Un poco antes del cierre del taller y más o menos al mismo tiempo que se producían algunos de los sucesos que he relatado en estas últimas entradas, vino una chica a hacer prácticas a la empresa. Como yo era miembro del grupo de los pringadillos y además estaba todo el día fuera, atendiendo a los clientes, no tuve la oportunidad de que me la presentaran. Yo pensaba que era una nueva compañera y que estaba contratada. La cantidad de cambios que se estaban gestando en el negocio hacían presumir esa posibilidad. Ella no formaba parte de de ninguno de los departamentos técnicos de la empresa, ni el de hardware ni el de software. Formaba parte del departamento administrativo. Digo departamentos, porque en mi empresa esa era la forma de llamar a las divisiones por tareas, pero estábamos muy lejos de un verdadero departamento. Tiempo después, me enteré de que se trataba de una estudiante que estaba realizando sus prácticas de fin de carrera. La pobre tuvo que aguantar los telefonazos de gran cantidad de clientes enfadados que nos llamaban a diario, cuando su cometido no era ese. ¡Menudas prácticas! Como a nosotros no se nos había dicho que ella no debía coger teléfonos o atender a clientes por estar en prácticas, pensábamos que sí tenía que hacerlo. Imagino la idea que podía hacerse ella de la empresa, con estas experiencias. En cierta ocasión, y me permito la licencia de contar su historia (si me lees: saludos y beso ;) ). Ella, junto con otra compañera en prácticas de otra asociación afín a mi negocio estaban realizando un trabajo que les encomendaron elaborar. Este quehacer, que no sé si era de marketing, estaba dirigido por mi jefe. Ellas como alumnas tenían el horario del negocio, es decir, de 8 a 3. ¡Terminaron el documento a las 2 de madrugada! Para más inri, ni siquiera les dieron las gracias por su esfuerzo; esfuerzo que para nada tenían que hacer. No les dieron ninguna compensación y claro, al día siguiente tenían que estar puntualmente en la empresa. Aún peor, ni les dieron de comer. Otro ejemplo más de las malas artes del gerente. Una verdadera vergüenza. No hay nada como la mano de obra barata. Estaba claro que este sujeto no tenía ni la menor "ética" ni escrúpulos para aprovecharse de la gente. Aunque más tarde esta compañera llegó a formar parte de la plantilla, está claro que las prácticas de empresa consisten en otra cosa: en aprender, no en ser explotado.
11 marzo 2007
10 marzo 2007
El día después
Después del cierre de mi departamento, tuvimos un periodo de transición no muy largo. Era el tiempo de avisar a los clientes del nuevo rumbo que ya, y definitivamente, había tomado mi empresa. Era el tiempo de despedirnos de muchos de ellos. Era el tiempo de que el departamento, que tan mal había sido tratado, pusiera de nuevo su cara para contarle a los interesados, que les dejábamos repentinamente y sin alternativas. Sólo ciertos clientes "estratégicos" se salvarían de la quema, lo cual es un decir, porque el servicio que la empresa nos permitía seguir dándoles era nefasto y antiprofesional. No se les podía vender material desde hacía mucho, y para las reparaciones muchas veces nos vimos sin nada. Mi jefe, por supuesto, escondido en su despacho y ajeno a cualquier responsabilidad. Estaba entretenido en labores más sublimes y por otro lado, no quería que los clientes le recriminaran ser el malo de la película. Algunos clientes me dijeron: "¡Qué cierran el taller!, ¿Tu jefe esta loco?". Como seguíamos siendo empleados de aquella empresa, nos teníamos que morder la lengua para no expresar nuestra opinión al respecto. Más de una vez les quise decir: "el responsable de todo esto es mi jefe, que no tiene el valor de dar la cara y llamarte para decirte que pasa olímpicamente de clientes como tú, porque no eres lo suficientemente rico o poderoso". De esta manera, fuimos alternando los últimos mantenimientos y últimas salidas a clientes con otros "trabajos" que comentaré en breve. Evidentemente los pringadillos sólo teníamos dos opciones: adaptarnos o ser despedidos. La segunda era la más ideal para mí. Hacía ya mucho tiempo que estaba harto de esa empresa y harto del tirano que jugaba con nuestras vidas y nuestros sentimientos. La primera opción también era factible, pero ¿a qué coste? Cierta mañana mi jefe me citó para una reunión informal y rápida. El tema a tratar era evaluar mis conocimientos sobre programación. Me preguntó. "¿Sabes programar o sabes algo de páginas Web?" Le respondí: "Ya sabes que un par de nosotros hicimos un curso de páginas Web hace poco, pero NO, NO sé programar y NO me gusta programar". A buen entendedor pocas palabras bastan. Me miró y me dijo: "Ah, vale, es lo que quería saber". Se acabó la reunión. Suspiré aliviado. Por fin acababan 6 años de pesadilla para mí. 6 años de torturas, humillaciones e insultos. 6 largos años en que me cuestioné la expresión: "Para llegar a ser algo en la vida hay que trabajar mucho". Eso debe ser en otra vida. En este y otro trabajo que había tenido, la realidad me enseñó que si tienes buenas tetas, facilidad de palabra o eres un "cabrón" te irá mucho mejor que dejándote la piel cada día en la empresa. Tu jefe te querrá mucho más que si eres un trabajador abnegado, responsable y obediente. Yo era un iluso. La vida no había acabado de ensañarse conmigo. O mi jefe era un tipo tan magnánimo que me daría una nueva oportunidad o era tan ratero que intentaría conseguir que me fuera sin pagarme indemnización, pero de una forma ya nada sutil. A partir de este momento es cuando de verdad empezaría a pagar mi años de esfuerzo. Ahora la empresa me aplicaría el verdadero castigo por trabajar de sol a sol y sería duro, muy duro.
09 marzo 2007
El cierre del departamento
Concluimos definitivamente este episodio que tanto he nombrado a lo largo de innumerables entradas. Puede que quede algún detalle en el aire. Si lo recuerdo, lo narraré más adelante. Rápidamente haré una breve reseña de los puntos más importantes para ponerles en situación. Mi empresa se dedicaba principalmente a la venta y reparación de ordenadores. También montábamos pequeñas redes de área local y hacíamos mantenimientos a empresas. Todo esto ocurría en el año 1998, cuando entré a hacer las prácticas de empresa. Sin haberlas terminado, comencé a trabajar. Estuve sin contrato varios meses y los contratos posteriores eran de 6 meses, para evitar que acumulara antigüedad. A medida que la empresa crecía en ambición, ampliaba el horario, con lo cual los empleados pringadillos (los de 2ª) trabajábamos todos los días por la tarde y los sábados por la mañana. Con la llegada de un nuevo compañero comercial y nuevos alumnos de prácticas de software, la empresa empezó a diversificar su oferta. Más tarde con la aparición de nuevos clientes y ciertos contactos, mi jefe decidió que la empresa se iba a dedicar al programar software de Internet (páginas web, aplicaciones web, etc...) y a captar sólo a grandes clientes y subvenciones públicas. De esta manera, sobrábamos todos los técnicos del taller y algunos compañeros más dedicados a tareas relacionadas con el hardware. El gerente estimó más oportuno dejar morir mi departamento que cerrarlo, debido a que no tenía argumentos y ofrecería una mala imagen, a parte de tener que pagar indemnizaciones, lo cual no era en absoluto de su agrado. Con ardides y triquiñuelas, cada una más sucia y rastrera que la anterior, fue ahuyentando clientes y estrangulando los ingresos. Tanto él como los "acólitos" (su empleados más fieles), nos atacaban desde dentro. Casi al final nos retó con una serie de pruebas, las cuales superamos a pesar de su complejidad. El tiempo pasaba. No tenía argumentos para cerrar el departamento y el tiempo se le agotaba. Jugosas subvenciones iban a llegar y él, como empresario, seguía sintiéndose poco valorado en su círculo. Además se comportaba tremendamente prepotente y déspota con nosotros. Había que acabar con los "aprieta tornillos" como fuese...
Cierta mañana, no recuerdo si era un lunes (posiblemente sí, porque a mi jefe le gustaba cogerte cansado y desprevenido, para que no le pudieras rebatir), el gerente convocó una reunión. Según la política de empresa, las reuniones se tenían que comunicar con antelación y se tenía que dar el aviso con los puntos a tratar. Mi jefe siempre decía que había que seguir las normas, menos cuando a él no le interesaba. Este fue uno de esos casos. Nos sentamos en la especie de sala de juntas. Un espacio delimitado por estanterías no demasiado altas. El sujeto llevaba muchos papeles en las manos. Su "mano izquierda" (más tarde derecha) y antigua miembro del taller ejercía como secretaria. Recogía lo hablado y decidido en un acta. Acta que luego escribía en un fichero y que estaba a disposición de todos. Acta, que según la conveniencia del jefe, era modificada a su interés antes de publicarla. Sí, así de bajo y rastrero era el gerente. Con cara de circunstancias y expresión de tener que tomar una "dura decisión" (la que llevaba años esperando tomar), empezó a agitar los papeles y a mirarlos una y otra vez. Al cabo de pocos segundos habló y dijo algo parecido a esto: "he mirado las cifras y no hay nada que hacer. El departamento de hardware , bueno, los miembros del departamento de hardware han supuesto unas pérdidas de 90.000 euros en los últimos meses, último año. Así que lamentándolo mucho hay que cerrarlo, porque yo no puedo seguir cargando con esto". Fue tan simple como eso. Sé que les he hecho esperar muchas semanas para una frase tan concisa. No hubo más explicaciones. La reunión luego siguió un poco más para decidir que se iba a hacer a partir de entonces y como se iba a comunicar este suceso a los clientes. Ellos no importaban mucho, mi jefe había conseguido cerrar el taller y eso era lo que importaba. El populacho, es decir, los pequeños clientes, eran molestos para la nueva y "gran empresa", así como algunos pringadillos. Los clientes se irían, pero a los pringadillos había que conseguir echarlos sin indemnizar, y si se quedaban, tendrían que pagar cara su estancia en la nueva empresa, así que después del cierre, empezaría la política de escarmiento (sobre todo para un compañero y para mí). A otro, una baja le salvo de la quema, y para otro, la política de desgaste estaba en marcha desde hacía meses. Todos los que padecimos estas torturas acabamos muy mal, con problemas psicológicos y físicos. Lo contaré detalladamente en próximas entradas.
