04 febrero 2007

El salvaje

Hoy les contaré otra anécdota para enmarcar. Este era el típico cliente rabieta, y me atrevería a decir, el típico cliente chantajista, que sabe que armando un buen pollo puede conseguir que las cosas le salgan gratis. Aunque no le quito la razón en parte de lo que decía, su reacción fue tan desproporcionada y salvaje, que a partir de aquel día cambié mi modo de pensar hacia los clientes (lo lamento por los buenos clientes).
Un poco antes de que me pasaran de nuevo al turno de mañana, estuve trabajando unos meses en el de tarde. Una de estas tardes, estaba yo solo y el jefe, que estaba reunido con un cliente. Por aquel entonces nuestros departamento (ensamblaje, montaje, reparación de PCs, redes, etc...) estaba formado por unos cuantos compañeros pringadillos y una coordinadora, que se supone que coordinaba el trabajo de todos y daba las órdenes. Aunque claro, y ya lo comentaré en otro post, sus ambiciones iban más lejos que dirigir a un grupo de pringadillos, así que su fidelidad estaba más orientada al jefe, que a aquellos con los que se había formado y había estado trabajando varios años. A parte de esto, cada vez había una política más restrictiva en cuanto ir al almacen a sacar material para reparar o vender, por lo tanto, yo no tenía llaves, y las personas que podían hacerlo, trabajaban por la mañana.
Cierto día, un cliente, con el que ya habíamos tenido algunos problemas años atrás, apareció por la puerta. La puerta se abría mediante un interruptor. Presioné el botón y deje entrar al señor con su señora. Me empieza a contar lo que quería; había visto una grabadora de CDs que quería adquirir ;) Por alguna razón, que ahora he olvidado, no se le pudo atender esa misma mañana (tal vez porque no tenía efectivo), así que le comentaron que pasara por la tarde a recogerla. Bien, le expongo al caballero que lamento no poder venderle la grabadora, pero no dispongo de las llaves del almacen porque soy técnico y no puedo acceder para ir a buscarla. El cliente, que era un cascarrabias, pasa de corriente continua de pilas AAA a cables de alta tensión de 25.000 voltios. Se veían las chispas saltado por todo el local. Empieza a gritar, y digo GRITAR (no levantar la voz): "A mí me dijeron que había una grabadora para vender y yo quiero esa grabadora", "me lo dijo una señorita", "tú no puedes decirme que no hay grabadora, porque esta mañana estaba y yo dije que la quería"... Uffff ... trato de calmarle:"Señor, si yo no le digo que se haya vendido, sino que está en el almacén y no tengo acceso... por favor pase mañana y se la podremos instalar". Otra cosa que no le habían comentado es que nosotros no vendíamos los componentes sueltos, sino que además, su instalación, corría a nuestro cargo, lo que siginificaba que tenía que traer el ordenador. Cliente: "¿cómooooooooooooo? Esto es una falta de respetooooooo, quiero la grabadoraaaaaaaaa, no voy a traer el ordenadorrrrrrrr, me están tomando el pelooooooooo, esto es una vergüenzaaaaaaaaaaaaa. Yo quierooooooooo la grabadoraaaaaaa, me dijeron que había una grabadora y yo la quieroooooo y la monto yoooooooo". Uffff, ufffff trato de calmarlo nuevamente: "Lo lamento, no sé lo que le dijeron, igual hubo un malentendido, pero es que no puedo acceder al almacen, y la política de empresa es que las montamos nosotros por lo que me tiene que traer el ordenador" Bueno, fueron los 15 minutos más violentos de mi vida. Aquel energúmeno tenía más resonancia que cualquier auditorio. Los berridos debían de oirse cuatro calles abajo, y eso que la puerta estaba cerrada y tenía cristales de seguridad, de los gordos. Yo como siempre, en plan pasivo, aguantando la embestida, intentando disculpar a la empresa por el malentendido (o no tan malentendido). Mi jefe apareció en los primeros 5 minutos para cerrar la puerta que daba al otro local, donde tenía su despacho. El cliente rabioso, seguía profiriendo alaridos: "No tengo tiempooooooooooooo, yo vine porque me dijeron que había una grabadoraaaaaaaaaaaaaa, y ahora estoy perdiendo la tardeeeeeeeeeeeee (no eran más de las seis), porque me dijeron que había una grabadoraaaaaaaaaaa y yo quiero la grabadoraaaaaaaaaaaaaaa" (imagínense si llega a ser un anillo de poder para atar a todo el mundo a las tinieblas y no una grabadora... la que se hubiera montado, con orcos, trasgos y elementos afines saltando por doquier). Todavía, el idiota que les escribe, intenta calmarlo y le dice: "Bueno, pues vaya a otra tienda, que aún es temprano". El cliente furibundo: "Noooooooo, que yo estuve esta mañana en la ciudad de al lado y si lo séeeeeeeeeeeeee la comproooooo en otro sitioooooooo..." Erkemao: "Eso le digo, que no se la puedo entregar, mejor que la adquiera en otro comercio si le corre mucha prisa": Cliente echando espumarajos por la boca: "Mi tesssssorooooooooooooooo", ups digo, "Mi grabadoraaaaaaaaaaaaaaaaaa, esto es una tomaduraaaaa de pelooooooooooooo, a mi me dijeron que había una grabadoraaaaaaaaaa...." Y por fin (les va a costar creerlo), apareció mi jefe, más rojo que un pimiento y andando con la cabeza baja, dispuesto a morder en partes vitales... y le dice echándole una bronca:"¿Quién es usted para violentar esta empresa? ¡Qué gritos son esos! ¡Qué falta de respeto!" Y algo más de lo que no me acuerdo, pero que por la forma y la sonoridad, hizo que repentinamente, la bestia parda se acojonara... y así como muy modosito (como decimos en mi tierra) y con carita de perrito apaleado, comenta en voz baja: "No mira, es que a mí una señorita me había dicho que había grabadora, y claro yo venía para comprarla, pero parece que no me la quieren vender..." Yo era flipado. Después de toda la caña que me estaba dando, que se estaba desahogando a gusto, va y se queda como el niño al que le llaman la atención, todo bueno y callado. Mi jefe le dice: "A usted no le vendo nada y lárguese de aquí, que es usted un maleducado"... después de unos cuantas frases cruzadas se veía al salvaje cada vez más cerca de la puerta y cuando estaba fuera y con la cabeza por dentro dice: "Es que yo te compré una vez un monitor....". "¡Fuera!" De infarto fue aquello. Si no me equivoco, fue la 2 ó 3 vez, y última, que mi jefe me defendió de un cliente en todos aquellos años. Al menos, que yo tenga constancia. Creo que se debió más a la imagen que estaba dando la empresa al cliente con el que estaba reunido, que un apoyo a su empleado, pero bueno, a mí me valía.
A partir de aquel día tuve clara una cosa: al próximo cliente que se le ocurriera gritarme, levantarme la voz, tratarme con desprecio o irrespetuosamente... o le aflojaba una torta y presentaba mi renuncia o descolgaba el teléfono y llamaba a la policía. Lamentable o afortunadamente nunca llegué a ponerlo en práctica, porque no tuve más incidentes de ese tipo y a mi departamento le quedababa poco tiempo de existencia.

