27 febrero 2007

La gran salida de tono de mi jefe

¡Buenas nuevamente! Un hilo musical estaría muy bien para el blog, en plan misterioso y siniestro. El tema de hoy describe otra experiencia, que de algún modo podría asociarse con las tendendias metaleras más agresivas de exabruptos guturales satánicos, ciertamente algo alejado de la ópera, pero mi jefe siempre tenía que dar el cante ;) por lo tanto, no cejamos en el empeño de traer cada día un emocionante capítulo de las aventuras de Erkemao "el pringadillo" y los alegres pinches del taller (y alguno del departamento de software) en Absurdolandia. Quien lo quiera asociar a la Utopía de Tomás Moro, puede hacerlo, pero ni ella ni la Fantasía de Michael Ende serán nunca comparables en imaginación y ensueño. Acaso, cada día de nuestra vida laboral ¿no es una emocionante epopeya llena de sorpresas inimaginables? Y todavía hay quien dice que se aburre en el trabajo... Afortunadamente en mi empresa no había tiempo para el aburrimiento. La tensión se respiraba en cada paso y en cada esquina. Nunca sabías que podía ocurrir, que podía pasar, que podía suceder... La realidad superaba siempre a la ficción ;)
Mi empresa tenía una curiosidad (entre muchas). A medida que el papeleo "ISOcrático" se adueñaba de todas las facetas de nuestra labor, nuevas y más extrañas medidas se fueron tomando. Una de ellas, eran las reuniones. Teníamos reuniones siempre, a todas horas, todos los días y de cualquier cosa. Abundaré en este asunto en un próximo post. Como toda actuación que se realizaba en el negocio, las reuniones estaban programadas siguiendo la burocracia establecida al respecto. Se supone que todo estaba regido por un escrupuloso orden, pero ... el factor jefe (sí sí, aquel elemento que genera caos y entropía en un sistema perfecto y del que tenemos un bonito ejemplo), repentinamente te hacía una reunión sin avisar (al menos a los pringadillos), sin establecer los puntos del día y muchas veces, sólo para contar sus hazañas personales.
A medida que el tiempo avanzaba, nos costaba más ir a trabajar. Cuando estás mal en un sitio, todo resulta pesado y odioso. Levantarte se convierte en un auténtico hito, desplazarte en un verdadero suplicio y entrar a la empresa, se convierte un auténtico acto de fe. De esta manera, algunos de los pringadillos teníamos problemas con llegar a la hora punto (tengan en cuenta que cuando te exhortan a realizar 2, 3, 4 ... horas extra cada día de cada semana de cada mes de cada año, que no te pagan, llegar 10 ó 15 minutos tarde, se convierte en un "derecho"). Cierto día, el compañero que estaba más puteado que yo, llegó tarde a una reunión. Por aquella época, había que anotar la hora de entrada y salida. Él anotó una hora incorrecta (5 ó 10 minutos más pronto de lo que realmente había llegado). Craso error. Cuando terminó la reunión, mi jefe fue directamente a ver lo que había apuntado cada uno, buscando deslices fatales. Y lo encontró. El gerente estaba en un estadio de estupidez y chulería de grado alto a supino, todavía lejos de superior. Delante de todos los compañeros que estábamos en la empresa, empezó a gritar y amenazar a mi compañero, por haber mentido en su hora de entrada. Un gesto brutal, soez y desproporcionado. Un acto privado, que tenía que resolver en su despacho, lo convirtió en una propaganda mezquina y maleducada. Berreando y regurgitando palabras cobardes y deleznables. Nuevamente una muestra del poder absoluto y errático. Ese día se ganó el odio de todos. El mío desde luego, que no era la primera vez que lo padecía de cerca. Lo miré con expresión de ver una basura humana. Mi compañero metió la pata, pero no merecía ese trato tan denigrante. Cuando lo obligaban a salir tarde por culpa del trabajo, nunca estuvo mi jefe allí para echarle una bronca, mucho más merecida, por ello. Era un aviso. "Soy el déspota absoluto y haré y desharé lo que quiera. El que no comulgue conmigo ya tiene un ejemplo de lo que mi ira puede mover". Nuestro fin estaba cada día más cercano.

26 febrero 2007

La competencia nos ayudaba más que nuestro jefe

Empezaremos la semana con una anécdota, cuando menos inverosímil. Otro ejemplo más de como nuestro jefe no tenía en mente otra idea que no fuera deshacerse del taller de reparaciones y de la tienda, a cualquier precio. Para todos aquellos que me leen por primera vez, les haré un breve resumen para ponerles en situación. Los que me leen a diario, sáltense unas líneas hasta el siguiente párrafo, que ya saben lo que voy a explicar. Trabajaba en una empresa de informática dedicada al ensamblaje de PCs, reparación y redes. Además teníamos una tienda de consumibles. Con el tiempo, mi jefe, al que le habían llenado la cabeza con más pajaritos de los que ya tenía, encontró una forma fácil de hacer dinero y "amistades": el software, programas y tendencia a las aplicaciones en Internet. Se metió en politiqueos para montarse al carro de las subvenciones: dinero abundante y fácil de justificar con papeles. De esta manera, sobraba el taller y la tienda, y aquellos que trabajaban en esas labores. Como despedir cuesta dinero, mi jefe con paciencia y tesón fue poniendo trabas al crecimiento de mi departamento, para poder justificar su cierre.
Desde el año 2003, y con la acólita número 2 como coordinadora, era evidente las trabas que nos estaba poniendo la empresa para poder trabajar y producir dinero. En cierta ocasión vino un cliente que quería instalar en su casa una red inalámbrica para poder dar soporte de banda ancha a varios ordenadores de la casa. Era una tarea más complicada de lo esperado, porque una enorme viga impedía la comunicación entre el punto de acceso y las tarjetas de red inalámbricas. En mi negocio, sólo disponíamos para hacer las pruebas de un punto de acceso y dos tarjetas que tenían bastantes meses de antigüedad. Ya habían aparecido unas nuevas y más potentes. No disponíamos ni de un portátil para ir comprobando la calidad de la señal en toda la casa. ¿Cómo lo resolvimos? No, no fue pidiéndoselo a nuestra empresa. Eso era un gasto inadmisible, es decir, cualquier "ayuda" al taller para su trabajo estaba "prohibida" de una forma subrepticia y oculta. Tuve que pedirle a un amigo que tenía una tienda, que me prestara los componentes necesarios para continuar. Técnicamente, mi amigo era competencia nuestra, pero aún así, accedió y gracias a él pudimos concluir las pruebas. Lamentablemente en aquel lugar resultaba imposible poner una red que no fuera completamente cableada. Eso es lo que hicimos al final. Funcionaba bien, pero desde luego que no es el trabajo del que me siento más orgulloso. Es una vergüenza que tuviera que pedir socorro a un negocio externo, porque mi propia empresa se negaba a ello. Es un muy buen ejemplo de como la organización estaba tratando de cargarse una de sus parcelas de negocio, fría y pendencieramente.

