Con este post comenzaré un nuevo ciclo que ilustrará algunos pasajes de una de las etapas más triste y dura de mi vida. Esta periodo comenzó hacia finales de la primavera y prosiguió durante el verano de aquel nefasto año 2004. Mi jefe había conseguido el objetivo que explícitamente o subconscientemente se había propuesto años atrás, y que no era otro sino, cerrar el taller de reparaciones y venta de equipos informáticos. Después de tener una reunión conmigo y preguntarme por mis aptitudes y actitudes profesionales sobre programación, "debía haberse dado cuenta" de que ya no me interesaba seguir en la empresa. Que mi tiempo en ese lugar había terminado. Desconozco si fue por buena voluntad o rencor, pero decidió que yo debía seguir en el negocio, pero para ello tendría que pagar cara mi estancia. No bastaba con haber dedicado en cuerpo y alma 6 años de mi vida a ese comercio y haber sufrido lo indecible; yo tendría que pagar un peaje para ser aceptado en la "nueva" empresa. Yo era un paria, un desecho del pasado, una mezquindad. No merecía estar en el nuevo negocio, que de una forma u otra yo había despreciado con mi anterior postura y trabajo. Además sentía que mi jefe tenía ansia de "vendetta" por suponer que yo era un vago y un ladrón. Esta era una buena oportunidad para cobrarme todos estos años de supuesta "ociosidad" y "calidad de vida" a costa de la empresa. Creo que lo había planeado todo perfectamente. Cobro de subvenciones, entradas ingentes de dinero fácil, cierre del taller y escarmiento de los pringadillos, con el agravante de venganza hacia un par de nosotros. Mr. "No criterio" sucumbía a los rumores y no era capaz de pensar por sí mismo. En este punto de la historia estaba realmente endiosado. Sólo miraba su ombligo y se sentía el centro del universo. ¡Arrodíllate y pide clemencia, pringadillo, si quieres seguir existiendo!
Sin pedirlo "por favor", sin hablarlo, sin consultarlo, sin excusarse y sin comportarse como una persona, apareció ante nosotros poco tiempo después de cerrar mi departamento. De forma arrogante, zafia, indolente, despótica, tirana, despreciativa, envanecida, insolente y cruel nos exigió que sacásemos todos los cajones, desmontáramos todos los armarios y mesas que teníamos en el taller, que llevásemos todo al sótano, que limpiáramos todo y que dejásemos todo dispuesto, porque a partir de aquel momento, ese lugar iba a ser su despacho. Una vez realizamos esas "labores", para nada recogidas en ningún contrato ni en ningún sentido común, se nos conminó a traerle su mesa y todas sus cosas desde el otro lado de la empresa y a dejárselo todo perfecto. Era un trabajo descomunal y sólo era el principio de varias semanas de sometimiento. Había que ver su cara. Esa persona se había convertido en un cacique y ordenaba como tal: "Haz esto", "pon esto otro aquí y aquello otro allá" (por que yo lo digo y yo lo mando). Una arrogancia y una desfachatez sin límite, como si fuésemos sus esclavos o sus vasallos. ¡Qué soberbia!
Sólo uno de los técnicos siguió llevando el tema de los mantenimientos y luego una baja le salvó de sufrir lo que se avecinaba. Tanto el otro compañero (del que siempre abusaba mi jefe) como yo, íbamos a ser el blanco de su presunción y envilecimiento. Íbamos a pagar 6 años en los que el gerente no se había atrevido a propasarse. Ahora tenía carta blanca. El apoyo incondicional de los nuevos apoderados le daba alas. Su falsa sensación de legitimidad por haber cerrado el taller y darnos la oportunidad de seguir en la empresa (la cual no queríamos) le animaba a atropellarnos y maltratarnos. Nuestra estúpida posición pasiva, además, le hacía creerse inmune. ¡Fuimos unos idiotas!¡Debimos cortar por lo sano, decirle las cosas a la cara y olvidarnos de él para siempre! Ahora no vale la pena lamentarse de la falta de coraje y agallas, pero si vale la pena contarlo, para los que vengan detrás no comentan nuestros errores. En el próximo post les comentaré más trabajos forzados y peligrosos que tuvimos que sufrir, cada cual más vejante que el anterior. Ese verano para mí estaría dividido entre el infierno del trabajo y el infierno de la vida. Sólo una persona puso algo de esperanza en esa locura, a la cual tuve que abandonar cuando mi caída hacia el abismo ya no tenía retorno posible.
Sólo uno de los técnicos siguió llevando el tema de los mantenimientos y luego una baja le salvó de sufrir lo que se avecinaba. Tanto el otro compañero (del que siempre abusaba mi jefe) como yo, íbamos a ser el blanco de su presunción y envilecimiento. Íbamos a pagar 6 años en los que el gerente no se había atrevido a propasarse. Ahora tenía carta blanca. El apoyo incondicional de los nuevos apoderados le daba alas. Su falsa sensación de legitimidad por haber cerrado el taller y darnos la oportunidad de seguir en la empresa (la cual no queríamos) le animaba a atropellarnos y maltratarnos. Nuestra estúpida posición pasiva, además, le hacía creerse inmune. ¡Fuimos unos idiotas!¡Debimos cortar por lo sano, decirle las cosas a la cara y olvidarnos de él para siempre! Ahora no vale la pena lamentarse de la falta de coraje y agallas, pero si vale la pena contarlo, para los que vengan detrás no comentan nuestros errores. En el próximo post les comentaré más trabajos forzados y peligrosos que tuvimos que sufrir, cada cual más vejante que el anterior. Ese verano para mí estaría dividido entre el infierno del trabajo y el infierno de la vida. Sólo una persona puso algo de esperanza en esa locura, a la cual tuve que abandonar cuando mi caída hacia el abismo ya no tenía retorno posible.