20 marzo 2007

Las cortinas del sublime

Este es uno de los temas que más gracia me hace y que a la vez me enerva de sobremanera. No se fíen del título, tiene un trasfondo más profundo de lo que pudiera parecer a simple vista. Describe como la arrogancia, la mala fe, el desprecio y otras pésimas facetas del ser, afloran en el momento más inesperado o simplemente siempre han estado ahí, pero no nos hemos molestado en mirar. Toda esta historia comienza cuando nos mudamos del garaje en el que empezó su andadura la empresa. Nos instalamos en unos nuevos locales que tenían un salón a nivel de la calle y un sótano cada uno. Eran amplios y espaciosos. Tenían mucha iluminación y no se parecían en nada a la lúgubre y oscura mazmorra en la que había trabajado varios años. El local principal, el que tenía acceso desde y hacia la calle, estaba dedicado a la zona de atención a clientes, los mostradores, los armarios con material y finalmente, ocupando la mitad trasera, el taller. La parte administrativa, donde estaba el gerente, los acólitos, los programadores y la administrativa, se situaba en el otro salón. A este lado se accedía mediante una puerta de aluminio y cristal. Un gran escaparate se situaba entre ellos y la calle. En la parte trasera, unas amplias cristaleras permitían ver un enorme patio interior y la parte posterior de los edificios que estaban enfrente. En mi tierra, suele hacer sol y calor la mayor parte del año. El astro rey penetraba con gran ímpetu por los ventanales que daban a esa explanada y sus rayos caían inmisericordes sobre el despacho de mi jefe (por aquel entonces una mesa y poco más) y una pequeña sala de reuniones. Para proteger estas estancias, la empresa había comprado unas cortinas. De esta manera, desde los primeros días en el nuevo recinto, mi jefe, disfrutaba de protección contra el sofocante calor y la cegante luz que traspasaba los cristales. En el otro local de la empresa, el taller tenía las mismas condiciones al encontrarse también junto a los ventanales interiores, pero con una sutil diferencia: no teníamos cortinas. Día tras día, semana tras semana, año tras año el sol caía implacable sobre nuestros puestos. La intensa luz no nos permitía ver el contenido de los monitores. El calor era insoportable. Los compañeros que tenían sus mesas más cerca de los vidrios intentaban protegerse apilando cajas y cartones. Realmente bochornoso. No se podía trabajar. Muchas veces expusimos el problema a nuestro superior. Muchas veces nos quejamos de la necesidad de unas sencillas cortinas, que nos evitaran ceguera y quemaduras. La respuesta siempre fue la misma: "No hay dinero para cortinas". Así pasaron varios años trabajando en esas condiciones. Cuando por fin se cerró mi departamento y su sitio fue ocupado por el despacho del gerente ¿Adivinan que ocurrió? Sí, eso mismo. Tantos años sufriendo y ..."casualmente" cuando mi jefe se instala en ese lugar, hay dinero para comprar nuevas y flamantes cortinas.

Yo no creo en las casualidades.

19 marzo 2007

¿Para qué sirve un sindicato?

Ahora sí lo sé, pero hubo un momento en mi vida que no lo entendía. Y ustedes dirán: ¿por qué? La razón es muy sencilla: hay gente dentro de los sindicatos que deberían dedicarse a otra cosa y no a defender los derechos de los trabajadores.
En fechas próximas a la desaparición de mi departamento, cuando todo el pescado había sido vendido, y era más que seguro que tarde o temprano y de una forma más o menos fraudulenta mi jefe iba a cerrar nuestra área de trabajo, decidí ir haciendo varias cosas que me pudieran situar en una buena posición a la hora de salir de la empresa o de quedarme en ella. Mi deseo era irme, pero tan cierto como que el taller iba a terminar su actividad, era que nunca podría salir de aquella empresa por la puerta de delante y mucho menos cobrando una indemnización. Mi jefe hubiera preferido comerse el dinero que pagar un sólo céntimo a cualquiera de los pringadillos. Entre las opciones que tomé estaba: hacer un curso de páginas WEB y afiliarme a un sindicato. Obviamente la segunda era la medida de presión. Yo era pequeño y débil. La empresa era más fuerte que yo. Ahora yo formaba parte de algo que me hacía más fuerte, o al menos, eso era lo que pensaba.
Se supone que al afiliarte consigues información sobre lo que tienes y lo que no tienes que hacer en una empresa y apoyo profesional para afrontar los problemas que puedas tener en el seno de un negocio. Poco después de afiliarme y en plena agonía por los trabajos forzados que estaba realizando, decidí que esto no podía ajustarse a derecho de ninguna forma. Acudí a la sede principal del sindicato en mi provincia y hablé con la "persona encargada" de asesorarme, antes de acudir directamente a los abogados. Después de esperar un buen rato a que esa persona dejara de hablar con sus amigos por teléfono y de que terminara de fijar los detalles para su próxima fiesta sindical, le expuse todo lo que me estaba ocurriendo. Le conté el cierre del taller y los números ficticios que el gerente había puesto sobre la mesa y le resumí la serie de vejaciones que estaba sufriendo por la obligación de realizar una serie de trabajos forzados para los cuales no había sido contratado (ya que yo era informático) y que suponían una discriminación respecto a mis compañeros. Todavía si me hubieran pagado como pintor, casi me hubiera callado. La respuesta fue tan simple como aterradora: "Tú no te puedes negar a hacer lo que te digan". Yo no podía entender lo que me estaba diciendo. ¿Qué pasaba con mis derechos? ¿Con mi dignidad como trabajador y como persona? ¿No había un modo de evitar todos esos abusos? Este individuo, más pendiente del vino y la carne que iban a tener en la fiesta que de cualquier asunto laboral, me despachó rápidamente, como a un mosquito molesto que le estaba fastidiando la siesta. Y siguió repitiéndome: "Tú lo que no puedes hacer, es negarte a lo que te digan". No me dio más opciones, ni alternativa alguna. Simplemente, aguántate que la vida es así. Con ejemplos como el citado, podrán entender mi desilusión con todo el movimiento sindical. Ellos y nada eran lo mismo. Encima tenía que pagar cuotas por darle la razón a mi jefe. Ese verano fue bastante largo. Todo me iba mal, hasta lo más obvio y seguro me estaba fallando. No fue la última vez que me pasé por la sede del sindicato y en las siguientes ocasiones las cosas fueron muy diferentes. Había una nueva persona, más dinámica y más vital, con ganas de hacer muy bien su trabajo, y que ante la más mínima duda me decía: "vete inmediatamente a ver a los abogados". Y así fue. Cuando casi al final de esta historia necesité recurrir al sindicato y esperar de ellos todo su bien hacer, profesionalidad e interés, lo obtuve. Esa es otra historia y será comentada en otro momento. De todas maneras, todavía me escarda recordar la pasividad y desinterés de aquella persona, que más que defender los derechos de sus iguales, dejaba a la voluntad del empresario, disponer de sus trabajadores como mejor le viniera en gana. De mi experiencia, puedo contarles a ustedes, que en una situación como la mía, no se queden parados ante una sola opinión. Busquen, investiguen, pongan patas arriba a todo el sindicato, pero que alguien les ofrezca una solución.