03 febrero 2007

Como librarte de un departamento que no te gusta

Buenos días, tardes o noches tenga usted, estimado lector que visita este blog. En esta entrada voy a hacer un resumen de la política de mi empresa en cuanto al departamento en el cual me encontraba. Es muy importante para entender el post de mañana, que seguro que les encantará. Mi departamento (por llamarlo de alguna forma, porque la propia creación de los departamentos era una imagen de cara al exterior, para aparentar ser una empresa grande y rentable), se dedicaba al ensamblaje y reparación de equipos informáticos, así como redes, mantenimientos, etc... Desde nuestro punto de vista (pringadillos), no era un mal negocio. No era superproductivo, pero permitía mantenernos a nosotros, al resto de miembros de la empresa que se dedicaban a tareas burocráticas y también al nuevo e incipiente departamento de software, que contaba con pocas personas, pero con sueldos más elevados. Mi jefe, basándose en el cada vez más competitivo mercado en el que nos movíamos, entendió que era un departamento condenado a morir tarde o temprano. Cuando consiguió meterse en temas de subvenciones por proyectos europeos y ventas de páginas web a empresas públicas y privadas, tuvo claro que conseguía muchos más beneficios. De esta manera, mi departamento era una losa para sus aspiraciones y para su imagen, ya que le asociarían al cacharreo y no a las corbatas y trajes finos. A pesar de ello, seguíamos siendo productivos y con una cartera de varios miles de clientes. Sólo era cuestión de marketing conseguir mantenernos y generar ingresos. Pero mi jefe ya había decidido. El problema es el siguiente: ¿cómo cargarme un departamento sin indemnizar a los empleados? Tema complicado. Habría que buscar la manera de que ellos se marchasen solos. Además, ¿cómo justificar la eliminación de un departamento que obtiene beneficios? Jugar con números no era posible, se le podría cuestionar rápidamente. Mi jefe, según mi opinión, tenía en mente otro plan. Dejemos que muera, pero para ello habrá que ponerle obstáculos que no parezcan tales. Así, con una serie de reuniones a lo largo de poco más de un año, en el cual progresivamente iría quitando marcos de actuación, lograría su objetivo.
Su primer gran aliado: ley de garantías. Esta ley cambiaba totalmente la manera en que los talleres como el nuestro prestaban el servicio. Para un empresa pequeña, era letal, porque no podría soportar garantías de 2 años en un mercado con tan bajos márgenes. Después llegaron las restricciones de venta. Se dejaron de vender componentes individuales tales como: discos duros, grabadoras de cds, tarjetas de vídeo, etc. La condición para venderlas era que nosotros las instaláramos para garantizar el trabajo. Pusimos unos márgenes un poco excesivos que ayudaron a espantar a muchos clientes. Por ejemplo, instalación de grabadora: 30 euros. De por sí ya teníamos precios más caros en los componentes, así que instalar una grabadora podía salir entre 90 y 120 euros. Muchos clientes nos dijeron: "me voy a otro lado". Después llegaron las políticas de discriminación de clientes, es decir, dar la impresión al cliente de la calle de que se encontraba en una empresa de demasiada calidad para el populacho. Mala atención por parte de los órganos superiores, a lo que se sumó en ocasiones las malas caras nuestras por todo lo que nos estaban puteando. No podías decirle a un cliente:"lo siento, pero en la cara se ve lo que me están amargando todo el día". Los clientes se fueron esfumando. El trato por parte de jefe y acólitos era bastante diferente a años atrás y muchos interesados nos dijeron: "desde que atienden sólo a empresas importantes (por decir algo) pasan de los clientes pequeños". ¿Cómo decirles a estos clientes, que no era intención nuestra, sino que nos obligaban desde arriba? Después llegaron las ventas de equipos preensamblados con características concretas. Esto es lo que hay: lo tomas o lo dejas... Ni que decir tiene que sólo eran empresas las que nos compraban. Los clientes individuales se fueron yendo porque ni siquiera podían pedir un equipo a la carta... Ya casi no podíamos vender nada, al final ni siquiera tinta para impresoras o cds. Con estas políticas y varias cosas más se consiguió echar abajo mi departamento. Pero esto ocurriría en 2004. Todavía voy por 2003 y dando saltos para atrás. Lean el post de mañana, para que puedan ver un ejemplo esperpéntico que me sucedió al tratar con un cliente. ;)

