07 mayo 2007

El reparto de los sueldos

Uno de los asuntos que más dieron que hablar en aquel verano y otoño de 2005. La forma de repartir los escasos ingresos que la empresa percibía. Desde mi punto de vista, cada intento fue una solución peor que la anterior. Cada nueva forma de hacer las cuentas era más parcial y discriminatoria que la anterior, sobre todo para aquellos que teníamos los sueldos más bajos.
Mi jefe siempre se hacía el loco a principio de mes, cuando tenía que pagarnos. Se encerraba en su despacho, salía lo justo, no iba por las mesas dando la lata a los que trabajábamos y si tenía que hablar con alguien, habitualmente la programadora principal, se dirigía a su despacho sin mirar a nadie y de la misma manera regresaba, sin mirar a nadie. Lo más común fue, como antes comenté, encerrarse en su despacho y pasar allí las horas muertas, esperando llamadas de teléfono, o eso decía él. Podía pasarse días y días así. Llamadas que se supone que eran la confirmación de un ingreso en el banco o de una firma necesaria para cobrar. Cuando por fin reunía valor para hablar con nosotros y explicarnos lo que sucedía, nos contaba increíbles situaciones que estaban ocurriendo y que eran las culpables de la situación: desde que la persona que tenía que firmar se había ido allende el mar y no volvería en un mes, los pagos se tenían que haber hecho hace meses, pero que por un problema administrativo no se había podido, hasta que otra persona que tenía que firmar estaba enferma o tenía los papeles en la mesa, pero que no se le podía presionar para que firmara, y otras muchas sin sentido o de veracidad sorprendente... cada excusa era más alucinante que la anterior. A lo mejor fue así. A perro flaco todo son pulgas.
Las cantidades recibidas nunca eran suficientes para pagar todos los sueldos. El gerente buscó soluciones discutibles para contentar a "todos". Al principio comenzó con el reparto de un cantidad y el siguiente mes se abonaría el resto. Muchas veces, esto suponía problemas sobre todo para aquellos que tenían que pagar hipotecas. Más de una vez renuncié a cobrar mi sueldo en una fecha para que los otros pudieran percibir íntegramente el suyo y hacer frente a su delicada situación. En otra ocasión mi jefe decidió pagar porcentualmente. No era una buena solución porque quien tuviera un sueldo alto, siempre tendría más posibilidades de llegar a fin de mes. Los que cobraban poco no tenían ni para pagar sus hipotecas. Al final le dejamos claro que a la hora de cobrar contara con nuestra opinión antes de hacer nada, porque todas las soluciones que había ejecutado hasta ahora eran desastrosas. Mientras tanto, mi jefe, buscaba otras soluciones de financiación, pero se encontró con un pequeño problema: nadie creía en él y en sus argumentos (bancos, entidades de crédito,posibles socios, etc...) y los que sí creían era porque veían una forma de aprovecharse de la situación, es decir, de chantajearle con préstamos a gran interés o comprometiendo el patrimonio de la empresa. Al menos, eso es lo que nos decía el gerente.
En cierto momento, una de las compañeras le aconsejó la venta de uno de los locales de los que constaba el negocio. La idea era buena y se podrían haber solucionado todos los problemas, o al menos la mayor parte de ellos, entre los que se encontraba el pagar un año y medio de atrasos a Hacienda y a la Seguridad Social. ¡En tremendo lío se encontraba mi jefe! Cada día que pasaba era una oportunidad menos de enajenar el inmueble en condiciones favorables. Pero ¡ay!, mi jefe tenía otro problema mayor que todos aquellos juntos, y se llama "CODICIA". De esta forma pretendía especular y conseguir vender a un precio muy alto, debido a que la empresa se encontraba cerca del centro de la ciudad y tenía infraestruturas interesantes alrededor. Lamentablemente, cuando todo está en tu contra y los posibles compradores lo saben, todo el mundo esperará pacientemente a que tu situación sea lo suficientemente desesperada para conseguir una ganga. Y mi jefe dejo que eso ocurriera. Financieramente hablando, sólo tenía enemigos, que como buitres, esperaban su oportunidad.

06 mayo 2007

Si yo hiciera pesas también estaría fuerte

Volvemos a las andadas. Comentarios con doble intencionalidad. Otra vez frases hirientes con no se sabe que sentido tiene lanzarlas al aire. Mi jefe no cesaba de sorprenderme cada día ¿Ahora a qué venía esta afirmación? ¿Tengo que leer entre líneas? Se ve que a estas alturas ya estaba empezando a notar que todo se estaba yendo al garete y en su desesperación sólo realizaba manifestaciones desafortunadas. Había que tomarlo con paciencia, pero esta vez salí muy mosqueado de la "sala de juntas".
Cierto día tuvimos una reunión. Otra más de las muchas que teníamos todas las semanas. No recuerdo para que fue. Seguramente para hablar de la marcha de la empresa, seguramente para hablar de los sueldos debidos, seguramente para hablarnos de hipotéticas grandes soluciones que nos harían a todos más ricos y más felices. Citando palabras de él: "y en un par de meses más ... a la Luna". A la Luna con los lunáticos, debía habernos aclarado. Supongo que en algún momento de la mañana tocaría el tema de "poner todo nuestros empeño y profesionalidad para sacar adelante el negocio", nos comentaría que él se pasaba trabajando desde las 5 de la mañana hasta las 12 de la noche y los fines de semana. No digo que no. El gerente se pasaba mucho tiempo en la empresa y sé por buenas fuentes que desde siempre había dedicado mucho tiempo al trabajo, pero yo también trabajé mucho durante muchos años y de eso nunca decía nada. En un momento de la reunión, mi jefe dijo algo enfadado, que él cuando montó la empresa y en los años siguientes podía ir a la playa al terminar de trabajar a media tarde. Que hacía muchos años que no tenía vacaciones y que cuando iba (en los años anteriores) a la playa estaba muy sano y muy fuerte. Para luego añadir: "Si yo tuviera tiempo e hiciera pesas también estaría fuerte". Se me quedaron los ojos como platos. ¿Qué estaba insinuando? ¿qué los demás no podíamos hacer deporte porque él trabajaba mucho y como no tenía tiempo libre los demás éramos unos aprovechados? Absurdo. Otra salida de tono sin sentido de este individuo. Otro día que pasaba y otro día que nos sorprendía. No tenía límites. ¡Qué frase más estúpida en medio de una reunión con un montón de gente a la que le debes dinero! Yo me sentí aludido. Ese verano, fruto de mi desesperación, trataba de ahogar mis penas con unas mancuernas y una tabla de abdominales que tenía en casa. Vamos que había ganado algo de volumen, pero a años luz de ser un "chulito de playa". No sé, tal vez mi jefe se sintió amenazado o tal vez entendía que los trabajadores debíamos sufrir lo que él y cualquier actividad que no fuera trabajar era una burla o una traición. Yo no olvidaría el comentario. Meses más tarde cuando le dije a la cara muchas cosas, le recordé esta, a lo cual me contestó: "¿Haces pesas? No lo sabía. " Bueno chaval, la compañera abducida que tenemos y que te cuenta todo, no hace más que decirme que estoy más fuerte todos los días. Me extraña que no te hayas enterado. Me mintiera o no, otra idea surgió en mi cabeza. ¿ A parte de mí, quién podría dar con ese perfil? Tenía un compañero que estaba fuerte, además de ser alto, y al cual, el jefe le tenía respeto o miedo. Así que se me ocurre pensar que el comentario se debió a él y no a mí. En cualquier caso, ese parlamento fue realmente estúpido en medio de una reunión en la que se trataban temas importantes.