18 marzo 2007

Los nuevos compañeros de trabajo

Hoy haré un alto en el camino. Pondré un paréntesis al ciclo sobre trabajos forzados que he estado contando estos días pasados (I, II, III, IV, V, VI) para describir someramente como se incrementó la plantilla de trabajadores de mi empresa, sobre todo orientada hacia la nueva política del negocio: el software en Internet. Todo esto dentro del plan megalómano de mi jefe de conseguir grandes cantidades de dinero fácil a costa de las subvenciones públicas, así como de organismos públicos. Lo importante es aparentar. En muchas ocasiones, vende más una imagen que mil palabras. Mi jefe, consciente de ello, dedicó mucho esfuerzo al acondicionamiento de los locales. De ellos ya he estado hablando, y lo haré aún más en los próximos post. La otra forma de impresionar era tener la oficina toda llena de gente, y en las mesas vacías poner ordenadores y detalles que simularan que alguien ocupaba ese puesto. No sé que apreciación de la realidad tendría el gerente, posiblemente pensara que en poco tiempo nuestra empresa sería muy importante, con lo cual contrató a muchos nuevos compañeros para tal menester. Puede que todos ellos fueran seducidos con bonitas palabras y grandes proyectos, futuros sueldos elevados y toda una batería de falsas promesas que mi jefe manejaba con habilidad. Y prácticamente todos ellos serían envilecidos una vez abandonaron la empresa.
Hacia el año 2003 comenzó a trabajar en la empresa una nueva compañera en el grupo de programación. Por aquel entonces estaba compuesto por los dos chicos que entraron a hacer prácticas un par de años después que yo, por otro de mis compañeros que también había estado padeciendo en el taller (que tendría una marcha muy indigna) y por el acólito número 1 que estaba llevando varias labores, entre ellas, sacar a la bestia que mi jefe tenía dentro y lavarle la cabeza con pequeñas ideas que se convertirían en grandes fantasías en el imaginativo cerebro del gerente. No recuerdo si en aquella época, las fricciones entre aquellos dos primeros compañeros y el jefe dieron lugar a las salida de los primeros de la empresa. Por supuesto cuando se fueron, y a lo largo de los años, sólo se dijo de ellos lo peor. Tiempo después, y debido a los despropósitos del gerente para hundir el taller y eliminar a algunos "peones" molestos, llegó a la empresa una chica que haría funciones de logística primero, y luego con el cierre de mi departamento no tendría funciones específicas. Como todos, aguantar hasta que la echaran. Sobre esas fechas (¡echadme una mano compañeros, que no lo recuerdo con exactitud!!) y en breve lapsus de tiempo entraron los otros compañeros de fatigas que acabaron siendo coordinadores y cuyas salidas de la empresa también fueron muy polémicas. Por supuesto, serían denigrados tras su marcha, por el siempre "perfecto" e "inocente" jefe que teníamos. Ya sobre finales del 2003 ó 2004 se incorporaría un diseñador gráfico que llevaba tiempo trabajando puntualmente para nosotros y después otra diseñadora gráfica. Justo con la caída del taller entraría a formar parte de la plantilla otra compañera que había estado haciendo sus prácticas de fin de carrera. Al mismo tiempo llegaron los primeros programadores de la nueva era. Uno que se gozó todas las obras, otro que entraría a mitad del verano y un tercero que también lo haría por esas fechas. Para dar la sensación de gran empresa, y seguro que de cara a alguna subvención, se puso en plantilla a la chica de la limpieza. Aún faltaba por llegar otro diseñador más. Así, en apenas un año, habíamos doblado la plantilla. Los procesos selectivos para algunos fueron más sencillos, pero para otros algo parecido a entrar en la NASA. Se les pedía un currículum desproporcionado a las funciones que iban a cumplir. En mi empresa estaban tratando de dar la imagen de ser una empresa puntera, en un campo en el cual sólo llevábamos poco tiempo y del que todavía no teníamos mucha idea. Es la teoría de la exclusividad. Los candidatos no elegidos, posiblemente difundirían la idea de una empresa de alto nivel con una selección muy estricta. Otra pieza más para crear una imagen falsa de cara al mundo. De esta manera, a finales de 2004, habría en plantilla unas 20 personas incluyendo alguna baja. Con el cierre de mi departamento, se trataría de reubicar dentro de la empresa a 5 de nosotros, es decir, colocar a algunos y librarse de otros. Los nuevos compañeros, y como casi la mayoría de los miembros en la empresa, estarían exentos de buenos sueldos durante su estancia, y serían obsequiados con abundantes evasivas cuando tratasen de reclamar sus derechos. Pero claro, eso sería una mala interpretación de ellos, mi jefe siempre les había hablado "claro" y con "sinceridad" X-D. Con todos ellos tuve y tengo buena relación y sé y deseo que sigan mucho mejor que cuando les tocó vivir aquellos "maravillosos" años.

