Esta semana no paramos con los sucesos risibles de aquel verano de 2004 en mi empresa. Este es uno de los más estrafalarios, puede que no tanto como la huida del descampado, pero desde luego que tiene su gracia, sobre todo sabiendo el final de toda la historia. Como he venido diciendo, aquel estío fue una sucesión de trabajos forzados que cumplían dos objetivos para mi jefe: por un lado, ahorrarse un buen dinero en contratar a empresas externas, y por otro lado, escarmentar a un par de pringadillos a los que no nos tenía ninguna consideración. Si tenemos en cuenta, y a mi juicio, que mi jefe pensaba que éramos unos vagos y unos ladrones, y teniendo también en cuenta que mi jefe era cobarde y rencoroso, esa era una buena manera de devolver los supuestos golpes. Tremendo déspota desinformado y desinteresado en informarse. Nos habíamos matado a trabajar durante 6 largos años, cobrando una miseria, para que encima nos tratara como basura.
Con el dinero fácil de las subvenciones entrando a raudales por la puerta, el taller técnico clausurado, los nuevos círculos de amistades del gerente y con los deseos de grandeza y aparentar que además tenía, se comenzaron a realizar multitud de reformas en la empresa: nuevas instalaciones en el sótano, ampliar la sala de programadores, poner parquet donde faltaba, pintar todos los locales, etc... Otra de ellas era, el aire acondicionado. Mi jefe quería tener unas grandes instalaciones que sorprendieran y encandilaran a todos los clientes, amigos, vecinos, desconocidos y demás. El calor y el sol apretaban fuerte la mayor parte del año, el frío era notable en invierno y sólo unas cortinas nos protegían de las inclemencias. A través de la acólita número 2 se localizó a unos operarios que se dedicaban a la instalación de aire acondicionado. Como mi jefe era pícaro y avaro, les propuso (o al menos, creo que fue así) que hicieran este trabajo por su cuenta y en sus horas libre, así mi jefe se ahorraría mucho dinero que si lo contrataba a través de una empresa formal. Aquello fue una locura y un trabajo no demasiado fino, poniendo tubos y más tubos acolchados por todos los falsos techos de la empresa, ensamblando en una de las nuevas habitaciones del sótano grandes ventiladores y maquinaria... Mucho trajín por todos lados. Al final los chicos del aire acondicionado eran mis compañeros ya que la empresa había decidido que yo era un trabajador que no se merecía pertenecer a ella, por lo menos en igualdad de condiciones a los demás miembros del negocio. Cuando por fin se "terminó" con este asunto, había sucedido lo siguiente: faltaba una de las máquinas que estaba pendiente de llegar de ultramar, se producían goteras en varios sitios por lo cual no se podía activar el sistema mucho tiempo, sólo había aire acondicionado en el despacho del jefe (a los demás que nos dieran), la empresa no había pagado las partes acordadas a los operarios, con lo cual todo el trabajo se quedó a la mitad. El equipamiento podía rondar los 24.000 euros más o menos, de los cuales no sé si se satisfizo el total o sólo una parte. Recuerdo que el último día que vi a los chicos, hubo grandes gritos y taponazos sobre la mesa del gerente. Ni sus rancias mamparas acallaron la trifulca que se estaba viviendo dentro. No fue la única. Hubo muchas con anterioridad. La super-empresa con los super-proyectos y super-clientes empezaba a mostrar que no era tan super, sino lo de siempre, con un jefe crecido y arrogante incapaz de negociar pequeños trabajos y resolver problemas ajenos a nuestra actividad. La burbuja estaba creciendo demasiado rápido y ya empezaba a mostrar algunas fisuras. Nunca llegamos a saber nada de la máquina de aire acondicionado que faltaba. Se convirtió en otro mito de mi empresa.
Sin duda la frase clave de toda esta historia, en lo que a mí respecta, fue una que me dijo el jefe un viernes. Los chicos del aire acondicionado como trabajaban para otra empresa, no disponían de mucho tiempo libre para hacer sus faenas particulares, con lo cual continuarían la instalación el fin de semana. Mi jefe, probablemente tenía algo ocioso que hacer esos días, pero alguien tendría que abrir y cerrar la empresa y quedarse con los operarios, por lo cual zalamero, ladino y halagador, me dijo lo siguiente: "Erkemao, ¿tú trabajarías un domingo?" JAJAJA Internamente me partí de risa. Es que este personaje, ¿no tenía el más mínimo sentido de la decencia y la vergüenza? Después de pisotearme durante tantos años y humillarme todos aquellos meses, pensaba que iba a hacerle el favor de disfrutar de su fin de semana, mientras yo me quedaba como un estúpido pintando la empresa en mi tiempo libre, después de todo lo que había perdido de mi vida por culpa de aquel comercio tan desagradecido. Además, ¿a cambio de qué? ¿de otro día libre de los muchos que no había visto en todos aquellos años? Como si no doliera cobrar un sueldo mísero por trabajar de sol a sol. Que se lo dijera a los acólitos y empleados de alto nivel, que para eso percibían una remuneración considerablemente más digna que la mía y tenían una calidad de vida en la empresa mucho mejor. Yo, por otro lado, ya tenía planes para ese fin de semana, por fin, después de mucho tiempo apenas sin salir de lo cansado, amargado y deprimido que estaba. Y si no los hubiera tenido, me los hubiera buscado. Estaba claro que yo iba a pagar por esto. Mi jefe no lo dejaría pasar sin más. Le había fastidiado algo que tenía que hacer el fin de semana, y por lo tanto tenía que vengarse de mí. No tardó mucho en hacerlo, y lo hizo de la manera más deleznable, vil, pendenciera, ruin y miserable que pudo.