05 mayo 2007

Meme

A través del blog de Por fin es lunes, me llega la invitación a comentar porqué razón escribo el blog. Esa pregunta me era familiar. Me la planteé yo mismo, aunque no me acordaba cuando. Pensando, pensando recordé que cuando publiqué mi primer post lo hice por un motivo y es ahí donde lo explicaba. Así que les dejo un fragmento de esa entrada:

"Pretendo que sea sobre todo una autocrítica, pero también una denuncia. ¿Por qué? Simplemente por el hecho de que si no estás atento, no tratas de conocer tus derechos y hacerlos valer, no eres crítico con lo que te dicen y no te pones en tu lugar, puedes acabar muy mal por causa del trabajo. No soy el primero, ni el que peor lo ha pasado, ni siquiera el que ha vivido situaciones más absurdas y esperpénticas, pero si usted o tú que lees estas palabras, tienes una vivencia similar, espero que te sirva de algo. A mí cuando menos, me va a servir de terapia."

PD: Picando sobre la imagen enlazamos a una página que nos da la representación gráfica de nuestras webs.

La mesa del pringadillo

A parte de las innumerables situaciones que tuve que resistir, hubo muchas tanto o más inimaginables que las mías. Algunos de mis compañeros a través de sus comentarios, lo pueden atestiguar. En otra ocasión uno de mis antiguos colegas de curro expuso en este blog, de manera muy minimalista, sus experiencias en el "más allá". En algunas ocasiones he hecho referencia a vivencias de otros compañeros, y he tratado de ser su escriba, reflejando algunas de las aventuras que en buena lid, les tocó afrontar y vencer. No lo evitaré en este post. Mi conciencia me obliga a relatar otro hecho que le sucedió a uno de los pringadillos. Tal vez sea tan simple e irrisorio que no le encuentren la más mínima satisfacción literaria, pero en sí, entraña una moraleja mucho más profunda de lo que pudiera parecer. Otra aberración del gerente. Otra insinuación de un futuro falso. Otro intento de sumisión.
Uno de mis compañeros lo pasó peor que yo. Lo he ido contando a lo largo de estos meses. Cuando nos obligaron a realizar los trabajos forzados, la organización había encargado a una empresa de reformas, la adecuación de un sótano-garaje a un entorno de oficinas. Dentro de ese conjunto de habitaciones, había una que se quería dedicar para imagen y sonido y para taller de las reparaciones internas de la empresa. Estaba casi al final de todo. En una esquina, lejos del sol, del aire y de los compañeros. En ese habitáculo quería desterrar el gerente a este compañero. Él se opuso a ello tajantemente. Sabía que el jefe quería hundirlo anímicamente. Era una mazmorra.
Como el pringadillo no quería colaborar con su autodestrucción, había que buscar la manera de que fuese lo suficientemente infeliz y para ello le permitió estar en la sala de los programadores, pero junto al compañero con el que peor se llevaba en toda la empresa. Mi jefe era listo, sabía que se amargarían mutuamente hasta que uno se rindiese. Pero el pringadilo aguantó. Siguió sufriendo, pero aguantó.
Pronto iban a suceder cosas importantes. La salida de la empresa de dos empleados iba a dejar un vacío en la zona opuesta a la que se encontraba este compañero perseguido. En esa zona me encontraba yo. Otro acontecimiento muy relevante iba a agudizar ese vacío de personal, lo cual narraré próximamente, con lo cual ahora había suficientes lugares como para que cualquier empleado buscase el lugar que le fuera más cómodo. Ante tal circunstancia, mi colega, decidió dejar su pequeño, tórrido y frustrante rincón para estar cerca de otros con los que se llevaba mejor. Pero claro, mi jefe siempre tenía que tener la última palabra en todo, hasta en lo más evidente. Y le comentó que se podía mudar, pero que no "calentase la silla" porque dentro de pocos meses iba a contratar a más personal y él no podía estar en esa zona. Patético. Con problemas económicos recién experimentados, cese y no renovación de varios compañeros y poco trabajo que realizar, el gerente todavía pensaba ampliar la plantilla. No sé que ilusiones o alucinamientos tendría en ese momento, pero está claro que su visión de la realidad estaba un poco nublada. Poco tiempo después, cuando la caída sin freno de la empresa era palpable, mi jefe hizo esa jugada macabra que relaté hace pocos días y puso la gota que rebosaba el vaso de la paciencia de mi compañero, provocando la baja de este.
Como nota adicional, sólo añadir que entre otras tareas, mi jefe nos ordenó llenar con ordenadores estropeados todas las mesas, para aparentar que estaban ocupadas. Cuando venía algún cliente, les decía que esos puestos vacíos se debía a empleados que estaban de vacaciones o no trabajaban ese día.