02 febrero 2007

Otra bronca de un cliente: cortesía de mi jefe

Esta es una muy buena anécdota para explicar como mi jefe escurría el bulto para escapar de clientes enfadados. En particular, de interesados a los que él había prometido cosas y como se había olvidado o había pasado de solucionarlas, acabó usando a sus empleados como escudos humanos. La filosofía de mi jefe, y según mi opinión personal es: "Ante un problema, coge a un pringadillo y ponlo delante. Cuando el cliente se canse de darle, entonces ya podré hablar con él tranquilamente. Le diré lo mucho que me he enfadado con el empleado por su falta de profesionalidad y encima voy a quedar como un tipo duro que sabe escarmentar a los ociosos y como un buen gerente que se preocupa de los problemas de sus clientes". Esta manera de pensar servía para muchos. Los podía engañar multitud de veces y siempre salir bien parado. Pero a otros clientes no era tan fácil tomarles el pelo, y menos a aquellos que le conocían desde hacía mucho tiempo o le habían tratado a menudo.
En cierta ocasión, sábado por la mañana para más inri (se ve que lo mío es aguantar broncas los sábados), estaba haciendo varias tareas en mi empresa: reparar ordenadores pendientes, atender teléfonos y clientes, etc... cuando repentinamente aparece mi jefe. Permaneció unos minutos y luego me dijo:"Erkemao, mira, que se me olvidó decirte ayer que hoy por la mañana temprano tenías que ir casa del cliente X. Haz lo siguiente: llámale y discúlpate por el retraso... no sé, dile cualquier cosa... como que estabas liado, o que te olvidaste, ya sabes, cualquier mentira piadosa, que no es una mentira eh, sino claro es por un despiste, pero eso no es mentir. Queda con él para que te diga donde está su casa y le solucionas el problema. Perdona por no habértelo dicho antes (cara de perrito apaleado, como diciendo, tío tienes que ponerte en mi lugar, porque el cliente se va a enfadar, y tú no quieres que me jodan, ¿verdad?)". Bien, el cliente en cuestión, es otro viejo amigo (o no tanto) y además una persona pública muy conocida en mi comunidad autónoma. ¡Qué bien! Lo llamo y le empiezo a contar "la historia"... pero como que con este cliente no se puede estar con tonterías. Me interrumpe en medio de la llamada y me dice: "A mí no me importa lo que te haya pasado o que te hayas liado, tu jefe me dijo que estarías aquí a las 8 y media y ya han pasado casi 2 horas, en las cuales he estado esperando como un idiota. Esto no son maneras, tu jefe me había prometido arreglarme un problema y ahora vienes y me dices que te has entretenido con otra cosa... yo no estoy para juegos.... y bla, bla , bla, bla "... con una mala leche y un tono, que tenía el teléfono móvil separado un metro de la oreja y me retumbaba su voz en la cabeza... cuando a los 10 ó 15 minutos terminó, me dijo: "Mira amigo, lamento esta bronca que te acabo de soltar. Sé que tú no tienes la culpa. Perdona si te he ofendido o te he hecho pasar un mal rato, pero me has cogido rebotado. De verdad que lo lamento. Yo me imagino lo que ha pasado. Perdona nuevamente, por mi brusquedad y comportamiento, que no tienes porqué aguantar mi mosqueo. Ya hablaré con tu jefe cuando lo vea y le diré un par de cosas. Ya es tarde y me tengo que ir, así que no vale la pena que vengas a casa. Perdona nuevamente y buen fin de semana". Hasta me quedé tranquilo. Había soportado un cuarto de hora de ataque brutal, pero sus disculpas me parecieron sinceras. Además, el hecho de que dijera que se imaginaba lo que había pasado me hizo suponer que no era la primera vez que mi jefe le había dado plantón y había intentado escurrir el bulto. Digamos que ese fin de semana pude dormir. Por fin un cliente sabía de donde cojeaba el gerente y no se había dejado embaucar*.

* Según la Real Academia Española:

embaucar.

(De embabucar).

1. tr. Engañar, alucinar, prevaliéndose de la inexperiencia o candor del engañado.

01 febrero 2007

El candado

Nuevamente vuelvo a dar marcha atrás en el tiempo, a cuando trabajábamos en aquel garaje insano pero de gratos e ingratos recuerdos. Estos enlaces les pueden ser útiles para ponerse en situación: los peligros del garaje I, los peligros del garaje II y los peligros del garaje III. A continuación, les resumo rápidamente como era nuestro lugar de trabajo y como sufríamos los pringadillos, aquellos empleados de segundo nivel, como éste que les escribe.
Cuando empecé a currar en aquella empresa, después de unas verdaderamente penosas prácticas, estuve varios años metido en un garaje sin iluminación, ni aire fresco, con humedades, bichos y suciedad. Estábamos expuestos a muchos riesgos laborales como la electricidad, cortes, caidas, productos tóxicos, etc... Además el jefe y algunos compañeros con cierto poder en la empresa, nos tenían amargados y reventados porque no confiaban en nosotros, nos utilizaban para desahogar sus frustraciones personales y profesionales y nos insultaban diariamente, afirmando que no hacíamos nada, que éramos pésimos empleados, y además, se nos acusaba de los errores, aunque los cometiera el jefe y sus secuaces. Mucha presión, muchos nervios y mucho estrés, que hacía que no durmiera casi nunca y que terminara de trabajar a las 11, 12 ó 1 de la mañana cada jornada, cuando debería haber terminado a las 9 de la tarde. Además éramos responsables de hacer la caja, y como el jefe metía mucho la mano, llegábamos al día siguiente acojonados por descuadres en las cuentas del día anterior y que no entendíamos a que se debían.
El salón/garaje se cerraba con un gran candado cada noche. Cada uno tenía un juego de llaves. Como salía muchas veces tan tarde y tan reventado, a veces me despistaba de poner el cierre. O eso creía yo. No fueron pocas las ocasiones en que regresando a casa de madrugada, daba media vuelta y volvía a la empresa a comprobar que había cerrado bien la puerta y que había puesto el candado. La verdad, y perdonen mi expresión, es que era una putada... porque no tenía ni fuerzas para comer y regresar a la empresa, llegando ya a casa, era un fastidio. Pero tenía que asegurarme para poder intentar dormir, sin que otra cosa más me hiciera dar vueltas en la cama y para evitar la bronca del día siguiente. Alguna vez que salí no tan tarde y estaba seguro de haber puesto el candando, volví. Y el candado estaba quitado. Luego al día siguiente bronca o insinuación de falta de responsabilidad. Pero alguien había estado después de irme, pero claro, eso no lo podía demostrar, así que me da, que mi propio jefe entraba más tarde a buscar algo y al salir se olvidaba de poner el dichoso candado, pero claro... era más fácil echarle la culpa a otro. A todas estas, lo más importante es resaltar la angustia que tenía que pasar cada noche por una cosa absurda pero trascendente, por la cual tampoco había una retribución. Además mi empresa pasaba olímpicamente de poner alarma, y presumía continuamente de poseer un seguro para estropicios a la hora de trabajar, ¿pero le cubría en caso de robo? A lo mejor sí, y eso era interesante. Es fácil que te despidan si ocurre algo, pero por el contrario no se pagaba esa responsabilidad.