Analicemos ahora los absurdos datos proporcionados por la empresa como excusa para cerrar el departamento. 5 personas a lo largo de un año habían supuesto pérdidas por valor de 90.000 euros. 5 personas que tenían los sueldos más exiguos de todas la empresa, no llegando a cobrar ninguno, en general, ni 900 euros brutos al mes. Sólo en un caso hipotético de que a la empresa le costara cada uno de nosotros 18.000 euros al año, se podría justificar esos 90.000, pero estaba muy lejos de la realidad. ¿De dónde había sacado las otras cifras? ¿Luz, agua, teléfono...? Todo bastante absurdo: ni teníamos una discoteca, ni teníamos una piscina olímpica. El teléfono lo pagábamos religiosamente, es decir, si hacíamos llamadas personales, las teníamos que abonar... con lo cual esto tampoco valía. Cualquier otro gasto, realmente sería insignificante para las cifras ofrecidas. Mi jefe había creado la contabilidad creativa mística, que se basaba en sus imaginaciones más pendencieras para poder justificar lo injustificable. Por otro lado, mi jefe estaba tratando de "decirnos" que durante el último año nadie había ido a trabajar. ¿Cómo es posible que no haya habido ingresos en un año? Si nos basamos en los datos del gerente, la única posibilidad es que todo el departamento hubiese estado de vacaciones durante todo un año. Más absurdo todavía. Había muchos ingresos, pero él no contaba la venta de ordenadores o componentes como ingreso, no estaba contando la mano de obra como ingreso, no estaba contando el tiempo dedicado a arreglar garantías como un ingreso del departamento... en definitiva: NO HABÍA CONTABILIZADO NINGÚN INGRESO. Así, hasta el más bobo puede decir que la mayor empresa del mundo da pérdidas. Pero más divertido aún, ¿recuerdan cuando les hablé de mis cifras personales, y les ofrecí la increíble cifra de, como poco, 4.450 HORAS EXTRA REALIZADAS en menos de seis años? Algo que no tiene nombre. Pues bien, imagínense que cada una de esas horas hubiera sido cobrada por mi empresa por un valor de 30 euros (una tarifa ni alta ni baja para lo que es común en mi profesión). El valor total de sólo mi tiempo (sin incluir las 7 y 8 horas diarias de trabajo) podría ascender, siendo muy recatado, a 133.500 euros. Sólo en mi caso, si añadimos lo de mis compañeros... No necesito justificarme más. Estaba muy claro que es lo que quería mi jefe. Como no podría conseguirlo, inventó lo inventable y por inventar hasta que un día se levanto más hombre de lo habitual y se atrevió a decirlo.
Cierta mañana, no recuerdo si era un lunes (posiblemente sí, porque a mi jefe le gustaba cogerte cansado y desprevenido, para que no le pudieras rebatir), el gerente convocó una reunión. Según la política de empresa, las reuniones se tenían que comunicar con antelación y se tenía que dar el aviso con los puntos a tratar. Mi jefe siempre decía que había que seguir las normas, menos cuando a él no le interesaba. Este fue uno de esos casos. Nos sentamos en la especie de sala de juntas. Un espacio delimitado por estanterías no demasiado altas. El sujeto llevaba muchos papeles en las manos. Su "mano izquierda" (más tarde derecha) y antigua miembro del taller ejercía como secretaria. Recogía lo hablado y decidido en un acta. Acta que luego escribía en un fichero y que estaba a disposición de todos. Acta, que según la conveniencia del jefe, era modificada a su interés antes de publicarla. Sí, así de bajo y rastrero era el gerente. Con cara de circunstancias y expresión de tener que tomar una "dura decisión" (la que llevaba años esperando tomar), empezó a agitar los papeles y a mirarlos una y otra vez. Al cabo de pocos segundos habló y dijo algo parecido a esto: "he mirado las cifras y no hay nada que hacer. El departamento de hardware , bueno, los miembros del departamento de hardware han supuesto unas pérdidas de 90.000 euros en los últimos meses, último año. Así que lamentándolo mucho hay que cerrarlo, porque yo no puedo seguir cargando con esto". Fue tan simple como eso. Sé que les he hecho esperar muchas semanas para una frase tan concisa. No hubo más explicaciones. La reunión luego siguió un poco más para decidir que se iba a hacer a partir de entonces y como se iba a comunicar este suceso a los clientes. Ellos no importaban mucho, mi jefe había conseguido cerrar el taller y eso era lo que importaba. El populacho, es decir, los pequeños clientes, eran molestos para la nueva y "gran empresa", así como algunos pringadillos. Los clientes se irían, pero a los pringadillos había que conseguir echarlos sin indemnizar, y si se quedaban, tendrían que pagar cara su estancia en la nueva empresa, así que después del cierre, empezaría la política de escarmiento (sobre todo para un compañero y para mí). A otro, una baja le salvo de la quema, y para otro, la política de desgaste estaba en marcha desde hacía meses. Todos los que padecimos estas torturas acabamos muy mal, con problemas psicológicos y físicos. Lo contaré detalladamente en próximas entradas.
Analicemos ahora los absurdos datos proporcionados por la empresa como excusa para cerrar el departamento. 5 personas a lo largo de un año habían supuesto pérdidas por valor de 90.000 euros. 5 personas que tenían los sueldos más exiguos de todas la empresa, no llegando a cobrar ninguno, en general, ni 900 euros brutos al mes. Sólo en un caso hipotético de que a la empresa le costara cada uno de nosotros 18.000 euros al año, se podría justificar esos 90.000, pero estaba muy lejos de la realidad. ¿De dónde había sacado las otras cifras? ¿Luz, agua, teléfono...? Todo bastante absurdo: ni teníamos una discoteca, ni teníamos una piscina olímpica. El teléfono lo pagábamos religiosamente, es decir, si hacíamos llamadas personales, las teníamos que abonar... con lo cual esto tampoco valía. Cualquier otro gasto, realmente sería insignificante para las cifras ofrecidas. Mi jefe había creado la contabilidad creativa mística, que se basaba en sus imaginaciones más pendencieras para poder justificar lo injustificable. Por otro lado, mi jefe estaba tratando de "decirnos" que durante el último año nadie había ido a trabajar. ¿Cómo es posible que no haya habido ingresos en un año? Si nos basamos en los datos del gerente, la única posibilidad es que todo el departamento hubiese estado de vacaciones durante todo un año. Más absurdo todavía. Había muchos ingresos, pero él no contaba la venta de ordenadores o componentes como ingreso, no estaba contando la mano de obra como ingreso, no estaba contando el tiempo dedicado a arreglar garantías como un ingreso del departamento... en definitiva: NO HABÍA CONTABILIZADO NINGÚN INGRESO. Así, hasta el más bobo puede decir que la mayor empresa del mundo da pérdidas. Pero más divertido aún, ¿recuerdan cuando les hablé de mis cifras personales, y les ofrecí la increíble cifra de, como poco, 4.450 HORAS EXTRA REALIZADAS en menos de seis años? Algo que no tiene nombre. Pues bien, imagínense que cada una de esas horas hubiera sido cobrada por mi empresa por un valor de 30 euros (una tarifa ni alta ni baja para lo que es común en mi profesión). El valor total de sólo mi tiempo (sin incluir las 7 y 8 horas diarias de trabajo) podría ascender, siendo muy recatado, a 133.500 euros. Sólo en mi caso, si añadimos lo de mis compañeros... No necesito justificarme más. Estaba muy claro que es lo que quería mi jefe. Como no podría conseguirlo, inventó lo inventable y por inventar hasta que un día se levanto más hombre de lo habitual y se atrevió a decirlo.
08 marzo 2007
Se seguía vendiendo y el taller se iba a cerrar
En la próxima entrada, por fin, publicaré el post en el cual contaré la excusa absurda y precipitada que dio mi jefe para cerrar el taller. Hoy sin embargo, quiero aprovechar para contar una situación que se estaba produciendo justo antes de la caída de mi departamento y que pondrá aún más de manifiesto esa extraña forma de actuar y de ser de mi jefe, o más bien, no tan extraña o premeditada si nos atenemos a los antecedentes que llevo narrando estos meses.
Pasado el primer trimestre de 2004, algunos de los compañeros del club de los pringadillos nos metimos a hacer un curso de páginas Web, viendo lo que se avecinaba. Tarde o temprano íbamos a caer. Cada prueba era un desafío y cada una sólo una excusa para derribar mi departamento. Las presiones por parte de la empresa cada vez eran más fuertes, los malos modos más hirientes y atropellos, más evidentes. A pesar de esta atmósfera tan enrarecida y tan nociva para los compañeros del taller de reparaciones de equipos informáticos, seguíamos tirando para adelante, venciendo cada obstáculo. Por razones aún desconocidas para mí y para todos, empezó a suceder una cosa impensable... La empresa había puesto en práctica una política demoledora para ahuyentar a todos los clientes posibles, quedándose sólo con los más grandes; de hecho, muchos clientes todavía me lo comentan cuando me ven por la calle: "Ustedes, desde que se empezaron a creer una empresa grande, trataron mal y pasaron de los clientes pequeños que habíamos ido toda la vida". Era verdad. Se desplazó a los pequeños interesados, incluidas PYMES, de los objetivos de la empresa, que estaba mirando el horizonte y así no se dio cuenta de las piedras que tenía en el camino. Como iba diciendo, por alguna razón, el taller empezó a coger auge nuevamente. Venían muchos clientes a reparar y a ampliar sus máquinas, a pesar de todos los feos que les hacía la empresa. Las cuentas empezaban a ir mejor. Varias empresas nos hacían pedidos de 3 ó 4 equipos nuevos a la vez, incluyendo instalaciones y configuraciones. Nos desplazábamos a muchas empresas a realizar reparaciones, de la que obteníamos mayores ingresos en mano de obra. Todo iba mejor de lo esperado. Esto no era nada bueno para mi jefe. No sólo seguíamos aguantando sus embestidas, sino que además seguíamos siendo productivos. De cualquier forma, esto no le detuvo. Permitió que le siguiéramos vendiendo a los clientes, a pesar de tener muy claro lo que iba a hacer. Cuando por fin cerró, y le preguntamos que iba a pasar con todos aquellos clientes que tenían ordenadores en garantía, nos dijo: "Pues tienen garantía (que nos la daba nuestro proveedor) y si no, ya no nos dedicamos a eso", es decir, ni siquiera se había preocupado por esos clientes, ni de buscarles una solución o una alternativa. Todo le daba igual, mientras consiguiera convertir a la empresa en un negocio de software sustentado por subvenciones y grandes empresas... ¡Qué apuesta más arriesgada, deshonesta e insensata".
