30 marzo 2007

El email de la mejora social

Gracias Nasghoul, por enviarme el tan afamado correo que recibimos a principios del año 2004 y que es causa de hilaridad y de manifiesto rechazo por parte de los pringadillos en su conjunto.
Como comenté ayer, tuvimos la oportunidad de leer un correo electrónico muy gracioso, gentileza de nuestro jefe. No quiero pensar la "intención" de ese texto, pero desde luego que era todo menos unos simples datos. Me hace gracia pensar el esfuerzo que se habría pegado el pobre gerente contando fines de semana y días de fiesta para que le quedara "super" la redacción. A continuación les presento el email y lo adornaré con comentarios algo irónicos sobre lo que pienso de esas palabras. Reitero el agradecimiento a un ex compañero por su cautela al guardar tan dichoso y aplaudido correo electrónico.

Hola Erkemao, te informo que tu salario para el año 2004 será de xxx,xx € con el siguiente desglose:

· Salario Base + Antigüedad + Incentivos, dividido como corresponda en estos tres conceptos cotizables xxx,xx(si los euros se dividieran en fracciones de mil, mi jefe no habría dudado en utilizarlos).
· Dedicación exclusiva 183,75€ (una ridiculez, teniendo en cuenta que te obligaba a ser fiel a la empresa)
Dos pagas extraordinarias de xxx,xx € cada una.(jejeje, ya comentaré algo más abajo).

El horario será 8 a 15 dentro de este horario hay un cuarto de hora (¡cuánto tiempo!) para descansar y tomarse un refrigerio el que lo desee (es decir, que si no lo haces, va a fondo perdido), aclarando que la flexibilidad de horarios que tenemos se refiere a que elegimos (consultándolo) que horario queremos tener, pero no puede cambiarse cada día; siempre debe ser el mismo por razones de coordinación, para saber cuando podemos contar con el resto de compañeros.(esto parece obvio, ¿no?)

El horario de 6 horas y cuarenta y cinco minutos diarios (y cero mil milésimas de milímetro) en lugar de las 8 horas legalmente establecidas, es indudablemente una mejora social (sí sobre todo cuando nunca te dejan tenerlo, sino que te funden a trabajo para que salgas 5 horas más tarde), encaminada a que todos los miembros de la Empresa tengan una mejor calidad de vida (¿todos?¡Qué falta de respeto! ¿Calidad de vida de quién? ¿del gerente?), no pudiendo considerarse esta medida nunca vinculada a la remuneración que perciba cada miembro de Acme S.A. (esta última parte nunca la he llegado a entender. Lo que si sé es que mi sueldo se acercaba más a trabajar 6 horas o menos que a trabajar 8, lo cual nunca hacía ya que casi siempre trabajaba 11 ó 12).

La remuneración en dedicación exclusiva (me parto de risa, por un sueldillo miserable, la empresa pretendía que no hiciera nada más que trabajar para ella) es coherente con la reducción en el horario legalmente establecido, entendiendo que hay una contradicción en tener horario reducido para la mejora de la calidad de vida (sigue insistiendo en su falta de respeto) y usar parte del tiempo al que renuncia Acme S.A. para dedicarlo a un segundo trabajo. (la empresa en ningún caso renunciaba a tiempo, lo conseguía y con intereses por otro lado. Luego, cuando empecé a ser rígido con el horario, mi jefe se cabreaba cuando salía por la puerta a las 3. Te decía indirectas victimistas para él y culpabilizadoras para ti)

Este año existen 252 días laborables de lunes a viernes (menuda capacidad para contar), a los que hay que quitar 2 días de fiestas locales (él seguía descontando sin parar) y 25 días de vacaciones (¿vacaciones? cuando tenía que volver a la empresa a los 2 días de empezarlas porque me estaban llamando...), quedando para trabajar 225 días a 6 horas y cuarenta y cinco minutos diarios (y varias mil milésimas de milímetro ;) ) lo que no da 1.518 horas y cuarenta y cinco minutos de trabajo al año. Siendo tu coste laboral anual a Acme S.A., de xx.xxx,xx(sí sí, pero de beneficios no habla. De cara a mi jefe, sólo éramos costes y gastos)incluyendo 12 pagas mensuales, más dos pagas extras (insiste en sus 2 pagas extras como el abuelo cebolleta. En el convenio colectivo se especifican 4 pagas extras, así que encima, mi jefe estaba quedando muy mal con la carta) y la aportación de la Empresa a la Seguridad Social (esto es un chiste... Si le debía varios decenas de miles de euros,y como me decía un experto: "eso es robar dos veces, porque no te lo está dando a ti y encima tampoco a la Seguridad Social).

Dividiendo tu coste laboral (De nuevo empeñado en que somos sólo costes. Nunca nos envío una carta de ingresos, beneficios, oportunidades de negocio creadas, etc...)anual a Acme S.A., de xx.xxx,xx en 1.518 horas y cuarenta y cinco minutos de trabajo al año, nos da un coste de xx,xx € cada hora (Hasta nos daba nuestro coste cada hora, ¡qué capacidad de concreción y detalle!, pero seguimos sin saber nada de ingresos y beneficios). ( no se han incluido en estos costes los Gastos Generales, electricidad, agua, teléfono, impuestos, seguros, amortizaciones……)(con lo cual, somos un coste más costoso XDD)

Estoy a tu disposición para cualquier aclaración que precises (Palabras de mafioso. Atrévete a venir a preguntar algo que te vas a enterar. Espérate que voy corriendo a que me cuentes mentiras y cuando te haga una pregunta que no te gusta o que te deje en evidencia, te pierdas por los Cerros de Úbeda y no me respondas).

Saludos (¡Hay que ser hipócrita!)

X (nombre sin apellido, como queriendo decir: "somos colegas")

En fin, no sé que más pensar...

29 marzo 2007

¿Calidad de vida?