17 marzo 2007

Los trabajos forzados VI: La proposición deshonesta

Sigo narrando las inquietantes desventuras que tuvimos que soportar en aquel estío de 2004, pero debo echar una mirada atrás para que dispongan de más información. Corría el año 2001 cuando mi empresa, definida dentro del concepto de PYME, adquirió unos locales más o menos modernos en una calle adyacente al garaje en el que trabajábamos. Hubo una mejora notable en algunos aspectos del trabajo, aunque en otros continuamos igual o peor. Durante el acondicionamiento de los locales, mi jefe encargó a un amigo (al que luego traicionaría como hacía con todo el mundo) la instalación del parquet y el pintado interior de las salas. Las paredes estaban a medio pintar cuando surgieron las diferencias entre ambos y se cortó la relación. Según mi jefe, él terminó de pintar lo que faltaba. Puede que fuera así, puesto que daban pena. Hasta un mico con un rotulador hubiera realizado un acabado más digno. No se habían dado las suficientes capas y se notaba cada brochazo, a parte de que el color era un verde hospital bastante deprimente. Las columnas habían sido destacadas con un verde más oscuro y más tétrico. Por supuesto mi jefe siempre acusaba a su amigo y el ayudante de lo mal que había quedado todo. En fin, no haré comentarios al respecto. En plena efervescencia de prepotencia y podredumbre arrogante de mi jefe, y con la inclusión de 2 diseñadores gráficos en la plantilla del negocio, decidió que había que dar un toque más distinguido al comercio. Uno de los diseñadores recomendó un tono arena para las paredes y un azul semioscuro mate para las columnas (ambos colores estaban presentes casualmente en la antigua plantilla de este blog, que ya ha sido cambiada ) Aquí es cuando entramos de nuevo en juego los pringadillos. Volvemos a donde lo había dejado ayer: "Tengo una proposición deshonesta que hacerles..." Cuando mi jefe bajó ese día las escaleras para hablar con nosotros, no tenía en mente nada bueno. Pendenciero por naturaleza, altamente rencoroso, demasiado vengativo y manifiestamente cobarde, estaba ideando una nueva fórmula de humillarnos, pero esta vez también le movía un propósito económico, y que no era otro que ahorrarse mucho dinero en profesionales de pintura. ¿Para qué contratar a un pintor, cuando tengo un par de pringadillos sometidos, a los cuales puedo explotar? Se acercó a nosotros cual serpiente sibilina, reptando y siseando. Su cara era la representación del halago interesado, de la falsedad, de la verborrea embaucadora. Sus palabras eran ponzoña que impregnaban el ambiente, volviéndolo venenoso e hiriente. Escondían tras de sí la certeza de recriminación, el rencor y la venganza. Dejaban entrever crueldad y castigo si no se aceptaban sin condiciones. No había nada bueno en él ese día. Ladino y zascandil* nos ofrecía humillación a cambio de perdón. Pero perdón, ¿por qué? Tal vez por no hacerle la pelota como algunos de los miembros de la empresa. ¿Tal vez por haberle retrasado durante tanto tiempo sus intentos de destrucción del taller...? Nunca se sabrá. De esta manera, sonriente y pérfido nos conminó a cesar las tareas que estábamos realizando: colocar y ordenar un montón de trastos en las estanterías recién montadas. Nos dijo:" Tengo una proposición deshonesta que haceros..." Seguía riendo como si fuera un juego. Él sabía como chantajear."Voy** a pintar la empresa y como ustedes están realizando las mudanzas y desmontajes, lo mejor es que se encarguen de ello, que alguien de fuera. Esto es lo que les tenía que decir. Piénsenlo y me dicen que decisión toman." (aunque no sean las palabras exactas, la idea de la conversación era esa). Se fue. Evidentemente eso era otro abuso más. Lo teníamos claro los dos, pero había un problema. Mi compañero estaba muy nervioso, le entró una paranoia y se veía en la calle si no aceptaba las condiciones tan denigrantes que exhortaba mi jefe. Una hipoteca, y una anterior relación laboral de un pariente en la misma empresa con resultado desastroso, le tenía en ascuas. Yo era su compañero. Habíamos pasado muchas malas situaciones juntos a lo largo de 6 años. Simplemente no podía dejarle en la estacada. Después de hablarlo un rato y discutirlo con una espada de Damocles situada sobre nuestras cabezas, "decidimos" (si es que a ser extorsionado se le puede llamar decidir...) aceptar la propuesta deshonesta del gerente. Fue la peor decisión que tomé en mi vida. Tendría unas consecuencias aterradoras. Es algo que nunca nunca nunca debimos permitir. Cuando se lo dijimos al jefe, éste no pudo ocultar su satisfacción. Mi compañero había sido pintor, y yo los veranos en casa también le daba a la brocha gorda, aunque comparado con él era un neófito. Los bricoinformáticos, ahora éramos pintores. Fue un verano muy largo pintado, y sucedieron muchas cosas. Como la explotación y el abuso ya estaban llegando a límites intolerables, nos dedicamos a ralentizar el proceso. Si mi jefe nos quería amargar y además ahorrarse dinero, se iba a quedar con un pasmo de narices. Trabajaríamos a ritmo lento. Le daríamos dos o tres manos a las paredes y desmontaríamos todos los cableados con parsimonia. Terminando julio, todavía quedaba mucho por hacer, pero mi compañero se iría de vacaciones y yo me quedaría sólo. Sólo ante el peligro. Sólo ante el déspota. El tirano todavía me reservaba más sorpresas. Disfrutaba con ello. El desprecio más absoluto estaba por llegar en ese agosto de 2004.


** Nótese el uso fraudulento de la primera persona del singular.

* Según el diccionario de la Real Academia Española.

zascandil.
1. m. coloq. Hombre despreciable, ligero y enredador.
2. m. desus. Hombre astuto, engañador, por lo común estafador.
3. m. desus. Golpe repentino o acción pronta e impensada que sobreviene, comparable a un candilazo.

