24 marzo 2007

El mobiliario de la desidia

Este es otro de los temas de mi empresa que no puedo resistirme a narrar. Se trata del enésimo ejemplo de mala gestión, hipocresía, vanidad y soberbia del gerente. Me explico. No lo es en cuanto a las ventajas propias de tener unas mesas y sillas de oficina nuevas, a parte de las mamparas y las cortinas, anteriormente descritas. Lo es en cuanto al momento económico, las circunstancias y el agravio comparativo respecto a los miembros del taller en las etapas precedentes. Daba la sensación de que una vez muerto mi departamento, se permitía vía libre para hacer todo lo que antes no se había hecho. Parece como si el taller hubiera estado demorando el que la empresa "tirara la casa por la ventana". A mí, como miembro del selecto grupo de los pringadillos, me daba la sensación de que el negocio se estaba riendo de mí. Hubo muchas cosas que pedíamos o necesitábamos y que no podíamos alcanzar, repentinamente se cierra mi departamento, y todo aquello que antes no podía ser, ahora sí es posible. Aún abierto el taller y también poco tiempo después de la finalización de los trabajos forzados (los cuales aún no he terminado de exponer), la empresa adquirió mobiliario nuevo: mesas de oficina, sus respectivas cajoneras, sillas anatómicas, las citadas mamparas y cortinas... Al menos unas 18 ó 19. Una cantidad considerable para atender a todos los empleados venidos y por venir. Ignoro su coste, pero debió ser elevado. Mi jefe estaba en pleno éxtasis derrochador. Lo importante es la imagen. Ya se los he comentado a ustedes. Los clientes eran agasajados con expléndidos recorridos turísticos a través de todo el comercio, disfrutando de las explicaciones y las muestras de egolatría del gerente. Lo más curioso era que había ciertos problemas en los pagos, pero no se dejaba de comprar material. Sólo se me ocurren dos ideas: locura o expectativas de grandes ingresos. La primera, seguro ;) Cuando la empresa ya emprendió su caída irrefrenable hacia el vacío, eran frecuentes las llamadas de esta empresa de mobiliario, exigiendo la satisfacción de los cobros adeudados por mi negocio. Ignoro si al final todo fue arreglado, pero fuera cual fuese el resultado, lo cierto es que el gerente estaba tomando decisiones absurdas a cuenta de ingresos que no tenía y que no podía obtener.
Para mí, la mayor novedad fue que por fin tenía un sitio propio en la empresa, es decir, un sitio privado y no público. Durante todos los años anteriores, mi sitio y mis cosas eran utilizadas por todos. Ya tenía una mesa, una silla y un ordenador que podía utilizar con total exclusividad, lo cual no justifica que la empresa se endeudara para ello. Yo no necesitaba aparentar.

23 marzo 2007

Las reuniones

¡Qué tema tan pesado! ¿cómo hablar de ello sin dejarse dormir? jajaja Como lo leen. Seguro que todos mis compañeros se acordaran de aquellas largas sesiones de discursos monótonos y aburridos en los que no se llegaba a ninguna conclusión, y en los que todos los reunidos bostezábamos como posesos. ¿Cómo llegamos a eso? ¿Todavía me lo preguntan? En las grandes empresas se hacen reuniones para tomar decisiones. Mi empresa no era grande, pero mi jefe se pensaba que sí, por lo tanto había que hacer muchas y largas tertulias para aparentar lo "inaparentable". Al principio fueron pocas, pero luego, a medida que mi jefe se llenaba de soberbia, las reuniones eran tan constantes que ya íbamos en peregrinación a la "Sala de reuniones" desde primera hora de la mañana. Esto es lo que tienen el sistema de gestión de la calidad, y si no lo tiene, mi empresa, le dio un nuevo sentido. ¿De qué hablábamos? De muchas cosas y las menos del negocio. Solía haber un protagonista indiscutible, que era mi jefe. Comentaba temas de la empresa y sobre todo los suyos personales. ¡Qué pesadez! Que si tenía un amigo, que si la hija, que si no se quien, que si no se cuanto... Salías de la sala y no tenías ni idea de para qué habías entrado. No se tomaba ninguna decisión fundamental o por lo menos no tenías la sensación de que hubiera una acción ejecutiva sobre algo después de tales reuniones. El gerente, siempre apoyado por los acólitos salía de allí con la terapia realizada. Para él era un método de promoción y de engañar a los empleados. Contaba, contaba y contaba cosas y cuando le hacías alguna pregunta que no sabía responder o que no quería contestar, te empezaba a marear y a perder el norte de la conversación, para no responderte. Estábamos tan acostumbrados a estos artificios que dejábamos de prestarle atención rápidamente. Durante el proceso de destrucción de mi departamento, y luego con el cierre definitivo, los trabajos forzados y en el periodo de transición y caída (que aún no he descrito) yo hacía lo siguiente: miraba fijamente a los ojos al gerente. No pestañeaba, no respiraba, no hacía gestos. Como un bloque de piedra no dejaba de mirarlo. Esto le ponía nervioso, porque le daba la sensación de que le estaba cazando en las mentiras que contaba. Muchas veces él intentaba fijar la vista en otro lado o trataba de excusarse o de explicar mejor lo que decía. Realmente yo me lo pasaba bien. "¡Sé que me mientes, confiesa!". Llego a ser tan sofocante y molesta mi postura que hasta en una reunión, la acólita número 2, llegó a decirme que dejara de mirarla porque se sentía incómoda y le daba la sensación de que yo estaba poniendo en duda sus palabras. Yo pensaba para mis adentros:"No me intentes vender la moto, ni tomarme el pelo y yo no tendría porqué mirarte de esa manera". Algo de vena rebelde estaba aflorando en mí. Necesitaba responder a todos los abusos que padecía, y ya que no tenía valor para hacerlo directamente, lo hacía indirectamente, recriminado con la mirada cada palabra que salía de las bocas del "Consejo de Dirección". Por otro lado las constantes y aburridas tertulias dejaban dormidos a más de uno. Tremendos monólogos sin sentido. Uno de los chicos del aire acondicionado llegó a decirme: "Nunca había visto una empresa donde hicieran tantas reuniones". Podíamos perder media mañana en sandeces y volver al día siguiente a perder otra media con las mismas necedades. Entre la burrocracia y los delirios de grandeza, se estaba fulminando la empresa; las discusiones bizantinas, estaban haciendo el resto.
Las reuniones fueron siendo cada vez más estrambóticas, superfluas, alucinantes y etéreas. En cada nueva tertulia mi jefe te decía cosas más inverosímiles que en la anterior. Aquello se estaba convirtiendo en una locura, pero de eso ya hablaremos ;)

El aire acondicionado: ¿realidad o ficción?