A principios del año 2004 recibí un correo electrónico de mi jefe. Lo he buscado por todas partes, pero no he dado con él, por lo que supongo que se quedaría en la empresa y nunca me lo reenvié a casa. Esa carta es todo un monumento al despropósito y la absurdidad. ¡Qué pena no tenerla a mano para transcribirla íntegramente! Intentaré contar un poco de que trataba. Si la encuentro cualquier día la publicaré ;) (¡¡encontrada!!)
Como iba contando eran los comienzos de año y por tal motivo casi todos los empleados, que yo sepa, recibimos un email del jefe en el cual nos comentaba detalladamente nuestros sueldos, gastos que suponíamos para la empresa, etc... Digamos que era una "directa" para que supieras lo que tenías que producir cada día. El detalle llegaba a unos extremos inconcebibles. En mis palabras: "Cobras X euros al año, hay Y días, de los cuales Y1 son laborables y descuento Y2 días de fines de semana por lo cual el total de días a trabajar es Z. Tu sueldo es de tanto, por lo que al día ganas cuanto. Tus gastos son R por los motivos M, N y O, de los cuales no se cuenta los gastos corrientes como agua, luz y teléfono. La empresa te ofrece 25 días laborables al año en vacaciones. Tu horario es de 8 a 3, lo que significa una mejora en calidad de vida, por lo cual el empleado "debe renunciar" a tener un segundo trabajo... bla bla bla y de nuevo Calidad de vida." Aquel email era una vergüenza y una falta de respeto sin nombre. Todo el rato con la cantinela de la calidad de vida... Si me han leído, ya sabrán el tipo de "Calidad de vida" con que nos obsequiaba el gerente.
En junio, en unos días que cogí para olvidarme del negocio y mi jefe, la empresa celebró una reunión, y entre otros, los puntos "recogidos" (más bien impuestos) fueron: "el empleado se compromete e no salir antes de la hora". Cada vez que lo leo me parto de risa. "El tiempo para desayunar es de 15 minutos y si por cualquier causa se sobrepasase, se tiene que recuperar al final de la jornada", "se debe aumentar el cotilleo y la comunicación", es decir, el "trepismo", el "cuentachismeo" y todo tipo de actitud que permita joder a otros compañeros. "En caso de trabajos puntuales (todos) en los que haya que quedarse hasta más tarde (siempre) se compensará con horas o días libres"... jajaja ¿seguro? Yo no vi ni uno en 8 años. ¿Y que pasa si lo que quiero es dinero y no horas libres?. Hubo otra serie de sandeces. Entre mi jefe y los acólitos habían montado un teatro surrealista que va más allá de lo inimaginable. En una famosa reunión le enseñé los correos a mi jefe. Los llevaba analizados palabra por palabra y sabía que reprocharle en cada una de ellas. Al final se lo resumí rápidamente y le pregunté: "¿Me estás tomando el pelo o qué?, ¿De qué vas diciendo que das calidad de vida, cuando me has estado jodiendo todos estos años?". Callado se quedó.

28 marzo 2007

Mi infierno personal

Esta entrada es muy especial. Me ha costado mucho escribirla y seguramente no tenga fuerzas para responder a los comentarios.
Mi jefe me dijo más de una vez en ese largo periodo: "Yo no mezclo lo personal con lo laboral, por eso no he invitado nunca a un empleado a un café". Boca de trapo. Con lo mal que lo había pasado esos años, cada frase de este tipo se me grababa a fuego en la mente. Tus circunstancias laborales, tarde o temprano acaban afectando a tu vida personal, por muy separadas que lleves ambas facetas y más en circunstancias como las mías. En mi caso, a parte de mi imbecilidad, candidez y orgullo, conté con el inestimable apoyo de mi jefe, que SÍ inmiscuyó el trabajo en mi existencia, jodiéndome cada día con su explotación, permisividad y sus actuaciones e indirectas crueles y corrosivas. Mi vida personal se resumía a salir del trabajo a las tantas, chatear y mal dormir. Los fines de semana, a quedarme amargado en casa pensando en lo que pasaría el lunes siguiente, durmiendo mal o tirado en la playa de madrugada esperando a que se me quitaran los efectos de las salidas nocturnas y la pasada de vueltas que tenía encima. Eso cuando salía de marcha, ya que por temporadas me quedaba encerrado en casa. Mi mundo se había reducido a TRABAJAR y pensar en el trabajo. Aunque soy sociable y hago amistades rápidamente, la depresión y el estrés me separaban de la gente pasado algún tiempo. Dejaba de estar en contacto y eso se notaba. En casa me comportaba como un cínico endemoniado. Era todo lo contrario a lo que aparentaba en la calle: malhumorado, gritón, "gilipollas", torpe, perezoso, depresivo, autocondescendiente, brusco, irritable, irascible,
insoportable... Carente de paciencia, atención, cariño, alegría, viveza... No sacaba a mi familia de paseo porque ni yo mismo podía salir. Llegó un momento y lo contaré más adelante, en que no podía estar cerca de la gente sin que la ansiedad me dominara por completo. Entraba en una tienda y a los pocos segundos tenía que salir como fuera porque me ponía excesivamente nervioso. Timorato, conformista y cobarde, pasaba mis días sin ilusiones de presente ni de futuro. Creo que la gente de mi alrededor lo percibía y hasta en las chicas que me gustaban, notaba rechazo. Llevaba la negatividad por delante, oculta tras una sonrisa y una falsa sensación de optimismo. Hacia finales de primavera la que más me había gustado en mucho tiempo me dijo de una manera diplomática que no íbamos a salir ningún día, ni el siguiente, ni nunca. Mi mundo personal se derrumbaba en todos los sentidos. Llegado el verano, comencé a salir con una chica, pero al final acabé haciéndole daño con mi actitud: seca y distante, esquiva al cariño. Un beso para ti, si me lees. Estaba reventado, cansado y absorto en mí mismo. No veía a mi alrededor, ni entendía el sufrimiento de los míos. No prestaba atención y trataba con rudeza a quienes tenía que dedicarles mi tiempo y afecto: mi familia. El trabajo, la tensión, la desesperación, la angustia, el orgullo nuevamente, el desánimo, la pusilanimidad... estaban destruyendo mi estabilidad personal, derrumbando mi existencia diaria, incinerando mis relaciones, arrasando mis sentimientos y aniquilando mi vida. Como un loco desquiciado corría hacia el abismo sin percatarme del final que me esperaba. Recuerdo ese verano agridulce, mezcla de nuevas emociones que habían surgido en mi vida y horribles recuerdos que la aplastaban y ensombrecían. Recuerdo celebrar mi cumpleaños, después de decenios sin haberlo hecho y reunir a muchos muchos amigos, y recuerdo la pérdida de un colega al que se llevó una inmisericorde enfermedad. El mundo y el tiempo pasaban veloces. Yo hacía lo mismo. Iba demasiado deprisa, enclaustrado en un caparazón que había construido a mi alrededor para obviar mi decadencia. Uno de los momentos en que esa armadura empezó a agrietarse fue cuando padecí la humillación del desprecio. Se lo conté a mis progenitores. Mi padre, consciente de lo amargo de ese trago, experiencia de vida, me dijo: "Deja ese trabajo. Olvídate de todo. Lárgate de ahí que te vas a volver loco. Si es necesario yo te ayudo, hago lo imposible y te doy el dinero que te haga falta." Yo le contesté: "No es cuestión de dinero. No puedo largarme y renunciar a todo lo que he hecho, a todo por lo que he luchado y todo lo que he dejado de hacer y vivir y permitir que ese tipejo quede indemne riéndose de mí y dejándome mal delante de todo el mundo". Cochino orgullo. Es de las pocas conversaciones que recuerdo tener con él. Hacía tiempo que apenas hablaba con mi padre de cosas importantes. No iba a tener más oportunidades, a los pocos días un infarto se lo llevó para siempre.