04 mayo 2007

Firmas porque yo lo digo

Una nueva historia que dice mucho sobre las técnicas "algo" mafiosas que usaba mi empresa. Nuevamente se encontró con la oposición de la mayoría de los empleados. Yo lo tenía claro: "no firmo nada que me de la empresa". A aquellas alturas de la vida, ya había tenido bastantes decepciones con ese negocio para meter la pata de nuevo. Esta será una historia muy corta. Vamos con ella.
Todo empieza con nebulosos extractos de información que llegaron a mis oídos, así que la historia puede que esté un poco distorsionada. Según creo, mi jefe, en pleno éxtasis de soberbia y cuando ya pensaba que estaba bien aferrado a la bonanza económica, entró en contacto con algún cliente interesante. También pudo ser que tratara de hacer algún favor a alguien. El caso es que un día llega la acólita número 2 por las mesas y deja una especie de contrato. Nos dice:"Esto es para firmar. Luego lo recojo o lo dejan sobre mi mesa". Simple y llanamente. No hubo más explicaciones. Firmen esto y déjenlo en mi mesa. ¿Firmar qué? ¿De qué iba todo este rollo? ¿Por qué no se hizo una reunión o se nos convocó a todos para aclararnos el tema? Firmen lo que empresa quiere y ya está. Con estos modales, está claro que lo que consiguió fue una repulsa de casi todos los que estábamos allí, que no sólo no firmamos, sino que nos opusimos hasta que "alguien" se dignara explicar que ocurría. Al ver el alzamiento laboral, la empresa estimó conveniente decirnos que se trataba de un certificado electrónico personal. Que al ser muchos en la empresa, la entidad que emitía el certificado conseguiría muchas altas y por lo tanto era un favor que hacíamos y que posiblemente nos beneficiaría en el futuro. Ni con excusas firmé. Le dije a la acólita que miraría detenidamente lo que había que rubricar y luego ya decidiría que hacer. Así dejé pasar el tiempo hasta que el tema pasó al olvido. Muchos otros siguieron el mismo camino, y alguno signó, pero luego se dio de baja. Sólo jefe y acólitos permanecieron fieles "a sus propias intrigas". Si la empresa quería algo de mí, que me dijera qué, porqué, qué beneficio me proporcionaría y luego ya se vería que hacer, pero imponer, NO. Para que mi jefe quedara bien a nuestra costa, NO.

03 mayo 2007

Divide y unirás

"Divide et vinces". Famosa frase de Julio César, o eso dicen todas las fuentes que he consultado en Internet. También está citada como "Divide et imperas". Eso es lo que debía pensar mi jefe, sobre todo después de una vida dedicada al gobierno de otros, de posiblemente tener algún curso o formación sobre psicología humana y por supuesto, de ser lo suficientemente retorcido para conseguir sus propósitos sin importar los medios.
Durante muchos años mi jefe había estado jugando a un juego macabro, y como siempre recalco, es una visión personal basada en 8 años de trato y experiencia. Consistía en enfrentar a compañeros dentro de la empresa para lograr "picarlos" y con su esfuerzo extra conseguir más tiempo y trabajo para la empresa, lo cual redundaba en beneficio para él. El ejemplo más palpable fueron los acólitos. Mano derecha y mano izquierda del gerente mantenían una lucha irrefrenable y sangrienta por las cuotas de poder. De esta manera cada uno invertía más y más tiempo de su vida en trabajar para la empresa. Llegaban antes, se iban más tarde y trataban de acaparar todas las funciones posibles, dentro de las que les proporcionasen algún provecho, claro está. En alguna reunión les vi tirarse los "trapos sucios" a la cabeza, de manera que se perdía por completo el objetivo de dicha asamblea. Mientras todos los compañeros estábamos sentados, ellos nos ofrecían un espectáculo dantesco en el cual cada uno se acusaba mutuamente de errores o negligencias en su quehacer o de ciertos asuntos con ciertas importantes personas. Asimismo se acusaban de haber conseguido que el jefe quedara mal delante de clientes relevantes. La diferencia que tenían con los pringadillos, es que por lo menos cobraban mucho más y se iban de viaje a costa de la empresa.
Lamentablemente para mi jefe, el tiempo de las insidias, tramas, confabulaciones y perfidias estaba llegando a su fin. Primero había conseguido con sus malas artes unir a todos los prigadillos en un bloque cerrado que se comportaba como un uno a la hora de oponerse a sus intrigas. Segundo, con la llegada de los nuevos compañeros no sólo no consiguió que estuvieran desunidos, sino que también se agruparon en un conjunto homogéneo a la hora de responder a sus conjuras. Tercero, cuando casi todos los pringadillos habían dejado la empresa y sólo quedaba alguno, logró que ambos grupos se unieran. Además, puesto que había problemas económicos, consiguió que hasta los elementos super egoístas e interesados de la empresa se integrasen también. El problema que tenía el gerente en esos momentos es que cualquier cosa que dijese a cualquier miembro de la empresa, rápidamente era conocida por el resto de implicados. De esta forma, cuando íbamos a desayunar, cada uno ponía sobre la mesa los argumentos con los cuales el jefe trataba de embaucarnos y conocíamos como intentaba aprovecharse de nosotros individualmente. El pobre no hacía sino tropezar una y otra vez. Si ofrecía alguna prebenda, el siguiente con el que hablara ya sabía que le habían prometido a los otros compañeros y descubría las contradicciones del parlamento del gerente. Con ello conseguíamos saber como nos quería engañar. A unos les intentaba tentar con un "gran sueldo" futuro para implicarles y que trabajaran más, a otros con "grandes proyectos" que ya tenía "apalabrados" (tal vez sí, tal vez no), etc... La mejor expresión para lo que consiguió mi jefe es: "Divide y unirás". Todo le salía mal, hasta aquello en lo que más práctica tenía. En una reunión, de las muchas que tuvimos, para "explicarnos" los problemas económicos de la empresa, uno de los compañeros le dijo directamente: "Tú lo que tratas es de enfrentarnos a unos contra otros para que trabajemos más horas". El sujeto se puso muy nervioso y, a mi juicio, fue más porque le habían pillado in fraganti, que por la propia acusación en sí. Se puso algo farruco, pero no mucho, porque el compañero en cuestión le producía un cierto "recelo", es decir, tenía los brazos más grandes ;)