25 febrero 2007

Los falsos clientes

Nuevo día y nueva e interesante historia sobre la psicología humana. ¿Qué es lo que nos mueve a hacer ciertas cosas y a tomar ciertas decisiones? A veces, no es del todo comprensible. Hoy les narraré la actitud de muchos "buenos" clientes y esquivaré hacer referencia al gerente. ¿Se lo han creído? Por favor, él es fundamental en cada nuevo relato. Esta narración viene a aportar un granito más de arena en el misterioso y espeluznante caso del taller de informática desmantelado por mi empresa. Pongámonos en antecedentes: políticas restrictivas de venta y reparación, empresa orientada al software porque daba pingües beneficios y toda una serie de despropósitos maquinados y puestos en ejecución por la cúpula dirigente de la empresa, con el jefe como elemento imaginativo y los acólitos como elementos alentadores de la psicosis gerencial.
Durante la mayoría de años que estuve en aquel negocio, mi jefe tenía la fea costumbre de hacer la pelota en exceso a los clientes, llegando muchos de ellos a prácticamente no pagar nunca por ningún servicio. Estos clientes estaban relacionados con ciertos círculos en los que mi jefe quería introducirse o había "cierta" amistad. Pocas veces se conseguía una verdadera proyección comercial y lo que realmente quería mi jefe (ver comentarios de La acción de mejora nº 37), en mi opinión, era figurar y aparentar por estar en contacto con esas relaciones. Esto produjo un acomodamiento de los interesados, que no eran pocos. A cambio de ampliar el número de relaciones del gerente, hacíamos mucho trabajo gratis, que luego era duramente objetado por la propia persona que lo consentía y lo alentaba, es decir, mi jefe.
Cuando mi departamento paso a tener su cierta "independencia" y nosotros tomábamos parte de las decisiones y teníamos que cumplir objetivos de ingresos y beneficios, que nunca antes la empresa se había planteado, se estableció una serie de tarifas por trabajos concretos: instalar un software, instalar un hardware, eliminar un virus, etc. Estas tarifas fueron aplicadas a todos los clientes, independientemente de su afinidad con el jefe. Por otro lado, él ya no quería estar en contacto con muchos de ellos, debido a que estaba en una nube de poder y no le interesaban las relaciones con el populacho. Además, se había dado cuenta que con la delegación de responsabilidades, conseguía no enfrentarse con los clientes enfadados, ya que eso era obligación del departamento. Como nosotros teníamos que producir, para que no nos echaran broncas o cerraran el taller, debíamos ser estrictos con los cobros, y no se podía hacer excepciones. De esta manera, cuando los "falsos clientes" y "falsos amigos" del jefe se encontraron con facturas, montaron en cólera. Decían: "Yo no he pagado nunca, ¿a cuenta de qué tengo que pagar ahora?". Nosotros no entendíamos el problema: si nunca habías pagado, ¿qué más te da pagar una vez al menos? ¿Se imaginan que hicieron todos esos clientes? Se marcharon a otros negocios. Preferían pagar el doble en otro lado, que tener que pagarnos una simple factura a nosotros. Increíble pero cierto. Algunos de ellos incluso quisieron que les llevara sus temas al margen de la empresa, y estaban dispuestos a pagarme lo que yo exigiera. Tuve que hacer de tripas corazón y evitar la tentación, puesto que tenía poco tiempo y en la empresa ya me estaban amargando mucho, como para tener que aguantarle a mi jefe la cantinela de que le robaba los clientes. Con la fuga de clientes, y la "permisividad" de mi jefe al respecto, dábamos un nuevo paso hacia el cierre del taller.

Ahora, ¿me pueden responder a la pregunta que les formulé al principio de esta entrada?