Esta semana no paramos con los sucesos risibles de aquel verano de 2004 en mi empresa. Este es uno de los más estrafalarios, puede que no tanto como la huida del descampado, pero desde luego que tiene su gracia, sobre todo sabiendo el final de toda la historia. Como he venido diciendo, aquel estío fue una sucesión de trabajos forzados que cumplían dos objetivos para mi jefe: por un lado, ahorrarse un buen dinero en contratar a empresas externas, y por otro lado, escarmentar a un par de pringadillos a los que no nos tenía ninguna consideración. Si tenemos en cuenta, y a mi juicio, que mi jefe pensaba que éramos unos vagos y unos ladrones, y teniendo también en cuenta que mi jefe era cobarde y rencoroso, esa era una buena manera de devolver los supuestos golpes. Tremendo déspota desinformado y desinteresado en informarse. Nos habíamos matado a trabajar durante 6 largos años, cobrando una miseria, para que encima nos tratara como basura.
Con el dinero fácil de las subvenciones entrando a raudales por la puerta, el taller técnico clausurado, los nuevos círculos de amistades del gerente y con los deseos de grandeza y aparentar que además tenía, se comenzaron a realizar multitud de reformas en la empresa: nuevas instalaciones en el sótano, ampliar la sala de programadores, poner parquet donde faltaba, pintar todos los locales, etc... Otra de ellas era, el aire acondicionado. Mi jefe quería tener unas grandes instalaciones que sorprendieran y encandilaran a todos los clientes, amigos, vecinos, desconocidos y demás. El calor y el sol apretaban fuerte la mayor parte del año, el frío era notable en invierno y sólo unas cortinas nos protegían de las inclemencias. A través de la acólita número 2 se localizó a unos operarios que se dedicaban a la instalación de aire acondicionado. Como mi jefe era pícaro y avaro, les propuso (o al menos, creo que fue así) que hicieran este trabajo por su cuenta y en sus horas libre, así mi jefe se ahorraría mucho dinero que si lo contrataba a través de una empresa formal. Aquello fue una locura y un trabajo no demasiado fino, poniendo tubos y más tubos acolchados por todos los falsos techos de la empresa, ensamblando en una de las nuevas habitaciones del sótano grandes ventiladores y maquinaria... Mucho trajín por todos lados. Al final los chicos del aire acondicionado eran mis compañeros ya que la empresa había decidido que yo era un trabajador que no se merecía pertenecer a ella, por lo menos en igualdad de condiciones a los demás miembros del negocio. Cuando por fin se "terminó" con este asunto, había sucedido lo siguiente: faltaba una de las máquinas que estaba pendiente de llegar de ultramar, se producían goteras en varios sitios por lo cual no se podía activar el sistema mucho tiempo, sólo había aire acondicionado en el despacho del jefe (a los demás que nos dieran), la empresa no había pagado las partes acordadas a los operarios, con lo cual todo el trabajo se quedó a la mitad. El equipamiento podía rondar los 24.000 euros más o menos, de los cuales no sé si se satisfizo el total o sólo una parte. Recuerdo que el último día que vi a los chicos, hubo grandes gritos y taponazos sobre la mesa del gerente. Ni sus rancias mamparas acallaron la trifulca que se estaba viviendo dentro. No fue la única. Hubo muchas con anterioridad. La super-empresa con los super-proyectos y super-clientes empezaba a mostrar que no era tan super, sino lo de siempre, con un jefe crecido y arrogante incapaz de negociar pequeños trabajos y resolver problemas ajenos a nuestra actividad. La burbuja estaba creciendo demasiado rápido y ya empezaba a mostrar algunas fisuras. Nunca llegamos a saber nada de la máquina de aire acondicionado que faltaba. Se convirtió en otro mito de mi empresa.
Sin duda la frase clave de toda esta historia, en lo que a mí respecta, fue una que me dijo el jefe un viernes. Los chicos del aire acondicionado como trabajaban para otra empresa, no disponían de mucho tiempo libre para hacer sus faenas particulares, con lo cual continuarían la instalación el fin de semana. Mi jefe, probablemente tenía algo ocioso que hacer esos días, pero alguien tendría que abrir y cerrar la empresa y quedarse con los operarios, por lo cual zalamero, ladino y halagador, me dijo lo siguiente: "Erkemao, ¿tú trabajarías un domingo?" JAJAJA Internamente me partí de risa. Es que este personaje, ¿no tenía el más mínimo sentido de la decencia y la vergüenza? Después de pisotearme durante tantos años y humillarme todos aquellos meses, pensaba que iba a hacerle el favor de disfrutar de su fin de semana, mientras yo me quedaba como un estúpido pintando la empresa en mi tiempo libre, después de todo lo que había perdido de mi vida por culpa de aquel comercio tan desagradecido. Además, ¿a cambio de qué? ¿de otro día libre de los muchos que no había visto en todos aquellos años? Como si no doliera cobrar un sueldo mísero por trabajar de sol a sol. Que se lo dijera a los acólitos y empleados de alto nivel, que para eso percibían una remuneración considerablemente más digna que la mía y tenían una calidad de vida en la empresa mucho mejor. Yo, por otro lado, ya tenía planes para ese fin de semana, por fin, después de mucho tiempo apenas sin salir de lo cansado, amargado y deprimido que estaba. Y si no los hubiera tenido, me los hubiera buscado. Estaba claro que yo iba a pagar por esto. Mi jefe no lo dejaría pasar sin más. Le había fastidiado algo que tenía que hacer el fin de semana, y por lo tanto tenía que vengarse de mí. No tardó mucho en hacerlo, y lo hizo de la manera más deleznable, vil, pendenciera, ruin y miserable que pudo.