02 mayo 2007

El jefe fue repudiado

Muchas de las historias que cuento tienen un alto carácter subjetivo. Doy mi punto de vista sobre las cosas que sufrí, que vi y que sentí. En algunas ocasiones trato de ponerme en el lado de quien las instigó y tratar de pensar como lo haría él. Mi alto grado de insatisfacción con esa persona redunda en que mi visión de los hechos pueda ser más o menos negativa. En cualquier caso, cuento con el apoyo de otros que vivieron o conocieron esas situaciones y el que haya un consenso o una unidad en el mismo sentido de opinión me hacen creer que no voy tan mal encaminado. Toda esta verbosidad* tiene como objetivo el intentar entrar y especular con el pensamiento o los pensamientos que pasaron por la cabeza de mi jefe en cierto momento de su vida. Es importante, puesto que ello supuso el definitivo principio del fin de mi empresa, y como trabajadores de ella, nosotros estábamos involucrados. Al menos, los que íbamos quedando. Para mí, además tiene una doble intención, puesto que mi jefe había sido objeto del mismo tratamiento que él me había dispensado un año atrás cuando yo estaba pintado la empresa y acudieron a visitarla unos importantes clientes foráneos.
Mi jefe había formado parte, desde el principio, y a través de dos entidades diferentes, de un proyecto muy importante financiado con dinero público. Esto cambió radicalmente la idea que tenía de la empresa. Se le subieron los humos a la cabeza a medida que alcanzaba cuotas de poder, flirteos con gente importante y maltrato a los pringadillos. Entendió que en su nueva faceta debía alejarse de aquellas actividades inmundas que le asociaban con el cacharreo y los negocios de poco nivel y acercarse precozmente a relaciones y apariencias más sublimes. Eliminó de una forma "mafiosa" la parte del negocio que representaba el taller y la tienda y aupó a la parte de la empresa que se dedicaba a temas de software. Se dio cuenta de que conseguía mayores beneficios en menor tiempo y coste, ya que estos servicios pueden ser difícilmente comparados y valorados por los profanos. Este tipo de trabajo no viene en catálogos los cuales puedan servir de referencia. Y todo iba bien. Pero mi jefe tenía una ambición desmedida. Creía haber conseguido la gallina de los huevos de oro; dinero fácil a bajo esfuerzo. Los proyectos basados en el dinero público parecían ideales. Montones de folios que servían para justificar algo que no servía para nada, pero por lo cual se pagaba... Mala comprensión por parte de mi jefe. Eso lo podrás hacer alguna vez, pero tarde o temprano tendrás que justificar tu trabajo con hechos prácticos y funcionales. De esta manera, acabó propasándose, y claro, al resto de socios, eso no le gustó. Demasiadas meteduras de pata, demasiados intentos de sobresalir, demasiado dinero invertido, demasiada verborrea que ponía en jaque la buena marcha y porvenir del proyecto. De esta manera, no fue invitado a una comida en la cual los socios establecerían el reparto en la siguiente fase del proyecto. Desde mi punto de vista esto supuso 2 grandes hachazos para el gerente: primero, la élite ya no contaba con él. Le habían discriminado, aborrecido, apartado y desarraigado del proyecto y de posibles relaciones futuras. Le habían dado la espalda. No lo querían entre ellos. Los "grandes" amigos ya no lo eran. Mi jefe se había quedado en el limbo: había despreciado a los pequeños clientes y ahora era desahuciado por los poderosos. No tenía a quien acudir. Segundo, nuestro principal cliente y motor económico de la empresa era ese proyecto. Sin él, la empresa estaba moribunda. Todo se había hundido. El gran globo que era mi empresa ya no tenía combustible que quemar. Ya no había solución. Caíamos rápidamente y no nos podíamos salvar. El gerente había dilapidado su propia empresa y nos arrastraba en su caída.
Justo un año antes mi jefe me había humillado, negándome el ser saludado por personas importantes, ahora el yang se convertía en yin. Ahora él era el despreciado y lo sería de una forma más contundente y duradera.

* Según la Real Academia Española

verbosidad.

(Del lat. verbosĭtas, -ātis).

1. f. Abundancia de palabras en la elocución.


01 mayo 2007

Erkemao, ¿Cómo estás?