31 enero 2007

El oportunista de mi jefe

Nuevamente estamos aquí para contar nuevas aventuras y sucesos trascendentales ocurridos en aquella empresa. Bueno, me he pasado, el post de hoy no va a ser tan excitante, pero no deje de leer, estimado visitante. Esto seguro que les ha ocurrido a todos ustedes, ya fueran empleados o empresarios. Nadie escapa, y lo peor de todo es que no tienes coartada. Me refiero al oportunismo, es decir, la capacidad que tiene alguien para estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Vaya, pero yo estoy del lado de los empleados, así que vamos a reformular la oración. Es la capacidad que tiene tu jefe para aparecer en el momento menos propicio. Mi jefe era de estos. Siempre llegaba cuando no tenía que llegar y veía un momento de toda la secuencia que era precisamente el que menos definía a la película. Entiendo en parte que tuviera sus mosqueos y sus más y sus menos con nosotros. A todas luces es muy injusto, porque no trataba de saber que pasaba de verdad. Muchas veces, teníamos que trabajar en exceso por sus inexplicables artimañas. Cuando trabajas mucho, habitualmente te cansas (según mi jefe, NO, o más bien, no tenías derecho a quejarte). Si estas cansado te paras un momento para relajarte. En ese preciso momento aparecía siempre el gerente. Y claro, te veía sentado. ¿Qué iba a pensar? Te entraba una rabia tremenda, porque a lo mejor llevabas 5 horas sin parar y en todo ese tiempo no había venido, y justo cuando te sientas, vuelve. En otra ocasión estas hablando (mientras trabajas) y justo en el momento que dices algo inapropiado, está justamente ahí para escucharte. A un compañero le pasaba siempre. Además era al que tenían más puteado, incluso más que a mí. Decía (después de estar 7 horas trabado con algo debido a la mala calidad de los materiales y a punto de explotar):"Estas placas son una mierda". ¿Quién estaba detrás escuchando? Adivinen ;) Esto le sucedió un montón de veces. Ya les digo, es más fácil sacarse la lotería. Otras veces estábamos varios trabajando y uno se encuentra con un problema, pide una opinión, y van todos los compañeros a echar un vistazo. Justo en ese momento que todos habían abandonado su puesto, aparece el jefe. ¿Qué va a pensar? Pues que estamos de cháchara. En ciertas ocasiones, ese compañero puteado y yo, estuvimos haciendo trabajos que no se parecían en nada a lo que se supone que eran nuestras obligaciones. Algunos de estos "trabajos" eran: desmontar muebles, limpiar el garaje, pintar la empresa y un sinfín de despropósitos y malas prácticas por parte del gerente, pero de lo que ya hablaré amplia y seriamente dentro de algunas semanas (creo que será muy interesante para cualquier trabajador, empresario, sindicatos, jueces, departamentos de R.R. H.H...). Bien, en un momento determinado estábamos montando estanterías metálicas. Llevábamos horas sin descansar, sin tomar agua, llenos de polvo y de mugre. Agotados y hartos, decidimos parar un momento. Justo dejando las herramientas... ¿quién aparecía por la puerta...? Veías al tío todo enfadado pensando que éramos unos vagos. Pero... "¿por qué c### estábamos haciendo esas tareas?" Ahora no me importa mucho lo que el gerente pensara en ese tiempo o lo que piense ahora, pero en ese instante dos sentimientos me embargaron: uno, la ira por estar realizando esos quehaceres que eran impuestos vilmente y con ánimo de fastidiar, y otro, la rabia por el oportunismo de mi jefe cuando habíamos trabajado tanto y no había aparecido. Otros ejemplos de este habilidad (que se va adquiriendo a medida que subes en la cadena de mando), era el ir a tomar agua. Todo el día fuera, trabajando como un descosido, corriendo con la furgoneta bajo el sol... llego a la empresa más seco un esparto y cuando me acerco a la máquina del agua..."Erkemao está haciendo argollas, que todo el rato está bebiendo agua"... Espero que algunos de mis excompañeros puedan comentarnos algún oportunismo sufrido en esos años. En fin, seguro que a todos ustedes que me leen, les ha ocurrido infinidad de veces ;)
¡Animo!

30 enero 2007

15 minutos para desayunar

Entrada polémica donde las haya. El desayuno. En algunos países la comida más importante del día. Estando en tierras de la Pérfida Albión, pude comprobar lo que era un desayuno inglés. No podría acabar uno e irme a trabajar, porque me daría modorra de la zampada tan grande. Olvídense de la judías, gente del norte me comentó que esa costumbre era más bien nueva y de otras zonas del país, del norte no, al menos. En países como Suecia, la gente se reune los domingos para desayunar, al igual que nosotros lo hacemos para almorzar o tomar un cafelito. En España, desayunamos poco y siempre a media mañana, porque a primera hora casi nunca hay tiempo, o por lo menos eso me pasaba a mí. Con lo nervioso que estaba y las prisas por no ser impuntual, como que no me entraba. Al principio, cuando no me presionaban mucho, me daba tiempo de irme a la cafetería y tomarme mi cortado con un bocadillo o un dulce. Eso sí, el café bien cargado, para coger ánimos. A medida que fueron transcurriendo mis años en la empresa, la comida matinal acabó convirtiéndose en un lujo, el cual no podía disfrutar. Todo el día en la calle y corriendo me impedía tener un momento de relax. Su equivalente en la tarde, la merienda, fue otra comida que fui perdiendo. Cuando estaba trabajando por la tarde, algunas veces podía, pero cuando curraba desde primera hora, ni desayuno, ni almuerzo, ni cena. Todo este desbarajuste se veía intensificado por las majaderías de mi jefe. Hacia mediados / finales de 2003, ya no estaba dispuesto a seguir en esa situación y salía a tomar algo con los compañeros. Al igual que yo, algunos de ellos también tenían problemas para poder tomarse algo en paz. Mi jefe, se molestó notablemente, y empezó con sus típicas indirectas, como: "yo sólo necesito 15 minutos para desayunar"... (mmm, como se nota que no hacía cola en el bar). Después de las indirectas vinieron las directas: reuniones para establecer el horario de desayuno en 15 minutos. Al principio te dejabas medio café en la mesa, para volver corriendo antes del toque de queda. Luego me dije: "Llevo un montón de años trabajando sin poder tomar nada, por culpa de mi jefe y sus acólitos, sin almorzar ni merendar, ni cenar, ni beber agua siquiera... (narrado un ejemplo en "El día más largo" - mes de enero) Me exige que me quede por las tardes o por las noches para acabar trabajos por su avaricia e incompetencia... No me paga las horas extra, ni el uso de mi vehículo y encima no me deja tomar un café... Pues no. Me tomo mi media hora como Dios manda", y siguió rebuznando, ladrando y aullando tanto, que nunca más le hice caso. Cada día su soberbia iba en aumento y atacaba en aquellas facetas del trabajo que sabía que tenía deudas con sus empleados. Era una forma bastante macabra de convertir obligaciones en derechos. En plena carga contra mi departamento, y en vista de los continuos abusos, llegué a estar desayunando perfectamente una hora", sobre todo después de los sucesos de finales del 2003 y del verano del 2004, de los cuales ya hablaré. Si quería un motivo para despedirme, ya lo tenía, si no, entonces que me dejara tomar el aperitivo tranquilamente.