27 marzo 2007

Indicios de rebelión y otras historias

Después de los hechos narrados en la última entrada, estaba claro que YA no podía aguantar a mi jefe. Su sola presencia, su voz, su cara me enervaban. Cuando se acercaba a mí, se me pasaban por la cabeza todo tipo de ideas y ninguna de ellas era buena. Se estaba convirtiendo en una obsesión. Aquello era más que rabia, se estaba convirtiendo en odio. Seguía siendo un empleado de segunda de profesión informático que se dedicaba a hacer chapucillas en la empresa, tales como pintar. En cierta ocasión me dijo: "Pinta el trozo que queda al lado de las nuevas mamparas del color de la pared". Era apenas una franja de unos 15 centímetros de ancho por unos 3 metros de alto. El color que debía llevar era azul y no el color arena que me decía mi jefe. Me quedo mirando y le digo: "¿seguro?". Ni prestó atención. Lo pinto del color que me dice. Cuando vuelve y lo ve, se enfada y me reprende: "Ese color no es, no ves lo feo que queda, te dije que de azul". Bueno, ¡lo que me faltaba por oír! Le contesto de mala leche: "No, tú me dijiste color arena"... Así estuvimos un rato tirándonos la pelota, hasta que el tipo se cansa y dice de forma despectiva: "Vale, lo que diga el señor", y le contesto: "Lo que diga yo no, lo que me dijiste tú". Semejante inepto. Yo estaba tan harto, que iba a por las malas, a contradecirle dijera lo que dijera. Haciendo un chiste fácil, se notaba que era el jefe. Discúlpenme los jefes con dos dedos de frente y comportamiento de persona,por esta licencia ;)
Como no era suficiente con los trabajos forzados que había realizado hasta entonces, me obliga a taladrar agujeros en las paredes de la sala de entrada a la empresa, para colocar sus queridos certificados EMAS, ISO y otro que estaba por llegar. El sujeto se ponía a medir milimétricamente la altura y la distancia, para que le quedaran perfectos. ¡Lo que hace el aburrimiento! Uno no es tan estúpido para no saber hacer eso, pero teniendo a un majadero a tu lado, es una labor casi imposible. Aquello quedó muy bien, junto con otros paneles que tuve que poner. Peor fue aguantarle detrás cuando estaba taladrando las paredes y columnas para poner los extintores. Se ponía al lado como diciendo: "yo soy un profesional del bricolaje y tú no sirves ni para colocar un cartel". Le gustaba humillar y hacerte sentir inferior. Yo, cada día estaba de peor humor: todo me iba mal. Hasta los vecinos se habían conjurado en mi contra. Un domingo me encontraba fatal, tenía diarrea (ya contaré porqué), estaba muy cansado, estaba harto de todo y al día siguiente me tenía que levantar temprano para volver al infierno. Las 11 de la noche y los vecinos tocando la guitarra enfrente de mi ventana... "Ya es tarde y pronto se recogerán" me dije... Las 12, la 1, las 2, las 3... Al final salí de mi casa con el coche chillando ruedas, a ver si cogían la directa. Dedicaré un post a mis problemas personales derivados de esta locura. Se estaba acercando septiembre y dentro de poco finalizarían los trabajos forzados, pero aún tendría que aguantar otro año y medio los e despropósitos por parte de ese ente perverso, escondido tras una máscara de inocencia.