Por esa época ya empezaban a figurar en el programa de facturación una serie de recibos por importantes cantidades de dinero. El dinero fluía fácil desde las subvenciones y el politiqueo, era la hora de quitarse de encima a los aprietatornillos.
Pasado el primer trimestre de 2004, algunos de los compañeros del club de los pringadillos nos metimos a hacer un curso de páginas Web, viendo lo que se avecinaba. Tarde o temprano íbamos a caer. Cada prueba era un desafío y cada una sólo una excusa para derribar mi departamento. Las presiones por parte de la empresa cada vez eran más fuertes, los malos modos más hirientes y atropellos, más evidentes. A pesar de esta atmósfera tan enrarecida y tan nociva para los compañeros del taller de reparaciones de equipos informáticos, seguíamos tirando para adelante, venciendo cada obstáculo. Por razones aún desconocidas para mí y para todos, empezó a suceder una cosa impensable... La empresa había puesto en práctica una política demoledora para ahuyentar a todos los clientes posibles, quedándose sólo con los más grandes; de hecho, muchos clientes todavía me lo comentan cuando me ven por la calle: "Ustedes, desde que se empezaron a creer una empresa grande, trataron mal y pasaron de los clientes pequeños que habíamos ido toda la vida". Era verdad. Se desplazó a los pequeños interesados, incluidas PYMES, de los objetivos de la empresa, que estaba mirando el horizonte y así no se dio cuenta de las piedras que tenía en el camino. Como iba diciendo, por alguna razón, el taller empezó a coger auge nuevamente. Venían muchos clientes a reparar y a ampliar sus máquinas, a pesar de todos los feos que les hacía la empresa. Las cuentas empezaban a ir mejor. Varias empresas nos hacían pedidos de 3 ó 4 equipos nuevos a la vez, incluyendo instalaciones y configuraciones. Nos desplazábamos a muchas empresas a realizar reparaciones, de la que obteníamos mayores ingresos en mano de obra. Todo iba mejor de lo esperado. Esto no era nada bueno para mi jefe. No sólo seguíamos aguantando sus embestidas, sino que además seguíamos siendo productivos. De cualquier forma, esto no le detuvo. Permitió que le siguiéramos vendiendo a los clientes, a pesar de tener muy claro lo que iba a hacer. Cuando por fin cerró, y le preguntamos que iba a pasar con todos aquellos clientes que tenían ordenadores en garantía, nos dijo: "Pues tienen garantía (que nos la daba nuestro proveedor) y si no, ya no nos dedicamos a eso", es decir, ni siquiera se había preocupado por esos clientes, ni de buscarles una solución o una alternativa. Todo le daba igual, mientras consiguiera convertir a la empresa en un negocio de software sustentado por subvenciones y grandes empresas... ¡Qué apuesta más arriesgada, deshonesta e insensata".
Por esa época ya empezaban a figurar en el programa de facturación una serie de recibos por importantes cantidades de dinero. El dinero fluía fácil desde las subvenciones y el politiqueo, era la hora de quitarse de encima a los aprietatornillos.
07 marzo 2007
La revancha de los pringadillos
Como comenté en la entrada de ayer, este día voy a hablar sobre uno de los últimos episodios que daría lugar al cierre definitivo e inapelable de mi departamento. Ya no habría más oportunidades. Esta fue la prueba clave y rotunda. La pasamos con tan alta nota que acabamos con la poca paciencia que le quedaba a mi jefe. El departamento se dedicaba a la venta y reparación de equipos informáticos, así como a la instalación y configuración de pequeñas redes en empresas y particulares. Poco tiempo antes también nos dedicábamos a la venta de consumibles y componentes de ordenador, pero con el tiempo y las argucias de mi jefe, fuimos dejando de prestar servicios a los clientes. Llegamos a tener muchos mantenimientos en empresas y clientes, pero por lo comentado en la frase anterior, dejamos de ofrecerlos.
Pasado el año 2004, en plena euforia en todas las áreas de mi empresa excepto en el rincón de los pringadillos, elegimos un nuevo coordinador. El tercero en menos de un año: la primera había pasado a hacer labores más sublimes y nuestro segundo coordinador fue reventado por las malas artes de mi empresa y por la insolidaridad de "colegas" de trabajo. Con el nuevo llegaría el tiempo de la revancha. Conscientes de que sobrábamos en aquella empresa, decidimos ponerle las cosas muy difíciles al gerente. Si quería echarnos, tendría que ser por "cojones" puesto que nunca le daríamos argumentos. Superábamos cada obstáculo y cada prueba, de una manera tan aplastante que ya no sabía que hacer para cerrar el taller. El negocio acaba de obtener las certificaciones ISO y EMAS y aspiraba a pujar por la certificación de Excelencia europea (EFQM), para acceder a más cobros fáciles. Mi jefe estaba a punto de conseguir mucho mucho mucho dinero de las subvenciones y estaba tan "crecido" y tan arrogante que tan sólo la idea de que le asociaran a los "cacharros" y a los talleres de reparación, le remordía el orgullo. De esta forma planeó durante mucho tiempo la forma de quitarnos de en medio sin pagar indemnizaciones y sin que le pudieran reprochar decisiones controvertidas.
Mi departamento funcionaba de una forma semi-independiente. Podíamos autogestionarnos, pero cuando el jefe metía la zarpa se acaba toda esa falsa independencia y empresa de carácter matricial, en la que cada uno estaba al mismo nivel que los demás. A efectos reales, los pringadillos estábamos por debajo de todo el mundo, incluidas las cucarachas que pululaban por el local. Fruto de esa gestión, teníamos el "control" de las colas de trabajo, es decir, hasta que gerente y acólitos nos las fastidiaban con "sus" prioridades. Mi jefe para dar a entender que nos daba su confianza en el desarrollo de nuestras funciones llevó a arreglar el ordenador de un familiar muy cercano. A efectos prácticos era para fomentar la "burrocracia" imperante en la empresa y como segunda intención tenía, a mi juicio, dar un golpe mortal al departamento. Estaba haciéndose pasar por un cliente corriente para poder boicotear "desde fuera" nuestro trabajo y poder argumentar negligencia en nuestra labor profesional y trato al cliente.
La reparación consistía en instalar un sistema operativo totalmente nuevo, salvar la información y configurar y dar de alta todos los dispositivos. Como siempre, tuvimos un especial cuidado en que todo saliera perfectamente bien, puesto que conocíamos las paranoias del gerente. Se entregó el equipo siguiendo las órdenes dadas, escritas y firmadas en el parte de trabajo, por parte del cliente, en este caso, mi jefe. Hasta aquí todo bien. Al acabar y entregar el ordenador, vino enfadado porque según su opinión "profesional" todo estaba mal hecho. Aseveraba, de lo que puedo recordar, que faltaba por configurar una cámara web, otro dispositivo que no recuerdo y que además no le habíamos configurado de nuevo la libreta de direcciones de correo electrónico, importando las antiguas. Basándose en esta mala actuación por parte del taller, decidió crear una "Acción de Mejora" para solucionar el trabajo "poco profesional" de mi departamento. No recuerdo que exponía, pero estaba relacionada con el haber dejado de instalarle software y no configurarle dispositivos. (¡Compañeros, echadme una mano, si podéis recordarme algo más!) Otra humillación para los pringadillos, pero estaba vez sí que íbamos a reaccionar ante los abusos del gerente. No íbamos a dejar que nos pisara otra vez y menos aún cuando su intención era cerrar el taller.
La respuesta se hizo esperar poco. El coordinador le envió una carta en respuesta a su acción de mejora. En la notificación echaba por tierra todas las declaraciones de la acción por las siguientes razones (de las que puedo recordar): el cliente no tenía el software del sistema operativo o era pirata, el cliente no especificó que tuviera los dispositivos que dice que le faltaban por configurar o no los trajo para ser instalados, el cliente no trajo los drivers de los dispositivos que dice que no le funcionaban, el cliente no especificó que volvieran a ser operativos ciertos datos salvados (datos de la libreta de direcciones de correo electrónico), etc... Cuando mi jefe leyó aquella carta... JAJAJA Una por una, mi compañero, se había cargado sus quejas, de forma correcta y argumentada, dejándolo como un ¡verdadero estúpido! Esa fue la gota que colmó el vaso. Poco después cerraría el departamento.
Pasado el año 2004, en plena euforia en todas las áreas de mi empresa excepto en el rincón de los pringadillos, elegimos un nuevo coordinador. El tercero en menos de un año: la primera había pasado a hacer labores más sublimes y nuestro segundo coordinador fue reventado por las malas artes de mi empresa y por la insolidaridad de "colegas" de trabajo. Con el nuevo llegaría el tiempo de la revancha. Conscientes de que sobrábamos en aquella empresa, decidimos ponerle las cosas muy difíciles al gerente. Si quería echarnos, tendría que ser por "cojones" puesto que nunca le daríamos argumentos. Superábamos cada obstáculo y cada prueba, de una manera tan aplastante que ya no sabía que hacer para cerrar el taller. El negocio acaba de obtener las certificaciones ISO y EMAS y aspiraba a pujar por la certificación de Excelencia europea (EFQM), para acceder a más cobros fáciles. Mi jefe estaba a punto de conseguir mucho mucho mucho dinero de las subvenciones y estaba tan "crecido" y tan arrogante que tan sólo la idea de que le asociaran a los "cacharros" y a los talleres de reparación, le remordía el orgullo. De esta forma planeó durante mucho tiempo la forma de quitarnos de en medio sin pagar indemnizaciones y sin que le pudieran reprochar decisiones controvertidas.