29 enero 2007

El juego del escondite, o como espiar tontamente

Hoy no les haré leer mucho. Por fin un post pequeño. En esta ocasión les contaré como mi jefe nos espiaba en el trabajo. Hay formas sutiles, formas evidentes y formas estúpidas de hacerlo. El gerente utilizaba la manera evidente y la estúpida, aunque él creía que era la sutil. En el nuevo local, el taller ocupaba la mitad trasera de uno de los dos salones. Un armario de cajones de 1,60m de alto aproximadamente nos separaba de los mostradores de atención a los clientes, y sobre ese armario siempre había material para exposición o cartones con publicidad de marcas. Prácticamente quedábamos invisibles, excepto por el hueco de entrada al taller, que no tenía puerta. Nosotros tampoco veíamos lo que pasaba al otro lado. Mi jefe se dedicaba a espiarnos detrás de ese armario, para saber lo que hablábamos, saber si lo criticábamos, si decíamos algo de él o de su política de empresa... Naturalmente sobre trabajar no, porque siempre estábamos con las manos en los equipos, pero le molestaba mucho las risas, porque suponía que nos reíamos de él. Si alguno metía la pata diciendo algo, aparecía por el hueco, para dejar claro que él era el que mandaba. Otras veces, fingía que iba al garaje donde estaba la furgoneta. Desde nuestro espacio, se accedía rápidamente por unas escaleras. Lo curioso es que desde su "despacho" al otro lado de la empresa, también podía hacerlo. Infantilmente suponía que si le veíamos pasar, creeríamos que se iba. Nosotros sabíamos que muchas veces se quedaba debajo escuchando. Luego, al rato aparecía por la puerta principal, después de salir calladamente por el garaje subterráneo. Un poco absurdo, puesto que si salía y volvía con la furgoneta tenía que regresar por donde se había marchado y no volver por otro lado. Creo que si yo fuera empresario, no me andaría por las ramas para saber lo que los empleados piensan de mí. Otra forma de espiarnos, que estuvo funcionando un tiempo, fue una webcam en pruebas, que a veces se movía sin que el técnico que la estaba estudiando estuviera por allí cerca. Uno de mis compañeros era muy paranoico y suponía que había micrófonos escondidos y MP3 grabando. Si veía una loseta del falso techo algo movida, "imaginaba" que nos estaban espiando. Incluso creía que esos artilugios de grabación se encontraban en todos lados incluido el coche de la empresa. Y a lo mejor no se equivocaba.

28 enero 2007

El mito de la agenda

Ayer tarde/noche, entre cafés y tertulia, los antiguos compañeros de curro me recordaron una de nuestras teorías favoritas en el trabajo. Bueno, más que hipótesis, se trata de una leyenda, un mito. Es el mito de la agenda. Anteriormente fue nombrado en: Los traidores al jefe.
Imaginemos un sistema ideal, en el cual no se produzca ninguna alteración externa. Este sistema consiste en la empresa, los clientes y los pringadillos. Si es ideal, un pringadillo cualquiera puede realizar un tarea concreta a un cliente en un tiempo razonable. Todas las constantes se mantienen invariables: horario, sueldo... Lamentablemente todo sistema equilibrado y en armonía tiende al caos de una forma u otra. El sistema ideal siempre será perturbado por algún factor, pero no por factores exógenos, sino por factores endógenos. Hablamos en este último caso del factor jefe. Podemos ver un ejemplo de perturbación que produce este factor en el siguiente desarrollo teórico-práctico: ejemplo del factor jefe en la caja.
Durante muchos años en aquella empresa tuvimos que soportar los cambios repentinos de tareas a realizar. Cuando por fin pude trabajar como técnico de calle la mayor parte del tiempo, la empresa nos obsequió con una agenda. ¿Qué significaba esto? Nada más y nada menos que organización en el trabajo. Podíamos anotar clientes, horas, teléfonos, citas, etc... realmente maravilloso. Vaya, pero como siempre había una pega... Esa agenda sólo era una ilusión, una cárcel para tu mente (Matrix a lo barato). La realidad era que no servía para nada. El factor endógeno "jefe", el factor endógeno "secuaces" y el factor endógeno "acólitos" se encargaban de destruir el delicado equilibrio de la agenda. Uno tenía organizado casi todo el trabajo para el día, en una agenda cutrilla. Cuando estabas preparando las herramientas, ibas saliendo por la puerta o ibas a coger la furgoneta, aparecía el gerente y te preguntaba: "¿Qué vas a hacer?" Le decías por ejemplo: "Tengo que ir a arreglar un equipo en el cliente X". El jefe te contestaba, por ejemplo:"Eso no, vete a casa de mi amigo Y y le miras un problema que tiene con el correo y le enseñas a crear reglas para ordenarlo". Por supuesto, tú te tenías que encargar de llamar al cliente y contarle una "mentira piadosa"*(según palabras de mi jefe), como que se te había estropeado el coche, te habías liado en otro lado, estabas enfermo y llegabas tarde ese día o cualquier otra barbaridad. El cliente se lo creía el primer día y te perdonaba. Pero al siguiente, vuelta a la misma historia, otra vez llamar y disculparte. Al final el cliente se cogía un enrehostiamiento de aquí te espero, con lo cual acababa yendo a solucionarle su problema cuando me dejaban en paz el jefe y sus acólitos, es decir, fuera de horas de trabajo. Imagínense que esto me sucedía varias veces cada día y todos, absolutamente todos, los días de la semana. La agenda era un mito, porque nunca se podía realizar. Acabé por tirarla a la basura. Naturalmente, mi jefe ajeno a todo dolor. Cuando el cliente se quejaba, el gerente escurría el bulto y señalaba para ti como único culpable, además de contarle que él había especificado que se le atendiera preferentemente y que el pringadillo de turno no había hecho lo que se le había encomendado, a parte de mentir.

* Mentira piadosa: Aplicando la definición de la empresa de Erkemao: dícese de aquella expresión que falta a la verdad, disimulada como una buena acción. Buena acción desde el punto de vista de un mentiroso compulsivo. Desde el punto de vista real y serio: una mentira en toda regla.