24 febrero 2007

La acción de mejora nº 37: la desaparecida

En las próximas entradas, y salvo alguna contada excepción, todas los post orientarán su contenido a relatar cómo fue y qué causas propiciaron la caída del taller de hardware, o estarán relacionadas con el tema. Desde hace tiempo he venido comentando dicho asunto: mayor peso del software, destrucción de posibilidades comerciales de la tienda y el taller alentadas por las políticas de venta de la empresa, etc. Habrá que tener en cuenta, y trataré de reseñarlo en cada historia, que mi jefe cada vez estaba más y más crecido. Este punto es fundamental, porque su comportamiento se volvió pendenciero, caciquil y déspota. Será necesario para entender sus decisiones y sus acciones.
Cuando estábamos preparándonos para la obtención de los certificados ISO, y sobre todo después de haberlos conseguido, hubo un término que constantemente se repetía: acción de mejora. ¿Qué es esto? La normativa ISO 9001:2000 para la gestión de la calidad introducía el concepto de mejora continua. Sobre esta base se puede definir como: resultado de una solución a una debilidad detectada en el sistema de gestión de la calidad de la empresa (cualquier otra definición que puedan ofrecerme, será bienvenida). Para implantarla, primero hay que detectar el problema, analizarlo y proponer una solución. Se supone que esto sirve para "mejorar". A mi juicio, su mal uso conduce al sinsentido y la absurdidad. Mi jefe, fiel a su idea de que más vale cantidad que calidad (vaya contradicción con el certificado que habíamos obtenido) alentó las acciones de mejora en plan masivo. Cualquier estupidez servía como pretexto para generar una. Poco faltó para que nos pusieran una para mejorar la forma de rascarnos las orejas (frase irónica). De esta forma, se presentaría un importante aval de intención de mejora en la siguiente auditoría. Aprovechando que quería deshacerse del taller, empezó a buscarnos las cosquillas con las susodichas acciones y muchas de ellas buscaban más fastidiar que arreglar nada(ahora no se me ocurre ningún ejemplo, así que espero que mis ex compañeros puedan aportar alguno, gracias). Un día se le ocurre a mi jefe establecer un fondo de pantalla totalmente blanco con un pequeño logo de la empresa y una aplicación embebida para acceder a las carpetas de gestión y calidad de la red corporativa, además de un salvapantallas de parecida estética. Era obligatorio y estaba basado en una acción de mejora. Aquello era cegador. Cada vez que miraba la pantalla, me lloraban los ojos y me dolía la cabeza. Por esa razón redacté la acción de mejora número 37, que consistía en buscar unos colores más adecuados para ese fondo de pantalla, debido a los problemas de salud que me estaban provocando. Se supone que toda acción era atendida inmediatamente, al menos todas las anteriores. La mía simplemente desapareció. Se esfumó en el aire. Como era una corrección a lo propuesto por mi jefe, no procedía. Creo que le irritó profundamente, porque él entendía que esa era una forma de cuestionar su "inteligencia" y autoridad. Yo simplemente entendía que eso no era una acción de mejora seria y que estaba causándome un perjuicio físico en la vista. En cualquier caso, no pedía la eliminación del fondo de pantalla, sino la modificación de colores y tonos para que fuese más soportable visualizarlo. Como acción de mejora, trataba de solucionar un problema ;-) La acción no llegó a ponerse en marcha con la excusa de que había que hablarlo entre todos porque cada uno podía tener una idea diferente... pero no fueron más que palabras. No había nada que hablar. De esta forma se evidenció que las acciones de mejora eran una herramienta de control y dirección por parte de los "superiores", muy lejos de su función real. Al final, casi nadie tenía ese fondo de pantalla tan molesto, excepto el jefe.

23 febrero 2007

La apropiación de ideas

Desde hace tiempo, quería tocar un tema que fuera algo más polémico que lo hablado hasta ahora. Estaba pensando en algo transgresor tipo Rappel con tanga de leopardo. No sé, algo que encendiera la llama de la ira del colectivo blogger o de la comunidad internauta. Creo que lo del tanga no hubiera resultado porque es una idea muy manida. Ya todo el mundo hace el más difícil todavía, o mejor dicho, el más esperpéntico bochornoso todavía. Además, el tema tenía que seguir el hilo de la narración de este cuaderno de bitácora, y por supuesto, el reparto debía contar con el actor secundario Jefe. Repasé mis notas en busca de inspiración, navegué por unos cuantos blogs, entre los que se encuentran los de comentaristas habituales de éste que escribo, hice memoria y tuve una iluminación. Estaba focalizado, es decir, en el Ártico, comiendo pescado y acicalándome los bigotes. Vaya chiste más malo. Creo que el Club de la Comedia no es lo mío. Volvamos al tema, que sé que les va a enfadar mucho. Si hay algo que revienta a cualquier trabajador, es que le roben o le pisen las ideas. En este punto podríamos enlazar con toda la literatura trepa de la historia empresarial y humana, podríamos hacer cualquier aproximación al plagio y la copia más desvergonzada y podríamos acordarnos de mucha gente: desde la tarea que nos pedían en el patio del colegio hasta el más importante proyecto de cualquier faceta del conocimiento. Ya les he irritado lo suficiente ¡eh! Les suena esta historia y la han sufrido alguna que otra vez y sin nada de anestesia ;) jajaja, pues los tiros no van por donde piensan :P
Mi jefe y algunos compañeros, se apropiaban de las ideas de los demás, para quedar bien. Mi jefe, cuando menos, figuraba al principio de los créditos de cualquier pensamiento que no fuera suyo. En este caso estamos hablando del tema laboral. Pero mi jefe siempre iba más allá. Se beneficiaba de las ideas en el ámbito personal, es decir, si manifestabas alguna opinión o contabas alguna historia que le pareciera interesante, la utilizaba como si fuera de su propia cosecha. Con eso muchas veces se queda bien delante de conocidos y desconocidos, pero otras se queda muy mal...
En cierta ocasión estaba conversando con mi jefe de varias cosas: trabajo, vida, etc... Cerca del local de mi empresa vivía un cliente nuestro. Tenía una casa (no piso) en medio de la ciudad, con gran cantidad de terreno alrededor. En esos momentos estaba haciendo reformas y siempre lo veíamos lleno de cemento de los pies a las cejas. Por alguna razón, nuestra conversación derivó hacia ese cliente. Se me ocurre comentarle al gerente:"La verdad que con todo el espacio que tiene, podría hacerse un garaje y no dejar el coche tirado en la calle, total, puede abrir un hueco en el muro que da a nuestra vía". Mi jefe se quedó pensativo y dijo: "Es verdad". El mismo día, ese cliente-vecino vino a la empresa para comprar algo y se quedó hablando con mi jefe. Yo pasé cerca en el momento más oportuno; mi jefe le estaba diciendo: "con todo el terreno que tienes ¿por qué no haces un garaje?". Me estaba pisando la idea. Yo era flipado. Fuerte morro. Mi empresa se apropiaba hasta del respirar. Ciertamente yo estaba enojado, pero no me duró mucho la molestia cuando oí la respuesta del cliente. Miró a mi jefe con cara de: "¿Tú de qué vas?" y le contestó: "¿Cómo? ¿un garaje? El coche está bien donde lo dejo, que además me queda en frente de la ventana. Si tengo que hacer un garaje es un follón porque tengo que tirar los muros y hacer muchas reformas y pedir licencias y bla, bla, bla..." Mi jefe se quedó rojo como un tomate, como el color de estas palabras que les escribo. Yo me metí para dentro de la tienda a descojonarme. Lo siento mucho, pero verle la expresión facial del que mete la pata bien metida no tiene precio. Salvó algo la situación con las típicas risitas falsas y de circunstancias. Aún así, tuvo la consideración de no acusarme con: "esa idea fue de Erkemao, yo no tengo nada que ver", porque hubiera quedado aún peor. Por una vez se comía sus palabras sin lanzar balones fuera.