Mi departamento funcionaba de una forma semi-independiente. Podíamos autogestionarnos, pero cuando el jefe metía la zarpa se acaba toda esa falsa independencia y empresa de carácter matricial, en la que cada uno estaba al mismo nivel que los demás. A efectos reales, los pringadillos estábamos por debajo de todo el mundo, incluidas las cucarachas que pululaban por el local. Fruto de esa gestión, teníamos el "control" de las colas de trabajo, es decir, hasta que gerente y acólitos nos las fastidiaban con "sus" prioridades. Mi jefe para dar a entender que nos daba su confianza en el desarrollo de nuestras funciones llevó a arreglar el ordenador de un familiar muy cercano. A efectos prácticos era para fomentar la "burrocracia" imperante en la empresa y como segunda intención tenía, a mi juicio, dar un golpe mortal al departamento. Estaba haciéndose pasar por un cliente corriente para poder boicotear "desde fuera" nuestro trabajo y poder argumentar negligencia en nuestra labor profesional y trato al cliente.
La reparación consistía en instalar un sistema operativo totalmente nuevo, salvar la información y configurar y dar de alta todos los dispositivos. Como siempre, tuvimos un especial cuidado en que todo saliera perfectamente bien, puesto que conocíamos las paranoias del gerente. Se entregó el equipo siguiendo las órdenes dadas, escritas y firmadas en el parte de trabajo, por parte del cliente, en este caso, mi jefe. Hasta aquí todo bien. Al acabar y entregar el ordenador, vino enfadado porque según su opinión "profesional" todo estaba mal hecho. Aseveraba, de lo que puedo recordar, que faltaba por configurar una cámara web, otro dispositivo que no recuerdo y que además no le habíamos configurado de nuevo la libreta de direcciones de correo electrónico, importando las antiguas. Basándose en esta mala actuación por parte del taller, decidió crear una "Acción de Mejora" para solucionar el trabajo "poco profesional" de mi departamento. No recuerdo que exponía, pero estaba relacionada con el haber dejado de instalarle software y no configurarle dispositivos. (¡Compañeros, echadme una mano, si podéis recordarme algo más!) Otra humillación para los pringadillos, pero estaba vez sí que íbamos a reaccionar ante los abusos del gerente. No íbamos a dejar que nos pisara otra vez y menos aún cuando su intención era cerrar el taller.
La respuesta se hizo esperar poco. El coordinador le envió una carta en respuesta a su acción de mejora. En la notificación echaba por tierra todas las declaraciones de la acción por las siguientes razones (de las que puedo recordar): el cliente no tenía el software del sistema operativo o era pirata, el cliente no especificó que tuviera los dispositivos que dice que le faltaban por configurar o no los trajo para ser instalados, el cliente no trajo los drivers de los dispositivos que dice que no le funcionaban, el cliente no especificó que volvieran a ser operativos ciertos datos salvados (datos de la libreta de direcciones de correo electrónico), etc... Cuando mi jefe leyó aquella carta... JAJAJA Una por una, mi compañero, se había cargado sus quejas, de forma correcta y argumentada, dejándolo como un ¡verdadero estúpido! Esa fue la gota que colmó el vaso. Poco después cerraría el departamento.
06 marzo 2007
Eres culpable hasta que se demuestre lo contrario
A lo largo de mi vida he oído mucho la siguiente frase: "inocente hasta que se demuestre lo contrario". Luego en muchas películas pasaba lo contrario, todas las pruebas daban un culpable, hasta que en el último momento el policía o abogado de turno, salía airoso del caso. Pero a fin de cuentas la idea era la misma: "se es inocente mientras no se demuestre que se es culpable". En mi empresa no era así. La máxima por la que se regía mi jefe es: "ACME S.A. acusa y si eres inocente, demuéstralo". Por ejemplo, mi jefe te decía: "Te dejaste el garaje abierto" y tú no tenías forma de demostrar que no habías sido. Más gente usaba el garaje, incluido el propio gerente, ¿cómo podías aseverar tu inocencia? Era así de tétrico. Durante años no cesó en su empeño de hacer acusaciones unas tras otras: desapareció tal cosa, dejaste de hacer tal otra, hiciste mal no se que, etc... Lo peor era cuando las acusaciones eran basadas en relatos de "otros". Estamos hablando de "amigos", "clientes", "desconocidos" ... Cualquier cosa que ellos dijeran era lo correcto y absolutamente cierto. Tú tenías que demostrar que se equivocaban, lo cual era llamarles mentirosos y llamar mentiroso al jefe, con lo cual ya te convertías en un deshecho reincidente dentro de la empresa.
Al revés. ¿Qué pasaba cuando el jefe hacía algo mal? Te lo tenías que callar. Por ejemplo y siguiendo el anterior de el garaje; muchas veces encontré el coche abierto y con el freno de mano bajado o la puerta mal cerrada. Eso era un lapsus, que le puede ocurrir a cualquier, mientras que si te pasaba a ti, se trata de una grave negligencia.
Esta pequeña entrada de hoy servirá para ilustrar la controvertida entrada de mañana, en las cuales comentaré una última de las pruebas que nos vimos obligados a superar y que ya, de manera irreversible, supuso el final de mi departamento.
Al revés. ¿Qué pasaba cuando el jefe hacía algo mal? Te lo tenías que callar. Por ejemplo y siguiendo el anterior de el garaje; muchas veces encontré el coche abierto y con el freno de mano bajado o la puerta mal cerrada. Eso era un lapsus, que le puede ocurrir a cualquier, mientras que si te pasaba a ti, se trata de una grave negligencia.
Esta pequeña entrada de hoy servirá para ilustrar la controvertida entrada de mañana, en las cuales comentaré una última de las pruebas que nos vimos obligados a superar y que ya, de manera irreversible, supuso el final de mi departamento.
05 marzo 2007
Las pruebas de la bestia: el catálogo de productos
En la entrada de ayer tuvimos la ocasión de comprobar hasta que nivel de complejidad era capaz de llegar mi jefe a la hora de ponernos obstáculos en el desarrollo de nuestro trabajo. Hoy les contaré otra de las macabras pruebas que nos tenía preparadas. Mucho más sencilla que la anterior, pero también con doble intención: si lo hacíamos mal, tendría una excusa para cerrar el departamento de hardware (reparación y venta de equipos, instalación y configuración de redes, etc...) y si lo hacíamos bien, buscaría la manera de que no fuera de su agrado, para finalmente cerrar el taller. Estaba claro que había tomado una decisión mucho tiempo atrás, pero no tenía argumentos legítimos para obrar. Para más inri, nosotros, los pringadillos, no estábamos dispuestos a esperar ese día sin luchar. Pasaba el tiempo y el jefe no conseguía lo que quería. Cada día que pasaba estaba más furioso e irritado. Más prepotente y más insoportable. Si hay algo que le cabreaba a mi jefe era no ser el centro de atención y que le pusieran en evidencia. Lo segundo, le estaba pasando demasiado a menudo.
Con todos estos rollos de las certificaciones que habíamos logrado, la burocracia acaparaba buena parte de la vida en la empresa. Pero no sólo eso. Además teníamos especies de planes de marketing que los desarrollaban increíblemente, no los encargados de eso, como podía ser el gerente y los acólitos, sino los propios técnicos. Menuda vergüenza. Las altas esferas sólo se dedicaban a filosofar, mientras que el populacho empresarial tenía que desarrollar tareas de las que no teníamos ni idea. Empezaron a aparecer palabrejas raras como: DAFO, que consistía en un análisis de la empresa dentro del mercado, la susodicha focalizar y muchas otras que no recuerdo . Otro montón de papeles con ideas etéreas que no se plasmaban en hechos reales y que venían a complementar las cada vez más abundantes y asiduas reuniones o pérdidas de tiempo en las que el jefe se vanagloriaba de sí mismo y de su "inteligencia". Todo ello dentro del marco de un montón de gente que se dormía en tales tertulias y dos ó tres acólitos que asentían como autómatas a todas las perfidias y alucinaciones del gerente. En base a todo esto, se exigió a mi departamento que creara un catálogo de productos, en el que se recogiera todos los equipamientos y servicios que "íbamos" a ofrecer. Debía contener: el nombre del producto, una descripción técnica, una descripción técnica ampliada, una descripción a nivel del cliente, una valoración en el cual hubiera un nivel mínimo de rentabilidad y otra serie de parafernalias que sólo tienen sentido en empresas grandes con productos específicos, y no en una PYME. Todo este desarrollo debía estar muy cuidado en cuanto a exposición y presentación. En la teoría no era difícil, pero el problema era que tenía que ser original, porque mi empresa era "original", además como les comenté era una trampa para buscarnos fallos con los que poder cerrar el departamento y además tenía que tenerse en cuenta la competencia, la cual no conocíamos porque no era nuestro trabajo ir por las tiendas pidiendo presupuestos. Para más presión, se nos echaba en cara que el departamento de software ya tenía un catálogo muy bueno desde hacía meses y que claro, nosotros no trabajábamos lo suficiente y teníamos que hacerlo mejor. Otra mentira de mi jefe, puesto que el departamento de software apenas tenía hechos los deberes y la mayoría de esos productos eran nombres sin contenido, pero bueno, sabíamos que era otra forma más de incordiar. Investigamos bastante y usando nuestro tiempo y esfuerzo lo sacamos adelante. Para darle cierto marketing y cierto atractivo, decidimos ponerles nombres en inglés a algunos de los servicios, servidores y equipos de sobremesa del catálogo. Error. El jefe dijo: "Esto no está bien. Esta empresa no trabaja en inglés, trabaja en español". Consigues realizar un muy buen trabajo y lo único que se le ocurre decir al sujeto neuralmente atrofiado ese era que no le gustaban los nombres en inglés. Ya les digo, que cuando hay ganas de fastidiar... Al final tuvo que aceptar interiormente, que de nuevo le habíamos ganado por la mano. Estaba muy enfadado. Seguían pasando las semanas y no podía con nosotros.
