Como mi empresa tenía grandes proyectos, pero adolecía de la capacidad técnica para realizar algunos de ellos, toda la infraestructura de servicios de Internet teníamos que alquilarla a un proveedor de estos servicios. Había pasado el tiempo prudencial como para tener que cambiar el servidor que teníamos, y además, había que añadir otro más para las nuevas herramientas (motor de base de datos y servidor de aplicaciones). Por esta razón, a principios del año 2005 hubo que migrar todo los servicios. Esto significaba, al menos, un día en que todo quedaría paralizado. Los clientes tendrían sus páginas web fuera de servicio, no recibirían correos electrónicos, no podrían hacer modificaciones en sus web, etc... Escogimos un viernes para hacer el cambio. Si algo salía mal, todavía tendríamos el fin de semana para solventar problemas inesperados. Y así es como se cumple la ley de Murphy. Lo que en principio se previó para unas pocas horas, acabó llevando varios días. Todo salió mal. Los scripts para transferir las configuraciones del servidor WEB fallaron y muchas cosas quedaron a la mitad. Servicios como correos o FTP daban problemas. Algunas páginas no funcionaban correctamente. Nos pasamos todo el viernes y todo el sábado pendientes de que se solucionara. Cuando volvimos el lunes funcionaba lo básico, pero había servicios deshabilitados. Todavía llevó unos días que todo volviera a la normalidad. En este proceso de cambio perdimos algunos clientes que se enfadaron notablemente, y sembramos la semilla para que otros lo hicieran la próxima vez que se produjera un error. Tiempo después tuvimos dos importantes: un problema de acceso desde mi región (de donde eran la mayoría de nuestros clientes) al servidor (culpa de un nodo de comunicaciones) y un ataque hacker. Todas estas causas estaban socabando las bases de la mega-empresa que promocionaba mi jefe. Mucha gente se estaba dando cuenta de que había una gran fachada que conducía a una chabola. Se les había vendido mucha imagen, pero de algo que era insustancial. Trabajábamos a un nivel más doméstico de lo que publicitaba "la élite" (gerente y acólitos). No fue sólo por esta razón, sino por muchos pequeños detalles que quedaban a la vista en cualquier faceta de mi empresa.
Lo más interesante era que vendíamos a los clientes que los servidores eran nuestros, cuando realmente sólo estaban alquilados, por lo menos su uso estaba restringido. El servidor WEB no lo podíamos tocar ni teníamos acceso para realizar las instalaciones y modificaciones que nos hacía falta. Esto nos obligaba a depender constantemente del proveedor y los trabajos iban más lentos, todo se ralentizaba y los clientes acababan mosqueados porque los plazos no se cumplían. Si mi empresa hubiera negociado otro uso más adecuado seguramente hubiera subsistido bastante más, pero claro, a medida que el tiempo pasaba, mi negocio cada vez era más deudor, y desde una posición deudora no puedes tener muchas exigencias.
Nuevamente, la empresa me prometió un día o dos libres por el trabajo. A mí no me interesaba el tiempo, sino el dinero. Pero en mi organización, de dinero, podías hablar lo justo, sobre todo si eras un pringadillo. De esta forma, no esperé ni media semana y cogí esos días. Sabía que si no lo hacía lo antes posible, no los vería nunca, como me había ocurrido todas las veces anteriores. Ni que decir tiene que mi jefe se sorprendió bastante por la rapidez con la que solicité esa compensación, y seguro que no le gustó lo más mínimo. A esas alturas yo no concedía nada a la empresa. Bastante me había explotado ya.
Lo más interesante era que vendíamos a los clientes que los servidores eran nuestros, cuando realmente sólo estaban alquilados, por lo menos su uso estaba restringido. El servidor WEB no lo podíamos tocar ni teníamos acceso para realizar las instalaciones y modificaciones que nos hacía falta. Esto nos obligaba a depender constantemente del proveedor y los trabajos iban más lentos, todo se ralentizaba y los clientes acababan mosqueados porque los plazos no se cumplían. Si mi empresa hubiera negociado otro uso más adecuado seguramente hubiera subsistido bastante más, pero claro, a medida que el tiempo pasaba, mi negocio cada vez era más deudor, y desde una posición deudora no puedes tener muchas exigencias.
Nuevamente, la empresa me prometió un día o dos libres por el trabajo. A mí no me interesaba el tiempo, sino el dinero. Pero en mi organización, de dinero, podías hablar lo justo, sobre todo si eras un pringadillo. De esta forma, no esperé ni media semana y cogí esos días. Sabía que si no lo hacía lo antes posible, no los vería nunca, como me había ocurrido todas las veces anteriores. Ni que decir tiene que mi jefe se sorprendió bastante por la rapidez con la que solicité esa compensación, y seguro que no le gustó lo más mínimo. A esas alturas yo no concedía nada a la empresa. Bastante me había explotado ya.