22 marzo 2007

¿Trabajo yo para una empresa de reformas?

Ya es jueves y estoy dispuesto a narrarles una de las mil y una emocionantes aventuras que pasé en aquella empresa, y más concretamente en aquel verano de 2004. ¡Fueron días de gloria, de lucha, de libertad! Ups, creo que debería ver menos películas épicas. Centrémonos. Llevaba todo el verano condenado a trabajos forzados por la misma empresa que me había dado las prácticas cuando estudiaba y la misma empresa que me había contratado para hacer funciones de técnico informático, pero poniendo en el contrato el término "ayudante electricista". Genial. Creo que todo ello se debía a mi Master en Enroscamiento de bombillas. Completamente humillado y degradado en mis funciones, por ser una carga molesta para la empresa (no ser lo suficientemente pelota con el jefe), me dediqué durante los meses estivales a desmontar armarios, poner parquet, quitar cristaleras, huir de descampados y otra serie de tareas muy propias de una empresa de ordenadores. Mi jefe, sabedor de que se había portado muy bien conmigo por darme la oportunidad de seguir en una empresa, en la que no merecía estar, decidió que debía darme algún tipo de recompensa a mis 6 años de abnegado esfuerzo, así que nos propuso a otro compañero pringadillo y a mí, tener la oportunidad de demostrar nuestras dotes artísticas y creativas, llenando de luz y color toda la empresa, es decir, dando brochazos todo el verano. Como nosotros no éramos pintores bohemios lo suficientemente excéntricos para transgredir el arte del pintado de interiores, estimó que debíamos seguir con los pies en la tierra. De esta manera continuamos atendiendo los pocos mantenimientos que nos quedaban y atendíamos a partes iguales nuestras salidas a la selva de cemento y la "tranquilidad, paz y armonía" de nuestro pequeño rincón de labor, osease, la empresa. Mi jefe, temeroso de nuestra seguridad personal, se obstinó en que estaríamos más protegidos si seguíamos limpiando basura y armando estanterías de metal. Por aquel entonces el sótano que antes había servido de taller, que se pensaba utilizar como centro de datos y que con tanto esmero habíamos vaciado, al final, empezó a convertirse en otra cosa. El gerente había contratado a una empresa dedicada a las reformas, y que se iba a encargar de convertir ese sótano en una pulcra y moderna zona de extensión de la oficina. Sala de juntas, cuarto de archivos, amplia sala de espera, sala principal de máquinas del aire acondicionado, cuarto de los ratones y mazmorra para elementos disidentes a la política de la empresa serían las estancias en las que se iba a dividir aquel antiguo almacén. Durante varios meses, no cesó el sonido de las pistolas de clavos, el ir y venir de operarios descargando planchas de pladur y yeso, máquinas para aserrar las planchas y cortar las guías de aluminio... El ambiente se tornó polvoriento y húmedo. El olor del yeso para tapar las uniones dio paso al intenso olor de la pintura. Cuando acabaron con aquel recinto, mi jefe les embaucó con la socorrida frase: "y ya que estás aquí...", abreviada en la expresión "ya que". Con ello consiguió que le taparan y embellecieran la parte baja de los soportes de los ventanales, que tenían cierta herrumbre y muy mala apariencia para una empresa tan "cool" como la nuestra. El ruido de las pistolas de clavos, el yeso, el pladur, la pintura y otras muchas sensaciones empezaron a tomar forma en la zona de programación, consiguiéndose así un perfecto equilibrio entre ruido, suciedad y programación de aplicaciones Web. Nuestro negocio quería ser puntero y "exclusivo" en ciertos campos, y ahora lo había conseguido. Yo, como miembro escardado de la organización, tuve nuevos compañeros de fatigas, y estos no fueron otros que los chicos del pladur y los chicos del aire acondicionado, de los que hablaré en la próxima entrada. En horas de trabajo, tenía más relación con ellos que con la gente de mi propia empresa, excepto los pringadillos. Para mí no fue ningún problema porque trabo amistad rápidamente con la gente, sin importar su trabajo o estatus económico. Mi jefe, tal vez entendería que conseguía aplicarme un correctivo ejemplar haciéndome el vacío o degradándome (mobbing puro y duro), pero para mí era como unas vacaciones de reformas en casa. Sin prisas, sin agobios, sin tener nada que poder reprocharme el gerente... ¿qué me iba a decir?¿pintas mal? Absurdo. Con esas medidas consiguió hacerme daño unas semanas más tarde, pero por una cuestión diferente y que, por supuesto, les narraré.
Entre los cuartos que se habían creado en el sótano, había uno que tenía una función muy especial. Era algo así como el taller de reparaciones y mantenimientos de los ordenadores corporativos. Estaba pensado para arreglar los equipos propios de la empresa, y si surgía la necesidad, alguno que tuviéramos en mantenimiento. Esta habitación estaba en la última esquina del fondo y había que traspasar tres puertas para llegar a ella. Mi compañero pringadillo era el "afortunado" premiado con esa mazmorra. Lejos de la luz del sol, lejos del aire fresco, lejos del mundo y sobre todo lejos de los compañeros y del contacto con la gente. Una habitación creada para hundir, vejar, amargar, desolar, encerrar, frustrar, agobiar, deprimir y humillar hasta la locura a cualquiera que permaneciese en ella. En eso se había convertido el gerente, en un sádico. En un ser insensible que disfrutaba con el castigo a sus semejantes. Esa es al menos, mi visión de las cosas. Mi compañero lejos de dejarse oprimir, buscó un lugar entre las muchas mesas libres de la sala de programación. El jefe, al verlo, se enfadó notablemente y le situó cerca de otro compañero. Precisamente juntaba a los dos que peor se llevaban en toda la empresa. Si es que cuando hay ganas de fastidiar...