Con todos estos rollos de las certificaciones que habíamos logrado, la burocracia acaparaba buena parte de la vida en la empresa. Pero no sólo eso. Además teníamos especies de planes de marketing que los desarrollaban increíblemente, no los encargados de eso, como podía ser el gerente y los acólitos, sino los propios técnicos. Menuda vergüenza. Las altas esferas sólo se dedicaban a filosofar, mientras que el populacho empresarial tenía que desarrollar tareas de las que no teníamos ni idea. Empezaron a aparecer palabrejas raras como: DAFO, que consistía en un análisis de la empresa dentro del mercado, la susodicha focalizar y muchas otras que no recuerdo . Otro montón de papeles con ideas etéreas que no se plasmaban en hechos reales y que venían a complementar las cada vez más abundantes y asiduas reuniones o pérdidas de tiempo en las que el jefe se vanagloriaba de sí mismo y de su "inteligencia". Todo ello dentro del marco de un montón de gente que se dormía en tales tertulias y dos ó tres acólitos que asentían como autómatas a todas las perfidias y alucinaciones del gerente. En base a todo esto, se exigió a mi departamento que creara un catálogo de productos, en el que se recogiera todos los equipamientos y servicios que "íbamos" a ofrecer. Debía contener: el nombre del producto, una descripción técnica, una descripción técnica ampliada, una descripción a nivel del cliente, una valoración en el cual hubiera un nivel mínimo de rentabilidad y otra serie de parafernalias que sólo tienen sentido en empresas grandes con productos específicos, y no en una PYME. Todo este desarrollo debía estar muy cuidado en cuanto a exposición y presentación. En la teoría no era difícil, pero el problema era que tenía que ser original, porque mi empresa era "original", además como les comenté era una trampa para buscarnos fallos con los que poder cerrar el departamento y además tenía que tenerse en cuenta la competencia, la cual no conocíamos porque no era nuestro trabajo ir por las tiendas pidiendo presupuestos. Para más presión, se nos echaba en cara que el departamento de software ya tenía un catálogo muy bueno desde hacía meses y que claro, nosotros no trabajábamos lo suficiente y teníamos que hacerlo mejor. Otra mentira de mi jefe, puesto que el departamento de software apenas tenía hechos los deberes y la mayoría de esos productos eran nombres sin contenido, pero bueno, sabíamos que era otra forma más de incordiar. Investigamos bastante y usando nuestro tiempo y esfuerzo lo sacamos adelante. Para darle cierto marketing y cierto atractivo, decidimos ponerles nombres en inglés a algunos de los servicios, servidores y equipos de sobremesa del catálogo. Error. El jefe dijo: "Esto no está bien. Esta empresa no trabaja en inglés, trabaja en español". Consigues realizar un muy buen trabajo y lo único que se le ocurre decir al sujeto neuralmente atrofiado ese era que no le gustaban los nombres en inglés. Ya les digo, que cuando hay ganas de fastidiar... Al final tuvo que aceptar interiormente, que de nuevo le habíamos ganado por la mano. Estaba muy enfadado. Seguían pasando las semanas y no podía con nosotros.
04 marzo 2007
Las pruebas de la bestia: el mega proyecto
Como les he venido comentando a lo largo de varios post, de una forma más o menos explícita, mi jefe tenía la idea de cargarse mi departamento. Poco a poco fue poniendo obstáculos, que le permitieran legitimar ese cierre sin ningún tipo de oposición o de cuestionamiento. Como pasaba el tiempo y seguíamos reticentes a desaparecer, el gerente tuvo que ingeniar nuevas artimañas. Cada una consistía en pruebas cada vez más difíciles de superar. Una de esas pruebas tenía ciertos visos de convertirse en una realidad, más allá del simple intento de echar abajo el taller de reparaciones. Consistía en hacer un proyecto para construir y poner en servicio un centro de datos. Someramente les diré que un centro de datos es un espacio físico en el cual se disponen una serie de servidores informáticos que dan múltiples servicios. Tienen una serie de características técnicas y de seguridad que ofrecen gran protección contra ataques de hackers y fallos en los servicios que se prestan de cara a los clientes de la red. Cualquier otro resumen más popular será bienvenido, así que si tienen sugerencias, no dejen de comentarlas ;) La ubicación estaría en uno de los sótanos de la empresa, precisamente aquel en el que se encontraba en ese momento el almacén del taller y la tienda. Con esto ya se puede ver claro que mi jefe se quería deshacer de nuestro departamento, al menos en las funciones que veníamos realizando: reparación y venta de PCs, redes, etc... Era un proyecto muy difícil sobre todo para nosotros que nunca habíamos hecho algo similar. Sólo uno de los compañeros había realizado algo parecido y era para un trabajo de clase. Ni cortos ni perezosos, nos pusimos manos a la obra. Ese compañero iba a llevar el peso de la tarea y los demás, mientras atendíamos nuestros quehaceres íbamos a llevar otros apartados. Como siempre, buena parte del proyecto se realizó en horas fuera del trabajo, lo cual nos valió los insultos del jefe cuando lo hacíamos en horas de labor. Ese individuo no tenía remedio. Sus desagravios no tenían límite. Se hicieron planos físicos, eléctricos, de redes, antiincendios, falsos techos, falsos suelos, aire acondicionado. Se pidieron presupuestos a empresas de electricidad, de frío, de comunicaciones... Teníamos problemas para conseguir una buena banda ancha de salida por medios alámbricos e inalámbricos (telefonía, radiofrecuencia, etc...), pero aún así , planteamos soluciones. Se hizo un estudio de costes. Todo el proyecto estaba perfectamente presupuestado: servidores, electricidad, aire acondicionado, S.A.I.*, cableados de red, armarios para servidores, instalación física en general, DMZ, etc... Aunque no sepan de informática, pueden observar que se trataba de un gran tinglado bastante complejo. Como les dije, lo hicimos sin tener ninguna idea y lo presentamos a la empresa. Mi jefe no se lo esperaba. Se le quedó cara de alucinado cuando lo vio. De hecho, quedó tan impresionado que fue presumiendo por todos lados del tremendo proyecto que ÉL había creado. Lo más triste es que el compañero que llevaba la mayor parte del proyecto lo realizado en unas circunstancias personales extremadamente duras. El mérito no era para los que lo habían trabajado. El mérito en mi empresa sólo tenía un padre y ese era mi jefe. A pesar de todo el trabajo, nunca se llegó a hacer realidad. Un proyecto de estas características es muy caro de acometer si no tienes una buena cantidad de clientes a los que dar servicio. Era una prueba muy difícil y que estaba dirigida a poder cuestionar la existencia de mi departamento, que luego sirvió para que mi jefe fanfarroneara delante de amigos, clientes y gente de las altas esferas y por ende, para conseguir apoyos económicos. Nuevamente le habíamos ganado la partida. Perder tantas veces y tan vergonzosamente estaba acabando con su paciencia.
03 marzo 2007
La primera víctima de la barbarie
Ya nos estamos acercando a los últimos extertores del taller de reparaciones y la tienda de consumibles y artículos de informática. A partir de este punto, los acontecimientos se precipitan rápidamente hacia el desenlace final. Los mil y un pequeños obstáculos que nos iban poniendo en el camino, estaban haciendo efecto. Los argumentos de la empresa iban cobrando fuerza legítima, dentro de la ilegitimidad que tiene tirarse piedras sobre el propio tejado. Aún así, a mi jefe le estaba costando mucho más de lo pensado inicialmente. No suponía que no nos íbamos a rendir y que al final tendría que ser él, el que tomara una decisión comprometida y claramente fraudulenta. Consciente de eso, forzaba con ímpetu su vena chulesca. Su arrogancia crecía para poder encajar las críticas y situarse en una posición dominante. De esta forma y ayudado por la inestimable colaboración de algunos compañeros de trabajo, más interesados en mantener su status que en apoyar a sus iguales, mi jefe consiguió de manera inesperada, la primera dimisión de uno de los pringadillos. Esto, lejos de suponer una desmembración de mi departamento, cuajó en una resistencia heroica ante los avatares que estaban por llegar.
Hacia finales del 2003, principios del 2004, nuestro nuevo coordinador ya estaba hasta las cejas de los despropósitos de la empresa y muchos de sus empleados, técnicamente compañeros de trabajo, pero a efectos reales seguidores del "me voy a quitar el muerto pasándoselo a otro". Durante todos los meses que estuvo al frente del taller se dedicó a enmendar los asuntos pendientes que había dejado su antecesora en el cargo. La diferencia radicaba en que él no contaba con el beneplácito y la protección de la empresa, sino todo lo contrario, se tenía que enfrentar directamente a las acechanzas y hostilidades del gerente, que cada día que pasaba, se sentía más frustrado con la fastidiosa supervivencia de la tienda y el taller. Finalmente la insoportable presión pudo con mi compañero, que finalmente dejó la empresa. Otro empleado que había dado todo por una empresa, que lo despedía por la puerta de atrás.
Su partida no sería en vano. Otro de los compañeros tomó su relevo y empezaron los meses de rebelión del taller. Pusimos en jaque al gerente, con sus propias armas y de una forma tan argumentada y sólida que acabamos con la paciencia del jefe, que no tuvo más remedio que tomar una decisión forzada carente de verdad alguna. No nos iban a vencer sin luchar, a pesar de las difíciles pruebas a las que íbamos a ser sometidos.