27 enero 2007

La absurda exclusividad de las marcas

Otra de las situaciones anecdóticas-esperpénticas que tuvimos que sufrir fue la exclusividad. ¿De qué va eso? Les explico, estimados lectores. En el supercompetitivo mundo de la informática personal, en el cual, cada vez (sobre todo en los años de mi narración: 1998-200x) los márgenes comerciales eran menores, mi jefe supuso que para sobrevivir, teníamos que ser diferentes. Ya no sólo dando servicios que no se cobraban, sino buscando marcas desconocidas que nos pudieran dar el toque especial y diferenciador. Hasta ese momento habíamos trabajado con placas base de marca "wanchinchun" y con otras más conocidas. A partir del Pentium II, las más conocidas dieron ciertos problemas, así que cambiamos de marca principal. En un ordenador hay muchas cosas importantes, pero una buena placa base puede significar tener un equipo productivo o un PC lleno de problemas. Las nuevas placas pertenecían a una marca del lejano oriente, no muy conocida entonces. Esa era nuestra apuesta. Ese fabricante con el tiempo fue ampliando su oferta hacia otros componentes, de forma que llegó un momento en que nuestros equipos estaban ensamblados en buena parte por materiales de ese proveedor. Claro, como marca rara que era tenía sus más y sus menos, y además en una disciplina donde cada vez más los clientes se podían informar y ver comparativas y precios, se convertía en un problema intentar vender un ordenador con unas piezas de una marca que nadie conocía y más cuando el cliente lo que quería era cosa. Esto nos supuso cierta pérdida de clientes. La apuesta aunque no fue mala, pienso que nos quitó mercado y no contentó a los clientes que tenían claro lo que querían, a parte de vernos en serios aprietos, muchas veces, con partidas de componentes deficientes. Luego en las comparativas no eran mejores que otras marcas más demandadas y eran incluso más caras.
Fiel a su idea de "somos diferentes y por eso somos mejores y exclusivos", el gerente amplió este pensamiento hacia el software, que por el año 2003 ya era la ocupación mimada e intocable de la empresa. Decidió que usaría un par de tecnologías de programación, servidores de aplicaciones y base de datos; poco utilizadas con fines profesionales unas, y aunque conocidas, no demasiado populares las otras. No era mala idea, excepto por pequeños detalles técnicos. Para ser bueno en algo, tienes que dominar ese algo. Para dominar algo necesitas tiempo y recursos. Si no tienes enseñanza ni profesionales que conozcan la tecnología, vas a darte de narices en el suelo muchas veces antes de empezar a andar, y cuando andes y cojas velocidad, los tortazos van a ser mayores. Y eso es lo que sucedió en mi empresa, con la salvedad que llegó un momento que no se pudo levantar otra vez. Internamente los técnicos tanto de software como de hardware abogábamos por no ser tan diferentes del resto, haciendo las cosas muy bien con herramientas populares y gratuitas y diferenciándonos del resto por la calidad de lo que hacíamos. Al mismo tiempo se iría aprendiendo las tecnologías que nos dieran exclusividad, pero sólo las pondríamos en marcha cuando realmente las controlásemos. Mi jefe, en plena orgía de politiqueo, grandeza e idolatría, opinaba que sólo los grandes proyectos nos daban categoría... pero "¡ay! ¿cuántas veces vas a tener grandes proyectos?" Eso no era factible a medio plazo , y aún menos cuando los "extraños compañeros de cama"* ya empezaban a renegar de él por su palabrería e ineptitud. Y así sucedió: software propietario caro y que no se dominaba, precios demasiado elevados y las demandas públicas o de grandes empresas no caen todos los días del cielo, más cuando en la pública hay muchos pensando lo mismo... e intentando subirse al carro.
Menudo tostón de post me acaba de salir. Espero me puedan perdonar, pero a veces hay que escribir estos rollos para entender lo que sucedió luego ;) Gracias a todos por la paciencia.

* Gente con recursos o que te pueden ayudar a conseguir recursos (buenos clientes, grandes proyectos, subvenciones, información sobre ayudas exclusivas... vamos, el politiqueo).

26 enero 2007

La "revuelta" al turno de la mañana

Como les he contado a lo largo de estos casi tres meses, estuve como un saltamontes rebotando de un turno a otro. Me pusieron en el turno de tarde , luego me cambiaron al de mañana, luego me volvieron a cambiar a la tarde , y por fin terminé en el de mañana para el resto de mi existencia en esa empresa. Pero esta última vez tenía algo en particular. No me lo "propusieron", lo exigí. Como había contado, a finales de 2002 el cambio me había sentado muy mal, porque me volvía a romper una vida que estaba tratando de reconstruir. Le dije a mi jefe que no me gustaba y que en enero / febrero de 2003 tenía que tomar una decisión porque no quería ese turno. Llegado ese momento, el gerente, pensó que como siempre se saldría con la suya porque seguramente yo me callaría como otras veces. Pero no. Estaba vez fui con mis papeles y dispuesto a luchar. Lo primero que me dijo ese individuo cuando me vio es: "ya te subí el sueldo". Internamente me reí... él se pensaba que iba a pedirle un aumento. Peor aún, se pensaría que le iba a dar las gracias. Le comenté lo hablado meses atrás y que a partir del siguiente día quería el cambio como habíamos acordado. No creo que le gustara mucho, sobre todo porque le cogí a contrapié. Tuvo que acceder a regañadientes. Sin embargo, él nunca perdía. Siempre tenía que tener la última palabra. En ese momento la empresa ya estaba en un punto álgido de su transformación, y para acceder a las apetitosas subvenciones necesitaba una serie de requisitos; entre ellos, las consecución de los certificados de calidad y medioambiente. Estos certificados suponían un desarrollo teórico y "burrocrático" muy importante y tener a una persona en exclusividad para tales tareas. Me dijo: "ya veo que vienes con todo preparado, y pareces una persona ordenada y que tiene todo escrito y organizado" (para hablar con este personaje dos consejos: uno, tener un diagrama de lo que vas a hablar porque intentará siempre perder el norte de la conversación para romperte el discurso y segundo: tener una grabadora a mano, porque renegará de sus afirmaciones y promesas en el futuro si no le interesan) , "te propongo que lleves el tema de las certificaciones ISO 9002 y 14001". ¡Cuanto honor!, "me lo pensaré"... y tanto me lo pensé que nunca le respondí. Poco después, además me empecé a ceñir al horario todo lo que podía. A partir de ese momento hubo un cambio radical hacia mi persona: retirada del saludo, trato brusco, todo el rato intentando buscarme las cosquillas, tratar de hacerme la vida más difícil, etc... Como les vengo diciendo, este elemento era/es tremendamente rencoroso y si por argumentos no puede fastiadiarte, lo hará sutilmente de otras maneras. Cuando tuve una reunión años después con él, le comenté esa actitud hacia mí, a lo cual respondió diciendo que había personas que son maleducadas y por mucho que las saludes no te contestan (otro compañero que se lo hacía a él)... Mi pensamiento: "A ver chaval, ¡qué estoy hablando de ti! ¡no me saltes con el cuento de la lechera ni metas a nadie más en esta historia!" Del todo imposible tratar de razonar, en cuanto se veía acorralado trataba de desviar la atención sobre otros. Por supuesto él nunca era culpable de nada. Siempre me he preguntado porqué seguía siendo empresario, cuando tenía dotes de político. X-D ;-)