26 marzo 2007

Los trabajos forzados VII: El desprecio II

Mi empresa era socia o estaba asociada a un organismo que, a su vez, estaba formado por instituciones y empresas de un par de países. Todos se acogían a la misma subvención y colaboraba cada una con la parte que mejor sabía hacer. La sede directiva se encontraba en mi ciudad y por esa razón, los miembros foráneos se desplazaban aquí para algunas reuniones y otros actos. Aprovechando la llegada de los más importantes, mi jefe decidió enseñarles la "super-empresa" de informática que les iba a llevar los temas de software. Erkemao se encontraba ese día dedicado a sus faenas pictóricas. Con una escalera, un cubo de pintura y una brocha, trabajaba sin cesar. Llegaron los clientes foráneos y el jefe comenzó su recorrido turístico por todas las estancias. Puesto por puesto iba comentándoles quien era cada empleado y a que se dedicaba: "esta es X y se dedica a la administración, este es Z y se dedica a la programación, este es Y y se dedica al diseño, etc..." pero cuando mi jefe pasó por delante de Erkemao, simplemente no se detuvo. Erkemao no existía. No merecía ser presentado a esos clientes tan importantes. Todo sucio y con una brocha en la mano, "no era miembro de la empresa". Simplemente no era nadie, y en calidad de nadie, no merecía ni siquiera que se le mirara y aún menos que se le presentara. Para callar el trato que mi jefe dispensaba a sus empleados, lo mejor era mentir, diciendo que el pintor venía de una empresa de pintura. ¿Qué pensaría el cliente si supiera que el que iba a ser administrador de las bases de datos donde iba a guardar su información tenía, entre otras funciones, trasladar basura de un lado a otro y pintar las instalaciones? ¡Qué mala imagen daría la empresa! ¡Qué mala imagen daría el gerente! Había que tapar este hecho y de paso humillar al pringadillo. Darle a entender que valía menos que nada. Bueno, démosle el beneficio de la duda al gerente. Era una causa de fuerza mayor. Hasta Erkemao sería capaz de comprender eso. Pero ¡vaya!, en tal caso, después habría unas palabras y unas disculpas... y no fue así. Pero sigamos siendo lectores de buena fe y demos una nueva oportunidad a mi jefe. Un error lo tiene cualquiera.
Al día siguiente: se encontraba Erkemao dispuesto a un nuevo día de "creatividad" en aquella empresa de "tan grato" recuerdo. Vestía sus pantalones pintados por todos lados, su camiseta igualmente llena de pintura, sus zapatillas viejas medias rotas y, por supuesto, color arena y azul, como las paredes y las columnas de la empresa. Sería alrededor de media mañana y por alguna razón, que ahora no recuerdo, el acólito número 1 y él se reunieron para hablar algún tema importante referente a algún cliente o a algún trabajo. Quien mirase desde fuera vería a un pintor reunido con un miembro de la élite; internamente todos verían a dos miembros de la empresa hablando de algo. Apareció el jefe por la escalera que ascendía desde el sótano (recién remodelado) y que se situaba justo al lado del nuevo despacho del acólito. Junto al gerente llegó un nuevo cliente (al parecer importante), que seguramente le seguía en su visita turística, como todos los clientes que se acercaban a mi empresa en aquellas fechas. Mi jefe avanzó hacia nosotros. Le dijo al cliente: "Este es W, y es el que lleva la coordinación de todo el departamento de programación". Intercambio de saludos. Ahora tocaba que me presentara a mí, es decir, a Erkemao, pero... mi jefe levantó soberbio su barbilla, giró sobre sus talones y siguió hacia donde estaban los programadores... Lo había vuelto a hacer. Se dio la vuelta como si yo no valiera la pena ni el esfuerzo. ¿Por qué molestarse en un pringadillo de tres al cuarto? Erkemao no existía. Erkemao era escoria. No merecía ser presentado a los clientes. Simplemente era un empleado de tercera en una empresa de primera, y no había porqué considerarle como un miembro más, de hecho no había que considerarle como persona. Era una basura que servía para desmontar vitrinas, montar estanterías y pintar la empresa. Mi jefe ya hacía bastante con "mantenerme" porque para él yo era un montón de mierda que tirar al contenedor. Podía ser otro error... Nuevamente no hubo referencia al tema ni disculpas de ningún tipo. Me sentí muy dolido. No llegaba a asimilar el desprecio tan humillante, el trato tan rastrero, los deseos tan malévolos que destinaba mi jefe hacia mí. ¿Por qué? ¿Qué clase de persona era mi jefe? Sólo sé que desde aquel día no he dejado de sentir una ira, un rencor, un resentimiento y un odio visceral hacía ESO. Ese ente repelente, prepotente, engreído, presuntuoso, cobarde, indecente, borracho y hediondo. Ese niño de papá, venido a menos, acomplejado, incapaz de hacer frente a su propia sombra. Ese mentiroso compulsivo, retorcido y pendenciero, vengativo y rencoroso, traidor y embaucador... Los sentimientos que tuve aquella mañana no se pueden expresar en palabras. Aún hoy, casi tres años después no dejo de acordarme y sentir lo mismo cuando lo pienso. La vida me dio la oportunidad de sentarme delante de él y expresarle mi odio y resentimiento. De decirle lo que era por lo que me había hecho. El puto cobarde me contestó lo siguiente: "No te pienso pedir disculpas por ello porque yo no me acuerdo de haber hecho tal cosa, y como no me acuerdo no tengo que responder de esas acusaciones". H.................... Algunos compañeros sí recuerdan ese día y saben lo que ocurrió, y así me lo han comunicado. Me han dicho: "Yo lo vi". No sé si existe la justicia divina, pero un año más tarde, mi "querido" jefe, sufrió en su propia carne el olvido de aquellos a los que el rondaba y hacía la pelota. Le ignoraron, le desterraron y le humillaron, no comunicándole ni invitándole a una importante comida en la que se tratarían temas trascendentes. Mi jefe era ahora el objeto del desprecio. Ya no estaba en la élite. Ya no le querían. Era un un gusano mentiroso y baboso que se arrastraba a sus pies. Estaba recogiendo la cosecha que había plantado. No me alegré, pero tampoco me dio pena. Ese gesto significaría el final de mi empresa. Su sufrimiento apenas acaba de empezar. Sin embargo, el mío todavía estaba lejos de terminar. Más cosas me ocurrirían ese verano.

Los trabajos forzados VII: El desprecio I

Hace una tarde espléndida. El sol luce primaveral. Su calor da vida a todo a mi alrededor. El verde impera hasta donde la vista alcanza. El amarillo de las flores salpica con notas de color el tapiz que forma la hierba. Blancas nubes navegan el inmenso cielo azul. Sus sombras tiñen de añil el vigoroso y vívido océano. Al fondo, aunque no la veo porque me encuentro dentro de mi habitación, la montaña luce con un hermoso manto blanco. Se recorta en la distancia como un enorme coloso que todo lo domina. Este domingo es ideal. Escribo los post con un día de antelación. No oigo el sonido de los vehículos transitando la calle y estoy escuchando a algunos de mis grupos preferidos. Las tardes son ahora más largas y la ilusión del verano, aún lejano, se siente alrededor. Es un domingo de los que hay que disfrutar. Salir, ver cosas, hablar con los amigos o pasarlo en buena compañía. A falta de eso, está muy bien para pasear. Con estos argumentos, pocas ganas tengo de escribir una entrada en el blog. Más si tenemos en cuenta que la de hoy me llena de rabia y tristeza. Pero ya tocaba hablar de ello, y retrasarla no vale la pena. Lo que haré será irme a dar una vuelta y cuando vuelva, terminaré de escribirla.
Allá por el final de agosto del año 2004 seguía condenado a trabajos forzados en mi empresa. Todos los años de esfuerzo y sacrificio que había hecho en aquella empresa, no eran ápice para que mi jefe no tratara de humillarme de una forma u otra. Nunca he sabido lo que hice, o lo que él pensaba que le había hecho. Tal vez ni siquiera fuera una cuestión personal. Simplemente yo era un conejillo de Indias para su soberbia, su caciquismo y sus complejos. Una manera de expresar su cobardía, intentando transformarla en hombría. Todo eso no importa lo más mínimo. El tiempo pasa y las cosas caen en el olvido o simplemente el tiempo las diluye como lo hace la sal en el agua. Sin embargo, un recuerdo sigue claro y marcado a fuego en mi mente. Lo recuerdo casi todos los días. Me preguntó porqué no le puse en evidencia en su momento. Porqué fui tan timorato como para no levantar su máscara y mostrar a sus clientes lo que era. Su retorcimiento, su desprecio hacia los demás.
Como les he venido contando entre los muchos trabajos forzados a los cuales estábamos sometidos un compañero y yo, se encontraba una proposición deshonesta que nos había realizado nuestro jefe. Consistía en pintar toda la empresa. Por las razones expuestas en el post dedicado a ello, accedimos y nos pasamos medio verano dando brochazos. En agosto, mi compañero de fatigas se fue de vacaciones, con lo que me quedé solo. Poco tiempo antes, mi empresa ya había conseguido una buena cantidad de dinero de las subvenciones y todas las reformas que se estaban realizando se basaban en ello, o en expectativas de ingresos futuros. La empresa estaba quedando muy bien, sobre todo con la mano de pintura que le estábamos dando. Muchas cosas eran nuevas y el negocio tenía buena pinta. Para mi jefe era el momento de presumir. De traer a los clientes y enseñarles "su obra". La creación del sublime. Ahora los clientes debían saber que ya no trataban con el "chico del garaje", ahora trataban con el "Señor Don". Había cambiado su imagen y estaba construyendo a su alrededor un mundo de fantasía que imitaba la buena organización y el respeto. Nada más lejos de la realidad. Seguía siendo un Don Nadie, cubierto de luces que él mismo se había colocado. La prueba más irrefutable de su esencia nihilista me la mostró cuando llegaron los primeros clientes importantes.