21 marzo 2007

Las mamparas del poder

No podía ser de otra forma. Durante todos los años que había estado en la empresa, nadie tuvo despacho. Mi jefe, en el garaje, tuvo algo parecido a un cuchitril desordenado y polvoriento, más parecido a una mesa de una chatarrería que a un despacho de un gerente. Cuando nos mudamos, se ve que el dinero sólo daba para los vicios justos y, acostumbrado como estaba, al ambiente mundano, no perdió mucho el tiempo en establecer el orden jerárquico visible, es decir, un despacho que lo separara realmente del resto de los trabajadores. Tenía algo así como un espacio acotado por pequeños armarios caóticos y llenos de papeles y objetos varios (cada cual más inútil que el anterior). Con el amanecer de los nuevos tiempos, los del dinero fácil y los grandes proyectos, ya era hora de definir quien era gallo del corral. En múltiples ocasiones, y como bien me recuerda un ex compañero, comentarista de este blog, los clientes confundían a algunos empleados con el jefe, es decir, lo veían como a un pringadillo. Eso hiere profundamente el orgullo de un orgulloso. Seguramente, y basado en mi imaginación, sus nuevas amistades le enseñaron despachos y le enseñaron que la elite* no se mezcla con la plebe. Mi jefe se vería en inferioridad en su nuevo círculo de relaciones, y la mejor forma de desahogar esta frustración, es oprimir a los que piensas que están supeditados a ti. Como he dicho alguna vez: la mejor forma para parecer más alto es escachar** a otro. No sólo el jefe tendría su propio cubículo, también el acólito número 1, que tan fielmente le había apoyado en toda esta transición, fue merecedor de otro espacio privado. Ahora emperador y virrey gobernaban desde sus tronos inmaculados. Por supuesto, en las ventanas interiores de sus despachos, aquellas que daban a las mesas de los empleados, pusieron persianas.
Se contrató a una empresa dedicada a la instalación de mamparas para despachos. Donde antes había estado el taller, se instaló el gerente. Donde antes había estado el "despacho" del jefe, se instaló el acólito número 1. El montaje fue muy sencillo y rápido. Las grandes sonrisas no se ocultaban en sus caras. Mi jefe había crecido de volumen, hinchado de soberbia. Ahora si era como los jefes de verdad. Ahora podía mostrar su pequeña atalaya de vanidad a todo el mundo. Tanto era así que casi cualquier cliente era invitado a recorrer media empresa para "admirar" la alcurnia y magnificencia del gerente. Todavía estábamos empezando con las demostraciones de poder y grandeza. Por supuesto, los trabajos forzados no habían concluido. Había mucho más que hacer, entre otras cosas, desmontar todos armarios, panel por panel, chapa por chapa, tornillo por tornillo. Este que les habla, fue el encargado de tales menesteres, así como de clasificar y transportar todo esa madera hacia los sótanos. El jefe todavía daría mucho más de sí. Estas reformas costarían su buen dinero, el cual seguramente salió de las horas extras no pagadas y los sueldos no aumentados a los pringadillos, pero como siempre digo, eso son conjeturas mías ;)

* y ** Según la Real Academia Española:

escachar.

(De es- y cachar1).

1. tr. Cascar, aplastar, despachurrar.

2. tr. Hacer cachos, romper.

3. prnl. Col. equivocarse.


élite o elite.

(Del fr. élite).

1. f. Minoría selecta o rectora.


20 marzo 2007

Las cortinas del sublime

Este es uno de los temas que más gracia me hace y que a la vez me enerva de sobremanera. No se fíen del título, tiene un trasfondo más profundo de lo que pudiera parecer a simple vista. Describe como la arrogancia, la mala fe, el desprecio y otras pésimas facetas del ser, afloran en el momento más inesperado o simplemente siempre han estado ahí, pero no nos hemos molestado en mirar. Toda esta historia comienza cuando nos mudamos del garaje en el que empezó su andadura la empresa. Nos instalamos en unos nuevos locales que tenían un salón a nivel de la calle y un sótano cada uno. Eran amplios y espaciosos. Tenían mucha iluminación y no se parecían en nada a la lúgubre y oscura mazmorra en la que había trabajado varios años. El local principal, el que tenía acceso desde y hacia la calle, estaba dedicado a la zona de atención a clientes, los mostradores, los armarios con material y finalmente, ocupando la mitad trasera, el taller. La parte administrativa, donde estaba el gerente, los acólitos, los programadores y la administrativa, se situaba en el otro salón. A este lado se accedía mediante una puerta de aluminio y cristal. Un gran escaparate se situaba entre ellos y la calle. En la parte trasera, unas amplias cristaleras permitían ver un enorme patio interior y la parte posterior de los edificios que estaban enfrente. En mi tierra, suele hacer sol y calor la mayor parte del año. El astro rey penetraba con gran ímpetu por los ventanales que daban a esa explanada y sus rayos caían inmisericordes sobre el despacho de mi jefe (por aquel entonces una mesa y poco más) y una pequeña sala de reuniones. Para proteger estas estancias, la empresa había comprado unas cortinas. De esta manera, desde los primeros días en el nuevo recinto, mi jefe, disfrutaba de protección contra el sofocante calor y la cegante luz que traspasaba los cristales. En el otro local de la empresa, el taller tenía las mismas condiciones al encontrarse también junto a los ventanales interiores, pero con una sutil diferencia: no teníamos cortinas. Día tras día, semana tras semana, año tras año el sol caía implacable sobre nuestros puestos. La intensa luz no nos permitía ver el contenido de los monitores. El calor era insoportable. Los compañeros que tenían sus mesas más cerca de los vidrios intentaban protegerse apilando cajas y cartones. Realmente bochornoso. No se podía trabajar. Muchas veces expusimos el problema a nuestro superior. Muchas veces nos quejamos de la necesidad de unas sencillas cortinas, que nos evitaran ceguera y quemaduras. La respuesta siempre fue la misma: "No hay dinero para cortinas". Así pasaron varios años trabajando en esas condiciones. Cuando por fin se cerró mi departamento y su sitio fue ocupado por el despacho del gerente ¿Adivinan que ocurrió? Sí, eso mismo. Tantos años sufriendo y ..."casualmente" cuando mi jefe se instala en ese lugar, hay dinero para comprar nuevas y flamantes cortinas.

Yo no creo en las casualidades.

19 marzo 2007

¿Para qué sirve un sindicato?