16 marzo 2007

Los trabajos forzados V: Las estanterías metálicas

Ese final de primavera y verano del año 2004 se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla. Liquidación de mi departamento y venganza atroz de mi jefe. El gerente se había vuelto muy arrogante. Como el abusón de un colegio de primaria, se dedicaba a repartir tortas (en este caso psicológicas) a los demás. Como siempre, los más débiles recibían lo suyo y lo que el "abusón" no se atrevía a darle a los otros. Su despropósito no decaería en los siguientes meses estivales: después de haber quitado los armarios del taller, desmontado el escaparate con sus vitrinas, puesto el parquet y pasado un día horrible al deshacernos de los bloques, tocaba la segunda fase del rencor. Esta vez el premio consistía en desarmar y retirar todas las estanterías metálicas del almacén y su contenido y volverlas a ensamblar en el otro sótano y por supuesto, colocarlo todo de nuevo. Mi jefe tenía la idea de crear un centro de datos en ese subterráneo, pero después, se le ocurrió que iba a montar un sistema de sala de reuniones, archivo, una habitación mazmorra para pringadillos que le caían mal y necesitaba incomunicar, etc... no tardó demasiado en ordenar el desalojo y limpieza del almacén para empezar las costosas obras, realizadas con paredes de pladur y todo perfectamente encalado y pintado. No sé cuanto costaría esa aberración, pero hablaré de ello en otro momento, sobre todo sobre el cuarto de reclusión en el que pensaba aislar y amargar hasta deprimir a mi otro compañero pringadillo. Tuvimos que trasladar una gran cantidad de material informático: placas base, tarjetas de vídeo, discos duros, monitores, impresoras, etc... al otro sótano. Luego mover los estúpidos focos de jardín que llevábamos siglos amontonando y trasladando como zoquetes, y por fin, empezar a desmontar las enormes estanterías. Yo pensaba hacerlo despacio. No me pensaba matar a trabajar cuando ya bastante me habían humillado. Pero mi compañero puso la 5ª y empezamos a desplomar paneles y soportes como posesos. La verdad que destruir sienta muy bien. Por lo menos relaja la tensión. Periódicamente mi jefe bajaba para que no nos "relajáramos" y para incordiar con su soberbia. Menudo plasta. Esta claro que cuando se aburría venía a someter al populacho, que es así como nos consideraba. Seguramente pensaba que nos mantenía y que por eso podía disponer de nuestras vidas y sentimientos a su antojo. Pequeño señor feudal en su pequeño feudo de mentiras y rencores. Mi jefe había adquirido multitud de nuevas estanterías con sus correspondientes patas, baldas, tornillos, tuercas y arandelas. Nos pasamos días armando de todo de nuevo, pero estaba vez había más que ensamblar. Conseguimos ser todo lo parsimoniosos que podíamos, alargando el trabajo hasta la hora de salir. Constantemente éramos supervisados por el jefe, el cual no dejaba de entrometerse. Después de horas de esfuerzo nos sentábamos a descansar y el gerente aparecía por la puerta. Oportunista para todo lo malo, como siempre. Además se jactaba de ser experto en todo. Ponías un tornillo y te decía que estaba mal. Ponías una estantería sobre la pared y te decía que ahí no. Hicieras lo que hicieras, siempre estaba mal. Lo peor era que te decía una cosa, la hacías y luego te echaba la bronca de porqué habías hecho eso. Cuando le respondías que él lo había dicho, se defendía argumentando que si éramos "idiotas" (no exactamente con esas palabras) y no entendíamos lo que él lo que nos decía.¡Qué horror! Menuda manera de machacar. En este punto del blog, sucedió una cosa muy relevante, algo que me afectaría de sobremanera en el futuro inmediato y que fue el detonante de una humillación aún más insoportable, y que a su vez, tendría consecuencias muy importantes en mi propia vida. Entró una mañana por la puerta del sótano, mientras estábamos ordenando toda la "mierda" y colocándola en las estanterías y nos dijo, con voz embaucadora y falsa: "Tengo que una proposición deshonesta que hacerles...".

15 marzo 2007

Los trabajos forzados IV: La huída

Estos trabajos forzados habían concluido un viernes, pero teníamos un pequeño problema. Las decenas de bloques (ladrillos) que estaban amontonados. Un poco más arriba de la calle se estaba construyendo un edificio. Nos acercamos y les preguntamos que si querían los bloques. Nos dijeron que sí, y que un poco más tarde los vendrían a buscar con un camión. Cerca de las dos de la tarde todos los bloques estaban en la puerta de mi empresa y por allí no aparecía nadie a recogerlos. El gerente no quería basura en su pulcro y "cool" negocio. Nos "aclaró" que debíamos deshacernos de esa escoria y que cargásemos la furgoneta y fuésemos a cualquier obra a dejarlos. Con el vehículo hasta los topes fuimos hasta una obra calle abajo, pero los empleados nos trataron como animales. Nunca había visto gente tan bruta. Como dije en el anterior post, cuando era joven, me pasé muchos veranos trabajando en construcción y nunca había tenido compañeros tan bruscos y salvajes como los individuos de esa obra. Volvimos al negocio. La mejor opción era dejarlos en la entrada de la empresa o dejarlos en la furgoneta y el siguiente lunes nos desharíamos de ellos. El problema era que no se podía dejar esos bloques dentro y a la vista; además, mi jefe quería la furgoneta limpia y vacía para irse con ella a su casa de la playa. Se acercaba la hora de despedir, hacía mucho calor, estábamos cansados, molestos y hartos de todo y más que nada del gerente. Mi jefe nos "propuso" dejarlos cerca de algún contenedor de basura, porque gente agradecida (cualquiera que pasase y tuviese falta de material de construcción) se encargaría de recogerlos para su uso personal. Otra forma más de decir: "Tiradlos en el primer sitio que no os vean". ¡Viva la certificación ISO 14001:1996 (ahora 14001:2004)! ¡Qué bochorno!. No pensaba pasar por esa situación tan vergonzante. Empezamos a recorrer calles con el vehículo hasta que encontramos un descampado en que se veía una gran cantidad de escombros. Esta era la nuestra: entramos y tiramos todos los bloques, pero cuando fuimos a salir del descampado, alguien había cerrado con una cadena muy gruesa y un candado. ¡Estábamos encerrados! y lo más seguro es que su dueño fuera a buscar a la policía. Con los nervios a tope y con grandes piedras intentamos romper los candados y la cadena. Pero para más presión aún, ¡apareció una vecina chillando y gritando que nos estaban grabando en vídeo y que nos iba a denunciar! Me decía sin cesar: "¿esa cadena es tuya para que la estés rompiendo?" y yo le respondía: "No, pero estoy encerrado y quiero salir" y ella volvía a preguntar a grito pelado "¿Y ese terreno es tuyo para que estés metido en él?" y yo le respondía: "No, pero cuando entré no había ningún cartel que dijera que es privado". Vamos, las respuestas de la desesperación. Se me cortaba el aliento, la respiración y el corazón parecía que se me salía del pecho. ¡Qué vergüenza más grande! Después de incordiarnos lo suficiente para amargarnos la existencia, la señora decidió largarse, a seguir "grabando" supongo. Yo no cejaba en mi empeño de romper los eslabones a golpes de piedra, hasta que mi compañero tuvo una feliz idea. Levantó la cadena por en medio y me dijo: "Pasa la furgoneta por debajo". Yo no lo veía muy claro. Lo hice y con algo de esfuerzo y alguna rayadura conseguimos salir de allí. Aquel vehículo literalmente voló sobre el asfalto cuando pisé el acelerador. Después de dar vueltas por decenas de calles, trazando un rumbo aleatorio, regresamos a la empresa. Todavía estábamos cardiacos, amargados, turbados, enfadados y deshechos. Me veía a mi mismo y a mi compañero saliendo esa noche en un programa de la tele sobre denuncias: tirando los bloques, intentando romper una cadena y escapando por los pelos, con el logotipo de la empresa bien claro en un lateral del coche, en primer plano, y unos titulares que dijeran: "Sinvergüenzas medioambientales". Aún lo recuerdo y me siento fatal. Nuevamente, gracias a la empresa y principalmente a mi estupidez por no cortar por lo sano, volvía a estar en una situación personal insufrible.
Más blancos que rojos, cruzamos la entrada de la empresa. La furgoneta estaba llena de polvo y escoria de los bloques. Nosotros igual o peor. Fuimos hacia el jefe que estaba allí, esperando para recibir su vehículo y largarse a la playa, y le contamos lo sucedido, incluido lo de la supuesta "cámara". No se inmutó mucho, en apariencia. Dijo simplemente:"Bueno, pues nos quitarán el certificado EMAS, ¡qué le vamos a hacer!" Nosotros desconfiábamos mucho de la tranquilidad con la que nos decía eso: o le importaba un comino o fingía. Mi opinión es que si llegamos a aparecer un par de días después en la tele y con una denuncia por medio, lo más probable es que nos hubiera acusado de haber actuado sin su conocimiento y nos habría hecho responsables de todo. Seguramente incluso, hubiera intentado echarnos basándose en una falta muy grave, para así disimular su total falta de respeto por las cosas. Afortunadamente o desafortunadamente no ocurrió nada excepcional y nuestra horrible existencia en aquella empresa estaba muy lejos de terminar. Yo, por si las moscas, cogí un barco y me largué lejos ese fin de semana. Necesitaba desahogarme en un concierto, ver a una persona y olvidarme por un rato de todo. Aún tendría que sufrir mucho más antes de salir por la puerta de aquella empresa; para no volver.