"Erkemao, buenos días... ¿cómo estás?" me decía mi jefe mientras miraba el contenido de la pantalla del ordenador. Yo le miraba fijamente cómo diciéndole: "Estoy sentado aquí, no dentro del monitor". Luego me preguntaba cualquier tontería, me contaba algún chiste o anécdota y se iba.
Esta era una de las cosas que más me irritaba. Me sacaba de mis casillas. Casi cada día la misma historia. Les explico un poco de que va este asunto.
A veces tenía la sensación de que mi jefe se comportaba como un niño. Había cosas que por muchas vueltas que le diera en la cabeza y por mucho que tratara de reflexionar, no le veía sentido alguno. Es más, teniendo en cuenta que yo estaba medio desquiciado y me encontraba fatal a todos los niveles: físico y psíquico, entendía como una falta de respeto esa pregunta de mi jefe. Sobre todo teniendo en cuenta de que no tenía el mínimo interés en saber como me encontraba de salud, sino simple y llanamente saber que estaba haciendo.
Mi mesa se encontraba justo al lado de la puerta de entrada al local donde estábamos los técnicos. Yo había elegido esa mesa, no por casualidad. Por la posición en la que estaba, la pantalla del ordenador quedaba oculta a la vista de quien entraba. No lo hacía porque me dedicara a jugar al Solitario o al Buscaminas, sino porque no me daba la gana de tener una "sombra" aburrida observándome desde el umbral de la puerta. Sobre todo un ente que no buscaba el lado positivo de tu trabajo sino que buscaba cualquier excusa para lanzarte indirectas hirientes, disfrazadas en forma de chistes o moralejas. Muchas veces, y esta es mi opinión, cuando el gerente quería saber que estaba haciendo, se acercaba a mí y me preguntaba: "¿cómo estás?". Mientras recitaba el saludo, como un escolar que se había aprendido de memoria un soneto, iba acaparando parte de la mesa, hasta conseguir mirar que había en la pantalla. Literalmente como se los digo, ni me miraba, sino que buscaba la manera de poder tener fija la mirada en el monitor. Al mismo tiempo que hacía este esfuerzo, seguía hablándome como para que no se notara en exceso esa infantilidad. Lo que quería era muy evidente. La empresa era suya, el ordenador era suyo y en el horario de trabajo, lo que yo hiciera era asunto suyo... ¿para qué tanta farsa? ¿Por qué no venía y directamente me preguntaba que estaba haciendo? ¿o simplemente no echaba un vistazo al monitor? Les aseguro que era muy molesto. Primero, porque te preguntaba por tu salud sin importarle lo más mínimo lo que respondieras y en mi caso, no estaba el horno para bollos. En segundo lugar porque te trataba como si fueras un idiota, o acaso ¿no se daba cuenta de que hasta el más bobo sabía sus intenciones? Tercero porque transmitía una sensación de desconfianza y en ese caso ¿por qué no me despedía si sospechaba que no hacía mi trabajo?. Lamentablemente para él yo estaba siempre dedicado a mis tareas. Hasta cuando me dedicaba a leer los periódicos digitales era para informarme si había habido alguna incidencia en los servicios de Internet que pudiera haber afectado a nuestros clientes. Así, el gerente, siempre cumplía el ritual de: venir, saludarme, preguntar por mi salud sin ningún interés, visualizar el contenido de la pantalla, hacer algún comentario sin sentido o estúpido para aparentar que su visita tenía algún propósito y largarse decepcionado a su despacho por no encontrar indicios de negligencia o pasividad en mi trabajo.
Cuando alguien al que no puedes ni ver te hace esto a menudo, acabas volviéndote más taimado y bellaco que él, porque es la única forma de defenderte. Y eso hice yo. Al cabo del tiempo, y cuando le veía por la puerta rumbo a mi mesa, preparaba mi estrategia de escarnio*. Siempre tenía muchas ventanas abiertas en la pantalla. En ese momento estaba aprendiendo un tema complicado relacionado con las bases de datos, "y ya que estaba tan interesado en lo que había en el monitor...". Si no te gusta la sopa, toma dos platos. No le dejaba marchar. Él recitaba su típico comentario de autojustificación, momento en el cual yo le replicaba, incitándole a que prestara atención a mi trabajo. Le empezaba a mostrar pantallas rápidamente y a explicarle un tema, el cual no comprendía. Como mi jefe era muy orgulloso y presumía de ser muy inteligente, no podía quedar como un imbécil reconociendo que no entendía nada, sobre todo cuando yo le azuzaba diciéndole que hasta un niño de enseñanza primaria podía hacerlo. El hombre cada vez se sentía más impaciente. Yo no le dejaba marchar a hacer otras cosas y además lo estaba poniendo en evidencia, sobre todo cuando frente a mí había otro compañero que no dudaba en llamarlo inepto. A mi jefe esto le dolía bastante, pero se aguantaba, porque el otro compañero era un pieza básica para la empresa. Yo elevaba un poco la voz para que el otro empleado se pudiera enterar de todo, y claro, mi jefe empezaba a verse "técnicamente" acorralado. Al fin, yo le dejaba irse, lo cual realizaba de forma rauda y veloz. Este juego al que le sometía no duró mucho. Poco tiempo después le dije las cosas claramente y nunca más se acercó a saludarme y preguntar por mi salud sin mirarme a los ojos.


* Según la Real Academia Española:

escarnio.

(Del ant. escarnir, mofarse, y este del germ. *skernjan).

1. m. Burla tenaz que se hace con el propósito de afrentar.

a, o en, ~.

1. locs. advs. ants. Por escarnio.



1 de mayo, Día Internacional del Trabajo

Un saludo para todos los trabajadores y para aquellos que con su esfuerzo y mentalidad intentan mejorar cada día las condiciones de trabajo. Para que cada día menos, ocurran hechos como los que narro en el blog, y cada día menos, sucedan otros que se quedan en el anonimato o el olvido.