Ahora sí lo sé, pero hubo un momento en mi vida que no lo entendía. Y ustedes dirán: ¿por qué? La razón es muy sencilla: hay gente dentro de los sindicatos que deberían dedicarse a otra cosa y no a defender los derechos de los trabajadores.
En fechas próximas a la desaparición de mi departamento, cuando todo el pescado había sido vendido, y era más que seguro que tarde o temprano y de una forma más o menos fraudulenta mi jefe iba a cerrar nuestra área de trabajo, decidí ir haciendo varias cosas que me pudieran situar en una buena posición a la hora de salir de la empresa o de quedarme en ella. Mi deseo era irme, pero tan cierto como que el taller iba a terminar su actividad, era que nunca podría salir de aquella empresa por la puerta de delante y mucho menos cobrando una indemnización. Mi jefe hubiera preferido comerse el dinero que pagar un sólo céntimo a cualquiera de los pringadillos. Entre las opciones que tomé estaba: hacer un curso de páginas WEB y afiliarme a un sindicato. Obviamente la segunda era la medida de presión. Yo era pequeño y débil. La empresa era más fuerte que yo. Ahora yo formaba parte de algo que me hacía más fuerte, o al menos, eso era lo que pensaba.
Se supone que al afiliarte consigues información sobre lo que tienes y lo que no tienes que hacer en una empresa y apoyo profesional para afrontar los problemas que puedas tener en el seno de un negocio. Poco después de afiliarme y en plena agonía por los trabajos forzados que estaba realizando, decidí que esto no podía ajustarse a derecho de ninguna forma. Acudí a la sede principal del sindicato en mi provincia y hablé con la "persona encargada" de asesorarme, antes de acudir directamente a los abogados. Después de esperar un buen rato a que esa persona dejara de hablar con sus amigos por teléfono y de que terminara de fijar los detalles para su próxima fiesta sindical, le expuse todo lo que me estaba ocurriendo. Le conté el cierre del taller y los números ficticios que el gerente había puesto sobre la mesa y le resumí la serie de vejaciones que estaba sufriendo por la obligación de realizar una serie de trabajos forzados para los cuales no había sido contratado (ya que yo era informático) y que suponían una discriminación respecto a mis compañeros. Todavía si me hubieran pagado como pintor, casi me hubiera callado. La respuesta fue tan simple como aterradora: "Tú no te puedes negar a hacer lo que te digan". Yo no podía entender lo que me estaba diciendo. ¿Qué pasaba con mis derechos? ¿Con mi dignidad como trabajador y como persona? ¿No había un modo de evitar todos esos abusos? Este individuo, más pendiente del vino y la carne que iban a tener en la fiesta que de cualquier asunto laboral, me despachó rápidamente, como a un mosquito molesto que le estaba fastidiando la siesta. Y siguió repitiéndome: "Tú lo que no puedes hacer, es negarte a lo que te digan". No me dio más opciones, ni alternativa alguna. Simplemente, aguántate que la vida es así. Con ejemplos como el citado, podrán entender mi desilusión con todo el movimiento sindical. Ellos y nada eran lo mismo. Encima tenía que pagar cuotas por darle la razón a mi jefe. Ese verano fue bastante largo. Todo me iba mal, hasta lo más obvio y seguro me estaba fallando. No fue la última vez que me pasé por la sede del sindicato y en las siguientes ocasiones las cosas fueron muy diferentes. Había una nueva persona, más dinámica y más vital, con ganas de hacer muy bien su trabajo, y que ante la más mínima duda me decía: "vete inmediatamente a ver a los abogados". Y así fue. Cuando casi al final de esta historia necesité recurrir al sindicato y esperar de ellos todo su bien hacer, profesionalidad e interés, lo obtuve. Esa es otra historia y será comentada en otro momento. De todas maneras, todavía me escarda recordar la pasividad y desinterés de aquella persona, que más que defender los derechos de sus iguales, dejaba a la voluntad del empresario, disponer de sus trabajadores como mejor le viniera en gana. De mi experiencia, puedo contarles a ustedes, que en una situación como la mía, no se queden parados ante una sola opinión. Busquen, investiguen, pongan patas arriba a todo el sindicato, pero que alguien les ofrezca una solución.