Hacia finales del 2003, principios del 2004, nuestro nuevo coordinador ya estaba hasta las cejas de los despropósitos de la empresa y muchos de sus empleados, técnicamente compañeros de trabajo, pero a efectos reales seguidores del "me voy a quitar el muerto pasándoselo a otro". Durante todos los meses que estuvo al frente del taller se dedicó a enmendar los asuntos pendientes que había dejado su antecesora en el cargo. La diferencia radicaba en que él no contaba con el beneplácito y la protección de la empresa, sino todo lo contrario, se tenía que enfrentar directamente a las acechanzas y hostilidades del gerente, que cada día que pasaba, se sentía más frustrado con la fastidiosa supervivencia de la tienda y el taller. Finalmente la insoportable presión pudo con mi compañero, que finalmente dejó la empresa. Otro empleado que había dado todo por una empresa, que lo despedía por la puerta de atrás.
Su partida no sería en vano. Otro de los compañeros tomó su relevo y empezaron los meses de rebelión del taller. Pusimos en jaque al gerente, con sus propias armas y de una forma tan argumentada y sólida que acabamos con la paciencia del jefe, que no tuvo más remedio que tomar una decisión forzada carente de verdad alguna. No nos iban a vencer sin luchar, a pesar de las difíciles pruebas a las que íbamos a ser sometidos.
02 marzo 2007
La certificación EMAS, la gran comida y los puritos
Ya estamos a primeros de mes, tiempo en el que se "supone" que muchos trabajadores cobran sus sueldos. Y para hacer una dedicatoria a estos días tan señalados y esperados del calendario, nada mejor que hablar de una opípara cena y de tirar la casa por la ventana. Disculpen mi inexactitud. Siempre me olvido del factor jefe. Digamos mejor: nada mejor de que hablar, que de una opípara cena a cuenta de los mediocres sueldos de los pringadillos y sus horas extra no cobradas. Todo esto como colofón a una mañana de vanidad y orgullo desmedido por parte del gerente, titular final y único de ciertos logros obtenidos por la acólita número 2.
Comenté en una pasada entrada (Las certificaciones ISO o el teorema de la Burrocracia), mi empresa se había propuesto conseguir todo tipo de certificaciones que le permitieran meterse en el tema de las subvenciones. Con las dos primeras: la ISO 9001:2000 y la 14001:1996 se encontraba casi a la cabeza de un pequeño grupo de empresas que habían obtenido esta doble certificación. Pero mi jefe quería ir más allá. Quería conseguir otro "título" que le diera la imagen de una empresa puntera tecnológica que se preocupaba por su entorno. Además, si la conseguía, sería de los primeros negocios en tener estos tres certificados. De cara al mundo nadie lo iba a saber, pero en sus círculos más próximos sí, lo cual le llenaba de petulancia y pedantería. Este elemento distintivo al que me refiero es la certificación EMAS.
Después de la entrada de ayer, hay que ver como había cambiado mi empresa. Jajaja, bueno, había tomado un nuevo rumbo de cara a la galería. La realidad como siempre fue distinta, aunque he de reconocer que por lo menos hubo un intento de mejorar. Todavía recuerdo como mi jefe nos enseñaba a poner el papel, el cartón, el plástico y los consumibles de impresora en sus respectivos contenedores. Los colocó de tal manera que el de plástico quedara al lado de la máquina de café y el de papel al lado de la destructora (tema gracioso del que hablaré próximamente). Buenos tiempos aquellos ;) para los acólitos, jajaja.
La entrega del galardón fue muy especial. Todas las empresas que lo habían conseguido fueron invitadas al edificio de la Presidencia de mi Comunidad Autónoma, para recibir de la mano del propio presidente de la región, el susodicho certificado. Esto llenaba de orgullo a mi jefe; vanidad que fue exaltada cuando posó al lado del presidente en la foto. Después de la citada estampa gráfica, hubo almuerzo de empresa. Nunca antes el negocio había invitado a sus empleados ni tan siquiera a café de máquina, y ahora íbamos a ir a un restaurante de calidad a celebrar este día. Personalmente prefiero ir a otro tipo de restaurantes, donde comes más y mejor por menor precio, pero bueno, ya que invitaban, no había que desaprovechar. Total, me lo había ganado a pulso a los largo de casi 6 terribles años de trabajo y esfuerzo. Buen vino, platos de cocinero, de esos en los que hay más ornamentación que contenido alimenticio, postre y copa para brindar por los éxitos (del jefe, a los demás que les zurzan). Al fondo de la mesa: gerente, acólitos, personas allegadas y empresas de la sinergia, en la mitad y el otro extremo: pringadillos y elementos no afines al gerente. Hasta la comida nos dividía entre empleados de primera y empleados de segunda o tercera. Esa comida fue otro ejemplo de la caída en desgracia del taller de reparaciones, a parte de darnos una idea de la capacidad de filtrado de alcohol del gerente. Para concluir: un purito. La prepotencia se le notaba en el hablar y en los gesto. ¡Cómo había cambiado ese hombre desde que lo conocí! Desde luego que ese tipo de actitudes no vienen de un día para otro. Él conocía de antes ese ambiente y le gustaba revolcarse en él. Diplomáticamente, los pringadillos nos fuimos yendo, de forma que no se notara excesivamente lo a disgusto que nos encontrábamos. Aún tardaría unos meses en llegar el momento de gloria del gerente, pero desde luego que en ese instante ya no te miraba por encima del hombro, lo hacía por encima de la cabeza.
Comenté en una pasada entrada (Las certificaciones ISO o el teorema de la Burrocracia), mi empresa se había propuesto conseguir todo tipo de certificaciones que le permitieran meterse en el tema de las subvenciones. Con las dos primeras: la ISO 9001:2000 y la 14001:1996 se encontraba casi a la cabeza de un pequeño grupo de empresas que habían obtenido esta doble certificación. Pero mi jefe quería ir más allá. Quería conseguir otro "título" que le diera la imagen de una empresa puntera tecnológica que se preocupaba por su entorno. Además, si la conseguía, sería de los primeros negocios en tener estos tres certificados. De cara al mundo nadie lo iba a saber, pero en sus círculos más próximos sí, lo cual le llenaba de petulancia y pedantería. Este elemento distintivo al que me refiero es la certificación EMAS.
Después de la entrada de ayer, hay que ver como había cambiado mi empresa. Jajaja, bueno, había tomado un nuevo rumbo de cara a la galería. La realidad como siempre fue distinta, aunque he de reconocer que por lo menos hubo un intento de mejorar. Todavía recuerdo como mi jefe nos enseñaba a poner el papel, el cartón, el plástico y los consumibles de impresora en sus respectivos contenedores. Los colocó de tal manera que el de plástico quedara al lado de la máquina de café y el de papel al lado de la destructora (tema gracioso del que hablaré próximamente). Buenos tiempos aquellos ;) para los acólitos, jajaja.
La entrega del galardón fue muy especial. Todas las empresas que lo habían conseguido fueron invitadas al edificio de la Presidencia de mi Comunidad Autónoma, para recibir de la mano del propio presidente de la región, el susodicho certificado. Esto llenaba de orgullo a mi jefe; vanidad que fue exaltada cuando posó al lado del presidente en la foto. Después de la citada estampa gráfica, hubo almuerzo de empresa. Nunca antes el negocio había invitado a sus empleados ni tan siquiera a café de máquina, y ahora íbamos a ir a un restaurante de calidad a celebrar este día. Personalmente prefiero ir a otro tipo de restaurantes, donde comes más y mejor por menor precio, pero bueno, ya que invitaban, no había que desaprovechar. Total, me lo había ganado a pulso a los largo de casi 6 terribles años de trabajo y esfuerzo. Buen vino, platos de cocinero, de esos en los que hay más ornamentación que contenido alimenticio, postre y copa para brindar por los éxitos (del jefe, a los demás que les zurzan). Al fondo de la mesa: gerente, acólitos, personas allegadas y empresas de la sinergia, en la mitad y el otro extremo: pringadillos y elementos no afines al gerente. Hasta la comida nos dividía entre empleados de primera y empleados de segunda o tercera. Esa comida fue otro ejemplo de la caída en desgracia del taller de reparaciones, a parte de darnos una idea de la capacidad de filtrado de alcohol del gerente. Para concluir: un purito. La prepotencia se le notaba en el hablar y en los gesto. ¡Cómo había cambiado ese hombre desde que lo conocí! Desde luego que ese tipo de actitudes no vienen de un día para otro. Él conocía de antes ese ambiente y le gustaba revolcarse en él. Diplomáticamente, los pringadillos nos fuimos yendo, de forma que no se notara excesivamente lo a disgusto que nos encontrábamos. Aún tardaría unos meses en llegar el momento de gloria del gerente, pero desde luego que en ese instante ya no te miraba por encima del hombro, lo hacía por encima de la cabeza.
01 marzo 2007
La basura tecnológica y la Seguridad e Higiene
Un buen post. Irónico donde los haya. Otro ejemplo de las contradicciones constantes que se producían en mi empresa. Sigan leyendo y entenderán lo que les digo.