25 marzo 2007

El "infopintor" o la multitarea de bajo coste

Esta es otra de las estúpidas, absurdas y abusivas fechorías que me tocó aguantar aquel verano de 2004. Realmente no sabía cual era mi trabajo. Todo mi mundo profesional estaba patas arriba; el personal totalmente arruinado. Un día estaba cargando basura de un lado a otro. Otro día estaba desmontando y montando estanterías metálicas. Otro día estaba llevando los mantenimientos de los ordenadores en un cliente importante. Al día siguiente estaba pintado. Una sucesión de actividades tan constante y tan aleatoria que volvería loco hasta el más cuerdo. En estas circunstancias, no sabía ni como ir a trabajar. ¿Iba correctamente vestido y afeitado o iba con traje de faena y desaliñado? Daba igual. Mi jefe estaría esperando para decidir. Si me veía bien vestido, consciente o inconscientemente, buscaría la manera de que me ensuciara. Si iba con la camiseta y los pantalones pintados, consciente o inconscientemente, buscaría la manera de que visitara a un cliente. Una de las cosas que me ocurrieron fue que mi compañero de campo, el que también llevaba mantenimientos (los más importantes) estaba de baja, con lo cual, yo tenía que hacerme cargo de las horas que se debían todos los meses a una empresa. Esa empresa u organismo llevaba unos sistemas complicados para mí, basados en Linux y toda una parafernalia de conexiones remotas y sesiones en dominio, que por mi escasa experiencia y motivación, no podía controlar. Fui obligado a ir a ese lugar a hacer el "paripé", es decir, a dar la sensación de que hacía algo, sin tener ni idea de lo que tenía entre manos. Odié a mi jefe por ello. Verme estúpidamente clicando con el ratón de un lado a otro sin ningún sentido o simplemente cambiando lectores de CDs o fuentes de alimentación de un ordenador a otro, no era mi idea de un buen mantenimiento. Por otro lado, el técnico informático de esa empresa, que llevaba otros temas, pero supervisaba lo que yo hacía, debía tener claro que yo era un cero a la izquierda. Que sensación más agobiante y avergonzante. Por aquel entonces acaba de entrar en mi empresa un nuevo programador que dominaba Linux. Mi jefe decía que si había algún problema llevara a este nuevo compañero, pero yo no podía: meter en berengenales a un compañero nuevo cuyas funciones eran otras, llevar a un desconocido a esa empresa en mantenimiento y darle las claves de administración y tercero, volver a solucionar las negligencias de mi jefe por su falta anticipación. No estaba dispuesto a pasar más horas de lo debido ni hacer pasar más horas de lo debido a otra persona, porque al gerente no le daba la gana de arreglar el problema, sino maquillarlo. Ya estaba harto.
Como mi jefe tenía bastante desprecio hacia los pringadillos, en particular y en ese momento, a otro compañero y a mí, buscó la manera de fastidiarnos más. Como mi compañero estaba de vacaciones, yo era el único al que poder dejar en evidencia y en ridículo delante de los clientes. Para ello no se le ocurre otra cosa que llamarme un día, cuando estaba pintando y decirme: "Erkemao, me llamó un cliente, que tú lo conoces y que tiene un problema con el ordenador. Llámalo y vete a la casa a solucionarle el problema". Este cliente era viejo amigo de mi jefe, y lo suficientemente rico como para que el gerente le estuviera haciendo la pelota todo el rato. Yo le respondí: "Estoy hecho una mierda, todo lleno de pintura, con los pantalones rotos, la camisa pintada, llevo unas zapatillas rotas que huelen a queso viejo y gracias a estos quehaceres tan "agradables" he perdido la viveza para arreglar problemas en los ordenadores, y tú quieres que vaya así a su chalet". El tipo me contesta: "No te preocupes, porque ellos se dedican a la construcción y están acostumbrados a ver a la gente así". Yo me quedé flipando. ¿Qué le pasa a este individuo en el cráneo-encefálico? ¿Está tonto, se lo hace, el café que toma de la máquina contiene sustancias prohibidas? Estaba claro que el tío quería humillarme delante del cliente. No se me ocurre otra explicación. Dame tiempo, me voy a mi casa, me cambio y luego seguimos hablando, o simplemente libérame de este castigo que me infliges y a tomar por saco el pintar las paredes de esta desagradecida empresa y sigo haciendo el trabajo para el cual fui contratado. Al final hablé con el cliente y le dije que lo dejáramos para el día siguiente porque esa jornada, "yo no podía ir". No estaba para aguantar los caprichos del niñato que tenía como jefe. Otra razón más para odiarle.
Mañana contaré algo que me ocurrió en esos días de "infopintor" y es lo que más me dolió en todos estos años de sacrificio y sufrimiento. Es lo que más me marcó en esa empresa. Es lo que más rabia, rencor y resentimiento me ha hecho sentir. Es tan simple como cruel. No se lo pierdan.

24 marzo 2007

El mobiliario de la desidia

Este es otro de los temas de mi empresa que no puedo resistirme a narrar. Se trata del enésimo ejemplo de mala gestión, hipocresía, vanidad y soberbia del gerente. Me explico. No lo es en cuanto a las ventajas propias de tener unas mesas y sillas de oficina nuevas, a parte de las mamparas y las cortinas, anteriormente descritas. Lo es en cuanto al momento económico, las circunstancias y el agravio comparativo respecto a los miembros del taller en las etapas precedentes. Daba la sensación de que una vez muerto mi departamento, se permitía vía libre para hacer todo lo que antes no se había hecho. Parece como si el taller hubiera estado demorando el que la empresa "tirara la casa por la ventana". A mí, como miembro del selecto grupo de los pringadillos, me daba la sensación de que el negocio se estaba riendo de mí. Hubo muchas cosas que pedíamos o necesitábamos y que no podíamos alcanzar, repentinamente se cierra mi departamento, y todo aquello que antes no podía ser, ahora sí es posible. Aún abierto el taller y también poco tiempo después de la finalización de los trabajos forzados (los cuales aún no he terminado de exponer), la empresa adquirió mobiliario nuevo: mesas de oficina, sus respectivas cajoneras, sillas anatómicas, las citadas mamparas y cortinas... Al menos unas 18 ó 19. Una cantidad considerable para atender a todos los empleados venidos y por venir. Ignoro su coste, pero debió ser elevado. Mi jefe estaba en pleno éxtasis derrochador. Lo importante es la imagen. Ya se los he comentado a ustedes. Los clientes eran agasajados con expléndidos recorridos turísticos a través de todo el comercio, disfrutando de las explicaciones y las muestras de egolatría del gerente. Lo más curioso era que había ciertos problemas en los pagos, pero no se dejaba de comprar material. Sólo se me ocurren dos ideas: locura o expectativas de grandes ingresos. La primera, seguro ;) Cuando la empresa ya emprendió su caída irrefrenable hacia el vacío, eran frecuentes las llamadas de esta empresa de mobiliario, exigiendo la satisfacción de los cobros adeudados por mi negocio. Ignoro si al final todo fue arreglado, pero fuera cual fuese el resultado, lo cierto es que el gerente estaba tomando decisiones absurdas a cuenta de ingresos que no tenía y que no podía obtener.
Para mí, la mayor novedad fue que por fin tenía un sitio propio en la empresa, es decir, un sitio privado y no público. Durante todos los años anteriores, mi sitio y mis cosas eran utilizadas por todos. Ya tenía una mesa, una silla y un ordenador que podía utilizar con total exclusividad, lo cual no justifica que la empresa se endeudara para ello. Yo no necesitaba aparentar.