14 marzo 2007

Los trabajos forzados III: El parquet

Nuevamente asistimos a una de las "gloriosas" aventuras de los pringadillos en la empresa de "Nunca Jamás". En la pasada entrada describí como tuvimos que desmontar el enorme escaparate de la empresa, jugándonos el físico en ello. Por otro lado, esta "labor" que tan atentamente nos había encomendado el gerente, no era sino otro degradante castigo de los que tanto gustaban a mi jefe. Se crecía con ellos. No hay nada como ordenar y que te obedezcan, aunque las órdenes sean absurdas y malintencionadas. El tema del escaparate iba para largo. Los cristales y las guías de aluminio sólo eran el principio. La historia es mucho más larga y mucho más surrealista. A punto estuvimos de perder el certificado EMAS, jajaja lo cual no me hubiera importado, porque pienso que nuestra empresa no era éticamente merecedora de tal galardón. El haber hecho los deberes un día no te exime de haber incumplido tus obligaciones toda la vida, sobre todo teniendo en cuenta que ese certificado no se obró como un deseo honesto y de buena fe para preservar el medio ambiente, sino como un medio para conseguir subvenciones y "reconocimiento" en ciertas esferas de influencia. Todo esto claro, según mi opinión personal, forjada tras muchos años en aquella empresa.
Una vez que desmontamos todo el escaparate, quedaba un sobresuelo tapizado por el mismo parquet que se había colocado en todo el comercio unos años antes. Retiramos una pieza perfecta de parquet de unos 6 metros de largo por 1 ó más de ancho. Quitamos todos los tablones y tabiques que soportaban este suelo elevado del escaparate. Lo que quedaba era un enorme hueco, unos 20 centímetros más bajo que el resto del nivel del local. Dispersos en él, se encontraban multitud de bloques, que servían como base al entarimado. Hubo que sacarlos y amontonarlos en un lado. Nos "alentaron" (por hablar diplomáticamente) a acercarnos a una ferretería a comprar decenas de bolsas del relleno para el hueco y transportarlas hasta la empresa. Aunque yo había trabajado en la construcción cuando era adolescente, la labor para la cual yo había sido contratado en esa empresa era de informático, así que pueden suponer la gracia que nos hacían estos abusos. Cuando llenos de polvo hasta las cejas (nosotros y todos los programadores que estaban tecleando cerca), colocamos el parquet sobre una gomaespuma (que hacía las veces de suelo) en ese hueco que habíamos rellenado, nos dimos cuenta de que en uno de los extremos, un conducto de cemento que comunicaba con el sótano inferior impedía dejar a nivel toda la sala. Hubo que coger cincel y martillo y rebajar todo el exceso. Uno de los programadores, que apenas llevaba trabajando unos días se llevó buena parte del conglomerado en las cejas, el pelo y la ropa, ya que estaba a un metro de nosotros y todas las virutas le caían justo encima. Tuvimos que taparle con cartones mientras rompíamos el hormigón. Bonito recibimiento por parte de la empresa. Hubiera sido mejor decirle que se incorporase unos días más tarde, pero ya sabemos como era mi jefe y lo poco que le importaban la mayoría de sus empleados. Finalmente conseguimos colocar todo el parquet y buscar unos trozos más para el espacio que faltaba y que correspondía al tamaño de las guías metálicas que habíamos desmontado. Se veía muy bien, apenas se notaban las uniones. El local había ganado en amplitud, y aunque el relleno aún no se había asentado, el parquet no presentaba hundimientos ni deformaciones. Bricoinformática a la carta.