30 abril 2007

Y esto sirve para saber si Erkemao llega tarde a trabajar

Hace un par de días les comenté que tuve que acudir a un profesional de la cabeza debido a lo desquiciado que me encontraba. Era la única solución aceptable que podía tomar. La otra que se me ocurría era algo más violenta. Estaba claro que no me iba a rebajar al nivel del gerente. Hubiera sido una equivocación. Le habría dado excusas y legitimación para echarme de la empresa y despotricar de mí por toda la eternidad... ¡Qué digo! ¡Eso lo haría de todas formas! y puede que en estos momentos lo esté haciendo... ¡quién sabe! Después de tantos post escritos se puede entender en cierta manera el estado en el que me encontraba. Lamentablemente, por lo que presencié en mi empresa y por lo que ustedes cuentan en sus comentarios, es algo más habitual de lo que pudiera parecer.
Todos tenemos nuestro grado de aguante ante ciertas ofensas o ataques. Depende de muchas variables que van desde nuestra propia personalidad hasta las circunstancias que nos atan a otras personas o a otras vivencias, pasando por los momentos puntuales de nuestra vida. Pequeños detalles pueden desencadenar una serie sucesos más relevantes, y de la misma forma, multitud de gotas cayendo llenan un vaso. Entre hoy y mañana les comentaré algunas de esas gotas que estaban rebosando "el cubo" de mi paciencia y de mi estado mental.
Hacia el 2003 la empresa empezó a llevar un control de los horarios de llegada y salida del personal. Era una forma muy cutre. Un hoja de papel donde se apuntaba la hora de entrada y salida. Cada uno la ponía según su reloj, porque en la empresa no había ninguno. Además había que firmar. Este hecho y ciertos intentos de "control policial" que el jefe estaba intentando instigar, dieron lugar a problemas. Para mí supuso un duro golpe, no porque me molestara seguir las normas, sino porque había estado muchos años trabajando 3, 4, 5 ó más horas extras diarias y de ello, nunca hubo constancia escrita. En el momento en que se puso un orden estricto, yo había decidido ceñirme lo más posible al horario, así que perdí la oportunidad de decirle "un par de cosas" al jefe. Aún así, seguí haciendo muchas horas extras que no cobré.
Cierto día, por el año 2005 y siguiendo el hilo de la narración, entré como de costumbre a las 8 de la mañana. Allí se encontraban la chica de la entrada, la administrativa, algún compañero más y el jefe. Ignoro que estarían haciendo, pero estaban mirando atentamente el formulario en el que se anotaban las horas de entrada y salida del trabajo. No me cabe duda de que estarían buscando culpables o tramando algo nada bueno. El gerente, al verme entrar, no tiene otra feliz idea que decirme en tono jocoso, y a mi entender, malintencionado: "Con esto puedo saber si Erkemao viene tarde a trabajar". Podía ser sólo una broma, pero con lo amargado que me levantaba e iba a la empresa cada día, lo único que me faltaba es que se rieran de mí en mi cara. Esa actitud del jefe me pareció de lo más cruel, rastrera y sinvergüenza. Con esas formas ya entenderán que pocas ganas tenía de ver a ese individuo. Mi cerebro, a pesar de estar aletargado, imaginó una serie de respuestas a esta ofensa tales como: "Vete a la mierda", "gilipollas", "deja de tocarme las pelotas", "dedícate al vino, que es lo tuyo"... Para que yo piense de esta forma, algo me tiene que molestar mucho. Finalmente tuve una ocurrencia mejor. Las palabras tienen doble filo y pueden cortar a quien las lanza. Le respondí secamente mientras seguía hacia mi mesa:"Y también sirve para saber si Erkemao está haciendo horas extras". Mi jefe se quedó callado. Durante unos instantes se hizo un silencio sepulcral. Luego siguieron las risas cortadas del gerente, como intentando reír un chiste al que no le veía la gracia. Tiempo después, los compañeros que estaban en ese momento me dijeron que había sido un "jaque mate". Al menos ese día, no me molestó más.

29 abril 2007

Solo puede quedar uno

Recordando la película de Sean Connery y Christopher Lambert... "Los inmortales". Nos sucedió algo parecido, pero no era una "maldición" que nos tocara en suerte. No se trataba de que los empleados de aquella empresa lucharan entre sí para ver quien era el último en quedar y hacerse con un poder inimaginable. Eso ya lo hacían otros, en esferas más altas. Lo nuestro era más sencillo. Un poder fáctico superior, osease el jefe, secundado por sus siempre dispuestos acólitos, consiguió que poco a poco todos los empleados del taller acabaran saliendo de la empresa. Por supuesto, por la puerta de atrás: © Copyright Acme S.A. En las últimas semanas he ido relatando como casi todos los empleados que pertenecíamos al extinto departamento de hardware íbamos desapareciendo de los planes de la organización, por una u otra causa. En el verano de 2005 sólo quedábamos 2. Llevábamos juntos 7 años, aguantando todo tipo de humillaciones y despropósitos por parte de la bestia disfrazada de tipo bonachón y amistoso. Habíamos sufrido los trabajos forzados que en el verano anterior nos había impuesto el pseudo auto nombrado cacique que teníamos por jefe. En ese momento soportábamos las inclemencias de una nefasta gestión, que estaba conduciendo a la empresa hacia su propia auto destrucción. Todos los meses se demoraban nuestros sueldos. Esto no era ápice para que el gerente nos insultara con que éramos poco productivos y que era él, el único que de verdad hacía algo en la empresa. ¿Cómo disfrazar tu ineptitud?. Si alguien, tarde o temprano, descubre la verdad, no importa. En el subsconsciente de todos yacerá la mancha sobre el nombre del primeramente inculpado. Luego, con un poco de verborrea, se puede decir que todo lo que ocurre ahora tiene su origen en las malas artes de aquel pésimo trabajador. Mi jefe no dejaba de usar esas rastreras artimañas siempre que podía. Todo con tal de aparentar ser la víctima inocente.
Uno de mis compañeros, el otro pringadillo, no tenía unas funciones muy específicas. O mejor, me corrijo: tenía un montón de tareas que desarrollar. Se supone que lo más parecido a aquello para lo que estaba contratado era llevar la administración de la red interna de la empresa, junto con todo el tema de seguridad (firewall, etc...). Se le conminó a que se fuera aprendiendo toda la legislación sobre protección de datos, y como no había nada más para lo cual la empresa le interesara tenerle, se le "adjudicaron" otras labores.
Mi jefe tenía en mente una gran super empresa. Con muchos diseñadores, programadores y gente para todo tipo de cosas: desde administración hasta "experto" en gestión de la calidad. Había algo que también quería: un "manitas" para arreglar todo aquello que se le pasara por la cabeza, o alguien al que mandar a hacer cosas, a parte de tenerle como chivo expiatorio de su negligente existencia. De esta manera, mi compañero se pasaba el día aguantado las manías del gerente: "pinta esto aquí", "cambia lo otro", "muda aquello", "sube eso", "limpia no se que"... Vamos, que lo tenía amargado y obnubilado. Incluso llegó a decirle que todos los años tenía que pintar la empresa, hecho puntual al que habíamos "accedido" el año anterior lo cual, mi jefe, quería convertir en costumbre, ya que le convenía. Como en aquel verano ya había poco que hacer y mi jefe estaba sufriendo decepciones una tras otra (la suerte le había girado la espalda), necesitaba desahogarse con alguien, así que la persona elegida era mi compañero. La presión para él era brutal.
Cuando pusimos el parquet en uno de los locales de la empresa, quedó una cosa por terminar. Se trataba de los rodapiés. No habían sido colocados, y eso era una obsesión para el gerente. Un día del verano de 2005, no tuvo mejor idea que dejarle a mi compañero, los rodapiés sobre la mesa, como "indirecta" de lo que debía hacer. Además le había dicho que tenía que arreglar la cisterna del inodoro. Eso fue la gota que colmaba el vaso. No lo pudo resistir más. Fue al médico y le dieron la baja sobre la marcha. Estaba totalmente desquiciado. Luego pasó largos meses en tratamiento. No volvió más por la empresa, al menos, a trabajar. Naturalmente para mi jefe eso era traición: nadie podía tener una baja por trastornos del comportamiento con lo bueno y generoso que era el gerente. Fiel a su principio de "quien no está no cobra", dejó a mi compañero en una situación económica muy delicada. Finalmente tuvo que salir de la empresa renunciando a finiquito e indemnización si quería que, por lo menos, le pagara los sueldos que le debía.
Aquel verano sólo quedó uno. Sólo quedé yo.