18 marzo 2007

Los nuevos compañeros de trabajo

Hoy haré un alto en el camino. Pondré un paréntesis al ciclo sobre trabajos forzados que he estado contando estos días pasados (I, II, III, IV, V, VI) para describir someramente como se incrementó la plantilla de trabajadores de mi empresa, sobre todo orientada hacia la nueva política del negocio: el software en Internet. Todo esto dentro del plan megalómano de mi jefe de conseguir grandes cantidades de dinero fácil a costa de las subvenciones públicas, así como de organismos públicos. Lo importante es aparentar. En muchas ocasiones, vende más una imagen que mil palabras. Mi jefe, consciente de ello, dedicó mucho esfuerzo al acondicionamiento de los locales. De ellos ya he estado hablando, y lo haré aún más en los próximos post. La otra forma de impresionar era tener la oficina toda llena de gente, y en las mesas vacías poner ordenadores y detalles que simularan que alguien ocupaba ese puesto. No sé que apreciación de la realidad tendría el gerente, posiblemente pensara que en poco tiempo nuestra empresa sería muy importante, con lo cual contrató a muchos nuevos compañeros para tal menester. Puede que todos ellos fueran seducidos con bonitas palabras y grandes proyectos, futuros sueldos elevados y toda una batería de falsas promesas que mi jefe manejaba con habilidad. Y prácticamente todos ellos serían envilecidos una vez abandonaron la empresa.
Hacia el año 2003 comenzó a trabajar en la empresa una nueva compañera en el grupo de programación. Por aquel entonces estaba compuesto por los dos chicos que entraron a hacer prácticas un par de años después que yo, por otro de mis compañeros que también había estado padeciendo en el taller (que tendría una marcha muy indigna) y por el acólito número 1 que estaba llevando varias labores, entre ellas, sacar a la bestia que mi jefe tenía dentro y lavarle la cabeza con pequeñas ideas que se convertirían en grandes fantasías en el imaginativo cerebro del gerente. No recuerdo si en aquella época, las fricciones entre aquellos dos primeros compañeros y el jefe dieron lugar a las salida de los primeros de la empresa. Por supuesto cuando se fueron, y a lo largo de los años, sólo se dijo de ellos lo peor. Tiempo después, y debido a los despropósitos del gerente para hundir el taller y eliminar a algunos "peones" molestos, llegó a la empresa una chica que haría funciones de logística primero, y luego con el cierre de mi departamento no tendría funciones específicas. Como todos, aguantar hasta que la echaran. Sobre esas fechas (¡echadme una mano compañeros, que no lo recuerdo con exactitud!!) y en breve lapsus de tiempo entraron los otros compañeros de fatigas que acabaron siendo coordinadores y cuyas salidas de la empresa también fueron muy polémicas. Por supuesto, serían denigrados tras su marcha, por el siempre "perfecto" e "inocente" jefe que teníamos. Ya sobre finales del 2003 ó 2004 se incorporaría un diseñador gráfico que llevaba tiempo trabajando puntualmente para nosotros y después otra diseñadora gráfica. Justo con la caída del taller entraría a formar parte de la plantilla otra compañera que había estado haciendo sus prácticas de fin de carrera. Al mismo tiempo llegaron los primeros programadores de la nueva era. Uno que se gozó todas las obras, otro que entraría a mitad del verano y un tercero que también lo haría por esas fechas. Para dar la sensación de gran empresa, y seguro que de cara a alguna subvención, se puso en plantilla a la chica de la limpieza. Aún faltaba por llegar otro diseñador más. Así, en apenas un año, habíamos doblado la plantilla. Los procesos selectivos para algunos fueron más sencillos, pero para otros algo parecido a entrar en la NASA. Se les pedía un currículum desproporcionado a las funciones que iban a cumplir. En mi empresa estaban tratando de dar la imagen de ser una empresa puntera, en un campo en el cual sólo llevábamos poco tiempo y del que todavía no teníamos mucha idea. Es la teoría de la exclusividad. Los candidatos no elegidos, posiblemente difundirían la idea de una empresa de alto nivel con una selección muy estricta. Otra pieza más para crear una imagen falsa de cara al mundo. De esta manera, a finales de 2004, habría en plantilla unas 20 personas incluyendo alguna baja. Con el cierre de mi departamento, se trataría de reubicar dentro de la empresa a 5 de nosotros, es decir, colocar a algunos y librarse de otros. Los nuevos compañeros, y como casi la mayoría de los miembros en la empresa, estarían exentos de buenos sueldos durante su estancia, y serían obsequiados con abundantes evasivas cuando tratasen de reclamar sus derechos. Pero claro, eso sería una mala interpretación de ellos, mi jefe siempre les había hablado "claro" y con "sinceridad" X-D. Con todos ellos tuve y tengo buena relación y sé y deseo que sigan mucho mejor que cuando les tocó vivir aquellos "maravillosos" años.

17 marzo 2007

Los trabajos forzados VI: La proposición deshonesta

Sigo narrando las inquietantes desventuras que tuvimos que soportar en aquel estío de 2004, pero debo echar una mirada atrás para que dispongan de más información. Corría el año 2001 cuando mi empresa, definida dentro del concepto de PYME, adquirió unos locales más o menos modernos en una calle adyacente al garaje en el que trabajábamos. Hubo una mejora notable en algunos aspectos del trabajo, aunque en otros continuamos igual o peor. Durante el acondicionamiento de los locales, mi jefe encargó a un amigo (al que luego traicionaría como hacía con todo el mundo) la instalación del parquet y el pintado interior de las salas. Las paredes estaban a medio pintar cuando surgieron las diferencias entre ambos y se cortó la relación. Según mi jefe, él terminó de pintar lo que faltaba. Puede que fuera así, puesto que daban pena. Hasta un mico con un rotulador hubiera realizado un acabado más digno. No se habían dado las suficientes capas y se notaba cada brochazo, a parte de que el color era un verde hospital bastante deprimente. Las columnas habían sido destacadas con un verde más oscuro y más tétrico. Por supuesto mi jefe siempre acusaba a su amigo y el ayudante de lo mal que había quedado todo. En fin, no haré comentarios al respecto. En plena efervescencia de prepotencia y podredumbre arrogante de mi jefe, y con la inclusión de 2 diseñadores gráficos en la plantilla del negocio, decidió que había que dar un toque más distinguido al comercio. Uno de los diseñadores recomendó un tono arena para las paredes y un azul semioscuro mate para las columnas (ambos colores estaban presentes casualmente en la antigua plantilla de este blog, que ya ha sido cambiada ) Aquí es cuando entramos de nuevo en juego los pringadillos. Volvemos a donde lo había dejado ayer: "Tengo una proposición deshonesta que hacerles..." Cuando mi jefe bajó ese día las escaleras para hablar con nosotros, no tenía en mente nada bueno. Pendenciero por naturaleza, altamente rencoroso, demasiado vengativo y manifiestamente cobarde, estaba ideando una nueva fórmula de humillarnos, pero esta vez también le movía un propósito económico, y que no era otro que ahorrarse mucho dinero en profesionales de pintura. ¿Para qué contratar a un pintor, cuando tengo un par de pringadillos sometidos, a los cuales puedo explotar? Se acercó a nosotros cual serpiente sibilina, reptando y siseando. Su cara era la representación del halago interesado, de la falsedad, de la verborrea embaucadora. Sus palabras eran ponzoña que impregnaban el ambiente, volviéndolo venenoso e hiriente. Escondían tras de sí la certeza de recriminación, el rencor y la venganza. Dejaban entrever crueldad y castigo si no se aceptaban sin condiciones. No había nada bueno en él ese día. Ladino y zascandil* nos ofrecía humillación a cambio de perdón. Pero perdón, ¿por qué? Tal vez por no hacerle la pelota como algunos de los miembros de la empresa. ¿Tal vez por haberle retrasado durante tanto tiempo sus intentos de destrucción del taller...? Nunca se sabrá. De esta manera, sonriente y pérfido nos conminó a cesar las tareas que estábamos realizando: colocar y ordenar un montón de trastos en las estanterías recién montadas. Nos dijo:" Tengo una proposición deshonesta que haceros..." Seguía riendo como si fuera un juego. Él sabía como chantajear."Voy** a pintar la empresa y como ustedes están realizando las mudanzas y desmontajes, lo mejor es que se encarguen de ello, que alguien de fuera. Esto es lo que les tenía que decir. Piénsenlo y me dicen que decisión toman." (aunque no sean las palabras exactas, la idea de la conversación era esa). Se fue. Evidentemente eso era otro abuso más. Lo teníamos claro los dos, pero había un problema. Mi compañero estaba muy nervioso, le entró una paranoia y se veía en la calle si no aceptaba las condiciones tan denigrantes que exhortaba mi jefe. Una hipoteca, y una anterior relación laboral de un pariente en la misma empresa con resultado desastroso, le tenía en ascuas. Yo era su compañero. Habíamos pasado muchas malas situaciones juntos a lo largo de 6 años. Simplemente no podía dejarle en la estacada. Después de hablarlo un rato y discutirlo con una espada de Damocles situada sobre nuestras cabezas, "decidimos" (si es que a ser extorsionado se le puede llamar decidir...) aceptar la propuesta deshonesta del gerente. Fue la peor decisión que tomé en mi vida. Tendría unas consecuencias aterradoras. Es algo que nunca nunca nunca debimos permitir. Cuando se lo dijimos al jefe, éste no pudo ocultar su satisfacción. Mi compañero había sido pintor, y yo los veranos en casa también le daba a la brocha gorda, aunque comparado con él era un neófito. Los bricoinformáticos, ahora éramos pintores. Fue un verano muy largo pintado, y sucedieron muchas cosas. Como la explotación y el abuso ya estaban llegando a límites intolerables, nos dedicamos a ralentizar el proceso. Si mi jefe nos quería amargar y además ahorrarse dinero, se iba a quedar con un pasmo de narices. Trabajaríamos a ritmo lento. Le daríamos dos o tres manos a las paredes y desmontaríamos todos los cableados con parsimonia. Terminando julio, todavía quedaba mucho por hacer, pero mi compañero se iría de vacaciones y yo me quedaría sólo. Sólo ante el peligro. Sólo ante el déspota. El tirano todavía me reservaba más sorpresas. Disfrutaba con ello. El desprecio más absoluto estaba por llegar en ese agosto de 2004.