13 marzo 2007

Los trabajos forzados II: Las Vitrinas de Cristal

Si lo que ayer les pareció increíble o vergonzoso, no se pierdan el post de hoy. Mi jefe siempre iba más allá. Si creen que desmontar montones de estanterías con cajones llenas de material informático y trasladar una mesa bajo látigo era suficiente para mi jefe, están tremendamente equivocados. Su mega proyecto de empresa empezaba a tomar forma. La venganza estaba al alcance de la mano. Los pringadillos, esos seres odiosos que durante tanto tiempo se habían atrevido a rebatirle y a frustrar sus empeños megalomaniacos estaban ahora, y como siempre, al son que él tocara. Y había que azuzarles más y humillarles más.
Mi empresa estaba dividida en 4 ó en 2 y 2, según se mire. Ocupaba dos locales de un edificio. Cada local tenía su propio sótano. Los había unido arriba y abajo mediante unos huecos en los que había habilitado unas puertas. En uno de ellos había quitado el acceso (o eso dicen, yo no lo recuerdo) y había puesto una gran vitrina de exposición. El antiguo taller estaba en el salón al cual se accedía directamente desde la calle. Para llegar al antiguo despacho del gerente había que atravesar una puerta que había colocado entre los dos salones. Como ya no íbamos a dedicarnos a la reparación y venta de ordenadores y consumibles, los escaparates no eran necesarios, por lo tanto fueron desprovistos de todo su contenido, que se guardó en uno de los sótanos. Labor, que por supuesto realizamos los humillados pringadillos. Mi jefe tenía aún otra idea mejor y era desmontar por completo las vitrina de exposición del salón donde estaban los programadores. En el espacio ganado con esta acción, quería colocar dos mesas más para los nuevos empleados que contrataría en breve. Nuevamente por mandato autoritario y sin ningún tipo de respeto ni consideración hacía nuestras personas ni a nuestra bienestar físico y psíquico, nos obligó a desarmar el escaparate. Estaba compuesto por unas guías de aluminio largas y atornilladas al suelo, al techo y a las paredes. Otras, en el medio, hacían de divisores verticales y formaban la puerta de entrada al escaparate. Sostenidas en la red de metal, se disponían una serie de enormes y pesados cristales muy peligrosos de manejar, de casi dos metros de altura. Sin casi protección para las manos y los ojos, tuvimos, mi compañero y yo, que desarmar toda la estructura y extraer los vidrios. No nos cortamos de milagro. Todo bajo la déspota coordinación de mi jefe. Se lo estaba pasando en grande, viéndonos sufrir. Todo ese peligroso material fue transportado hasta uno de los sótanos, con gran riesgo para nosotros. Aquello no nos gustó nada y mucho menos la arrogancia del gerente. Me hierve la sangre cada vez que lo pienso. Decidimos filmarlo y fotografiar lo que nos exigían hacer, por si alguna vez servía de algo. Es una opción muy recomendable para todo el que sufra estos abusos. No sé si todavía ese material lo guarda mi ex compañero. Pero todo esto no era nada más que el principio. Las vitrinas darían aún para más, y los trabajos forzados sólo estaban empezando. Prácticamente perdí un verano dedicado a la "Bricoinformática". Para realizar todas estos "quehaceres" vestíamos ropa gastada y sucia. No íbamos a venir guapos a trabajar. Y aún así, repentinamente, mi jefe me paraba y me hacía ir a clientes todo sucio y mal vestido. Desde mi punto de vista, le encantaba pisar a la gente, al menos, eso me dice mi experiencia personal.

12 marzo 2007

Los trabajos forzados I

Con este post comenzaré un nuevo ciclo que ilustrará algunos pasajes de una de las etapas más triste y dura de mi vida. Esta periodo comenzó hacia finales de la primavera y prosiguió durante el verano de aquel nefasto año 2004. Mi jefe había conseguido el objetivo que explícitamente o subconscientemente se había propuesto años atrás, y que no era otro sino, cerrar el taller de reparaciones y venta de equipos informáticos. Después de tener una reunión conmigo y preguntarme por mis aptitudes y actitudes profesionales sobre programación, "debía haberse dado cuenta" de que ya no me interesaba seguir en la empresa. Que mi tiempo en ese lugar había terminado. Desconozco si fue por buena voluntad o rencor, pero decidió que yo debía seguir en el negocio, pero para ello tendría que pagar cara mi estancia. No bastaba con haber dedicado en cuerpo y alma 6 años de mi vida a ese comercio y haber sufrido lo indecible; yo tendría que pagar un peaje para ser aceptado en la "nueva" empresa. Yo era un paria, un desecho del pasado, una mezquindad. No merecía estar en el nuevo negocio, que de una forma u otra yo había despreciado con mi anterior postura y trabajo. Además sentía que mi jefe tenía ansia de "vendetta" por suponer que yo era un vago y un ladrón. Esta era una buena oportunidad para cobrarme todos estos años de supuesta "ociosidad" y "calidad de vida" a costa de la empresa. Creo que lo había planeado todo perfectamente. Cobro de subvenciones, entradas ingentes de dinero fácil, cierre del taller y escarmiento de los pringadillos, con el agravante de venganza hacia un par de nosotros. Mr. "No criterio" sucumbía a los rumores y no era capaz de pensar por sí mismo. En este punto de la historia estaba realmente endiosado. Sólo miraba su ombligo y se sentía el centro del universo. ¡Arrodíllate y pide clemencia, pringadillo, si quieres seguir existiendo!
Sin pedirlo "por favor", sin hablarlo, sin consultarlo, sin excusarse y sin comportarse como una persona, apareció ante nosotros poco tiempo después de cerrar mi departamento. De forma arrogante, zafia, indolente, despótica, tirana, despreciativa, envanecida, insolente y cruel nos exigió que sacásemos todos los cajones, desmontáramos todos los armarios y mesas que teníamos en el taller, que llevásemos todo al sótano, que limpiáramos todo y que dejásemos todo dispuesto, porque a partir de aquel momento, ese lugar iba a ser su despacho. Una vez realizamos esas "labores", para nada recogidas en ningún contrato ni en ningún sentido común, se nos conminó a traerle su mesa y todas sus cosas desde el otro lado de la empresa y a dejárselo todo perfecto. Era un trabajo descomunal y sólo era el principio de varias semanas de sometimiento. Había que ver su cara. Esa persona se había convertido en un cacique y ordenaba como tal: "Haz esto", "pon esto otro aquí y aquello otro allá" (por que yo lo digo y yo lo mando). Una arrogancia y una desfachatez sin límite, como si fuésemos sus esclavos o sus vasallos. ¡Qué soberbia!
Sólo uno de los técnicos siguió llevando el tema de los mantenimientos y luego una baja le salvó de sufrir lo que se avecinaba. Tanto el otro compañero (del que siempre abusaba mi jefe) como yo, íbamos a ser el blanco de su presunción y envilecimiento. Íbamos a pagar 6 años en los que el gerente no se había atrevido a propasarse. Ahora tenía carta blanca. El apoyo incondicional de los nuevos apoderados le daba alas. Su falsa sensación de legitimidad por haber cerrado el taller y darnos la oportunidad de seguir en la empresa (la cual no queríamos) le animaba a atropellarnos y maltratarnos. Nuestra estúpida posición pasiva, además, le hacía creerse inmune. ¡Fuimos unos idiotas!¡Debimos cortar por lo sano, decirle las cosas a la cara y olvidarnos de él para siempre! Ahora no vale la pena lamentarse de la falta de coraje y agallas, pero si vale la pena contarlo, para los que vengan detrás no comentan nuestros errores. En el próximo post les comentaré más trabajos forzados y peligrosos que tuvimos que sufrir, cada cual más vejante que el anterior. Ese verano para mí estaría dividido entre el infierno del trabajo y el infierno de la vida. Sólo una persona puso algo de esperanza en esa locura, a la cual tuve que abandonar cuando mi caída hacia el abismo ya no tenía retorno posible.