23 marzo 2007

Las reuniones

¡Qué tema tan pesado! ¿cómo hablar de ello sin dejarse dormir? jajaja Como lo leen. Seguro que todos mis compañeros se acordaran de aquellas largas sesiones de discursos monótonos y aburridos en los que no se llegaba a ninguna conclusión, y en los que todos los reunidos bostezábamos como posesos. ¿Cómo llegamos a eso? ¿Todavía me lo preguntan? En las grandes empresas se hacen reuniones para tomar decisiones. Mi empresa no era grande, pero mi jefe se pensaba que sí, por lo tanto había que hacer muchas y largas tertulias para aparentar lo "inaparentable". Al principio fueron pocas, pero luego, a medida que mi jefe se llenaba de soberbia, las reuniones eran tan constantes que ya íbamos en peregrinación a la "Sala de reuniones" desde primera hora de la mañana. Esto es lo que tienen el sistema de gestión de la calidad, y si no lo tiene, mi empresa, le dio un nuevo sentido. ¿De qué hablábamos? De muchas cosas y las menos del negocio. Solía haber un protagonista indiscutible, que era mi jefe. Comentaba temas de la empresa y sobre todo los suyos personales. ¡Qué pesadez! Que si tenía un amigo, que si la hija, que si no se quien, que si no se cuanto... Salías de la sala y no tenías ni idea de para qué habías entrado. No se tomaba ninguna decisión fundamental o por lo menos no tenías la sensación de que hubiera una acción ejecutiva sobre algo después de tales reuniones. El gerente, siempre apoyado por los acólitos salía de allí con la terapia realizada. Para él era un método de promoción y de engañar a los empleados. Contaba, contaba y contaba cosas y cuando le hacías alguna pregunta que no sabía responder o que no quería contestar, te empezaba a marear y a perder el norte de la conversación, para no responderte. Estábamos tan acostumbrados a estos artificios que dejábamos de prestarle atención rápidamente. Durante el proceso de destrucción de mi departamento, y luego con el cierre definitivo, los trabajos forzados y en el periodo de transición y caída (que aún no he descrito) yo hacía lo siguiente: miraba fijamente a los ojos al gerente. No pestañeaba, no respiraba, no hacía gestos. Como un bloque de piedra no dejaba de mirarlo. Esto le ponía nervioso, porque le daba la sensación de que le estaba cazando en las mentiras que contaba. Muchas veces él intentaba fijar la vista en otro lado o trataba de excusarse o de explicar mejor lo que decía. Realmente yo me lo pasaba bien. "¡Sé que me mientes, confiesa!". Llego a ser tan sofocante y molesta mi postura que hasta en una reunión, la acólita número 2, llegó a decirme que dejara de mirarla porque se sentía incómoda y le daba la sensación de que yo estaba poniendo en duda sus palabras. Yo pensaba para mis adentros:"No me intentes vender la moto, ni tomarme el pelo y yo no tendría porqué mirarte de esa manera". Algo de vena rebelde estaba aflorando en mí. Necesitaba responder a todos los abusos que padecía, y ya que no tenía valor para hacerlo directamente, lo hacía indirectamente, recriminado con la mirada cada palabra que salía de las bocas del "Consejo de Dirección". Por otro lado las constantes y aburridas tertulias dejaban dormidos a más de uno. Tremendos monólogos sin sentido. Uno de los chicos del aire acondicionado llegó a decirme: "Nunca había visto una empresa donde hicieran tantas reuniones". Podíamos perder media mañana en sandeces y volver al día siguiente a perder otra media con las mismas necedades. Entre la burrocracia y los delirios de grandeza, se estaba fulminando la empresa; las discusiones bizantinas, estaban haciendo el resto.
Las reuniones fueron siendo cada vez más estrambóticas, superfluas, alucinantes y etéreas. En cada nueva tertulia mi jefe te decía cosas más inverosímiles que en la anterior. Aquello se estaba convirtiendo en una locura, pero de eso ya hablaremos ;)

El aire acondicionado: ¿realidad o ficción?