** Nótese el uso fraudulento de la primera persona del singular.

* Según el diccionario de la Real Academia Española.

zascandil.
1. m. coloq. Hombre despreciable, ligero y enredador.
2. m. desus. Hombre astuto, engañador, por lo común estafador.
3. m. desus. Golpe repentino o acción pronta e impensada que sobreviene, comparable a un candilazo.

16 marzo 2007

Los trabajos forzados V: Las estanterías metálicas

Ese final de primavera y verano del año 2004 se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla. Liquidación de mi departamento y venganza atroz de mi jefe. El gerente se había vuelto muy arrogante. Como el abusón de un colegio de primaria, se dedicaba a repartir tortas (en este caso psicológicas) a los demás. Como siempre, los más débiles recibían lo suyo y lo que el "abusón" no se atrevía a darle a los otros. Su despropósito no decaería en los siguientes meses estivales: después de haber quitado los armarios del taller, desmontado el escaparate con sus vitrinas, puesto el parquet y pasado un día horrible al deshacernos de los bloques, tocaba la segunda fase del rencor. Esta vez el premio consistía en desarmar y retirar todas las estanterías metálicas del almacén y su contenido y volverlas a ensamblar en el otro sótano y por supuesto, colocarlo todo de nuevo. Mi jefe tenía la idea de crear un centro de datos en ese subterráneo, pero después, se le ocurrió que iba a montar un sistema de sala de reuniones, archivo, una habitación mazmorra para pringadillos que le caían mal y necesitaba incomunicar, etc... no tardó demasiado en ordenar el desalojo y limpieza del almacén para empezar las costosas obras, realizadas con paredes de pladur y todo perfectamente encalado y pintado. No sé cuanto costaría esa aberración, pero hablaré de ello en otro momento, sobre todo sobre el cuarto de reclusión en el que pensaba aislar y amargar hasta deprimir a mi otro compañero pringadillo. Tuvimos que trasladar una gran cantidad de material informático: placas base, tarjetas de vídeo, discos duros, monitores, impresoras, etc... al otro sótano. Luego mover los estúpidos focos de jardín que llevábamos siglos amontonando y trasladando como zoquetes, y por fin, empezar a desmontar las enormes estanterías. Yo pensaba hacerlo despacio. No me pensaba matar a trabajar cuando ya bastante me habían humillado. Pero mi compañero puso la 5ª y empezamos a desplomar paneles y soportes como posesos. La verdad que destruir sienta muy bien. Por lo menos relaja la tensión. Periódicamente mi jefe bajaba para que no nos "relajáramos" y para incordiar con su soberbia. Menudo plasta. Esta claro que cuando se aburría venía a someter al populacho, que es así como nos consideraba. Seguramente pensaba que nos mantenía y que por eso podía disponer de nuestras vidas y sentimientos a su antojo. Pequeño señor feudal en su pequeño feudo de mentiras y rencores. Mi jefe había adquirido multitud de nuevas estanterías con sus correspondientes patas, baldas, tornillos, tuercas y arandelas. Nos pasamos días armando de todo de nuevo, pero estaba vez había más que ensamblar. Conseguimos ser todo lo parsimoniosos que podíamos, alargando el trabajo hasta la hora de salir. Constantemente éramos supervisados por el jefe, el cual no dejaba de entrometerse. Después de horas de esfuerzo nos sentábamos a descansar y el gerente aparecía por la puerta. Oportunista para todo lo malo, como siempre. Además se jactaba de ser experto en todo. Ponías un tornillo y te decía que estaba mal. Ponías una estantería sobre la pared y te decía que ahí no. Hicieras lo que hicieras, siempre estaba mal. Lo peor era que te decía una cosa, la hacías y luego te echaba la bronca de porqué habías hecho eso. Cuando le respondías que él lo había dicho, se defendía argumentando que si éramos "idiotas" (no exactamente con esas palabras) y no entendíamos lo que él lo que nos decía.¡Qué horror! Menuda manera de machacar. En este punto del blog, sucedió una cosa muy relevante, algo que me afectaría de sobremanera en el futuro inmediato y que fue el detonante de una humillación aún más insoportable, y que a su vez, tendría consecuencias muy importantes en mi propia vida. Entró una mañana por la puerta del sótano, mientras estábamos ordenando toda la "mierda" y colocándola en las estanterías y nos dijo, con voz embaucadora y falsa: "Tengo que una proposición deshonesta que hacerles...".

