Mientras tanto, una de mis principales actividades consistía en buscar información sobre el cierre de la empresa y la indemnización que nos correspondía por tal causa. Me negaba a creer que todo fuera tan fácil, y que después de tanto sacrificio aquello acabara de esa forma. Tenía que haber algo mal. Teníamos que tener algún derecho más. No podía ser que repentinamente un día llegue un tipo, diga que la empresa se cierra y ya está, ¡todos tan contentos! Los demás compañeros no se sentían demasiado bien. Prácticamente habían estado allí la mayor parte de su vida laboral. Lo que más les preocupaba era saber cuanto podían obtener de ingresos y cuando. Buscamos mucha información e hicimos muchas consultas.
La primera idea que teníamos era que el 40% de 45 días era lo que pagaba el FOGASA, que era la única garantía en aquella situación, es decir, 20 días; mientras que los 25 días restantes era lo que pagaba la empresa. Los cálculos no salían, así que fue desesperanzador descubrir que íbamos a conseguir mucho menos de lo que hubiéramos pensado. Ellos acabaron aceptándolo; yo no. No podía y no quería creer. Ya me habían engañado demasiadas veces. Un día, mientras buscaba información en internet, y con la clara intención de encontrar la manera de exigir mis 45 días por año trabajado, se me acercó una de las compañeras y se puso a hablar conmigo.
Aunque siempre había tenido buena relación con ella, era una persona que siempre había tirado más por lo suyo que por el colectivo. No es que me parezca mal. Cada uno tiene que defender sus lentejas. Pero cuando las cosas se empezaron a poner feas y quedó aislada del resto, no dudó en acercarse a nosotros porque ahora sí le convenía. Comentado temas laborales y de legislación se percató de que yo no me había rendido y estaba buscando alguna pista que me permitiera reclamar toda la indemnización. Eso no le gustó en absoluto. Conocedora de que yo estaba afiliado a un sindicato, pensaría que yo sabía algo que no había transmitido a los demás, cuando lo cierto es que andaba tan ciego como el resto. Tal vez no le gustara la idea de que uno de nosotros iba a seguir luchando cuando los demás habían aceptado las condiciones impuestas por la empresa.
En cualquier caso me dijo: "¿No estarás tratando de reclamar los 45 días, verdad? Ya le diste tu palabra al jefe y firmaste y él confía en ti como para que estés tratando de reclamar nada más." Me quedé mirándola sorprendido, alucinado y flipado. ¡Increíble!, estaba metido dentro de una secta y todo el mundo tenía lavado el cerebro. Le dije: "yo no he dado mi palabra a nadie y eso te lo puede decir el asesor que cuando vino el otro día le mostré claramente mi disconformidad con todo este asunto. Por otro lado, me han sucedido muchas cosas en este negocio y tengo que mirar por mí y tratar de saber si lo que me dicen es cierto o no, que ya bastante se ha burlado la empresa de un servidor todos estos años". "Bueno," - titubeó ella - "conmigo no se ha portado mal. Yo no sé contigo". Le respondí: "conmigo sí se ha portado muy mal y ya fue advertido de que no lo hiciera de nuevo. De todas formas no trato de decir que haya algo malintencionado en lo que nos dijo, sino que yo tengo que comprobarlo porque, ¿tú has visto la indemnización tan ridícula que me van a dar y la situación en que voy a estar en el paro habiendo trabajado tanto? Hay y ha habido personas en esta empresa que cobran más al mes que lo que yo voy a obtener
de indemnización después de 8 años, y no he trabajado menos que nadie. Cuando todos se iban a las 3 de la tarde a casa, yo seguía 5, 6 ó 7 horas más de trabajo y por ello no me dieron ni las gracias, así que..." Preferí no rectificarla en cuanto a que el jefe confiaba en mí, pues en lo que realmente él confiaba era en que yo me dejaría engañar de nuevo, pero no valía la pena seguir discutiendo.Lamentablemente algunos miembros de la empresa seguían vinculados al jefe de una forma u otra. Estando jodidos, preferían ser pisados que ser libres, y estaban dispuestos a luchar por seguir atados a su esclavitud porque era lo único que conocían. Por otro lado, me entristeció que después de tantos años como compañeros, no hubiera prestado atención a las injusticias que se comentían
sobre los pringadillos, suponiendo ella que los demás habíamos estado muy bien y dedicados a la buena vida en vez de al trabajo, y por esa razón no merecíamos luchar por nuestros derechos. La capacidad de absorción mental de mi jefe era demasiado poderosa. Seguía siendo una víctima a los ojos de algunos, que no cuestionaban sus actos por el simple hecho de que a ellos no les habían afectado.











