28 abril 2007

La convocatoria y el pergamino

En el verano de 2005 decidí hacer auto terapia. Bueno, pensé que sería una buena idea escribir todo lo que me había pasado en todos los años en la empresa. Al menos, lo que pudiera recordar. Plasmaría en papel todas esas historias, desenlaces, vivencias, experiencias, penas y glorias. Un ejercicio parecido a este que estoy haciendo ahora al escribir el blog. De hecho, buena parte de la información viene de ese documento. Fueron unos días muy intensos de escritura. Pero había algo más. Con el tiempo y tal vez como respuesta de mi cerebro a la angustia sufrida, olvidé muchas cosas. Trataba de rememorar, pero me era imposible. Mi cabeza había dicho: "Hasta aquí basta, no te conviene recordar demasiado". ¿Qué hacer? Había mucha información que estaba en el limbo y no podía acceder a ella. Solución: ejercicio de sociabilidad. Hice una reunión. Convoqué a muchos de mis antiguos compañeros. Aquellos a los que aún podía seguir la pista. Cada uno tenía sus más y sus menos desde que se fueron del negocio. Como he dicho muchas veces, todo el que salía, lo hacía por la puerta de atrás. Pero he aquí que siempre mantuve buenas relaciones con ellos. Fue un momento muy interesante. Se conocieron los que no habían coincidido en todos esos años y pudimos poner en común nuestros relatos. Pude enterarme de muchas cosas y me ayudaron a recuperar las que se guardaban en el fondo de mi cabeza. Todos teníamos mucho en común. Podría decirse que era una tertulia de "Acmes anónimos". Les expuse el problema que tenía y lo que me rondaba la por la cabeza. Era visible lo mal que me encontraba. Con parte de aquellos datos pude terminar mis veintitantos folios de anécdotas e historias de la "mazmorra". Ese texto lo llevé conmigo al psiquiatra, aunque no lo mostré, y ese texto me sirvió luego como base a mi plan radical. Al cabo de más de un año me ayudó a contar este diario de bitácora que ustedes están leyendo. Me ha servido de mucho en todos los sentidos y sobre todo como terapia. Así que el origen de este blog se basa en una idea de hace muchos años, que después fue llevada a papel y luego al mundo digital. Un gran camino recorrido. Ha valido la pena.

27 abril 2007

Pastillas, depresión y odio

Hacia agosto de aquel año 2005, tuve la cita con el psiquiatra y la psicóloga. Durante aquellos meses estivales había conseguido relajarme un poco por las noches. Levemente. Como cada día, iba más muerto que vivo a la empresa. Llegaba y aparcaba el coche relativamente lejos, para darme un paseo e ir tranquilizándome. Si me acercaba a la empresa demasiado pronto, antes de la hora de entrar, aguardaba en la esquina de una calle que confluía con la de mi empresa, para entrar justo a las 8, ni un segundo antes. Siempre había algo tensión en el ambiente. No quería encontrarme con mi jefe y mucho menos oírle. Entraba rápido. Saludaba en voz baja a la chica de la entrada y me desplazaba rápidamente hasta mi sitio. Todo lo más calladamente posible. Tratando de pasar desapercibido. Este ejercicio repetido durante meses y meses hasta pasar más de un año era, en cada ocasión, un bautismo de fuego. Si tenía mala suerte, me encontraría con el gerente, y en alguna ocasión sus comentarios eran una incitación a ... En fin, en el estado en que me encontraba, cualquier cosa que dijese o que hiciese el jefe, me molestaba. Me irritaba hasta la saciedad. Con el paso de los años y las situaciones cada vez más injustas y dementes que se producían a cada momento, había ido acumulando un odio y un rencor exacerbado* hacia mi jefe. Un resentimiento sin límites. Me sentía capaz de hacer cualquier cosa por liberarme del yugo que me oprimía. Llevaba algunos meses haciendo pesas para descargar mi frustración, con lo cual iba a trabajar muy cansado. Un cóctel explosivo. Si le añadimos lo comentado en el post de ayer... podrán hacerse una idea del grado de perturbación que me afectaba. Demasiada ira contenida. Aquel verano llamé a muchos de mis antiguos compañeros, para tener una tertulia y porque necesitaba conocer muchas cosas que había ido olvidando, tal vez por autoprotección. Si no me acordaba no sufriría. Creo que se encontraron al peor Erkemao que habían visto nunca. Vencido, iracundo, inseguro, triste... Sólo se me ocurrían dos soluciones para acabar con esto: una era mala y la otra era peor... Al final opté por la mala, y así acabé una mañana en la consulta de los "trastornados". Iba muy tenso. En mi cabeza sólo había un pensamiento: "Esta gente no me va a hacer caso. Van a pensar que lo que quiero es una baja. Van a pensar que estoy fingiendo. Voy a acabar peor de lo que estoy. No ha sido una buena idea. Mejor me largo de aquí". Con esa actitud entré en el despacho del psiquiatra. Totalmente defensiva. No había estado nunca antes en esa situación, y lo que mi cerebro me decía era que allí no me iban a ayudar. De entrada, lo primero que me sentó mal fue que había otra persona más. Una recién licenciada en prácticas. ¡Lo que me faltaba, contar mis problemas personales a dos desconocidos! (a la larga me sirvió para poder hacerlo ante muchas más personas ;) así lo refleja el blog). Expuse lo que me pasaba. El psiquiatra serio y con mirada inquisitiva me bloqueaba. NO podía expresar lo que quería y el "va a creer que miento" seguía dando vueltas en mi cabeza. La respuesta fue rápida y clara: "Tú no tienes problemas mentales, lo que tienes son tensiones por los problemas de la vida". Al menos ya sabía que no estaba loco o que aún me quedaba mucho que andar para caer en la locura. Sin embargo, el odio y la rabia que llevaba reprimida dentro me permitieron explicarle que era lo que sentía y así se lo dije: "Con todo lo que me ha pasado todos estos años me siento legitimado para defenderme como sea y eso incluye la violencia. Estoy dispuesto a usarla porque es la última salida que veo ante mis ojos". Me sentía lo suficientemente fuerte y desesperado como para cualquier mañana estamparle el puño en los hocicos a mi jefe, independientemente de lo que me sucediera luego. Eso no era importante. Quería desquitarme sin importar las consecuencias. El profesional me miró y me dijo que eso no era una solución, pero en ese momento yo me sentía derrumbado física y anímicamente. No veía ninguna salida, ningún camino, ninguna posibilidad. Después de hablar con él, tuve consulta con la psicóloga. Una mujer muy atenta que se tuvo que gozar la vuelta a la infancia de un tipo de 30 años y 85 kilos. Empecé a contarle resumidamente todo lo que podía recordar y todo lo que sentía por dentro... pero cuando iba llegando al final del verano del 2004, ya no pude más... rompí a llorar como un niño. Toda la tensión acumulada durante esos años, y los horribles meses que había pasado desde el verano anterior, acabaron por resquebrajar la falsa coraza que había construido a mi alrededor. Fue una situación muy embarazosa, pero al mismo tiempo una liberación, una forma de canalizar toda la ira, la amargura y la desazón. Tenía depresión. Llevaba arrastrándola sin saberlo durante muchos años. Aún así no me dieron la baja laboral. Me recetaron pastillas. Ansiolíticos. Una manera de relajarme, de intentar quitarme ese nivel de ansiedad y violencia latente. No me debieron ver demasiado mal como para que dejara la actividad que me estaba perturbando, ni a la persona que me estaba angustiando. Tal vez era yo el que había creado mi propio mundo, más exagerado que la realidad que me rodeaba. Sinceramente, no lo creo. En cualquier caso no me sentí lo suficientemente apoyado. Tomé esas pastillas, y otras, durante un par de semanas, luego las dejé. No era la solución a mis problemas. Había tomado una determinación mucho más cruel. Una idea iba tomando forma y con paciencia, mucha paciencia, la ejecutaría en su momento.