25 enero 2007

Varios días después...

Lunes. Sólo habían transcurrido unas jornadas desde los fatídicos hechos acaecidos la semana anterior y que fueron narrados en la última entrada(...). El jefe del negocio se reune con el empleado denominado "Erkemao". Las instrucciones son muy sencillas. Por ello no dejan de ser ciertamente inesperadas. Jefe: "mira, ¿te acuerdas del cliente W, al que le llevaste un ordenador la semana pasada?". Pringadillo: "Sí claro (no, que va, ¿por qué no me voy a acordar, después de estar en su casa hasta las tantas de la noche gracias a ti?)". Jefe: "es que va a llamar porque la impresora no le sirve para imprimir las etiquetas. Lo vi el fin de semana y me lo comentó, y bueno, yo no voy a estar porque tengo que salir a hacer unas cosas y bueno, para que le digas que el precio de recogida es la mitad". Pringadillo: "¿y no se va a enfadar? La impresora esta nueva, se la pusimos hace unos días" Jefe: "no bueno, tu le dices eso cuando llame". A la hora. Ringggg, ringgggg ... Cliente W: "Hablé con tu jefe el otro día y me dijo que tú me darías el precio de recogida de la impresora, la que pusiste el otro día, que no me sirve para las etiquetas". Pringadillo: "(Ufff, ya me volvió a meter en problemas) Sí, eso me había dicho, y la impresora se recoge en la mitad del precio". Cliente W: "¿cómo? ¿en la mitad de precio? ¿una impresora que costó casi 60.000 pesetas y que sólo la he usado para imprimir la página de prueba? ¿cómo es eso, me tomas el pelo?". Pringadillo: "No mira, es que claro, como ya se usó ahora no se puede vender como nueva" Cliente W: "No me digas eso, que no creo que tengan problemas en venderla de nuevo, que está con todos los embalajes. Yo no espero que me la recojan al mismo precio que de venta, pero a la mitad me parece una tomadura de pelo. Estoy bastante molesto. En cuanto vea a tu jefe hablo con él a ver que pasa"... Al día siguiente. Jefe: "¿hablaste con el cliente W, y que te dijo?". Pringadillo: "Se mosqueó un montón y quiere hablar contigo". Jefe: "Ah bueno, ya hablaré con él (ya descargó con Erkemao, así que ya puedo dialogar sin que me grite o me insulte)". Esto es un ejemplo de algo que me ocurría bastante a menudo, con otros protagonistas, otras situaciones, pero la misma base: el jefe huía, los empleados daban la cara, los clientes descargaban y cuando todo estaba calmado, mi jefe aparecía.
¿Les suena de algo? ¿No? ¿Entonces a que esperan para leer: El día que vino la policía? ;)

Tres jornadas llegando de madrugada

Hace unas pocas entradas en "La moto", les comenté subrepticiamente* que había regresado a la empresa a la 1 ó las 2 de la madrugada, durante tres días seguidos. El gran honor de este logro se lo debemos a mi estimado jefe. Como gerente que se precie, desconoce los límites de la física, los límites de tráfico, los límites biológicos y cualquier otro límite que no le convenga. Esto me recuerda a una viñeta de Mafalda, en la cual, Manolito dice: "lo único que te pueden hinchar sin que te duela, es el bolsillo". En uno de esos primeros meses del 2003, si mi memoria no falla, al llegar al trabajo, mi jefe me comenta: "deja todo lo que tengas que hacer, porque tienes que ir al sitio X (a unos 80 kilómetros) para que tires unos cables y configures una red y no se cuantas cosas más. Eso sí, trátalos muy bien, tómate el tiempo que te haga falta para enseñarles a usar el ordenador e Internet y que se queden contentos". Ya esto me olía mal, cuando tienes que enseñar... el tiempo pasa volando O_o. Además esta era la empresa de motos cuyo comercial puso a caldo a mi jefe en varias ocasiones. "Y ya que** vas para allá, y para no tener que ir dos veces (apréciese el sarcasmo: no dos, sino tres), pásate por la asesoría de Y, luego vete a ver a mi amigo Z que tiene un problema con no se qué, y después vete al cliente W para que le lleves un ordenador, impresora, escáner, ponerle el Internet, etc, etc, etc..." Bien, mi horario teórico era de 3 de la tarde a 9 de la noche. El sitio al que tenía que ir estaba a una hora de viaje ida y otra vuelta, si no había complicaciones por el tráfico. No conocía el primer lugar al que iba, así que ya iba a tardar más tiempo. El resto de lugares estaban entre 5 y 10 kilómetros, si iba del primero al siguiente más cercano, si no... pues más distancia. Cada uno quería ser atendido a una buena hora, ni pronto ni tarde. Ni recurriendo al milagro de los panes y los peces, podría hacer eso que me decía mi jefe. El primer día estuve a tiempo completo en el primer cliente, y aún así me faltaron cosas que hacer. Tuve que hacer esperar a los otros hasta el día siguiente y a uno empezarle algo a la 11 de la noche. El día siguiente me pasó lo mismo con otro y otra vez llamar, disculparme y quedar para más tarde o el día posterior con los demás. Nuevamente llegué a uno de los clientes a las 12 de la noche. El tipo me dijo (mosqueado): "mira, si no te importa, mañana vienes a mi primero que estoy harto de acostarme a las tantas y tengo que madrugar todos los días". La tercera jornada, tres cuartos de lo mismo, y como de costumbre vuelta a la empresa cuando los vampiros ya se habían echado a dormir. Esos días fueron correr para un lado y para el otro como un loco. Los "pequeños problemas" y "fáciles trabajos" que suponía el gerente, eran todo lo contrario. A pesar de ello, resolví todo lo que tenía que resolver, e hice todo lo que se me había ordenado hacer. Como pueden suponer, después de todos estos post, esas noches no descansaba, sino que mal dormía esperando el día siguiente. Mi jefe, por supuesto, ajeno a todo dolor. Me lo imagino mirando el reloj a las 9 de la noche y pensando: "éste no ha llegado todavía, seguro que está holgazaneando por ahí".