Durante los años primeros años que estuve en aquella empresa, todos los "novatos" que entraban a trabajar, tenían que pasar un bautismo de fuego, consistente en que sus prácticas, y sus primeros meses en el trabajo, estaban basadas en la limpieza a fondo del local. Limpiar, clasificar, ordenar y tirar la basura. Como nuestro negocio se dedicaba al ensamblaje y reparación de ordenadores, al cabo de los meses terminábamos con el taller repleto de material usado o inservible que se acumulaba por doquier. Entre otras cosas podría citar: carcasas vacías, monitores rotos, placas base estropeadas, componentes varios quemados, cables de todo tipo, impresoras obsoletas y un muy largo etcétera. Todo esta inmundicia, a parte de ser incómoda, era peligrosa. Cuando los novatos llegaban, tenían que apechugar, y librarse de ella. Por lo tanto tenían que depositarla en los contenedores de basura. ¿Cuál es el problema? Que la porquería citada es perjudicial para el medioambiente. Contiene metales pesados, plásticos difícilmente degradables, etc... Ese tipo de basura tiene que ir a un lugar especial para tratarla. Como eso costaba dinero y a mi jefe la naturaleza le importaba un pimiento, había una forma más sencilla: tirarla donde buenamente se podía. Mi jefe se excusa con: "yo estoy pagando un impuesto muy caro al ayuntamiento para tirar basura, por lo tanto tengo derecho". Pero eso no estaba bien. Cuando el contenedor que teníamos más cerca de la puerta estaba bastante lleno (no del todo, para que no se quejaran los vecinos y nos pillara la policía), se iba por toda la ciudad tirando todos esos residuos. Les puedo asegurar que no era moco de pavo. Se trataba de muchos contenedores. Lo hacíamos en las afueras, donde no hubiera mucha gente mirando. Una vergüenza. El gerente, por otro lado, tranquilo. Mientras a él no le vieran haciendo eso, su imagen no corría peligro. Si lo pillaban podría decir: "yo les dije que fueran a un punto limpio". Asociado a todo esto, estaba la Seguridad e Higiene en el Trabajo. Otra faceta más totalmente "desconocida" por mi jefe. Sin apenas botiquín, manipulando objetos punzantes, cortantes y peligrosos sin protección, casi sin luz y un más largo etcétera que el comentado antes. Otra asignatura pendiente de la empresa.
En los años de la chulería, cuando mi jefe estaba muy crecido, el dinero fluía fácil por la empresa y habíamos logrado el certificado ISO 14001, las cosas cambiaron. Junto con el papeleo, aparecieron los contenedores para separar residuos, llevar la basura tecnológica a un punto limpio, las cajas para la recogida de pilas y el experto en Seguridad e Higiene. Tuvimos análisis físicos para comprobar nuestra salud, el botiquín estaba lleno, hubo información y charlas sobre seguridad en el trabajo y todo era maravilloso. Esto costaba dinero y a mi jefe eso no le gustaba. Los certificados exigían cumplir muchos requisitos y como esos documentos eran necesarios para aparentar, entonces sí que mi jefe se acordó de sus empleados y sus condiciones de trabajo... ¡Vaya, pero si estamos hablando de mi jefe! ¿Cuánto tiempo creen que aguantó fingiendo su devoción por el medioambiente, la Seguridad e Higiene y el bienestar de los empleados...?
Durante los años primeros años que estuve en aquella empresa, todos los "novatos" que entraban a trabajar, tenían que pasar un bautismo de fuego, consistente en que sus prácticas, y sus primeros meses en el trabajo, estaban basadas en la limpieza a fondo del local. Limpiar, clasificar, ordenar y tirar la basura. Como nuestro negocio se dedicaba al ensamblaje y reparación de ordenadores, al cabo de los meses terminábamos con el taller repleto de material usado o inservible que se acumulaba por doquier. Entre otras cosas podría citar: carcasas vacías, monitores rotos, placas base estropeadas, componentes varios quemados, cables de todo tipo, impresoras obsoletas y un muy largo etcétera. Todo esta inmundicia, a parte de ser incómoda, era peligrosa. Cuando los novatos llegaban, tenían que apechugar, y librarse de ella. Por lo tanto tenían que depositarla en los contenedores de basura. ¿Cuál es el problema? Que la porquería citada es perjudicial para el medioambiente. Contiene metales pesados, plásticos difícilmente degradables, etc... Ese tipo de basura tiene que ir a un lugar especial para tratarla. Como eso costaba dinero y a mi jefe la naturaleza le importaba un pimiento, había una forma más sencilla: tirarla donde buenamente se podía. Mi jefe se excusa con: "yo estoy pagando un impuesto muy caro al ayuntamiento para tirar basura, por lo tanto tengo derecho". Pero eso no estaba bien. Cuando el contenedor que teníamos más cerca de la puerta estaba bastante lleno (no del todo, para que no se quejaran los vecinos y nos pillara la policía), se iba por toda la ciudad tirando todos esos residuos. Les puedo asegurar que no era moco de pavo. Se trataba de muchos contenedores. Lo hacíamos en las afueras, donde no hubiera mucha gente mirando. Una vergüenza. El gerente, por otro lado, tranquilo. Mientras a él no le vieran haciendo eso, su imagen no corría peligro. Si lo pillaban podría decir: "yo les dije que fueran a un punto limpio". Asociado a todo esto, estaba la Seguridad e Higiene en el Trabajo. Otra faceta más totalmente "desconocida" por mi jefe. Sin apenas botiquín, manipulando objetos punzantes, cortantes y peligrosos sin protección, casi sin luz y un más largo etcétera que el comentado antes. Otra asignatura pendiente de la empresa.
En los años de la chulería, cuando mi jefe estaba muy crecido, el dinero fluía fácil por la empresa y habíamos logrado el certificado ISO 14001, las cosas cambiaron. Junto con el papeleo, aparecieron los contenedores para separar residuos, llevar la basura tecnológica a un punto limpio, las cajas para la recogida de pilas y el experto en Seguridad e Higiene. Tuvimos análisis físicos para comprobar nuestra salud, el botiquín estaba lleno, hubo información y charlas sobre seguridad en el trabajo y todo era maravilloso. Esto costaba dinero y a mi jefe eso no le gustaba. Los certificados exigían cumplir muchos requisitos y como esos documentos eran necesarios para aparentar, entonces sí que mi jefe se acordó de sus empleados y sus condiciones de trabajo... ¡Vaya, pero si estamos hablando de mi jefe! ¿Cuánto tiempo creen que aguantó fingiendo su devoción por el medioambiente, la Seguridad e Higiene y el bienestar de los empleados...?
27 febrero 2007
El nuevo balance de poder: los acólitos ahora mandan
En pleno derrocamiento y caída del taller de reparaciones y la tienda, ocurrió un hecho fundamental para la empresa. El acoso a nuestro departamento era palpable, pero todavía no tan explícito. Ahora, una nueva aberración tomaba forma en la mente de mi jefe, apoyada por una inesperada cambio del viento. Pero no todas las vilezas dan el resultado deseado a largo plazo. Mi empresa, que era una Sociedad Anónima (por mucho que mi jefe dijera que no), estaba dirigida por un gerente que además era el único socio real y administrador único. Existía además una persona apoderada, que tenía una serie de responsabilidades de importante calibre en la empresa. Esto permitía a mi jefe o gerente realizar una serie de escaramuzas contables y legales que le permitían mantenerse intocable ante cualquier problema que pudiera surgir. Estaba escondido detrás de esa persona apoderada, que a parte de tener demasiada responsabilidad y trabajar demasiado, no cobraba como otros compañeros nuevos de rápido ascenso. Esas obligaciones le podían costar muy caras en caso de que las triquiñuelas y malas gestiones del gerente provocaran un problema grave. Mi jefe se sentía muy feliz. Tenía siempre alguien que le cuidara las espaldas y cargara con las culpas, en todos los niveles de la empresa. En vez de ser la cara del negocio, era el culo del negocio y tenía una buena lista de comodines que usar cuando las cosas se pusieran feas. La persona apoderada, al final rehusó, después de muchos años, tan comprometido cargo. Eso le valió el odio eterno de mi jefe. Ahora estaba sólo ante el peligro. Estaba realmente fastidiado y molesto. En pleno punto de ebullición de los trapicheos, su mejor defensa se iba... Había que buscar a alguien para cargar con las culpas. ¿Dónde encontrar un salvador? Ah, los acólitos merodeaban, cuales buitres sedientos de carne. El poder tira mucho, y la billetera también. De la noche a la mañana aparecieron dos nuevos apoderados. Mano derecha y mano izquierda. Un nuevo balance de poder. Pero esa libra se balanceaba arriba y abajo con violencia. Ninguna de las partes estaba conforme con su cuota de autoridad, y quería más. Mi jefe contento: nuevas defensas para sus trapiches y lucha encarnizada por trepar. Trabajarían duro y explotarían a los empleados para contentar a su jefe. Pero no todo le salió tan bien al gerente. Los acólitos no estaban dispuestos a rasgarse las vestiduras por la empresa. No estaban dispuestos a asumir las responsabilidades que hasta ahora había asumido la otra persona. Es decir, mi jefe les había tentado con poder y dinero, pero ellos a cambio no le ofrecían protección. Mi jefe ahora sí tendría que dar la cara ante los problemas. Lo que había puesto delante como protección no era un muro, sino unas simples y leves cortinas, que levantarían el vuelo, al más simple indicio de responsabilidad. La jugada le había salido mal.
La gran salida de tono de mi jefe
¡Buenas nuevamente! Un hilo musical estaría muy bien para el blog, en plan misterioso y siniestro. El tema de hoy describe otra experiencia, que de algún modo podría asociarse con las tendendias metaleras más agresivas de exabruptos guturales satánicos, ciertamente algo alejado de la ópera, pero mi jefe siempre tenía que dar el cante ;) por lo tanto, no cejamos en el empeño de traer cada día un emocionante capítulo de las aventuras de Erkemao "el pringadillo" y los alegres pinches del taller (y alguno del departamento de software) en Absurdolandia. Quien lo quiera asociar a la Utopía de Tomás Moro, puede hacerlo, pero ni ella ni la Fantasía de Michael Ende serán nunca comparables en imaginación y ensueño. Acaso, cada día de nuestra vida laboral ¿no es una emocionante epopeya llena de sorpresas inimaginables? Y todavía hay quien dice que se aburre en el trabajo... Afortunadamente en mi empresa no había tiempo para el aburrimiento. La tensión se respiraba en cada paso y en cada esquina. Nunca sabías que podía ocurrir, que podía pasar, que podía suceder... La realidad superaba siempre a la ficción ;)
Mi empresa tenía una curiosidad (entre muchas). A medida que el papeleo "ISOcrático" se adueñaba de todas las facetas de nuestra labor, nuevas y más extrañas medidas se fueron tomando. Una de ellas, eran las reuniones. Teníamos reuniones siempre, a todas horas, todos los días y de cualquier cosa. Abundaré en este asunto en un próximo post. Como toda actuación que se realizaba en el negocio, las reuniones estaban programadas siguiendo la burocracia establecida al respecto. Se supone que todo estaba regido por un escrupuloso orden, pero ... el factor jefe (sí sí, aquel elemento que genera caos y entropía en un sistema perfecto y del que tenemos un bonito ejemplo), repentinamente te hacía una reunión sin avisar (al menos a los pringadillos), sin establecer los puntos del día y muchas veces, sólo para contar sus hazañas personales.