22 febrero 2007

Las certificaciones ISO o el Teorema de la Burrocracia

¡Uy! ¡Qué post tan comprometido! No sé como centrarme en él. Disculpen mi lenguaje. Nunca llegué a adaptarme al nuevo idioma de mi empresa tras la consecución de las normas ISO 9001 y 14001. Si yo fuera mi jefe diría: no sé como focalizarlo*. Aunque la palabreja en cuestión no me era desconocida, la primera vez que oí esa palabra de los labios del gerente, lo primero que se me vino a la cabeza fue un tipo con un foco alumbrando una mesa. No quiero imaginar donde le enseñaban ese vocabulario a mi jefe, ni con que clase de personajes se juntaba para no tener criterio propio a la hora de expresarse. Copiaba todo lo que le parecía muy "cool" y "snob", pero en plan simplón.
Como les comenté en una entrada anterior, mi empresa dispuesta a gozar del pastel de las subvenciones y del dinero público fácil, necesitaba una serie de requisitos fundamentales, como por ejemplo: un titulado superior y las certificaciones de calidad, las ya tan famosas ISO. En concreto mi empresa estaba interesada en conseguir dos: la 9001:2000 y la 14001:1996 , para temas medioambientales. Ambas fueron muy especiales, y la 14001, además tenía mucha guasa, pero de ello se hablará en otro momento. En un primer momento se me propuso la dedicación a esta tarea, la cual no rehusé, pero tampoco acepté con lo cual me convertí en un elemento molesto para mi jefe. En mi departamento teníamos una coordinadora para organizar el trabajo y llevar las gestiones y el trato con los clientes. Fue esta persona quien finalmente se encargó del trabajo. Para ello dejó sus funciones en el departamento de hardware. Con su marcha quedaron bastantes cosas pendientes, que le tocó sufrir al nuevo coordinador, pero para ella, fue un paso cualitativo dentro de la empresa, en todos los sentidos. Cuando pasamos la auditoría, se convirtió en uno de los pilares de la empresa: 100% intocable y 100% incuestionable. Poner en duda su trabajo te costaba un escarmiento por parte del gerente, que además te juraba odio eterno. He visto películas de terror que dan menos miedo. Para conseguir esos "títulos" vinieron unos profesionales de una empresa dedicada a estos temas, a los cuales había que pagar muy bien, por mucho que le pesara a mi jefe. No éramos los únicos que estábamos metidos en el ajo. Varias empresas y organismos también buscaban obtenerlos. Mi jefe no es precisamente el tipo de persona a la que le guste pagar (bueno, por tonterías sí), así que ignoro cuanto se demoró la agonía del cobro por parte de la empresa de formación.
El problema de todas estas normativas, que se supone que benefician a una empresa, es que al final no cuajan bien en determinados negocios con determinados gerentes. En nuestro caso se convirtió en una sórdida burrocracia tan carente de sentido y tan controladora de los aspectos operativos, que no había forma de trabajar decentemente. Como decían muchos compañeros, la compañera hace muy bien su trabajo, pero nos está jodiendo, porque cada día trabajamos peor. Mi jefe que necesitaba esas certificaciones como fuera, no entendía que se estaba lastrando el negocio con diagramas de flujo y papeleos que no aumentaban la productividad de la empresa. Cuando estudié historia en el bachillerato, leí que una de las causas de la caída del Imperio Romano fue el exceso de burocracia. Nosotros estábamos siguiendo el mismo camino. Hacia finales del 2003 y tras muchas pruebas y muchas cosas a la mitad, conseguimos pasar la auditoría y éramos los flamantes portadores de dos bonitos cuadros para colgar en la pared. Yo, fiel a mi estupidez supina, me quedé en la empresa esos días, porque la empresa me "pidió" que todos estuviéramos disponibles y nadie cogiera vacaciones. En esas mismas fechas unos colegas iban a ser teloneros en la gira por España de una famoso grupo, y me pidieron que fuera con ellos, y sí, renuncié por esa repulsiva empresa y sus repulsivas certificaciones de calidad. Seguía pasando el tiempo y yo no aprendía de mis errores.

*
Según La Real Academia Española:

focalizar.

(Del ingl. to focalize).

1. tr. Hacer converger un haz de luz o de partículas.

2. tr. Centrar, concentrar, dirigir. U. t. c. prnl.