* Según La Real Academia Española:

subrepticiamente.



1. adv. m. De manera subrepticia.

subrepticio, cia.

(Del lat. subreptitĭus).

1. adj. Que se pretende u obtiene con subrepción.

2. adj. Que se hace o toma ocultamente y a escondidas.

subrepción.

(Del lat. subreptĭo, -ōnis).

1. f. Acción oculta y a escondidas.

2. f. Der. Ocultación de un hecho para obtener lo que de otro modo no se conseguiría.

** Según Erkemao

ya que

(Del morrónico. aprovechando que estás aquĭ, -no te vas a escapar sin hacerme un trabajōnis).

1. v. intransigente Acción zalamera y coercitiva por la cual se obliga a un técnico a quedarse en un sitio donde ya había terminado su trabajo y tenía firmado el parte de horas.

2. ni f. ni m. Tomadura de pelo por la cual tu jefe te envía a hacer más trabajo del que es posible en un tiempo determinado, aún sabiéndolo.

24 enero 2007

El día más largo

Hoy les voy a contar el que quizás haya sido el día más largo de trabajo que tuve en aquella empresa. Hubo muchos que fueron más extensos e intensos, en el sentido de llegar a casa y seguir buscando información y echarme a dormir con el trabajo como único pensamiento. Pero en este caso fue el más largo demostrable con un parte de trabajo.
Mi jefe estaba en negociaciones con una empresa más o menos importante. Ya eran clientes nuestros desde antes de comenzar a hacer andar su negocio. Lo eran desde que se instalaron para planificar la creación y puesta en marcha de su organización. Como era una empresa de aviación tenía varias oficinas o puestos en diferentes lugares, por lo cual y hasta que se llegara un acuerdo de mantenimiento o contrataran a sus propios informáticos, nosotros nos haríamos cargo del tema tecnológico. Un día, el otro compañero de campo y yo tuvimos que ir a las diferentes sedes a llevar los ordenadores y realizar todas las configuraciones de redes. Para ello mi compañero iría en avión hasta un par de sedes y yo lo haría en barco hasta otra, ya que tenía que llevar muchísimos equipos con sus monitores , impresoras y demás. A las 5 de la mañana ya estaba en la empresa. Tenía que cargar un montón de cajas en una pequeña furgoneta. Alguna caja acabó como copiloto, debido a que estaba hasta los topes el espacio para carga. Luego tendría que ir al puerto, embarcar, y cuando llegase todavía me quedaban unos 70 kilómetros de autopista, la cual pasaba por una importante ciudad a primera hora de la mañana de un lunes. Yo andaba tenso. Una piedra a mi lado era como mantequilla. Muchas cosas nuevas para un sólo día para una persona que le estresa conducir, con la furgoneta hasta los topes y con poco tiempo para hacer muchas cosas en un lugar desconocido. Me encanta la presión. Sin muchos problemas conseguí llegar a ese aeropuerto después de todo. Hubo muchos líos de pases, no había red informática, tenía que colocar de todo en un hangar enorme, no había ADSL y tenía que estar con esa furgoneta de un lado a otro del aeropuerto. Se pasaban las horas y todavía quedaba mucho por terminar. Cuando al fin acabamos, resulta que un par de equipos se quedaban en la ciudad y había que pasar por las oficinas. Yo no conocía la ciudad. Para no perderme tenía que seguir a uno de los trabajadores de esa empresa. Total, que llegando, lo perdí de vista, debido al tráfico. Genial,¿ y ahora?. No me acordaba ni del nombre de la calle. Pero se ve que era mi día de suerte porque dando un par de giros y sin proponérmelo lo encontré en unos minutos. Había más posibilidades de sacarte la lotería. Todo no iba a ser bueno, había urbanos multando a todos los coches en doble fila. De alguna forma conseguimos convencerles de que nos dejaran un rato para descargar las cosas. Ya eran las 6 de la tarde o más y no había desayunado ni comido. Luego, con algunos problemas les instalé los equipos e impresoras en una oficina que estaba siendo acondicionada. Cuando terminé ya quedaba poco tiempo para poder tomar el último barco de vuelta y aún, mucha carretera por delante. Conseguí llegar a tiempo y embarcar. Cuando pude dejar la furgoneta en la empresa eran cerca de las 12 la noche. Sólo había tomado un micro sandwich a la vuelta, no había bebido nada y había pasado un estrés tremendo durante 18 ó 19 horas. Además, ese día era 17 de marzo y yo solía ir con mis amigos a un pub irlandés a celebrar San Patricio. Cervecitas, conversación, música, amistad... esas pequeñas grandes cosas que te dan ilusión y te permiten sobrevivir a la macabra rutina diaria. Había quedado con ellos, y una vez más, el trabajo me alejaba de mi gente y de mi vida personal.
Ahora ustedes dirán: "Bueno, pero por lo menos te pagarían un buen pico", jajaja, permitan que me ría. Al día siguiente acudí puntual al trabajo (por aquel entonces ya estaba trabajando por la mañana nuevamente, lo cual contaré en el próximo post). No hubo dietas, no hubo pago de horas extras, no hubo días libres, no hubo agradecimientos. Así funcionaba mi jefe. Ni un simple gracias o un tómate el día libre. Estuve mirando las facturas de esas fechas, y mi empresa había emitido dos: una por un valor de casi 1800 euros y otra por valor de unos 5.000 euros. Nuestro trabajo estaba en alguna de ellas, pero nosotros no vimos ni un céntimo en dietas o gratificaciones, así que esas palabras de:"la empresa va mal" o "no hay dinero" no me las puedo creer. Cuando intentamos exigir que se pagaran dietas para siguientes trabajos o que hubiera algún tipo de compensación, no vean la cara que puso mi jefe y la mala leche que cogió. En su mirada ponía: "ladrones, me quieren robar".