* Según la Real Academia Española:

exacerbar.

(Del lat. exacerbāre).

1. tr. Irritar, causar muy grave enfado o enojo. U. t. c. prnl.

2. tr. Agravar o avivar una enfermedad, una pasión, una molestia, etc. U. t. c. prnl.

3. tr. Intensificar, extremar, exagerar.


26 abril 2007

Pesadillas

Era lo que me ocurría cada noche. Primero fue el insomnio que comencé a tener poco tiempo después de llegar a ACME S.A. Fue cada vez a más, hasta el punto de que llegué a pasarme meses enteros durmiendo 2 ó 3 horas por día. Con el tiempo dejé de dormir algunas noches y esa fue la tónica general en mis últimos años en aquella empresa. Todo tiene solución de alguna u otra forma. Por la época en la que transcurre esta narración, finales de la primavera de 2005, mis visitas al médico eran demasiado habituales, para alguien que no va nunca al doctor. Me recetaron pastillas para dormir, y con ello pude solventar en parte el problema. Tenía demasiada ansiedad. Cada nueva consulta significaba conocer nuevas pastillas para tratar esos síntomas. Pero nada me relajaba. El problema era otro. Estaba en mi empresa. Era mi jefe y su actitud y sus mentiras. Era yo, con mi pasividad y falta de reacción ante los agravios.
Antes de que me recetaran los fármacos, tenía pesadillas. Después, cuando dejé de tomarlas, siguieron. Si las tuve mientras tanto, escapa a mi memoria. Cada cual era más rara, cada cual más violenta. Casi nunca solía recordar que había soñado. En cualquier caso, todas giraban en torno al trabajo y la impotencia por no poder cambiar mi situación. Me levantaba muchas veces en medio de la noche dando patadas al aire, sudando, con el corazón a punto de saltar del pecho. Por las mañanas notaba dolores y cardenales en los puños, de dar golpes a las paredes cuando soñaba. Empecé a creer que me estaba desquiciando y que iba a llegar a un punto de no retorno. Pensaba que me iba a volver loco. Ideas extrañas pasaban por mi mente, buscando una solución tajante...
Una de las pocas pesadillas que consigo recordar fue muy clara y absurda. No se necesita ser clarividente para entenderla. "Me encontraba en la empresa trabajando, debía ser viernes por lo que hablaba en el sueño. Mi jefe entraba y me decía que había algo pendiente y que me tenía que quedar por la tarde y seguir trabando el fin de semana. Yo le contestaba que yo había hecho mi trabajo y que no tenía que quedarme. Luego yo le perseguía por toda la empresa preguntándole a gritos el porqué. Y el huyendo me decía que el trabajo no estaba hecho y que era por el bien de la empresa, que era por el bien de la empresa..." Luego me levanté jadeando y con todo el cuerpo contraído de la tensión. Estaba fatal. Me sucedía varios días a la semana, aunque muchas veces olvidaba lo que soñaba.
Como comenté un poco más arriba, empecé a imaginar "soluciones extrañas" a todo este disparate. Reflexioné una tarde y al día siguiente tomé una decisión que nunca pensé que tomaría y que pensé que no necesitaba. Fui al médico, esta vez no me andé por las ramas, le dije las cosas claras y que pensaba que se me iba la cabeza, que ya no podía más... que no me recetara pastillas... tenía que visitar a un profesional. Así me dio cita para visitar a un psiquiatra / psicólogo. Creo que empecé a sentirme algo mejor. Por fin alguien con conocimiento me diría si lo que yo tenía era un berrinche o un problema. Aunque yo lo intuía, necesitaba alguien con autoridad que me lo dijera. Iba a ser una prueba muy dura, porque tendría que contar cosas de mi vida que sólo me guardo para mí y tendría que admitir que todo lo que me sucedía era fruto de un jefe "%·$&/#@€" y sobre todo, de mi cobardía para enfrentarme a él y decirle las cosas a la cara.