21 febrero 2007

Salir en la foto con el traje

Bien, parece que voy a trabajar un poco más de lo habitual y en vez de una entrada, publicaré dos. Estuve leyendo esta tarde los comentarios que me habían escrito, y un compañero de aquella empresa de deleznable recuerdo, me sugería que le diera una vuelta de tuerca más a la entrada de hace un par de días: Salir en la foto. La idea me pareció muy interesante, así que también tendrás que colaborar en el post ;). Yo no le solía prestar mucha atención a ese cambio, pero ese tema también se habló en la muy y "remuy" comentada reunión, que tuve con mi jefe años después de los hechos que he descrito a lo largo de estos pocos meses. No lo abarqué en ese momento como lo voy a tomar en el post que hoy les presento, pero cuando llegue la ocasión entenderán porqué se nombró. Sin más dilaciones y sin más misterio les hago partícipes del tema de hoy. El cambio de ropa de mi jefe. Jajaja, vale, vale, no sean malpensados. Les explico de que va esta historia.
Cuando empecé a trabajar, y no sólo yo, sino muchos de mis compañeros, mi jefe no se parecía en nada a esos jefes que estamos acostumbrados a imaginar, y que ilustran muchos de mis post. Mi jefe vestía pantalones vaqueros, camiseta surfera y no pocas veces calzaba chanclas. Lo más informal que se puedan imaginar. Yo estaba encantado, porque así no se me cuestionaba mi estética. A mí me me encanta ir con mis vaqueros, la camiseta por fuera y calzado lo más ligero y cómodo posible, es decir, zapatillas de deporte. En un momento determinado vestí más formal, pero como siempre estaba metido en la mugre o arrastrándome por cualquier sitio, decidí no gastar mi paupérrimo sueldo en ropa elegante para trabajar, y menos por una empresa que nos trataba tan mal. Cuando empezó a alumbrar la posibilidad de avaricia en el horizonte, mi jefe, dejo el sol y la playa por el dinero y el figurar. Cambió repentinamente. Ahora venía a trabajar con sus pantalones de pinza, sus zapatos a juego, camisa abotonada a juego también y por dentro del pantalón, y su chaqueta, a juego, por supuesto. En días especiales ya usaba traje de ejecutivo y su correspondiente corbata, y parece que era como el traje de "El gran héroe americano" (al parecer han repuesto esta serie en la tele), que tenía poderes cuando se lo ponía, porque iba de un poderoso realmente insoportable. En el año 2004 sucedieron muchas cosas trascendentales en mi empresa y sobre todo en mi vida personal, que iré contando estas próximas semanas, y cuando lleguemos a una en particular, les recordaré esta interesante entrada... No sufran, falta poco ;)

Los licenciados y las derivaciones de responsabilidad

Me voy a tomar una licencia, y voy a contar en parte la historia de otra persona de mi empresa. Con esta entrada quiero abundar en la mente calculadora y sin escrúpulos que tenía mi jefe a la hora de elegir la mejor forma de salir airoso de cualquier problema. Su filosofía se podía resumir en la siguiente frase: "yo no he sido, fue él", o en "lo que me hizo fulanito, lo que me hizo menganito...". No me extenderé en detalles, porque los desconozco, pero espero que mi compañero del curro me ayude a terminar este post con sus siempre bienvenidos comentarios. Hagamos un poco de historia y veamos, desde mi punto de vista, como transcurrieron algunos hechos. Hacia el año 2002 ó 2003, cuando el departamento de software de mi empresa iba ganando peso y estaba plenamente consolidado, se incorporó una nueva programadora. Esta programadora tenía vínculos de años con la empresa y una buena amistad con mi jefe. Ojo, no se trataba de una recomendada, ella hacía/ hace su trabajo y tiene una excesiva capacidad de sacrificio, como nos pasaba a muchos de nosotros, lo cual no es nada positivo cuando eres un empleado a sueldo y no tu propio jefe. Esta compañera venía a cubrir las nuevas ambiciones de la empresa, es decir, los proyectos derivados de las ya prontas subvenciones. Parece ser, que para que las administraciones públicas te acepten ciertos trabajos, necesitas la firma de ingenieros titulados, es decir, que en la plantilla de tu empresa haya gente con titulación que sea garante de esos proyectos presentados. La compañera en cuestión, no lo tenía. Era buena en su trabajo y seguro que le daba clases a más de un licenciado, pero no tenía la titulación. Eso era un problema, porque así la empresa no iba a ningún lado, es decir, hacia el dinero fácil. Cierto cliente nuestro acababa de terminar su ingeniería y era conocido por mi jefe desde hacía mucho tiempo, o por lo menos lo era su familia. Creo que ya podrán entrever la relación ingeniero - proyectos - firma. Entró a trabajar. Pero miren por donde, no era el encargado de hacer tales trabajos o de supervisarlos, simplemente estaba allí para firmarlos y hacerse responsable de cosas que ni había planeado y que ni tan siquiera conocía (corríjeme si me equivoco). En un comentario del post nos cuenta que además le prometieron el oro y el moro cuando le contrataron. Desde el principio fue agregado al grupo de los pringadillos y tratado como tal. Nuevamente jugada maestra de mi jefe. Alguien que nos daba legitimidad y alguien a quien echar las culpas en caso de errores, todo a precio de saldo. Digamos lo que digamos, mi jefe era el verdadero rey de los Kinder Sorpresa.