Esta semana no paramos con los sucesos risibles de aquel verano de 2004 en mi empresa. Este es uno de los más estrafalarios, puede que no tanto como la huida del descampado, pero desde luego que tiene su gracia, sobre todo sabiendo el final de toda la historia. Como he venido diciendo, aquel estío fue una sucesión de trabajos forzados que cumplían dos objetivos para mi jefe: por un lado, ahorrarse un buen dinero en contratar a empresas externas, y por otro lado, escarmentar a un par de pringadillos a los que no nos tenía ninguna consideración. Si tenemos en cuenta, y a mi juicio, que mi jefe pensaba que éramos unos vagos y unos ladrones, y teniendo también en cuenta que mi jefe era cobarde y rencoroso, esa era una buena manera de devolver los supuestos golpes. Tremendo déspota desinformado y desinteresado en informarse. Nos habíamos matado a trabajar durante 6 largos años, cobrando una miseria, para que encima nos tratara como basura.
Con el dinero fácil de las subvenciones entrando a raudales por la puerta, el taller técnico clausurado, los nuevos círculos de amistades del gerente y con los deseos de grandeza y aparentar que además tenía, se comenzaron a realizar multitud de reformas en la empresa: nuevas instalaciones en el sótano, ampliar la sala de programadores, poner parquet donde faltaba, pintar todos los locales, etc... Otra de ellas era, el aire acondicionado. Mi jefe quería tener unas grandes instalaciones que sorprendieran y encandilaran a todos los clientes, amigos, vecinos, desconocidos y demás. El calor y el sol apretaban fuerte la mayor parte del año, el frío era notable en invierno y sólo unas cortinas nos protegían de las inclemencias. A través de la acólita número 2 se localizó a unos operarios que se dedicaban a la instalación de aire acondicionado. Como mi jefe era pícaro y avaro, les propuso (o al menos, creo que fue así) que hicieran este trabajo por su cuenta y en sus horas libre, así mi jefe se ahorraría mucho dinero que si lo contrataba a través de una empresa formal. Aquello fue una locura y un trabajo no demasiado fino, poniendo tubos y más tubos acolchados por todos los falsos techos de la empresa, ensamblando en una de las nuevas habitaciones del sótano grandes ventiladores y maquinaria... Mucho trajín por todos lados. Al final los chicos del aire acondicionado eran mis compañeros ya que la empresa había decidido que yo era un trabajador que no se merecía pertenecer a ella, por lo menos en igualdad de condiciones a los demás miembros del negocio. Cuando por fin se "terminó" con este asunto, había sucedido lo siguiente: faltaba una de las máquinas que estaba pendiente de llegar de ultramar, se producían goteras en varios sitios por lo cual no se podía activar el sistema mucho tiempo, sólo había aire acondicionado en el despacho del jefe (a los demás que nos dieran), la empresa no había pagado las partes acordadas a los operarios, con lo cual todo el trabajo se quedó a la mitad. El equipamiento podía rondar los 24.000 euros más o menos, de los cuales no sé si se satisfizo el total o sólo una parte. Recuerdo que el último día que vi a los chicos, hubo grandes gritos y taponazos sobre la mesa del gerente. Ni sus rancias mamparas acallaron la trifulca que se estaba viviendo dentro. No fue la única. Hubo muchas con anterioridad. La super-empresa con los super-proyectos y super-clientes empezaba a mostrar que no era tan super, sino lo de siempre, con un jefe crecido y arrogante incapaz de negociar pequeños trabajos y resolver problemas ajenos a nuestra actividad. La burbuja estaba creciendo demasiado rápido y ya empezaba a mostrar algunas fisuras. Nunca llegamos a saber nada de la máquina de aire acondicionado que faltaba. Se convirtió en otro mito de mi empresa.
Sin duda la frase clave de toda esta historia, en lo que a mí respecta, fue una que me dijo el jefe un viernes. Los chicos del aire acondicionado como trabajaban para otra empresa, no disponían de mucho tiempo libre para hacer sus faenas particulares, con lo cual continuarían la instalación el fin de semana. Mi jefe, probablemente tenía algo ocioso que hacer esos días, pero alguien tendría que abrir y cerrar la empresa y quedarse con los operarios, por lo cual zalamero, ladino y halagador, me dijo lo siguiente: "Erkemao, ¿tú trabajarías un domingo?" JAJAJA Internamente me partí de risa. Es que este personaje, ¿no tenía el más mínimo sentido de la decencia y la vergüenza? Después de pisotearme durante tantos años y humillarme todos aquellos meses, pensaba que iba a hacerle el favor de disfrutar de su fin de semana, mientras yo me quedaba como un estúpido pintando la empresa en mi tiempo libre, después de todo lo que había perdido de mi vida por culpa de aquel comercio tan desagradecido. Además, ¿a cambio de qué? ¿de otro día libre de los muchos que no había visto en todos aquellos años? Como si no doliera cobrar un sueldo mísero por trabajar de sol a sol. Que se lo dijera a los acólitos y empleados de alto nivel, que para eso percibían una remuneración considerablemente más digna que la mía y tenían una calidad de vida en la empresa mucho mejor. Yo, por otro lado, ya tenía planes para ese fin de semana, por fin, después de mucho tiempo apenas sin salir de lo cansado, amargado y deprimido que estaba. Y si no los hubiera tenido, me los hubiera buscado. Estaba claro que yo iba a pagar por esto. Mi jefe no lo dejaría pasar sin más. Le había fastidiado algo que tenía que hacer el fin de semana, y por lo tanto tenía que vengarse de mí. No tardó mucho en hacerlo, y lo hizo de la manera más deleznable, vil, pendenciera, ruin y miserable que pudo.

22 marzo 2007

¿Trabajo yo para una empresa de reformas?