A medida que el tiempo avanzaba, nos costaba más ir a trabajar. Cuando estás mal en un sitio, todo resulta pesado y odioso. Levantarte se convierte en un auténtico hito, desplazarte en un verdadero suplicio y entrar a la empresa, se convierte un auténtico acto de fe. De esta manera, algunos de los pringadillos teníamos problemas con llegar a la hora punto (tengan en cuenta que cuando te exhortan a realizar 2, 3, 4 ... horas extra cada día de cada semana de cada mes de cada año, que no te pagan, llegar 10 ó 15 minutos tarde, se convierte en un "derecho"). Cierto día, el compañero que estaba más puteado que yo, llegó tarde a una reunión. Por aquella época, había que anotar la hora de entrada y salida. Él anotó una hora incorrecta (5 ó 10 minutos más pronto de lo que realmente había llegado). Craso error. Cuando terminó la reunión, mi jefe fue directamente a ver lo que había apuntado cada uno, buscando deslices fatales. Y lo encontró. El gerente estaba en un estadio de estupidez y chulería de grado alto a supino, todavía lejos de superior. Delante de todos los compañeros que estábamos en la empresa, empezó a gritar y amenazar a mi compañero, por haber mentido en su hora de entrada. Un gesto brutal, soez y desproporcionado. Un acto privado, que tenía que resolver en su despacho, lo convirtió en una propaganda mezquina y maleducada. Berreando y regurgitando palabras cobardes y deleznables. Nuevamente una muestra del poder absoluto y errático. Ese día se ganó el odio de todos. El mío desde luego, que no era la primera vez que lo padecía de cerca. Lo miré con expresión de ver una basura humana. Mi compañero metió la pata, pero no merecía ese trato tan denigrante. Cuando lo obligaban a salir tarde por culpa del trabajo, nunca estuvo mi jefe allí para echarle una bronca, mucho más merecida, por ello. Era un aviso. "Soy el déspota absoluto y haré y desharé lo que quiera. El que no comulgue conmigo ya tiene un ejemplo de lo que mi ira puede mover". Nuestro fin estaba cada día más cercano.
Mi empresa tenía una curiosidad (entre muchas). A medida que el papeleo "ISOcrático" se adueñaba de todas las facetas de nuestra labor, nuevas y más extrañas medidas se fueron tomando. Una de ellas, eran las reuniones. Teníamos reuniones siempre, a todas horas, todos los días y de cualquier cosa. Abundaré en este asunto en un próximo post. Como toda actuación que se realizaba en el negocio, las reuniones estaban programadas siguiendo la burocracia establecida al respecto. Se supone que todo estaba regido por un escrupuloso orden, pero ... el factor jefe (sí sí, aquel elemento que genera caos y entropía en un sistema perfecto y del que tenemos un bonito ejemplo), repentinamente te hacía una reunión sin avisar (al menos a los pringadillos), sin establecer los puntos del día y muchas veces, sólo para contar sus hazañas personales.
A medida que el tiempo avanzaba, nos costaba más ir a trabajar. Cuando estás mal en un sitio, todo resulta pesado y odioso. Levantarte se convierte en un auténtico hito, desplazarte en un verdadero suplicio y entrar a la empresa, se convierte un auténtico acto de fe. De esta manera, algunos de los pringadillos teníamos problemas con llegar a la hora punto (tengan en cuenta que cuando te exhortan a realizar 2, 3, 4 ... horas extra cada día de cada semana de cada mes de cada año, que no te pagan, llegar 10 ó 15 minutos tarde, se convierte en un "derecho"). Cierto día, el compañero que estaba más puteado que yo, llegó tarde a una reunión. Por aquella época, había que anotar la hora de entrada y salida. Él anotó una hora incorrecta (5 ó 10 minutos más pronto de lo que realmente había llegado). Craso error. Cuando terminó la reunión, mi jefe fue directamente a ver lo que había apuntado cada uno, buscando deslices fatales. Y lo encontró. El gerente estaba en un estadio de estupidez y chulería de grado alto a supino, todavía lejos de superior. Delante de todos los compañeros que estábamos en la empresa, empezó a gritar y amenazar a mi compañero, por haber mentido en su hora de entrada. Un gesto brutal, soez y desproporcionado. Un acto privado, que tenía que resolver en su despacho, lo convirtió en una propaganda mezquina y maleducada. Berreando y regurgitando palabras cobardes y deleznables. Nuevamente una muestra del poder absoluto y errático. Ese día se ganó el odio de todos. El mío desde luego, que no era la primera vez que lo padecía de cerca. Lo miré con expresión de ver una basura humana. Mi compañero metió la pata, pero no merecía ese trato tan denigrante. Cuando lo obligaban a salir tarde por culpa del trabajo, nunca estuvo mi jefe allí para echarle una bronca, mucho más merecida, por ello. Era un aviso. "Soy el déspota absoluto y haré y desharé lo que quiera. El que no comulgue conmigo ya tiene un ejemplo de lo que mi ira puede mover". Nuestro fin estaba cada día más cercano.
26 febrero 2007
La competencia nos ayudaba más que nuestro jefe
Empezaremos la semana con una anécdota, cuando menos inverosímil. Otro ejemplo más de como nuestro jefe no tenía en mente otra idea que no fuera deshacerse del taller de reparaciones y de la tienda, a cualquier precio. Para todos aquellos que me leen por primera vez, les haré un breve resumen para ponerles en situación. Los que me leen a diario, sáltense unas líneas hasta el siguiente párrafo, que ya saben lo que voy a explicar. Trabajaba en una empresa de informática dedicada al ensamblaje de PCs, reparación y redes. Además teníamos una tienda de consumibles. Con el tiempo, mi jefe, al que le habían llenado la cabeza con más pajaritos de los que ya tenía, encontró una forma fácil de hacer dinero y "amistades": el software, programas y tendencia a las aplicaciones en Internet. Se metió en politiqueos para montarse al carro de las subvenciones: dinero abundante y fácil de justificar con papeles. De esta manera, sobraba el taller y la tienda, y aquellos que trabajaban en esas labores. Como despedir cuesta dinero, mi jefe con paciencia y tesón fue poniendo trabas al crecimiento de mi departamento, para poder justificar su cierre.
Desde el año 2003, y con la acólita número 2 como coordinadora, era evidente las trabas que nos estaba poniendo la empresa para poder trabajar y producir dinero. En cierta ocasión vino un cliente que quería instalar en su casa una red inalámbrica para poder dar soporte de banda ancha a varios ordenadores de la casa. Era una tarea más complicada de lo esperado, porque una enorme viga impedía la comunicación entre el punto de acceso y las tarjetas de red inalámbricas. En mi negocio, sólo disponíamos para hacer las pruebas de un punto de acceso y dos tarjetas que tenían bastantes meses de antigüedad. Ya habían aparecido unas nuevas y más potentes. No disponíamos ni de un portátil para ir comprobando la calidad de la señal en toda la casa. ¿Cómo lo resolvimos? No, no fue pidiéndoselo a nuestra empresa. Eso era un gasto inadmisible, es decir, cualquier "ayuda" al taller para su trabajo estaba "prohibida" de una forma subrepticia y oculta. Tuve que pedirle a un amigo que tenía una tienda, que me prestara los componentes necesarios para continuar. Técnicamente, mi amigo era competencia nuestra, pero aún así, accedió y gracias a él pudimos concluir las pruebas. Lamentablemente en aquel lugar resultaba imposible poner una red que no fuera completamente cableada. Eso es lo que hicimos al final. Funcionaba bien, pero desde luego que no es el trabajo del que me siento más orgulloso. Es una vergüenza que tuviera que pedir socorro a un negocio externo, porque mi propia empresa se negaba a ello. Es un muy buen ejemplo de como la organización estaba tratando de cargarse una de sus parcelas de negocio, fría y pendencieramente.
Desde el año 2003, y con la acólita número 2 como coordinadora, era evidente las trabas que nos estaba poniendo la empresa para poder trabajar y producir dinero. En cierta ocasión vino un cliente que quería instalar en su casa una red inalámbrica para poder dar soporte de banda ancha a varios ordenadores de la casa. Era una tarea más complicada de lo esperado, porque una enorme viga impedía la comunicación entre el punto de acceso y las tarjetas de red inalámbricas. En mi negocio, sólo disponíamos para hacer las pruebas de un punto de acceso y dos tarjetas que tenían bastantes meses de antigüedad. Ya habían aparecido unas nuevas y más potentes. No disponíamos ni de un portátil para ir comprobando la calidad de la señal en toda la casa. ¿Cómo lo resolvimos? No, no fue pidiéndoselo a nuestra empresa. Eso era un gasto inadmisible, es decir, cualquier "ayuda" al taller para su trabajo estaba "prohibida" de una forma subrepticia y oculta. Tuve que pedirle a un amigo que tenía una tienda, que me prestara los componentes necesarios para continuar. Técnicamente, mi amigo era competencia nuestra, pero aún así, accedió y gracias a él pudimos concluir las pruebas. Lamentablemente en aquel lugar resultaba imposible poner una red que no fuera completamente cableada. Eso es lo que hicimos al final. Funcionaba bien, pero desde luego que no es el trabajo del que me siento más orgulloso. Es una vergüenza que tuviera que pedir socorro a un negocio externo, porque mi propia empresa se negaba a ello. Es un muy buen ejemplo de como la organización estaba tratando de cargarse una de sus parcelas de negocio, fría y pendencieramente.
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