20 febrero 2007

Los técnicos teníamos que ser administrativos y cobradores

Bueno, hoy no me puedo resistir. Es uno de los días grandes de las antiguas Fiestas de Invierno, es decir, de los Carnavales. Por lo tanto hoy habrá que tocar un tema de ese tipo. Disfraces, cambios de aspecto, el misterio que hay detrás de las máscaras y los antifaces... jajaja ¡Carnaval! ¡Carnaval! ¡Carnaval, te quiero! ;)
En mi empresa había gente que iba disfrazada de muchas cosas: mi jefe de buena persona, los acólitos no se disfrazaban, iban de lobos todo el rato, los pringadillos tampoco y algún que otro más por ahí también iba disfrazado. Disculpen mi equivocación, los pringadillos sí que íbamos disfrazados muchas veces. Es el famosa Teoría de la Gorra, que debemos a nuestro siempre muy estimado gerente. Esa teoría venía a decir lo siguiente: En un sistema dinámico de mercado como el nuestro, es una facultad fundamental la capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias y tareas que la coyuntura laboral propicie. En otras palabras, para que ustedes lo entiendan: "me da igual lo que diga en tu contrato, si quiero que hagas otra cosa que no tiene relación, lo haces y a callar". Vale esta es la versión pura y dura de la hipótesis. La versión real, aquella que se producía, no sin cierta asiduidad era:"erkemao, mira... ¿me haces un favor?". A efectos prácticos es un mandamiento ejecutivo, oculto tras una cortina exhortativa y presentado como una solicitud inocente y empalagosa. Después de este tipo de preguntas es cuando empezaba nuestro carnaval.
Nombre: Erkemao
Titulación: administrador de sistemas
Función: pringar bajo el pseudónimo de técnico en informática.
Disfraces carnavaleros: administrativo, cobrador, chico de los recados, saco de sparring contra clientes cabreados, etc...
Yo le contaba estas cosas a mis amigos y se me quedaban mirando con cara de estupefacción, y si no, a alguno le daban ganas de darme una colleja: "¡cómo, que vas a cobrar a los clientes!¿pero tú no eres técnico? A mí me hacen eso en mi empresa y le aflojo dos tortas al gerente o lo mando a la mierda". "¡Cómo!, ¡qué tú tienes que preguntarle a los clientes como van a pagar, hacer las facturas, enviarlas por fax o llevarlas! ¿Y para que coño pagan una administrativa-contable?".
Pues lo que leen señoras y señores, teníamos que hacer todas esas cosas. Ir al cliente, negociar con el la forma de pago, si había que hacer alguna cosas más complicada la administrativa empezaba a mandar balones fuera, para que tú llevaras el tema, porque se supone que tú eres el que trata con el cliente. Teníamos que ir a cobrar a los clientes, con la responsabilidad que eso supone. Tenía que ir a buscar o entregar talones y llevarlos, con la responsabilidad que eso supone. Si había algún problema, tú eras el responsable y no cobrabas más por ello. Y no vean como te recibían algunos clientes cuando les ibas a cobrar. Más de una vez me dijeron en mi empresa: "vete a buscar el talón al cliente X, que ya está preparado" y al llegar, a ese cliente, recibirme con: "Yo no sé nada de ningún talón, vuelve otro día". Al final te daba la sensación de estar haciendo el trabajo de los demás: para que sirve el gerente, el comercial y la administrativa si yo tengo que hacer funciones de ellos. ¿Podré decirle a mi jefe que se ponga a montar equipos y reparar ordenadores? Si todos hacemos de todo, sería lo justo. Menudo desastre de empresa. Todo claro, con el consentimiento y la predisposición de mi jefe, que creo que cada día tenía menos claro lo que significaba llevar un negocio. De esta manera, llevábamos a rajatabla la teoría de la Gorra, y varias veces al día, éramos varias personas diferentes. Que nadie acabara con una esquizofrenia demencial o con trastornos de la multipersonalidad fue un milagro.

19 febrero 2007

Salir en la foto

Saludos nuevamente para todos los lectores que sufrida y fielmente me siguen cada jornada. Saludos para todos aquellos que me leen por primera vez y para los que lo hacen de vez en cuando. A todos, bienvenidos :-D Les invitaría a todos a chocolate con churros, pero, de momento, no disponemos de ese servicio en este blog ;-) Hoy no soy protagonista, de hecho ni tan siquiera aparezco remotamente, bueno sí, algo si que aparezco hacia el final. Esta vez describiré los actos tal y como los pude contemplar desde fuera. La gran figura de esta entrada será, sin duda alguna, mi estimado ex jefe.
Cuando empecé a trabajar en aquella empresa de tan nefasto recuerdo, mi jefe parecía un tipo bonachón y jovial. Según él, tenía unas afinidades políticas poco corrientes para lo que correspondería a un empresario y a lo largo del tiempo se autorreafirmaría en ellas contra viento y marea. Pero lo que predicaba y lo que realizaba no tenía mucho que ver. A medida que su ansia de dinero crecía y era estimulada por su acólito principal y por las afortunadas circunstancias que se iban produciendo, la diferencia entre sus teóricos principios y su modo de actuar fue tan grande que no llegaba a verse la relación entre ellos. Fiel a su ambición, derrocó y se apoderó de la presidencia de una asociación importante en mi ciudad. Con el control de esta asociación sus tejemanejes tenían camino libre para el "chanchulleo"*, el "especuleo"** y el "trapicheo". Cierta notable figura pública del aquel entonces vino a la ciudad para algún tema político. Esa figura se supone que estaba en el lado opuesto a las convicciones políticas de mi jefe. Mi mandamás, por otro lado, siempre había abogado por el "no figurar". El negocio se había consolidado con el boca a boca y mi jefe rehuía toda publicidad en los medios. Pero ahora iba a salir en la foto con alguien importante y su narcisismo no podía oponerse a tan suculenta oportunidad. Al día siguiente, con la boca toda llena de vanidad, nos mostraba la fotografía del periódico, donde salía al lado del personaje mencionado. Vaya, vaya, vaya, ¡cómo había cambiado mi jefe! Con gestos como este se descubría su verdadero yo. Sin embargo, toda esta historia no es lo que quiero contar. Lo pérfido viene ahora. Cuando las circunstancias del poder cambiaron y nuevos personajes ocupaban los puestos, mi jefe ya no salía en ninguna foto, así que empezó a enviarnos a todos por correo electrónico los chistes clásicos en los que se ironiza y ridiculiza a los partidos y a los políticos, pero los que habían sido vencidos, aquellos con las cuales él llegó a aparecer en los medios. Es lo que se llama "chaqueteo": ahora te río los chistes, pero como mañana no me sirves, me río de ti. Menuda moral más putrefacta.
Con esta historia sólo quiero reflejar la hipocresía y el cinismo en el que se regodeaba* mi jefe. La falta de escrúpulos. Nos mostraba como todos sus principios eran falsos y carentes de valor, puesto que con cada nuevo acontecimiento se contradecía. Sin embargo, ante tal despropósito seguía firme en su mentira, tratando de hacer válida la máxima de que reiterándote en la mentira hasta el final, consigues que se convierta en verdad.

