Ayer tarde/noche, entre cafés y tertulia, los antiguos compañeros de curro me recordaron una de nuestras teorías favoritas en el trabajo. Bueno, más que hipótesis, se trata de una leyenda, un mito. Es el mito de la agenda. Anteriormente fue nombrado en: Los traidores al jefe.
Imaginemos un sistema ideal, en el cual no se produzca ninguna alteración externa. Este sistema consiste en la empresa, los clientes y los pringadillos. Si es ideal, un pringadillo cualquiera puede realizar un tarea concreta a un cliente en un tiempo razonable. Todas las constantes se mantienen invariables: horario, sueldo... Lamentablemente todo sistema equilibrado y en armonía tiende al caos de una forma u otra. El sistema ideal siempre será perturbado por algún factor, pero no por factores exógenos, sino por factores endógenos. Hablamos en este último caso del factor jefe. Podemos ver un ejemplo de perturbación que produce este factor en el siguiente desarrollo teórico-práctico: ejemplo del factor jefe en la caja.
Durante muchos años en aquella empresa tuvimos que soportar los cambios repentinos de tareas a realizar. Cuando por fin pude trabajar como técnico de calle la mayor parte del tiempo, la empresa nos obsequió con una agenda. ¿Qué significaba esto? Nada más y nada menos que organización en el trabajo. Podíamos anotar clientes, horas, teléfonos, citas, etc... realmente maravilloso. Vaya, pero como siempre había una pega... Esa agenda sólo era una ilusión, una cárcel para tu mente (Matrix a lo barato). La realidad era que no servía para nada. El factor endógeno "jefe", el factor endógeno "secuaces" y el factor endógeno "acólitos" se encargaban de destruir el delicado equilibrio de la agenda. Uno tenía organizado casi todo el trabajo para el día, en una agenda cutrilla. Cuando estabas preparando las herramientas, ibas saliendo por la puerta o ibas a coger la furgoneta, aparecía el gerente y te preguntaba: "¿Qué vas a hacer?" Le decías por ejemplo: "Tengo que ir a arreglar un equipo en el cliente X". El jefe te contestaba, por ejemplo:"Eso no, vete a casa de mi amigo Y y le miras un problema que tiene con el correo y le enseñas a crear reglas para ordenarlo". Por supuesto, tú te tenías que encargar de llamar al cliente y contarle una "mentira piadosa"*(según palabras de mi jefe), como que se te había estropeado el coche, te habías liado en otro lado, estabas enfermo y llegabas tarde ese día o cualquier otra barbaridad. El cliente se lo creía el primer día y te perdonaba. Pero al siguiente, vuelta a la misma historia, otra vez llamar y disculparte. Al final el cliente se cogía un enrehostiamiento de aquí te espero, con lo cual acababa yendo a solucionarle su problema cuando me dejaban en paz el jefe y sus acólitos, es decir, fuera de horas de trabajo. Imagínense que esto me sucedía varias veces cada día y todos, absolutamente todos, los días de la semana. La agenda era un mito, porque nunca se podía realizar. Acabé por tirarla a la basura. Naturalmente, mi jefe ajeno a todo dolor. Cuando el cliente se quejaba, el gerente escurría el bulto y señalaba para ti como único culpable, además de contarle que él había especificado que se le atendiera preferentemente y que el pringadillo de turno no había hecho lo que se le había encomendado, a parte de mentir.
* Mentira piadosa: Aplicando la definición de la empresa de Erkemao: dícese de aquella expresión que falta a la verdad, disimulada como una buena acción. Buena acción desde el punto de vista de un mentiroso compulsivo. Desde el punto de vista real y serio: una mentira en toda regla.
Imaginemos un sistema ideal, en el cual no se produzca ninguna alteración externa. Este sistema consiste en la empresa, los clientes y los pringadillos. Si es ideal, un pringadillo cualquiera puede realizar un tarea concreta a un cliente en un tiempo razonable. Todas las constantes se mantienen invariables: horario, sueldo... Lamentablemente todo sistema equilibrado y en armonía tiende al caos de una forma u otra. El sistema ideal siempre será perturbado por algún factor, pero no por factores exógenos, sino por factores endógenos. Hablamos en este último caso del factor jefe. Podemos ver un ejemplo de perturbación que produce este factor en el siguiente desarrollo teórico-práctico: ejemplo del factor jefe en la caja.
Durante muchos años en aquella empresa tuvimos que soportar los cambios repentinos de tareas a realizar. Cuando por fin pude trabajar como técnico de calle la mayor parte del tiempo, la empresa nos obsequió con una agenda. ¿Qué significaba esto? Nada más y nada menos que organización en el trabajo. Podíamos anotar clientes, horas, teléfonos, citas, etc... realmente maravilloso. Vaya, pero como siempre había una pega... Esa agenda sólo era una ilusión, una cárcel para tu mente (Matrix a lo barato). La realidad era que no servía para nada. El factor endógeno "jefe", el factor endógeno "secuaces" y el factor endógeno "acólitos" se encargaban de destruir el delicado equilibrio de la agenda. Uno tenía organizado casi todo el trabajo para el día, en una agenda cutrilla. Cuando estabas preparando las herramientas, ibas saliendo por la puerta o ibas a coger la furgoneta, aparecía el gerente y te preguntaba: "¿Qué vas a hacer?" Le decías por ejemplo: "Tengo que ir a arreglar un equipo en el cliente X". El jefe te contestaba, por ejemplo:"Eso no, vete a casa de mi amigo Y y le miras un problema que tiene con el correo y le enseñas a crear reglas para ordenarlo". Por supuesto, tú te tenías que encargar de llamar al cliente y contarle una "mentira piadosa"*(según palabras de mi jefe), como que se te había estropeado el coche, te habías liado en otro lado, estabas enfermo y llegabas tarde ese día o cualquier otra barbaridad. El cliente se lo creía el primer día y te perdonaba. Pero al siguiente, vuelta a la misma historia, otra vez llamar y disculparte. Al final el cliente se cogía un enrehostiamiento de aquí te espero, con lo cual acababa yendo a solucionarle su problema cuando me dejaban en paz el jefe y sus acólitos, es decir, fuera de horas de trabajo. Imagínense que esto me sucedía varias veces cada día y todos, absolutamente todos, los días de la semana. La agenda era un mito, porque nunca se podía realizar. Acabé por tirarla a la basura. Naturalmente, mi jefe ajeno a todo dolor. Cuando el cliente se quejaba, el gerente escurría el bulto y señalaba para ti como único culpable, además de contarle que él había especificado que se le atendiera preferentemente y que el pringadillo de turno no había hecho lo que se le había encomendado, a parte de mentir.
* Mentira piadosa: Aplicando la definición de la empresa de Erkemao: dícese de aquella expresión que falta a la verdad, disimulada como una buena acción. Buena acción desde el punto de vista de un mentiroso compulsivo. Desde el punto de vista real y serio: una mentira en toda regla.
2 comentarios:
Jeje... muy bueno! se podría haber ilustrado con un dibujo de una agenda con dientes que persigue a er kemao... XD ... o que pendiera desde la altura (cual espada de Damocles) al acecho para caerte encima!
Creo que la podríamos incluir como tragedia griega! Apuntando los trabajos delante de los clientes... "si si, para el próximo lunes, aqui lo anoto".. y el siguiente lunes.. "mira, que es que me lié en otro cliente....bla bla bla", "¿Cómo? si te ví apuntarme y no había nadie más ese día"... "¿es qeu bueno...?" Que mal lo pasaba mintiendo a los clientes.
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