Poco tiempo después de la desastrosas migración de los servidores y con la mira puesta en objetivos mayores, el acólito número 1 decidió hablar conmigo para exponerme o proponerme lo que pensaba la empresa que iba a ser mi próximo cometido. Sentados en su nuevo despacho "mamparado" y con su omnipresente sonrisa dibujada en su rostro, comenzó a esbozar los planes futuros que tendría el negocio respecto a los hospedajes y dominios de Internet. Con los problemas en el servidor de páginas Web todavía recientes, se había encendido en la mente dirigente, una alarma que les conminaba a buscar la fórmula para que alguien estuviera siempre pendiente del buen funcionamiento de los sistemas. "Si la empresa crece y tenemos más clientes y más páginas Web alojadas con más demanda de servicios por parte de los interesados, lo lógico sería tener a gente pendiente de todo las 24 horas del día", me decía. "Por esta razón habría que pensar en nuevos horarios, que incluirían las tardes, las noches y los fines de semana", continuó. "También se podría activar un sistema de avisos a móviles o llamadas al fijo (de la casa) para informar sobre posibles incidencias y así poder arreglarlas en el menor tiempo posible". Se me ocurre preguntar: "¿a qué móviles?". "A los personales, a no ser que la empresa diera móviles a los empleados". Lo que me faltaba por oír. Me estaba insinuando no sólo que iba a tener que trabajar en el horario que le viniera bien a la empresa, sino que además debía estar siempre localizable y predispuesto para resolver cualquier vicisitud que ocurriera en los servidores. Me imagino que la empresa se sentía legitimada por la gran cantidad de recursos que destinaba a mi sueldo en concepto de "dedicación exclusiva". Esto ya era otra tomadura de pelo y muy molesta, por cierto. Yo le dije: "Yo no estoy dispuesto a eso que me intentas proponer, porque para hacer eso, la empresa tendría que pensar en pagarme al menos el triple de lo que me paga ahora. Además tengo cosas pendientes con el jefe, tengo que hablar con él y decirle "unas cuantas cosas" (las cosas que ustedes han podido ir leyendo a lo largo de todos estos meses)". El acólito me miró y me dijo: "Bueno, yo le diré eso al jefe. No sé que cuentas tienes pendiente con él. Del tema del sueldo no puedo decirte nada, pero todo se puede negociar". A lo que tuve que responder: "Acólito, aquí no hay nada que se pueda negociar. Lo que hay son un montón de "deudas y asuntos pendientes" que hay que resolver y compensar, y eso no es negociable". Tiempo después el jefe me comentó que se había enterado de que había "temas en el tintero" y que estaba dispuesto a escuchar, a lo cual yo le contesté que ese no era el momento, pero que ya lo hablaríamos...
Los pringadillos que quedábamos éramos la mano de obra barata y movible que quería utilizar la empresa para sus disparatados planes, es decir, volver a dejarnos en las peores condiciones respecto al resto de la empresa y a bajo coste, porque conociendo a mi jefe, sé que antes que pagar más a un empleado pringadillo, hubiera preferido perder la empresa... La vida, a veces, no está exenta de cierta ironía (Matrix). Todos estos grandes planes se irían al traste; pocos meses después empezarían los problemas económicos. Los clientes con páginas Web irían dejando la empresa con celeridad y los siguientes problemas con los servidores convencerían a muchos más sobre la calidad del servicio.