*, ** Licencias lingüísticas que me he tomado para hacer más amena la narración. Cámbiese "chanchulleo" por chanchullo y "especuleo" no tiene ninguna palabra parecida en el diccionario.

* Según la Real Academia Española:

regodearse.

(De re- y el lat. gaudĕre, alegrarse, estar contento).

1. prnl. coloq. Deleitarse o complacerse en lo que gusta o se goza, deteniéndose en ello.

2. prnl. coloq. Hablar o estar de chacota**.

3. prnl. coloq. Complacerse maliciosamente con un percance, apuro, etc., que le ocurre a otra persona.


** Según la Real Academia Española:

chacota.

(Voz onomat.).

1. f. Bulla y alegría mezclada de chanzas y carcajadas, con que se celebra algo.

2. f. Broma, burla. Tomar a chacota a alguien o algo. Hacer chacota de alguien o algo.



18 febrero 2007

Las percepciones extrasensoriales* de mi jefe

En la pasada entrada (La abadía del crimen) comenté como el acólito número uno del jefe tenía unas dotes auditivas tremendamente afinadas. Pienso que era capaz de leerte los labios, porque vamos, decías algo y ya lo tenías a tu lado tratando de enterarse de todo, para ver de que forma podía sacarle utilidad a esa información. Cualquier conversación por leve y secreta que fuera era detectada a través de paredes, mamparas y armarios. Bien, este ejemplo es algo que entra dentro de la más estricta teoría física clásica, puede ser probada empíricamente dentro de un laboratorio, mmm, perdón, dentro de una empresa. Se trata de un desarrollo acusado de un sentido. Caso a parte era mi jefe. Según él, era capaz de percibir todo lo que pasaba al otro lado. El otro lado, era el lado oscuro, es decir, el taller de los pringadillos, el cual de oscuro no tenía nada ya que el sol entraba como Pedro por su casa achicharrando y cegando a los pobres piltrafillas.
En cierta ocasión apareció muy cabreado por el hueco entre los armarios y la pared que daba paso a nuestro espacio laboral. Si no recuerdo mal nos estábamos riendo por un chiste y fue detectado por sus superdesarrolladas facultades extrasensoriales. Presentóse altivo y arrogante, con muestra de ira malsana en sus enrojecidos óculos y después de soltar sus típicas alocuciones insinuando nuestra torpeza y dejadez, aseveró: "Porque ustedes se piensan que yo no me entero de lo que ocurre en este lado... pero yo percibo todo lo que pasa". Se marchó. Nuevamente con expresión cariacontecida nos miramos como diciendo "y a éste ¿qué le pica hoy?". Debían existir fenómenos paranormales en el local y el gerente era capaz de detectarlos o, a lo mejor, vio los "Cazafantasmas" el día anterior en la televisión. Me pregunto si en esas condiciones te dan un plus de peligrosidad o un extra por disciplina profesional multidimensional. ¡Ah no! Trataba de decirnos que éramos unos vagos y unos holgazanes. Este tipo de afirmaciones son un alma de doble filo: por un lado muestras tu faceta más dura de jefe, dando a entender que controlas todo y a todos, pero por otra parte haces unos comentarios que un pringadillo quemado anota a fuego en su mente enferma y desquiciada, para devolvértelo en el futuro. Y así fue. Me encantó esa frase: "Yo lo percibo todo". Si percibes todo, percibes lo que se deja de hacer (que es lo que te interesa) y lo que se hace de más (que no te interesa percibirlo). Cuando un par de años más tarde tuve una famosa, y más que anunciada en este blog, reunión con este elemento, le recordé esa oración: "en cierta ocasión dijiste que lo percibías todo, ¿cómo es posible que siendo tan listo no te hayas dado cuenta de todo lo que he trabajado todos estos años, de todos los sacrificios que he hecho por la empresa, de todo a lo que he renunciado por sacar adelante este negocio? Dime ¿cómo?, ya que tú lo percibes todo. Me da que tú sólo percibes lo que quieres ". Tragó saliva y calló como un miserable.

* Según la Real Academia Española

percepción.

(Del lat. perceptĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de percibir.

2. f. Sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos.

3. f. Conocimiento, idea.

~ extrasensoria, o ~ extrasensorial.

1. f. percepción de fenómenos sin mediación normal de los sentidos, comprobada al parecer estadísticamente.