Con el dinero fácil de las subvenciones entrando a raudales por la puerta, el taller técnico clausurado, los nuevos círculos de amistades del gerente y con los deseos de grandeza y aparentar que además tenía, se comenzaron a realizar multitud de reformas en la empresa: nuevas instalaciones en el sótano, ampliar la sala de programadores, poner parquet donde faltaba, pintar todos los locales, etc... Otra de ellas era, el aire acondicionado. Mi jefe quería tener unas grandes instalaciones que sorprendieran y encandilaran a todos los clientes, amigos, vecinos, desconocidos y demás. El calor y el sol apretaban fuerte la mayor parte del año, el frío era notable en invierno y sólo unas cortinas nos protegían de las inclemencias. A través de la acólita número 2 se localizó a unos operarios que se dedicaban a la instalación de aire acondicionado. Como mi jefe era pícaro y avaro, les propuso (o al menos, creo que fue así) que hicieran este trabajo por su cuenta y en sus horas libre, así mi jefe se ahorraría mucho dinero que si lo contrataba a través de una empresa formal. Aquello fue una locura y un trabajo no demasiado fino, poniendo tubos y más tubos acolchados por todos los falsos techos de la empresa, ensamblando en una de las nuevas habitaciones del sótano grandes ventiladores y maquinaria... Mucho trajín por todos lados. Al final los chicos del aire acondicionado eran mis compañeros ya que la empresa había decidido que yo era un trabajador que no se merecía pertenecer a ella, por lo menos en igualdad de condiciones a los demás miembros del negocio. Cuando por fin se "terminó" con este asunto, había sucedido lo siguiente: faltaba una de las máquinas que estaba pendiente de llegar de ultramar, se producían goteras en varios sitios por lo cual no se podía activar el sistema mucho tiempo, sólo había aire acondicionado en el despacho del jefe (a los demás que nos dieran), la empresa no había pagado las partes acordadas a los operarios, con lo cual todo el trabajo se quedó a la mitad. El equipamiento podía rondar los 24.000 euros más o menos, de los cuales no sé si se satisfizo el total o sólo una parte. Recuerdo que el último día que vi a los chicos, hubo grandes gritos y taponazos sobre la mesa del gerente. Ni sus rancias mamparas acallaron la trifulca que se estaba viviendo dentro. No fue la única. Hubo muchas con anterioridad. La super-empresa con los super-proyectos y super-clientes empezaba a mostrar que no era tan super, sino lo de siempre, con un jefe crecido y arrogante incapaz de negociar pequeños trabajos y resolver problemas ajenos a nuestra actividad. La burbuja estaba creciendo demasiado rápido y ya empezaba a mostrar algunas fisuras. Nunca llegamos a saber nada de la máquina de aire acondicionado que faltaba. Se convirtió en otro mito de mi empresa.
Sin duda la frase clave de toda esta historia, en lo que a mí respecta, fue una que me dijo el jefe un viernes. Los chicos del aire acondicionado como trabajaban para otra empresa, no disponían de mucho tiempo libre para hacer sus faenas particulares, con lo cual continuarían la instalación el fin de semana. Mi jefe, probablemente tenía algo ocioso que hacer esos días, pero alguien tendría que abrir y cerrar la empresa y quedarse con los operarios, por lo cual zalamero, ladino y halagador, me dijo lo siguiente: "Erkemao, ¿tú trabajarías un domingo?" JAJAJA Internamente me partí de risa. Es que este personaje, ¿no tenía el más mínimo sentido de la decencia y la vergüenza? Después de pisotearme durante tantos años y humillarme todos aquellos meses, pensaba que iba a hacerle el favor de disfrutar de su fin de semana, mientras yo me quedaba como un estúpido pintando la empresa en mi tiempo libre, después de todo lo que había perdido de mi vida por culpa de aquel comercio tan desagradecido. Además, ¿a cambio de qué? ¿de otro día libre de los muchos que no había visto en todos aquellos años? Como si no doliera cobrar un sueldo mísero por trabajar de sol a sol. Que se lo dijera a los acólitos y empleados de alto nivel, que para eso percibían una remuneración considerablemente más digna que la mía y tenían una calidad de vida en la empresa mucho mejor. Yo, por otro lado, ya tenía planes para ese fin de semana, por fin, después de mucho tiempo apenas sin salir de lo cansado, amargado y deprimido que estaba. Y si no los hubiera tenido, me los hubiera buscado. Estaba claro que yo iba a pagar por esto. Mi jefe no lo dejaría pasar sin más. Le había fastidiado algo que tenía que hacer el fin de semana, y por lo tanto tenía que vengarse de mí. No tardó mucho en hacerlo, y lo hizo de la manera más deleznable, vil, pendenciera, ruin y miserable que pudo.