15 marzo 2007

Los trabajos forzados IV: La huída

Estos trabajos forzados habían concluido un viernes, pero teníamos un pequeño problema. Las decenas de bloques (ladrillos) que estaban amontonados. Un poco más arriba de la calle se estaba construyendo un edificio. Nos acercamos y les preguntamos que si querían los bloques. Nos dijeron que sí, y que un poco más tarde los vendrían a buscar con un camión. Cerca de las dos de la tarde todos los bloques estaban en la puerta de mi empresa y por allí no aparecía nadie a recogerlos. El gerente no quería basura en su pulcro y "cool" negocio. Nos "aclaró" que debíamos deshacernos de esa escoria y que cargásemos la furgoneta y fuésemos a cualquier obra a dejarlos. Con el vehículo hasta los topes fuimos hasta una obra calle abajo, pero los empleados nos trataron como animales. Nunca había visto gente tan bruta. Como dije en el anterior post, cuando era joven, me pasé muchos veranos trabajando en construcción y nunca había tenido compañeros tan bruscos y salvajes como los individuos de esa obra. Volvimos al negocio. La mejor opción era dejarlos en la entrada de la empresa o dejarlos en la furgoneta y el siguiente lunes nos desharíamos de ellos. El problema era que no se podía dejar esos bloques dentro y a la vista; además, mi jefe quería la furgoneta limpia y vacía para irse con ella a su casa de la playa. Se acercaba la hora de despedir, hacía mucho calor, estábamos cansados, molestos y hartos de todo y más que nada del gerente. Mi jefe nos "propuso" dejarlos cerca de algún contenedor de basura, porque gente agradecida (cualquiera que pasase y tuviese falta de material de construcción) se encargaría de recogerlos para su uso personal. Otra forma más de decir: "Tiradlos en el primer sitio que no os vean". ¡Viva la certificación ISO 14001:1996 (ahora 14001:2004)! ¡Qué bochorno!. No pensaba pasar por esa situación tan vergonzante. Empezamos a recorrer calles con el vehículo hasta que encontramos un descampado en que se veía una gran cantidad de escombros. Esta era la nuestra: entramos y tiramos todos los bloques, pero cuando fuimos a salir del descampado, alguien había cerrado con una cadena muy gruesa y un candado. ¡Estábamos encerrados! y lo más seguro es que su dueño fuera a buscar a la policía. Con los nervios a tope y con grandes piedras intentamos romper los candados y la cadena. Pero para más presión aún, ¡apareció una vecina chillando y gritando que nos estaban grabando en vídeo y que nos iba a denunciar! Me decía sin cesar: "¿esa cadena es tuya para que la estés rompiendo?" y yo le respondía: "No, pero estoy encerrado y quiero salir" y ella volvía a preguntar a grito pelado "¿Y ese terreno es tuyo para que estés metido en él?" y yo le respondía: "No, pero cuando entré no había ningún cartel que dijera que es privado". Vamos, las respuestas de la desesperación. Se me cortaba el aliento, la respiración y el corazón parecía que se me salía del pecho. ¡Qué vergüenza más grande! Después de incordiarnos lo suficiente para amargarnos la existencia, la señora decidió largarse, a seguir "grabando" supongo. Yo no cejaba en mi empeño de romper los eslabones a golpes de piedra, hasta que mi compañero tuvo una feliz idea. Levantó la cadena por en medio y me dijo: "Pasa la furgoneta por debajo". Yo no lo veía muy claro. Lo hice y con algo de esfuerzo y alguna rayadura conseguimos salir de allí. Aquel vehículo literalmente voló sobre el asfalto cuando pisé el acelerador. Después de dar vueltas por decenas de calles, trazando un rumbo aleatorio, regresamos a la empresa. Todavía estábamos cardiacos, amargados, turbados, enfadados y deshechos. Me veía a mi mismo y a mi compañero saliendo esa noche en un programa de la tele sobre denuncias: tirando los bloques, intentando romper una cadena y escapando por los pelos, con el logotipo de la empresa bien claro en un lateral del coche, en primer plano, y unos titulares que dijeran: "Sinvergüenzas medioambientales". Aún lo recuerdo y me siento fatal. Nuevamente, gracias a la empresa y principalmente a mi estupidez por no cortar por lo sano, volvía a estar en una situación personal insufrible.
Más blancos que rojos, cruzamos la entrada de la empresa. La furgoneta estaba llena de polvo y escoria de los bloques. Nosotros igual o peor. Fuimos hacia el jefe que estaba allí, esperando para recibir su vehículo y largarse a la playa, y le contamos lo sucedido, incluido lo de la supuesta "cámara". No se inmutó mucho, en apariencia. Dijo simplemente:"Bueno, pues nos quitarán el certificado EMAS, ¡qué le vamos a hacer!" Nosotros desconfiábamos mucho de la tranquilidad con la que nos decía eso: o le importaba un comino o fingía. Mi opinión es que si llegamos a aparecer un par de días después en la tele y con una denuncia por medio, lo más probable es que nos hubiera acusado de haber actuado sin su conocimiento y nos habría hecho responsables de todo. Seguramente incluso, hubiera intentado echarnos basándose en una falta muy grave, para así disimular su total falta de respeto por las cosas. Afortunadamente o desafortunadamente no ocurrió nada excepcional y nuestra horrible existencia en aquella empresa estaba muy lejos de terminar. Yo, por si las moscas, cogí un barco y me largué lejos ese fin de semana. Necesitaba desahogarme en un concierto, ver a una persona y olvidarme por un rato de todo. Aún tendría que sufrir mucho más antes de salir por la puerta de aquella empresa; para no volver.