17 febrero 2007

Utilizar a los clientes me parece muy mal

Debería hacerlo, pero lo siento, el carnaval lo dejaremos para otro día :-P En mi empresa no había Navidad (ni comida, ni cesta ni adornos) y mucho menos carnavales, pero uf, más de uno iba disfrazado todo el año de lo que no era. En la entrada de este día hablaremos de como mi empresa utilizaba a los clientes. Ya les he contado varias veces que habitualmente eran los interesados los que nos tomaban el pelo, bueno a los pringadillos con el consentimiento de la gerencia y a la gerencia se lo tomaban sin necesidad de consentimiento alguno. Había gente que por su posición en ciertas empresas u organismos, resultaron verdaderamente útiles a la hora de conseguir vender a esas organizaciones y negocios. Como siempre, la buena predisposición de algunos de nuestros clientes resultaba efectiva a la hora de colarnos a hacer negocio. No es que me parezca mal porque todos salíamos ganando, pero lo que realmente detestaba era que cuando algunos de esos clientes dejaban de ser provechosos o se daban cuenta de que se les estaba "utilizando", se les mandaba a la mierda, hablando clara y llanamente. De esas cosas yo me enteraba siempre tarde, pero algunos de esos clientes, que no he vuelto a ver, me caían muy bien y alguna cliente en concreto, más que bien ;).
Recuerdo perfectamente como mi jefe me decía todo embaucador y ponzoñoso: "llévale el ordenador a tal cliente y trátal@ muy bien. Explícale como funciona todo: escáner, internet, impresoras, programas, instálale además tal software o tal otro, créale cuentas de messenger, etc, etc, etc. Tómate el tiempo que necesites y tal y cual". Y yo con la mosca en la oreja: "¿Por qué a est@ cliente sí se le trata tan bien y a otros no?" Con el tiempo me enteraba de que eran directivos de tal cosa o gente que trabajaba en el departamento de tal organismo o que llevaban temas de los que podíamos sacar provecho. Hasta ahora todo bien. Tú me rascas la espalda y yo te rasco la tuya. Nada de cosas raras o ilegales. Pero que pasa, que como muchas historias de amor, acaba sin perdices. "Donde hoy te digo: te quiero, mañana te digo: lo nuestro no podía ser. Cuando ya no eran útiles porque se había o no se había conseguido lo que la empresa quería, ya no era necesario tratarlos tan bien y ese cambio de actitud de un día para otro, lo notaban los interesados. Al final perdimos clientes de esta forma. Lo que más me desagrada, es que, en general, eran buena gente y tampoco querían un trato especial, sino simplemente eran unos clientes más. Pero mi empresa era así y los pringadillos teníamos que aguantar y obedecer. Otro hecho luctuoso que me llenaba de pesar y de rabia era que a otros buenos clientes a los que se había tomado demasiada confianza, se les vendía material usado o de peor calidad como si fuera bueno. Algunos de ellos se dieron cuenta y cuando expresaron su malestar y se fueron a otra tienda les ocurrió como a todos los empleados que salieron de aquella empresa, es decir, el jefe acabó "rajando" de ellos.

16 febrero 2007

La abadía del crimen

¡Qué título tan interesante para un post! A más de un nostálgico le recordará a aquel famoso juego del año 87 u 88. Casi nada, 20 años hace ya, cuando los PCs estaban todavía en pañales para el público. Recuerdo que estaba disponible para MSX o Spectrum, pero mi memoria no da para tanto. He leído por ahí que estaban en proyecto de hacer una segunda parte para PC con las características gráficas que permiten los equipos actuales. No estará mal echar un vistazo a ver que se cuece ;). En la entrada en la que nos encontramos, me sirve para ilustrar algo parecido, que ocurría en mi empresa. La abadía era la de "El Nombre de la Rosa", donde la risa era un "pecado mortal". Pero, entrad hermanos, entrad...
No era infrecuente que cuando los pringadillos nos encontrábamos en reparaciones o haciendo las guardias, los chistes y las risas formaran parte del ambiente diario. Eso nos relajaba, mantenía fuerte las relaciones y distendía mucho el ambiente, haciendo que las horas pasaran más rápidamente. Toda empresa que se precie, las tiene, y desde mi punto de vista favorece la productividad porque un empleado feliz y contento es un empleado que está dispuesto a hacer sacrificios por la empresa y trabaja con más diligencia. Durante la Alta Edad Media de mi empresa (época oscura, primeros años en el garaje y primeros años en el nuevo local) resultaba más fácil reírse, y era más sano que cuando llegó la Baja Edad Media y el Renacimiento (a partir del año 2003 más o menos). Por alguna razón inconcebible, para mi jefe y sus secuaces, las risas y los chistes eran símbolo de gandulitis y ociosidad. De esta forma, cualquier acto de esa naturaleza era convenientemente reprimido y erradicado. Había dos posibilidades: que lo oyera el acólito, cuyo nivel de rastreo estaba más allá de cualquier radar de última generación (era capaz de detectar risas pringadillas a través de las paredes y cristales y mamparas), o que te oyera el jefe, en cuyo caso, sus movimientos eran tan rápidos como los de un colibrí con picor en las orejas. Aún no habías entendido el chiste y ya lo tenías encima con cara de mala leche, dispuesto a echar una bronca. A veces venían los dos a ver de que nos reíamos, y a veces, también te soltaba la típica frasesita de película: "Venga, cuéntame de que te ríes y así nos reímos todos". En mi empresa sólo podías carcajearte de sus chistes o de las bromas de personas concretamente especificadas por él (acólitos, secuaces, pseudoclientes peloteros, pseudoclientes poderosos y alguna que otra especie que pululaba por el lugar). Además tenían vigías y chistómetros con patas que les avisaban de posibles brotes de insubordinación, es decir, que intentáses ser feliz sin el permiso empresarial. Ya les digo, la abadía del libro de Umberto Eco, era el club de la comedia comparado con mi empresa. Y Jorge de Burgos (el ciego benedictino) un payaso risueño al lado de mi gerente. En mi empresa la gente no acababa con la lengua morada, pero si te reías te las hacían pasar moradas.