Ya es jueves y estoy dispuesto a narrarles una de las mil y una emocionantes aventuras que pasé en aquella empresa, y más concretamente en aquel verano de 2004. ¡Fueron días de gloria, de lucha, de libertad! Ups, creo que debería ver menos películas épicas. Centrémonos. Llevaba todo el verano condenado a trabajos forzados por la misma empresa que me había dado las prácticas cuando estudiaba y la misma empresa que me había contratado para hacer funciones de técnico informático, pero poniendo en el contrato el término "ayudante electricista". Genial. Creo que todo ello se debía a mi Master en Enroscamiento de bombillas. Completamente humillado y degradado en mis funciones, por ser una carga molesta para la empresa (no ser lo suficientemente pelota con el jefe), me dediqué durante los meses estivales a desmontar armarios, poner parquet, quitar cristaleras, huir de descampados y otra serie de tareas muy propias de una empresa de ordenadores. Mi jefe, sabedor de que se había portado muy bien conmigo por darme la oportunidad de seguir en una empresa, en la que no merecía estar, decidió que debía darme algún tipo de recompensa a mis 6 años de abnegado esfuerzo, así que nos propuso a otro compañero pringadillo y a mí, tener la oportunidad de demostrar nuestras dotes artísticas y creativas, llenando de luz y color toda la empresa, es decir, dando brochazos todo el verano. Como nosotros no éramos pintores bohemios lo suficientemente excéntricos para transgredir el arte del pintado de interiores, estimó que debíamos seguir con los pies en la tierra. De esta manera continuamos atendiendo los pocos mantenimientos que nos quedaban y atendíamos a partes iguales nuestras salidas a la selva de cemento y la "tranquilidad, paz y armonía" de nuestro pequeño rincón de labor, osease, la empresa. Mi jefe, temeroso de nuestra seguridad personal, se obstinó en que estaríamos más protegidos si seguíamos limpiando basura y armando estanterías de metal. Por aquel entonces el sótano que antes había servido de taller, que se pensaba utilizar como centro de datos y que con tanto esmero habíamos vaciado, al final, empezó a convertirse en otra cosa. El gerente había contratado a una empresa dedicada a las reformas, y que se iba a encargar de convertir ese sótano en una pulcra y moderna zona de extensión de la oficina. Sala de juntas, cuarto de archivos, amplia sala de espera, sala principal de máquinas del aire acondicionado, cuarto de los ratones y mazmorra para elementos disidentes a la política de la empresa serían las estancias en las que se iba a dividir aquel antiguo almacén. Durante varios meses, no cesó el sonido de las pistolas de clavos, el ir y venir de operarios descargando planchas de pladur y yeso, máquinas para aserrar las planchas y cortar las guías de aluminio... El ambiente se tornó polvoriento y húmedo. El olor del yeso para tapar las uniones dio paso al intenso olor de la pintura. Cuando acabaron con aquel recinto, mi jefe les embaucó con la socorrida frase: "y ya que estás aquí...", abreviada en la expresión "ya que". Con ello consiguió que le taparan y embellecieran la parte baja de los soportes de los ventanales, que tenían cierta herrumbre y muy mala apariencia para una empresa tan "cool" como la nuestra. El ruido de las pistolas de clavos, el yeso, el pladur, la pintura y otras muchas sensaciones empezaron a tomar forma en la zona de programación, consiguiéndose así un perfecto equilibrio entre ruido, suciedad y programación de aplicaciones Web. Nuestro negocio quería ser puntero y "exclusivo" en ciertos campos, y ahora lo había conseguido. Yo, como miembro escardado de la organización, tuve nuevos compañeros de fatigas, y estos no fueron otros que los chicos del pladur y los chicos del aire acondicionado, de los que hablaré en la próxima entrada. En horas de trabajo, tenía más relación con ellos que con la gente de mi propia empresa, excepto los pringadillos. Para mí no fue ningún problema porque trabo amistad rápidamente con la gente, sin importar su trabajo o estatus económico. Mi jefe, tal vez entendería que conseguía aplicarme un correctivo ejemplar haciéndome el vacío o degradándome (mobbing puro y duro), pero para mí era como unas vacaciones de reformas en casa. Sin prisas, sin agobios, sin tener nada que poder reprocharme el gerente... ¿qué me iba a decir?¿pintas mal? Absurdo. Con esas medidas consiguió hacerme daño unas semanas más tarde, pero por una cuestión diferente y que, por supuesto, les narraré.
Entre los cuartos que se habían creado en el sótano, había uno que tenía una función muy especial. Era algo así como el taller de reparaciones y mantenimientos de los ordenadores corporativos. Estaba pensado para arreglar los equipos propios de la empresa, y si surgía la necesidad, alguno que tuviéramos en mantenimiento. Esta habitación estaba en la última esquina del fondo y había que traspasar tres puertas para llegar a ella. Mi compañero pringadillo era el "afortunado" premiado con esa mazmorra. Lejos de la luz del sol, lejos del aire fresco, lejos del mundo y sobre todo lejos de los compañeros y del contacto con la gente. Una habitación creada para hundir, vejar, amargar, desolar, encerrar, frustrar, agobiar, deprimir y humillar hasta la locura a cualquiera que permaneciese en ella. En eso se había convertido el gerente, en un sádico. En un ser insensible que disfrutaba con el castigo a sus semejantes. Esa es al menos, mi visión de las cosas. Mi compañero lejos de dejarse oprimir, buscó un lugar entre las muchas mesas libres de la sala de programación. El jefe, al verlo, se enfadó notablemente y le situó cerca de otro compañero. Precisamente juntaba a los dos que peor se llevaban en toda la empresa. Si es que cuando hay ganas de fastidiar...

21 marzo 2007

Las mamparas del poder

No podía ser de otra forma. Durante todos los años que había estado en la empresa, nadie tuvo despacho. Mi jefe, en el garaje, tuvo algo parecido a un cuchitril desordenado y polvoriento, más parecido a una mesa de una chatarrería que a un despacho de un gerente. Cuando nos mudamos, se ve que el dinero sólo daba para los vicios justos y, acostumbrado como estaba, al ambiente mundano, no perdió mucho el tiempo en establecer el orden jerárquico visible, es decir, un despacho que lo separara realmente del resto de los trabajadores. Tenía algo así como un espacio acotado por pequeños armarios caóticos y llenos de papeles y objetos varios (cada cual más inútil que el anterior). Con el amanecer de los nuevos tiempos, los del dinero fácil y los grandes proyectos, ya era hora de definir quien era gallo del corral. En múltiples ocasiones, y como bien me recuerda un ex compañero, comentarista de este blog, los clientes confundían a algunos empleados con el jefe, es decir, lo veían como a un pringadillo. Eso hiere profundamente el orgullo de un orgulloso. Seguramente, y basado en mi imaginación, sus nuevas amistades le enseñaron despachos y le enseñaron que la elite* no se mezcla con la plebe. Mi jefe se vería en inferioridad en su nuevo círculo de relaciones, y la mejor forma de desahogar esta frustración, es oprimir a los que piensas que están supeditados a ti. Como he dicho alguna vez: la mejor forma para parecer más alto es escachar** a otro. No sólo el jefe tendría su propio cubículo, también el acólito número 1, que tan fielmente le había apoyado en toda esta transición, fue merecedor de otro espacio privado. Ahora emperador y virrey gobernaban desde sus tronos inmaculados. Por supuesto, en las ventanas interiores de sus despachos, aquellas que daban a las mesas de los empleados, pusieron persianas.
Se contrató a una empresa dedicada a la instalación de mamparas para despachos. Donde antes había estado el taller, se instaló el gerente. Donde antes había estado el "despacho" del jefe, se instaló el acólito número 1. El montaje fue muy sencillo y rápido. Las grandes sonrisas no se ocultaban en sus caras. Mi jefe había crecido de volumen, hinchado de soberbia. Ahora si era como los jefes de verdad. Ahora podía mostrar su pequeña atalaya de vanidad a todo el mundo. Tanto era así que casi cualquier cliente era invitado a recorrer media empresa para "admirar" la alcurnia y magnificencia del gerente. Todavía estábamos empezando con las demostraciones de poder y grandeza. Por supuesto, los trabajos forzados no habían concluido. Había mucho más que hacer, entre otras cosas, desmontar todos armarios, panel por panel, chapa por chapa, tornillo por tornillo. Este que les habla, fue el encargado de tales menesteres, así como de clasificar y transportar todo esa madera hacia los sótanos. El jefe todavía daría mucho más de sí. Estas reformas costarían su buen dinero, el cual seguramente salió de las horas extras no pagadas y los sueldos no aumentados a los pringadillos, pero como siempre digo, eso son conjeturas mías ;)

* y ** Según la Real Academia Española:

escachar.

(De es- y cachar1).

1. tr. Cascar, aplastar, despachurrar.

2. tr. Hacer cachos, romper.

3. prnl. Col. equivocarse.


élite o elite.

(Del fr. élite).

1. f. Minoría selecta o rectora.