11 marzo 2007

La chica de prácticas

Un poco antes del cierre del taller y más o menos al mismo tiempo que se producían algunos de los sucesos que he relatado en estas últimas entradas, vino una chica a hacer prácticas a la empresa. Como yo era miembro del grupo de los pringadillos y además estaba todo el día fuera, atendiendo a los clientes, no tuve la oportunidad de que me la presentaran. Yo pensaba que era una nueva compañera y que estaba contratada. La cantidad de cambios que se estaban gestando en el negocio hacían presumir esa posibilidad. Ella no formaba parte de de ninguno de los departamentos técnicos de la empresa, ni el de hardware ni el de software. Formaba parte del departamento administrativo. Digo departamentos, porque en mi empresa esa era la forma de llamar a las divisiones por tareas, pero estábamos muy lejos de un verdadero departamento. Tiempo después, me enteré de que se trataba de una estudiante que estaba realizando sus prácticas de fin de carrera. La pobre tuvo que aguantar los telefonazos de gran cantidad de clientes enfadados que nos llamaban a diario, cuando su cometido no era ese. ¡Menudas prácticas! Como a nosotros no se nos había dicho que ella no debía coger teléfonos o atender a clientes por estar en prácticas, pensábamos que sí tenía que hacerlo. Imagino la idea que podía hacerse ella de la empresa, con estas experiencias. En cierta ocasión, y me permito la licencia de contar su historia (si me lees: saludos y beso ;) ). Ella, junto con otra compañera en prácticas de otra asociación afín a mi negocio estaban realizando un trabajo que les encomendaron elaborar. Este quehacer, que no sé si era de marketing, estaba dirigido por mi jefe. Ellas como alumnas tenían el horario del negocio, es decir, de 8 a 3. ¡Terminaron el documento a las 2 de madrugada! Para más inri, ni siquiera les dieron las gracias por su esfuerzo; esfuerzo que para nada tenían que hacer. No les dieron ninguna compensación y claro, al día siguiente tenían que estar puntualmente en la empresa. Aún peor, ni les dieron de comer. Otro ejemplo más de las malas artes del gerente. Una verdadera vergüenza. No hay nada como la mano de obra barata. Estaba claro que este sujeto no tenía ni la menor "ética" ni escrúpulos para aprovecharse de la gente. Aunque más tarde esta compañera llegó a formar parte de la plantilla, está claro que las prácticas de empresa consisten en otra cosa: en aprender, no en ser explotado.

10 marzo 2007

El día después

Después del cierre de mi departamento, tuvimos un periodo de transición no muy largo. Era el tiempo de avisar a los clientes del nuevo rumbo que ya, y definitivamente, había tomado mi empresa. Era el tiempo de despedirnos de muchos de ellos. Era el tiempo de que el departamento, que tan mal había sido tratado, pusiera de nuevo su cara para contarle a los interesados, que les dejábamos repentinamente y sin alternativas. Sólo ciertos clientes "estratégicos" se salvarían de la quema, lo cual es un decir, porque el servicio que la empresa nos permitía seguir dándoles era nefasto y antiprofesional. No se les podía vender material desde hacía mucho, y para las reparaciones muchas veces nos vimos sin nada. Mi jefe, por supuesto, escondido en su despacho y ajeno a cualquier responsabilidad. Estaba entretenido en labores más sublimes y por otro lado, no quería que los clientes le recriminaran ser el malo de la película. Algunos clientes me dijeron: "¡Qué cierran el taller!, ¿Tu jefe esta loco?". Como seguíamos siendo empleados de aquella empresa, nos teníamos que morder la lengua para no expresar nuestra opinión al respecto. Más de una vez les quise decir: "el responsable de todo esto es mi jefe, que no tiene el valor de dar la cara y llamarte para decirte que pasa olímpicamente de clientes como tú, porque no eres lo suficientemente rico o poderoso". De esta manera, fuimos alternando los últimos mantenimientos y últimas salidas a clientes con otros "trabajos" que comentaré en breve. Evidentemente los pringadillos sólo teníamos dos opciones: adaptarnos o ser despedidos. La segunda era la más ideal para mí. Hacía ya mucho tiempo que estaba harto de esa empresa y harto del tirano que jugaba con nuestras vidas y nuestros sentimientos. La primera opción también era factible, pero ¿a qué coste? Cierta mañana mi jefe me citó para una reunión informal y rápida. El tema a tratar era evaluar mis conocimientos sobre programación. Me preguntó. "¿Sabes programar o sabes algo de páginas Web?" Le respondí: "Ya sabes que un par de nosotros hicimos un curso de páginas Web hace poco, pero NO, NO sé programar y NO me gusta programar". A buen entendedor pocas palabras bastan. Me miró y me dijo: "Ah, vale, es lo que quería saber". Se acabó la reunión. Suspiré aliviado. Por fin acababan 6 años de pesadilla para mí. 6 años de torturas, humillaciones e insultos. 6 largos años en que me cuestioné la expresión: "Para llegar a ser algo en la vida hay que trabajar mucho". Eso debe ser en otra vida. En este y otro trabajo que había tenido, la realidad me enseñó que si tienes buenas tetas, facilidad de palabra o eres un "cabrón" te irá mucho mejor que dejándote la piel cada día en la empresa. Tu jefe te querrá mucho más que si eres un trabajador abnegado, responsable y obediente. Yo era un iluso. La vida no había acabado de ensañarse conmigo. O mi jefe era un tipo tan magnánimo que me daría una nueva oportunidad o era tan ratero que intentaría conseguir que me fuera sin pagarme indemnización, pero de una forma ya nada sutil. A partir de este momento es cuando de verdad empezaría a pagar mi años de esfuerzo. Ahora la empresa me aplicaría el verdadero castigo por trabajar de sol a sol y sería duro, muy duro.

