con 20 empleados y en este momento sólo éramos 4. El compañero que estaba de baja también había dejado la empresa de una manera muy indigna para los 8 años de sacrificios y esfuerzos que había dado a la empresa. Por supuesto se fue por la puerta de atrás, como no podía ser de otra manera para un pringadillo. Como una burbuja que se expande hasta explotar, tuve el dudoso honor de presenciar la muerte de una empresa. De un negocio cuyos empleados eran profesionales y abnegados, dedicados y eficientes.


16 junio 2007

La fe

Este es otro de los temas que se habían quedado en el baúl de los recuerdos del blog. Sin duda uno de los principales argumentos de la "aristocracia" empresarial de Acme S.A. Manido y repetido en innumerables ocasiones a lo largo de los años. Era el elemento coercitivo para "animarte" a realizar trabajos en contra de tu voluntad o más a allá de tu contrato y responsabilidades. El acólito número 1 lo usaba de la manera indiscriminada hasta el final de sus días en la empresa, y tal vez fue víctima de su propio discurso.
La "fe" era la política de la empresa, los pasos a seguir, el discurso a pronunciar, lo que había que vender a los clientes, lo que teníamos que pensar los trabajadores. Era un concepto algo extraño. Cuando un pringadillo era conminado a realizar ciertas actividades, éstas se hacían en función de la "fe" y como acto de "fe" hacia la organización. Realmente no se trataba de actos sectario-religiosos, sino que fue un término usado para intentar hacer entender que todo lo que se hacía y por lo que se venía a trabajar era "el bien y prosperidad de la empresa", es decir, de unos pocos. Acuñado por el acólito, era constantemente citado en cada trabajo, para cada software que la empresa quería promocionar, para cualquier hardware con el que la empresa ensamblara los ordenadores. Si se traían unas placas base de una marca determinada y a los técnicos no nos gustaban porque daban problemas, estábamos saliéndonos de la "fe". Eso molestaba al jefe y al acólito. Nos decía: "esta es la "fe" de la empresa", como afirmando que esa marca y ese modelo eran "muy buenos" o era lo que la empresa quería vender y no había lugar para la crítica o la discusión por muy evidente que fuera su mala calidad. Es un ejemplo más de la absurdidad de las marcas, que era parte del planteamiento de la "fe". La misma cantinela todos los días llegaba a ser cargante e irritante. A parte de tomadura de pelo, coartaba la opinión de los trabajadores, sobre todo de los pringadillos que éramos los que más sufríamos luego las meteduras de pata de la "fe". Esta "fe" nos supuso multitud de broncas de los clientes, horas y más horas extra para solucionar los problemas, quebraderos de cabeza, espantada de clientes y despotismo y desprecio por parte del gerente. Con la marcha del acólito, ya no se volvió a pronunciar esa frase. Parece que ya no había "fe". El gerente que en su momento había practicado con ansia la "fe", es decir, fastidiar a los pringadillos y a los clientes, dejó de lado su "religiosidad" cuando necesitó apoyarse en aquellos a los que había estado sometiendo con alegre y superficial parlamento. Cuidado con los "actos de fe" en las empresas, porque sólo benefician a unos pocos.

15 junio 2007

Tú me has entendido mal, yo no he dicho eso, lo que yo quería decir...

Es viernes y ya no quedan muchas cosas que contar sobre mi empresa. Hay un par de temas que quise dejar para el final y para intercalarlos entre las otras historias que contara. Como no iba a ser menos, trataran sobre mi jefe. Son importantes; no porque hablemos del gerente, de sus manías y salidas de tono, sino porque pueden explicar que era lo que ocurría para que no fuésemos más activos y críticos con él. Una de sus armas principales era la mentira, ya lo he contado muchas veces, otra el halago y una de las más utilizadas era la negación. Si eres lo suficientemente constante como para negar algo una y otra vez, convertirás esa negación o engaño en una verdad absoluta. Creo que esto lo sabía muy bien mi jefe. Jugando al despiste y desmintiendo cualquiera de sus palabras o de las tuyas, conseguía hacerte dudar o lograba cansarte y que le dieras la razón.
Siempre, ante algún asunto polémico o superficial que quisiera eludir, más si se trataba de algún tema de dinero, solía plantear que todo el mundo estaba equivocado menos él. Recurría constantemente a expresiones como: "yo no he dicho eso...", "tú me entendiste mal...", "lo que yo quería decir era que..." Cualquier excusa con tal de darle la vuelta a la situación y evitar cualquier responsabilidad o tener que pagar de alguna forma las promesas realizadas. Desde mi punto de vista, su palabra era poco honorable. Demasiado maleable e interesadamente ligera para mi gusto.
El tiempo pone a cada uno en su sitio, y tarde o temprano te encuentras con otro más listo o espabilado que tú, y aún peor, te puedes topar con una persona a la que no te conviene tomarle el pelo y no la puedes engañar. Mi jefe no iba a ser una excepción.
Como dice una frase que leí una vez: "Se puede engañar a muchos mucho tiempo, pero no a todos todo el tiempo"*.

* Aclarado en los comentarios.

14 junio 2007

El jefe nos veía felices

Durante todos estos meses no he dejado de citar a mi jefe. Que si mi jefe esto, que si mi jefe lo otro... he llegado al punto, tal y como me dijo un comentarista, de que casi el blog es suyo porque aparece incluso más que yo. No se le puede quitar su parte de protagonismo en toda esta historia, pero ¿cómo nos veía él? ¿cuál era su punto de vista sobre la situación que estábamos pasando? ¿qué se le pasaba por la cabeza y pensaba de nosotros? Intentemos nuevamente ponernos en su lugar y saber lo que creía u opinaba.
De acuerdo con la información aportada por algunas fuentes durante el periodo de caída libre en el que se encontraba mi empresa, él nos veía felices. ¡Cómo lo leen!
No sé que pensar: si es lo que quería hacernos entender que pensaba, si realmente creía eso, si lo decía de un modo irónico o simplemente si obviaba la realidad.
Todos aquellos meses sin cobrar, con problemas de todo tipo, con largos periodos sin recibir ninguna explicación por parte del gerente, con excusas cuando menos "extrañas", con aplazamientos y más aplazamientos... y él nos veía felices.
Compañeros expulsados de la empresa de una manera muy prepotente, sin pagarles sus sueldos y finiquitos, diciendo todo tipo de barbaridades de ellos... y él nos veía felices.
Con malas caras en las reuniones, exigiéndole una solución, en contra del peso de la burocracia interna... y él nos veía felices.
Resumiendo, a pesar de lo obvio y lo explícito, mi jefe trataba de ver un mundo feliz en el cual nadie estaba en su contra por su mal hacer y todo el mundo lo quería. Los empleados al trabajar con tan buen gerente nos sentíamos pletóricos y enriquecidos en nuestro espíritu. Había negado la realidad de una forma consciente o inconsciente.
Lo único que puedo afirmar, desde mi punto de vista, es que NO estábamos felices y contentos con la situación.