09 marzo 2007

El cierre del departamento

Concluimos definitivamente este episodio que tanto he nombrado a lo largo de innumerables entradas. Puede que quede algún detalle en el aire. Si lo recuerdo, lo narraré más adelante. Rápidamente haré una breve reseña de los puntos más importantes para ponerles en situación. Mi empresa se dedicaba principalmente a la venta y reparación de ordenadores. También montábamos pequeñas redes de área local y hacíamos mantenimientos a empresas. Todo esto ocurría en el año 1998, cuando entré a hacer las prácticas de empresa. Sin haberlas terminado, comencé a trabajar. Estuve sin contrato varios meses y los contratos posteriores eran de 6 meses, para evitar que acumulara antigüedad. A medida que la empresa crecía en ambición, ampliaba el horario, con lo cual los empleados pringadillos (los de 2ª) trabajábamos todos los días por la tarde y los sábados por la mañana. Con la llegada de un nuevo compañero comercial y nuevos alumnos de prácticas de software, la empresa empezó a diversificar su oferta. Más tarde con la aparición de nuevos clientes y ciertos contactos, mi jefe decidió que la empresa se iba a dedicar al programar software de Internet (páginas web, aplicaciones web, etc...) y a captar sólo a grandes clientes y subvenciones públicas. De esta manera, sobrábamos todos los técnicos del taller y algunos compañeros más dedicados a tareas relacionadas con el hardware. El gerente estimó más oportuno dejar morir mi departamento que cerrarlo, debido a que no tenía argumentos y ofrecería una mala imagen, a parte de tener que pagar indemnizaciones, lo cual no era en absoluto de su agrado. Con ardides y triquiñuelas, cada una más sucia y rastrera que la anterior, fue ahuyentando clientes y estrangulando los ingresos. Tanto él como los "acólitos" (su empleados más fieles), nos atacaban desde dentro. Casi al final nos retó con una serie de pruebas, las cuales superamos a pesar de su complejidad. El tiempo pasaba. No tenía argumentos para cerrar el departamento y el tiempo se le agotaba. Jugosas subvenciones iban a llegar y él, como empresario, seguía sintiéndose poco valorado en su círculo. Además se comportaba tremendamente prepotente y déspota con nosotros. Había que acabar con los "aprieta tornillos" como fuese...
Cierta mañana, no recuerdo si era un lunes (posiblemente sí, porque a mi jefe le gustaba cogerte cansado y desprevenido, para que no le pudieras rebatir), el gerente convocó una reunión. Según la política de empresa, las reuniones se tenían que comunicar con antelación y se tenía que dar el aviso con los puntos a tratar. Mi jefe siempre decía que había que seguir las normas, menos cuando a él no le interesaba. Este fue uno de esos casos. Nos sentamos en la especie de sala de juntas. Un espacio delimitado por estanterías no demasiado altas. El sujeto llevaba muchos papeles en las manos. Su "mano izquierda" (más tarde derecha) y antigua miembro del taller ejercía como secretaria. Recogía lo hablado y decidido en un acta. Acta que luego escribía en un fichero y que estaba a disposición de todos. Acta, que según la conveniencia del jefe, era modificada a su interés antes de publicarla. Sí, así de bajo y rastrero era el gerente. Con cara de circunstancias y expresión de tener que tomar una "dura decisión" (la que llevaba años esperando tomar), empezó a agitar los papeles y a mirarlos una y otra vez. Al cabo de pocos segundos habló y dijo algo parecido a esto: "he mirado las cifras y no hay nada que hacer. El departamento de hardware , bueno, los miembros del departamento de hardware han supuesto unas pérdidas de 90.000 euros en los últimos meses, último año. Así que lamentándolo mucho hay que cerrarlo, porque yo no puedo seguir cargando con esto". Fue tan simple como eso. Sé que les he hecho esperar muchas semanas para una frase tan concisa. No hubo más explicaciones. La reunión luego siguió un poco más para decidir que se iba a hacer a partir de entonces y como se iba a comunicar este suceso a los clientes. Ellos no importaban mucho, mi jefe había conseguido cerrar el taller y eso era lo que importaba. El populacho, es decir, los pequeños clientes, eran molestos para la nueva y "gran empresa", así como algunos pringadillos. Los clientes se irían, pero a los pringadillos había que conseguir echarlos sin indemnizar, y si se quedaban, tendrían que pagar cara su estancia en la nueva empresa, así que después del cierre, empezaría la política de escarmiento (sobre todo para un compañero y para mí). A otro, una baja le salvo de la quema, y para otro, la política de desgaste estaba en marcha desde hacía meses. Todos los que padecimos estas torturas acabamos muy mal, con problemas psicológicos y físicos. Lo contaré detalladamente en próximas entradas.
Analicemos ahora los absurdos datos proporcionados por la empresa como excusa para cerrar el departamento. 5 personas a lo largo de un año habían supuesto pérdidas por valor de 90.000 euros. 5 personas que tenían los sueldos más exiguos de todas la empresa, no llegando a cobrar ninguno, en general, ni 900 euros brutos al mes. Sólo en un caso hipotético de que a la empresa le costara cada uno de nosotros 18.000 euros al año, se podría justificar esos 90.000, pero estaba muy lejos de la realidad. ¿De dónde había sacado las otras cifras? ¿Luz, agua, teléfono...? Todo bastante absurdo: ni teníamos una discoteca, ni teníamos una piscina olímpica. El teléfono lo pagábamos religiosamente, es decir, si hacíamos llamadas personales, las teníamos que abonar... con lo cual esto tampoco valía. Cualquier otro gasto, realmente sería insignificante para las cifras ofrecidas. Mi jefe había creado la contabilidad creativa mística, que se basaba en sus imaginaciones más pendencieras para poder justificar lo injustificable. Por otro lado, mi jefe estaba tratando de "decirnos" que durante el último año nadie había ido a trabajar. ¿Cómo es posible que no haya habido ingresos en un año? Si nos basamos en los datos del gerente, la única posibilidad es que todo el departamento hubiese estado de vacaciones durante todo un año. Más absurdo todavía. Había muchos ingresos, pero él no contaba la venta de ordenadores o componentes como ingreso, no estaba contando la mano de obra como ingreso, no estaba contando el tiempo dedicado a arreglar garantías como un ingreso del departamento... en definitiva: NO HABÍA CONTABILIZADO NINGÚN INGRESO. Así, hasta el más bobo puede decir que la mayor empresa del mundo da pérdidas. Pero más divertido aún, ¿recuerdan cuando les hablé de mis cifras personales, y les ofrecí la increíble cifra de, como poco, 4.450 HORAS EXTRA REALIZADAS en menos de seis años? Algo que no tiene nombre. Pues bien, imagínense que cada una de esas horas hubiera sido cobrada por mi empresa por un valor de 30 euros (una tarifa ni alta ni baja para lo que es común en mi profesión). El valor total de sólo mi tiempo (sin incluir las 7 y 8 horas diarias de trabajo) podría ascender, siendo muy recatado, a 133.500 euros. Sólo en mi caso, si añadimos lo de mis compañeros... No necesito justificarme más. Estaba muy claro que es lo que quería mi jefe. Como no podría conseguirlo, inventó lo inventable y por inventar hasta que un día se levanto más hombre de lo habitual y se atrevió a decirlo.